Lejos del mainstream artístico y de la impostación, profesor de plástica en el Colegio Nacional y empleado en los tribunales de La Plata, El “Loco” Vigo” no sólo dejó una obra provocadora sino que enseñó a miles de estudiantes a mirar el mundo con otros ojos.

Edgardo Antonio Vigo nacido en La Plata en 1928 y fallecido en la misma cuidad en 1997 fue tal vez uno de los principales íconos del arte conceptual y de vanguardia que haya dado nuestro país durante la segunda mitad del siglo XX. De todas maneras su reconocimiento como tal es aún bastante precario. Vigo nunca fue parte del mainstream artístico. Se ganaba la vida como profesor y empleado público de los Tribunales. Lo que sigue no intentará ser un análisis de su obra en sentido estético sino más bien rescatar su persona y sus enseñanzas a través de diversos testimonios sobre su vida entre los que también están los de quien esto escribe. Existe bibliografía específica y recomendable como es el libro Edgardo Vigo: Arte, política y vanguardia de la investigadora Ana Bugnone.

Vigo en una fiesta con sus alumnos.

En La obra de arte en la época de su reproducción mecánica (1936) Walter Benjamin profetizaba el hecho de que la obra de arte como tal estaba tocando a su fin. Esto se debía principalmente a una caída del aura a partir de su reproducción al infinito a partir del desarrollo de la tecnología. Una determinada forma singular a la que se le atribuyen características estéticas ya no es sólo el patrimonio de un sitio asignado en un museo sino que a partir de ser copiada innumerables veces expande sus efectos por fuera de sí misma. El estallido de la obra de arte produce una marcada estetización de lo social. El rol del artista si es que todavía le cabe ese nombre se modifica sustancialmente. A Edgardo Vigo esta breve definición le cabía a la perfección. Él llevaba su producción estética por fuera de los envases clásicos e incluso hacia su propia persona. Poeta visual, Arte por correo, xilografista, performer, creado r de máquinas inútiles, editor de revistas, y diversas acciones estéticas fueron sus principales motivos de creación.

Corría el año 1971 cuando el profesor de Historia del Arte entró al aula del Colegio Nacional vestido diferente a como lo hacía el resto de sus pares. Vigo se ponía una chamarra de jean y en el cuello se apreciaba una corbata puesta sin haber hecho el tradicional nudo. Sin éste la prenda perdía su estatus. Pretendía Vigo que el rol de quien ejerce un supuesto poder se desacralice pues de lo que iba a hablar necesitaba de ese efecto. Sus alumnos comenzaron a llamarlo “el Loco” y no en sentido peyorativo sino en su mejor significación, la de un pichón de genio que por su talento hace la diferencia.

Se sentaba encima del escritorio y hablaba hasta por los codos manteniendo viva la atención de todos sus interlocutores en un tiempo en el que los jóvenes no escuchaban a cualquiera. La relación docente- alumno siempre es asimétrica, no puede ser de otra forma aunque se intente achicar las distancias. Los sistemas educativos exigen que el educando rinda examen. Vigo propuso que la evaluación debía hacerse colectivamente y que cada grupo escogiera el tema que quisiera y desarrollara con eso una cierta producción estética. Que él no era nadie para reprobar lo que los alumnos considerasen como artístico. No era estético solamente el producto terminado sino que podía serlo también el proceso de confección del mismo.

Uno de los grabados que regalaba.

Vigo daba el ejemplo de salir por la noche al bosque platense a cortar partes de una palmera para hacer adornos con la corteza. Ese hecho para él ya contenía cierta estimulación creativa. Para evaluar los trabajos realizados grupalmente Vigo llevaba invitados especiales como la esteta Graciela Gutiérrez Marx o el poeta y actor Jorge D’Elia. De esa forma los alumnos exponían sus realizaciones en el microcine del colegio.

Lo interesante era que Vigo retribuía esos trabajos obsequiando obras propias. Impresiones de poemas con grabados y una de sus creaciones fue el invaso. Un vaso plástico con la base perforada.

También contaba que todos los 21 de septiembre, como si se tratara de una ceremonia pagana llevaba una botella de agua, a las playas de Punta Lara para volcarla en el río. Esa agua había sido juntada un año antes y luego de mezclarla llenaba de nuevo la botella para repetir al año siguiente. Todos recordaban al viejo Heráclito refutado en cuanto a que si bien no era el mismo río esto podía complejizarse y las aguas también volvían al mismo sitio. Era casi como poner en acto una variación de la dialéctica.

Otra de sus obras.

Durante la dictadura cívico militar Vigo perdió a su hijo Abel Luis, quien fue un cuadro político de la UES en el Nacional. Abel fue secuestrado y desaparecido el 30 de julio de 1976. Los que conocieron a Edgardo saben que este hecho fue muy difícil para él y que a partir de ese momento su salud ya no fue igual hasta el año de su fallecimiento en 1997. Aunque resultaba harto difícil que se diera por vencido, haciendo de su producción una forma de resistencia.

Allá por el año 1995 el por entonces secretario general de la Asociación Judicial Bonaerense Ricardo Rojas le comentaba a quien escribe que en la sede del gremio ubicada en la calle 50 tenían actividades de lujo ya que uno de sus afiliados exponía sus obras. Edgardo fue empleado de los Tribunales hasta jubilarse, pero sus actividades creativas nunca las escindió de su cotidianeidad.

Edgardo Vigo llevaba al límite la hipótesis benjaminiana del fin de la obra de arte y su expansión hacia lo social. Su propia persona, para los que lo conocieron, fue un emblema de ello. Era un exponente fiel de lo que más tarde el filósofo francés Michel Foucault definió como una ética estética.

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