Una mirada sobre Vía Láctea, de Roberto Ibáñez, basada en la historia de la actriz Nya Quesada y la desaparición de su hija, Adriana, secuestrada junto con su compañero y el pequeño hijo de ambos, luego abandonado en una comisaría.
[A}cercarse al dolor desde el teatro es una de las cosas más maravillosas que puede realizar un artista. Que el actor se anime a sentir y a sufrir como sus personajes puede resultar un desafío, pero también un viaje a lo desconocido. Por eso, cada vez que una obra nos lleva a ejercitar la memoria, como me pasó esta vez con la obra Vía Láctea, resulta casi una obligación ir y acompañar a los artistas, e interpretar y sufrir con ellos el dolor.
La obra está basada, y sólo basada –como bien lo aclara el autor, Roberto Ibáñez– en la historia de la actriz Nya Quesada y en la desaparición de su hija, Adriana, quien fue secuestrada junto con su compañero y el pequeño hijo de ambos, luego abandonado en una comisaría.
La obra, definitivamente, lograr transmitir la angustia del personaje, Lia, interpretada por Dora Sajevicas. El hecho histórico de que Nya Quesada haya estado ensayando Las tres hermanas, de Anton Chéjov, cuando desapareció su hija, fue trasladado a la ficción por Ibáñez, trabajando en la difícil tarea de insertar una obra dentro de otra, para lo cual necesita que algunos de los actores interpreten dos personajes a la vez.
Esto lo logra también el director. Queda muy claro, sobre todo por el trabajo de luces, en qué momento estamos viendo una obra y cuándo la otra. Por supuesto, los actores también se encargan de que en todo momento se nos mezclen ficción y realidad, aunque todo en realidad sea una ficción.
Es dispar, sin embargo, el trabajo de los actores, y algunos personajes no terminan de convencer ni justificar por qué fueron incluidos en la obra. Tal vez haya estado claro para el autor y para el director, que en este caso son la misma persona, pero en todo caso no logró transmitirlo del todo. Hay que reconocer, de todas formas, que uno de ellos, el carnicero narco, fue bastante efectivo por presencia y contundencia.
En definitiva, para alguien que es un espectador común y que se anima a la crítica por el simple hecho de difundir la actividad teatral porteña, que es amplia, variada y llena de talento, la obra cumple con el hecho de transmitir una historia dolorosa y contarla con ese mismo dolor. El director y los actores, aunque con altibajos, logran todos el mismo objetivo.
El esfuerzo valió la pena.