Cuando se dejan de lado las estricteces de los análisis cronológicos, como solía hacer John Berger, el arte del pasado nos habla del presente. Así encuentra en el Jardín de las delicias una prefiguración asombrosa de las pesadillas y las esperanzas contemporáneas. Y convoca en la tarea al Subcomandante Marcos y a Gelman.

 [H]ace poco más de un año, en enero de 2017, se despidió de este mundo el inglés John Berger. Fue una de las mentes más lúcidas que atravesó el siglo XX, y hasta último momento no dejó de producir y reflexionar sobre la realidad, el arte, la literatura, la historia, y cuanto tuviera que ver con la condición humana. Parecía que ya lo había dicho todo, incluso más de lo que se había propuesto. Pero a Berger siempre le gustó guardar alguna sorpresa. Para comprobarlo, alcanza con retornar a cualquiera de sus libros.

En enero de 1972 sorprendió al público de la BBC con una serie documental de cuatro capítulos, Ways of Seeing, que desde la primera escena cambió los “modos de mirar” el arte. A lo largo de medio siglo, Berger fue tomando apuntes prolijos sobre diversas obras del arte universal, desde los dibujos rupestres de las cuevas de Chauvet hasta las esculturas de una joven palestina. Tom Overton reunió esos setenta y cuatro artículos en Portraits. John Berger on Artists (2015), y el editor español Gustavo Gili resolvió editarlos en dos tomos, del que acaba de aparecer el primero, Sobre los artistas. Se trata de una historia personal del arte, narrada desde ángulos absolutamente inéditos, que incluso arrojan luz sobre las obras más allá del tiempo y la intencionalidad de sus creadores. Previsiblemente, el libro  se abre con los animales capturados en imágenes por los anónimos virtuosos que habitaron hace 30.000 años a. C. y cierra con la admirable vitalidad de las naturalezas muertas de Cézanne. Berger es capaz de observar un retablo de Grünewald del siglo XVI y reflexionar sobre la luz, elaborar una teoría sobre el amor y especular acerca de la esperanza revolucionaria.

Acaso uno de sus ensayos más sorprendentes tiene que ver con una obra archiconocida:  el tríptico El jardín de las delicias, de El Bosco (ca. 1450-1516), exhibido en el Museo del Prado. Inesperadamente, Berger decide deshacerse rápido de toda la simbología profética que encierra la obra, ya muy visitada, proveniente del lenguaje secreto de ciertas sectas milenaristas de la época. Liberado de esa lectura, se concentra no tanto en los detalles como en el conjunto para describir lo que es: el espacio del infierno. Pero lo que observa Berger no es la visión del infierno secular, visitado por cientos de críticos, sino la del presente, el infierno según la  CNN:

 

“Es un espacio sin horizonte. Tampoco hay continuidad entre las acciones, ni pausas, ni senderos, ni pautas, ni pasado, ni futuro (…) Lo que profetizó El Bosco es la imagen del mundo que hoy nos transmiten los medios de comunicación, bajo el impacto de la globalización y su malvada necesidad de vender incesantemente. La profecía de El Bosco y esta imagen del mundo parecen un rompecabezas cuyas piezas no encajarán nunca”.

Berger escribió este artículo en 1998 y basó los irregulares segmentos de ese rompecabezas imposible sugerido por la visionaria capacidad de El Bosco en una carta que un año antes el sub-comandante Marcos envió desde Chiapas a los principales periódicos del mundo. El escritor la leyó en la versión francesa de Le Monde Diplomatique e hizo viajar sin escalas su contenido hasta el Jardín de las Delicias. A partir de allí, describe las siete piezas del puzle imposible que, vía Marcos, se le aparecieron en la fragmentación del Infierno según Hyeronimus Bosch.

La primera, nos dice Berger, “tiene la forma del dólar y es verde. Esta pieza la compone la nueva concentración de toda la riqueza, cada vez en menos manos…”

A la segunda le asigna una forma triangular y la considera una falacia: el nuevo orden no intenta racionalizar y modernizar la producción, como proclama y promete, sino que por el contrario aboga por un retorno a la barbarie concentrada en los inicios de la Revolución Industrial, con la sutil diferencia de que ahora no hay consideración de ningún tipo ni moral imperante que frene a esta barbarie: “el nuevo orden es fanático y totalitario”, nos dice.

“La tercera pieza es redonda como un círculo vicioso”, advierte, y pone en escena el martirio de los emigrantes desclasados.

A la cuarta, en cambio, la ve rectangular como un espejo y su claridad refleja el intercambio “entre los bancos y los estafadores y criminales del mundo entero, pues el delito también se ha globalizado”.

Para la quinta, previsiblemente, le asigna un formato más o menos pentagonal y expresa la represión física. “Bajo el nuevo orden mundial”, afirma Berger, “los Estados nacionales han perdido su independencia, su iniciativa política y su soberanía (…) La nueva tarea de los Estados es administrar lo que les toca, proteger los intereses de las grandes empresas y, sobre todo, controlar y vigilar a los que sobran”. Cualquier similitud con nuestra realidad quizá no sea mera coincidencia. Pero hay más…

La sexta pieza no es otra cosa que “un garabato y está compuesta de fragmentos” que sólo sirve para reproducir la ilusión de “un mundo de espejos rotos”.

Por último, resta un elemento con forma de bolsa que contiene a todos los bolsones de resistencia que aparecen en distintas partes del mundo. Si bien admite que no existe un programa político común (“¿cómo iban a tenerlo si se encuentran dentro de un rompecabezas roto?”, se pregunta), cree ver en esa heterogeneidad una promesa.

Y vuelve a enlazar con El Bosco, ya que su visión del Infierno sin horizontes posibles coincide con el momento actual: “En su grado más extremo, la claustrofobia no está causada por el exceso de gente sino por la discontinuidad entre una acción y la siguiente, la cual, sin embargo, está casi al alcance de la mano. Eso es el infierno”.

Berger lo sostiene de modo muy claro: así como en el infierno de El Bosco no es posible intuir un lugar diferente o un modo distinto, en este mundo globalizado, donde la inteligencia humana se reduce a pura avaricia, tampoco. No obstante, Berger planea sobre los otros dos paneles del tríptico (Adán y Eva en el Paraíso y El jardín de las delicias) para dejar un resquicio a la esperanza, aunque reconoce que la esperanza “es un acto de fe y la fe para sostenerse precisa de acciones concretas (…) Resistir no significa solo negarse a aceptar la absurda imagen del mundo que se nos ofrece, sino también denunciarla. Y cuando el infierno es denunciado desde dentro, deja de ser infierno”.

Esto dice John Berger, según nos cuenta,  ue decía El Bosco. Pero dice algo más, aunque apela a las palabras de otro. Berger, como si estuviera en un café porteño viendo los sudores y trasiegos de sus habitantes en los presentes días, cierra el artículo dedicado a El Bosco con un poema… de Juan Gelman. Sí, Berger leía a Gelman. Al menos, leyó y se vio motivado a compartir el poema Esperan, que pertenece al libro Si, dulcemente (1980):

 

llegó la muerte con su recordación

nosotros vamos a empezar otra vez

la lucha

otra vez vamos a empezar

otra vez vamos a empezar nosotros

 

contra la gran derrota del mundo

compañeritos que no terminan

o arden en la memoria como fuegos

otra vez

otra vez

otra vez