Se lo considera uno de los guitarristas más brillantes e influyentes del rock, aunque su estilo sea único. Lo admiraron y homenajearon Clapton, Neil Young, Mark Knopfler, Carlos Santana. Aquí una semblanza de un hombre que no quiso ser famoso y que no lo es en Argentina. El que no lo escuchó, no solo que perdió, sino que no relajó.

El hecho de que haya editado eso que en el pasado remoto se llamaba su primer disco sencillo en 1958 habla de mucha historia, imágenes del primer rock en blanco y negro. Por torpeza, vagancia, apatía, falta de guita o nula conciencia de que se convertiría en un músico profesional, tardó un huevo en editar su primer LP, Naturally, gran disco del que él no se consideró fan. Eso fue 14 años después, en 1972. Entre una cosa y la otra, tocando en bares, salones de baile y clubes nocturnos que hay que imaginar con cowboys contemporáneos, fue y volvió a Nashville y Los Ángeles, donde trabajó como ingeniero de sonido (fue un enorme ingeniero de sonido y productor). Tuvo escasos trabajos de muy joven, no le gustaba laburar y se ganaba la vida tocando por pocos pesos, de una manera que debía parecer desganada, como se mostraba él tocando, cantando, hablando. Cuando hablaba, no parecía tener tampoco muchas ganas de hablar. A Naturally, al cabo del tiempo, le siguieron quince discos más, sin contar sencillos. No mucho para un tipo que murió a los 78, pero que dejó un legado extraordinario en calidad y singularidad. Esta nota se escribe por el puro capricho de hablar de su música hermosa.

Lo debo haber conocido hacia 1977 o 78, viviendo en Barcelona. “El Jota Jota Cale”, le decían los españoles, con la jota bien marcada, y no “Shi Shil Kail” o “Shei Shei Keil”. Al regresar me sorprendió -y todavía me sorprende- que en Argentina JJ Cale no gozara ni de la popularidad ni del reconocimiento que merece. Un músico del recontra carajo cuyos discos, reitero, personalísimos, se pueden escuchar sin cansar nunca.

John Weldon Cale nació en la ciudad de Oklahoma el 5 de diciembre de 1938 y vivió sus primeros años entre esa ciudad y Tulsa. No son muchos los que pertenecen a su escuela, pero se lo considera uno de los creadores de lo que se llama sonido Tulsa, un género musical que fusiona con una delicadeza incomparable influencias del blues, del rockabilly, del country y del jazz. Tulsa es famosa por ese sonido, pero antes lo fue, hace ya un siglo, como bruta capital petrolera con sus nuevos millonarios, por algunos edificios art decó y por una masacre ocurrida en 1921 en la que murieron 300 negros. La música de JJ Cale tiene raíces en esas historias, con letras sencillas que de vez en cuando contienen observaciones breves. En una larga calle de Tulsa hoy empobrecida y casi despoblada se alineaban los boliches en los que tocaba este hombre que no quería ser famoso. “Cantidad de bares –contó alguna vez-. No te pagaban mucho, pero la pasabas tan bien que te olvidabas de que eras pobre”.

Entre sus primeras influencias, claro, Chet Atkins, Les Paul, Chuck Berry. “Yo trataba de imitarlos, eso lo extraño. Y terminé haciendo mi propia cosa”. La traducción es libre de quien escribe. JJ Cale hablaba un inglés cerrado, medio rural. Es bonito como lo dice: “And I came up with my own kinda thing”. Kinda, supone uno, por kind of thing”.

Ese estilo que medio inventó es lo que también en inglés llaman laid-back, relajado, despreocupado. Cero espectacularidad ni contorsiones. Todo suavecito, todo quedo, la guitarra, la voz, la banda, justo cuando el rock se hacía monstruoso, estridente, a veces exhibicionista, tribunero, con grandes lucimientos acrobáticos y mucho agudo bien metálico.

El estilo relajado de JJ Cale siempre se asoció a esa expresión: laid-back. Pero no se trata solo de suavidad, sutileza, sensualidad o necesariamente tiempos lentos. Muchas canciones de JJ Cale contienen una introducción instrumental donde el arreglo, el talento y la ingeniería musical entrecruzan a los instrumentos hasta hacerlos una maquinita de hacer joyas sincopadas. Son introducciones extraordinarias, a menudo con algo de hot, sea caliente por calor húmedo o caliente por lo sensual. Tocando en vivo no se admira tanto esa ingeniería musical, todo es más natural, casi primitivo, recordando en algo los orígenes del blues y al country también. Música no apta para grandes estadios. Los tiempos en JJ Cale pueden ser rápidos y hasta complejos, pero a la vez sedosos, blandos, jamás estridentes. Grabaciones cortas, además, allí donde guitarristas menos talentosos podrían florearse en improvisaciones largas. JJ Cale no, la nota justa, el tempo quedo, la extensión acotada, la voz raspada contenida. Su virtud, siendo un virtuoso, fue la economía.

