De las selecciones de estas tierras sólo Brasil y Uruguay pasaron a los cuartos de final de la Copa del Mundo y tienen la posibilidad de verse frente a frente en las semifinales. El autor de esta nota –argentino, él – toma partido, se sube a la tribuna y dice porqué.
El triunfo del seleccionado de Brasil sobre el de México (¡no se le pueden dar todas buenas en un par de días a nadie, ni siquiera a los mexicanos!), además de aclarar un poco el panorama de Rusia 2018, lleva algo de tranquilidad a algunos espíritus. Por lo menos al mío, al que ayuda saber por quién hinchar contra el que, al día de hoy, aparece como el mejor conjunto: el muy juvenil seleccionado francés.
Vale aclarar que si Leopold Senghor, Jean Brierre, Aimé Cesaire y Frantz Fanon hubieran sido considerados tan franceses como parecen serlo N’Zonzi, Dembélé, Umtiti o Mbappé, lo que hoy yo más querría sería que este seleccionado francés ganara el campeonato mundial de fútbol. Por suerte, Brasil me está librando de esta amarga tentación, pero igualmente no debería ser así: hoy, lunes 2 de julio, Uruguay sigue en carrera.
No cabe sombra de duda de que en casi todas las cosas importantes de la vida los uruguayos occidentales deberíamos hinchar por los orientales, pero ¿qué quieren que les diga? por más fuerza que haga, en fútbol no me sale.
Y no es que no me guste cómo juegan Cavani, Suárez, Godín o Cáceres, casi un Matosas del tercer milenio, o no haya quedado admirado de la calidad y el temple de Forlán, Arévalo Ríos y Lugano, no envidie a la Asociación Uruguaya de Fútbol, alarde de virtud y racionalidad junto a su igual del otro lado del Plata, ni que no profese el mayor de mis respetos por el maestro Oscar Washington Tabárez, casi un epítome de la orientalidad.
Nada de eso.
Dícese que los uruguayos son argentinos bien hechos, pretendidamente ingeniosa definición que no es más que otro ejemplo de la proverbial neurastenia porteña. Debe saberse que no es lo mismo la República Oriental vista desde Lanús, Vicente López, Mendoza o Puerto Madryn, que desde cualquiera de las localidades de Entre Ríos o Corrientes, y no hemos aquí de incluir a Santa Fe o Chaco tan sólo porque, acabada la Guerra Fría y habiéndose derrumbado muros y cortinas de hierro, es sabido el verdadero límite entre Oriente y Occidente no es ni puede ser el río Uruguay, ese delicioso Río de los Pájaros, sino el proceloso Paraná, temible Padre del Mar.
No hay en esta mortificada confesión acerca de mi actual imposibilidad de hinchar por Uruguay, ni envidia ni rivalidad vecinalista ni seudopatrioterismo de campanario, sino temor, un profundo temor.
Sí señores (con e inclusiva): tengo miedo.
Fíjense que, a diferencia de los chinos, los uruguayos son orientales que están cerca. Y lo que es peor, se les entiende todo, hasta cuando queriendo yirar, trillan.
Estos orientales a los que se les entiende todo ganaron hasta ahora dos campeonatos mundiales; el de 1930 contra nosotros, y el de 1950, en una histórica final contra Brasil.
Debe aclararse que esa final fue entre Brasil y Uruguay básicamente porque en su megalomanía niponazifalanjotercermundista el general Juan Domingo Perón y el Sri Pandit Jawaharlal Nehru se negaron a participar, el uno por haber sido discriminada y excluida Argentina como sede mundialista, siendo que venía de ganar ampliamente los últimos nueve sudamericanos y llegaba a la final con seguridad; y el otro por la negativa imperialista a permitir que los indios –inmersos en amarga contienda entre hindúes y musulmanes y por ende imposibilitados de usar tanto botines de cuero de vaca como de cerdo – jugaran descalzos. Y, fundamentalmente, que fue histórica tan sólo debido a la alharaca que a lo largo de 68 años hicieron y siguen haciendo escritores, músicos, sociólogos, poetas, políticos, filósofos y relatores deportivos orientales.
¡Uruguay salió campeón del mundo dos veces y después de 68 años uno todavía tiene que seguir viendo a Obdulio Varela hasta en la sopa!
No hay nada más peligroso que los orientales (los de acá) salgan campeones: habría que aguantar a Jaime Ross durante los próximos cien años celebrando el heroico mordiscón mundialista de Luis Suárez.
Eso es lo que pasa: un uruguayo campeón del mundo de fútbol puede llegar a ser casi tan insoportable como un cordobés con salida al mar.
¡Y Dios me libre de semejante pesadilla!
Es así que rogando el perdón de Dios, el Sabalero, Aníbal Sampayo, el Flaco Zitarrosa, Onetti, Rodó, Gerardo Matos Rodríguez, Horacio Quiroga, Raúl Sendic, Florencio Sánchez, Liber Seregni, Carlos Gardel, Pepe Mujica, Atahualpa Yupanki, Julio y Mercedes Sosa y todos los uruguayos notables que los vecinos quieran tener, voy a hinchar porque este año el campeón sea el seleccionado de Brasil.
Al menos los brasileros están acostumbrados y cuando se les da por ponerse solemnes, hablan de otra cosa.