En su discografía sobresale –mera opinión personal- el disco Five, de hermosa portada. Es un disco raro en la carrera de JJ Cale por su producción casi barroca, según sea el tema. En ese disco destaca Sensitive kind, con producción inusual y una orquestación de luna, a mi juicio uno de los temas más grandiosos de JJ Cale. Increíblemente, la versión de Santana, pese a la percusión latina, suena a George Benson. El original, ese sí harto conocido, merece escucharse.

 

Casas pobres de madera

Volviendo a los orígenes, JJ Cale tocó en esos boliches a los que iba la gente laburante y la de las plantaciones, su amigo y colega Leon Russell incluido. Pasando del rock primitivo al western swing tocado por bandas grandes. Primerísimos 60, la era del declive de Elvis Presley, la de los tríos de lindas muchachas negras como The Supremes y Los Beatles haciendo sus primeros discos para ganar chicas. Mucho tiempo atrás y él vigente.

Hay que imaginar el paisaje en el que creció JJ Cale. Casas de madera humildes como las que él mismo habitó, hijo de una familia que vivía con lo justo, lo que hoy se llamaría white trash o trailer trash, blancos pobres. Sillón hecho percha en el porche. El río Arkansas cerca, afluente del Misisipi. Calor húmedo, casas esparcidas de blancos pobres, de pobres negros. En vivo, él cantaba y tocaba como sentado en ese sillón, mirando a la nada. Tranca, no me rompan los huevos, lo mínimo. Se hizo músico “tratando de evitar el trabajo”. Sin planes, viviendo día a día, sin grandes sueños ni conocimiento del mundo de la industria musical, el business. Haciendo música con los amigos vecinos de las casas cercanas. Viajando a Los Ángeles en un De Lorean, como el de Back to the future, solo que sin un mango y siendo homeless.

El primer viaje a Los Ángeles, comienzos de los ’60, no terminó bien. Poco éxito o seguramente Cale era un inútil buscando el éxito, o no lo buscaba, o le faltaba convicción o tenía fiaca. Volvió a Tulsa y pensó en dejar de insistir ante la industria musical. “Ya me había rendido ante la parte de la industria de la grabación. Y volví a Tulsa y conseguí un trabajo tocando con amigos”. En Tulsa fue que el propietario de la discoteca Whisky a Go Go lo hizo llamarse JJ Cale en lugar de John Cale para evitar confundirlo con uno de los integrantes de la Velvet Underground, la de Lou Reed.

Hasta que Eric Clapton grabó su versión de After Midnight, compuesta por JJ, en 1970. Apunte personal: sin perjuicio de cada versión que hizo el gran Clapton de los temas de JJ Cale, uno se queda con el original. Puede que eso no suceda con Cocaine, son dos interpretaciones no comparables. Como fuera, JJ Cale comenzó a ser relativamente conocido.

Pasaron los años y lo fuimos escuchando y viendo. Una camiseta gastada, jeans, a veces anteojos oscuros y a menudo una gorra con visera, o un sombrero de cowboy. Serio el tipo en los escenarios, por lo general auditorios chicos. No más de quince conciertos al año, como para vivir. Remotamente lejos de las lentejuelas y los brillos. El tipo debe haber sido el músico más hierático de todos los tiempos. No hierático al estilo de las estatuas y los agricultores de los murales egipcios sino más bien quieto. Un músico quieto, muy quieto, que solía tocar sentado, con una voz igualmente quieta, metida para adentro y sin embargo enormemente expresiva, y en apariencia absolutamente relajado –lo mismo su maravilloso modo de tocar la guitarra-. Una voz aguardentosa a la vez cálida y lacónica. Y también sensual, sexy.

El solo detalle de su minimalismo gestual hace de JJ un tipo único y más en el ambiente del rock, que se fue haciendo más y más cirquero. Tocaba más y mejor que mil guitarristas de rock sin apenas moverse. Se lo comparó con Hendrix (en calidad, no en estilo, aunque Neil Young puso a ambos en el tope), Clapton lo adoró y tocó y grabó con él unas cuantas veces. Se lo considera de los mejores guitarristas eléctricos del rock, pero él, JJ Cale, optó por permanecer lejos de todo, aparentemente tranca, o fóbico, un trovador solitario que apenas dio entrevistas, huyendo de las fotos. Y eso siendo en sus años jóvenes y maduros un tipo atractivo –más por el modo de tocar y cantar-. A la vez, un tipo yanqui que bien podría aparecer en una película con blancos pobres en un pueblo feo y polvoriento de construcciones baratas y galpones, jugando al billar en un bar del Medio Oeste con una birra en la mano, atendiendo un taller mecánico, manejando un camión, levantando fardos de pasto.

Llegó a vivir en una casa rodante cuando ya lo admiraban Clapton, Neil Young, Mark Knopfler. Con Knopfler comparte en alguna medida un modo de cantar: suave, súper desestructurado y relajadísimo. Un decir casi hablado, imposible de ser imitado. La lista de músicos que se consideraron influenciados y agradecidos sigue: Lynyrd Skynyrd, Johnny Cash, Captain Beefheart, Brian Ferry, Santana, The Allman Brothers, Jerry Garcia, The Band, Tom Petty, John Mayall.

Padre de Clapton

La “fama” de JJ Cale, amén de la musical, es en buena medida su legado antifama, ir contra la corriente de la industria, el show, el ruido, la guita. Mantenerse en aparente confort en la quietud, lo real de su música y su vida privada. Sí aceptó tocar en el Carnegie Hall en marzo de 1996 con sus amigos de The Band. Y aunque su celebridad crecía en Europa –el que escribe se reitera: recuerdo perfecto de las portadas de sus discos en las bateas en Barcelona- solo fue dos veces a dar presentaciones, con una diferencia de casi un cuarto de siglo entre el primer y segundo concierto.

JJ Cale y Eric Clapton.

A Eric Clapton no solo le cedió temas “mundiales”. Ambos tocaron juntos e hicieron álbumes como Road to Escondido, de 2006, con el que ganaron el Grammy. Luego de que JJ Cale falleciera por un infarto en 2013 en un hospital de California, a los 78 años, Clapton armó un grupo de muy cercanos solo para dedicarle The Breeze, An Appreciation of JJ Cale. Ahí tocaron monstruos como el propio Clapton, Mark Knopfler, John Mayer, Willie Nelson, Tom Petty, entre otros, además de la viuda de JJ: Christine Lakeland Cale. El nombre del disco viene del tema de JJ Cale –otro bien rural- Call Me The Breeze. Por entonces Clapton contó esto, entre las muchísimas cosas que dijo en honor de JJ Cale:

“Yo quería, intenté encontrar la forma de hacerlo mínimo. Pero todavía tenía una gran cantidad de sustancia. Esa era la esencia de la música de JJ para mí, además del hecho de que el sumó tanto de las diferentes esencias de la música de EEUU: rock, jazz y folk y blues. Él simplemente parecía tener una comprensión de todo eso. Lo considero como una de las raíces del árbol del folklore americano. Hacer ese disco fue para mí una manera de decir gracias por toda la inspiración de estos años. Supongo que en un punto comencé a sentirme herido porque no tuvo el reconocimiento que debió haber tenido”.

Aquel disco fue número uno a cinco en unos cuantos países de en Europa, fuente para un documental con entrevistas a los músicos y disparador de un concierto en vivo.

Mapache en el desierto

Encuentro en otra reseña biográfica de 2013, escrita tras su muerte, esta línea: “Permaneció felizmente en una oscuridad relativa durante décadas”. Buena definición. JJ Cale mismo dijo alguna vez: “Nunca quise ser el boludo de adelante (dependiendo de cómo se traduzca o interprete: el tonto, o el chivo expiatorio). Y todavía no quiero ser famoso”. También dijo: “Quiero ser parte del show, no el show”. El tipo grabó cuando quiso (o pudo) lo que quiso. Ejemplo: ningún álbum entre 1983 y 1990. Ninguno entre 1996 y 2003.

También dijo esto: “Tu ego quiere decirte ‘Hey, yo soy alguien, man. Pero sabía que había muchos días en los que solo quería ser John Cale”.

Algún amigo lo pinto como a un mapache elusivo. De pronto no estaba, había desaparecido. Estaba en el lago, en el desierto. O en el estacionamiento de casas rodantes.

Dijo alguna vez, seguramente a modo de ironía, que sus discos no eran discos, eran demos. Grabados solamente para que otros músicos más famosos lo reversionaran y él, JJ Cale, agradecido, porque con eso ganaba más guita.

Cuando JJ Cale murió en su página más o menos oficial dijeron: “No se necesitan donaciones. Pero él fue un gran amante de los animales. Si querés, podés donar dinero para tu refugio de animales favorito”.

Bonus track. To Tulsa and Back: On Tour with J.J Cale, del productor y director alemán Jorg Bundschuh. En el documental JJ Cale ya está grande. El film zafa para quien quiera conocer más. Pero mejores son sus discos. Se recomienda escucharlo muy especialmente en rutas o para hacer el amor.