La Argentina como escenario de una utopía elaborada por un anarquista de principios del siglo XX que, quizás premonitoriamente, escribió con un seudónimo francés que significa Rolling Stone.
Cada año que acaba renueva su procesión de promesas y profecías. De modo que tampoco hay mucho de qué sorprenderse. Ahora que la palabra “anarquista” volvió a ser pintada como amenaza, así sea mediante fórmulas absurdas (anarcotroskokirchnerista, un equivalente del subtrenmetrocleta que no llegó a arrancar), convendría repasar algunos antecedentes de hace un siglo atrás. La sorpresa nos puede encontrar unidos o dominados, sobre todo cuando el sueño ácrata era descripto por un francés que anticipó desde su propio nombre a… Sus Majestades Satánicas. ¿De qué hablamos cuando hablamos de anarquismo local? Veamos…
Los flujos migratorios que se dieron entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX, trajeron al país a muchos hombres y mujeres inoculados ya en sus lugares de origen con el virus de la utopía: soñadores y visionarios que imaginaban un proyecto social de contenidos inéditos. Según Félix Weinberg, en la Argentina existió una gran tradición utópica que comienza ya con la generación de 1837 y en cuya conformación ideológica gravitaron especialmente Saint Simon y los principales exponentes del romanticismo social, y más adelante, algunos seguidores de Fourier. Sarmiento llegó a tener trato con algunos de ellos –por ejemplo, con Fernando de Lesseps, creador del canal de Panamá y cercano a los discípulos de Saint Simon. También aparecieron por nuestra tierra Garibaldi, convencido de los ideales del francés y discípulo de Mazzini, que dejó su influjo en Echeverría primero y las colectividades italianas que llegaron al país.
Entre los utopistas, hubo una gran producción de obras literarias que, si bien no todas guardan el mismo valor estético e incluso especulativo (recordemos que ya existía en Europa y Estados Unidos una gran producción en este sentido, comenzando por la pionera Utopía de Moro que ya cumplió cinco siglos), resultan un invalorable esfuerzo imaginativo en el que se combinan la capacidad creativa con la voluntad política.
De quienes llegaron y produjeron en el país, sin duda el nombre de Pierre Quiroule resulta uno de los más enigmáticos y seductores. En verdad, es el seudónimo de Joaquín Alejo Falconnet, natural de Lyon (1867) que llegó a Argentina con sólo cuatro años. En verdad, el seudónimo ya expresa una más que extraña cualidad profética: traducido, Pierre Quiroule no es otra cosa que “Piedra que rueda”, es decir, un Rolling Stone. Obviamente, el personaje estaba muy lejos de imaginar el destino de “Sus Majestades Satánicas” –o quizás no–, pero lo cierto es que le dio forma a una obra peculiar que, aunque oculta en los velos del tiempo, no deja de resultar más que significativa.
Siendo muy joven, Quiroule se asoció a los grupos anarco-comunistas de inspiración kropotkiana. En la historia del movimiento obrero argentino, se asocia al anarco comunismo con la figura de Malatesta, que llega a Buenos Aires en 1885 (Quiroule tenía entonces 18 años) y deja el país en 1889. No se descuenta que nuestro personaje haya conocido al italiano, aunque su influencia no está presente en sus escritos (como sí, y de modo evidente, se comprueba el influjo de Nietzsche y Kropotkin). Quiroule comienza a escribir en el periódico El Perseguido, que fue el órgano del anarco-comunismo y que representaba al grupo de Los Desheredados, grupo proterrorista y antiorganizador que naturalmente debe haber encontrado profundas discrepancias con Malatesta. En el manifiesto publicado en el periódico, se decía: “Nuestra divisa es la de los malhechores, nuestros medios los que la ley condena”.
En 1893, comenzó a aparecer La Liberté, periódico en lengua francesa dirigido por Quiroule que parece reforzar la adhesión al terrorismo, aunque siempre en un plano más teórico que práctico. Lo mismo ocurre con otras posturas, como cuando se declara fervoroso partidario del amor libre: parece llevarlo hasta sus últimas consecuencias, mientras que su vida real se desliza al lado de su familia hasta la muerte de su mujer en 1925, a partir de lo cual comienza una etapa de soledad y aislamiento.
En este marco, Quiroule habrá de concebir tres obras: Sobre la ruta de la anarquía (1909), La ciudad anarquista americana (1914) y En la soñada tierra del ideal (1924). La primera narra la implantación del anarquismo en el mundo, en un futuro próximo, tras una guerra europea entre Alemania y una coalición formada por Francia, Inglaterra y España –con lo cual, se anticipa de alguna manera a lo que habría de ser la Primera Guerra Mundial. Pero es la segunda, en particular, la que más llama la atención. Constituye el bosquejo de una sociedad ideal futura, ubicada en un país latino-americano indeterminado, designado como El Dorado. La capital de esta nación imaginaria se llama Las Delicias, y su estructura coincide exactamente con lo que era entonces Buenos Aires. Incluso, ha merecido la atenta observación de historiadores de la arquitectura, que también advirtieron la influencia de profesionales como Molina y Vedia (coetáneo de Quiroule, asimismo dedicado a la creación de utopías urbanas) o Dietrich en la descripción de su ciudad ideal. La obra de Quiroule describe la trabajosa pugna del proletariado contra la burguesía y las fuerzas armadas, en pos de la constitución de una sociedad ácrata. Las grandes ciudades son reemplazadas por pequeños pueblos autónomos y autosuficientes; se ha abolido la propiedad privada, así como el dinero y el comercio. Los personajes llevan nombres más que sugestivos, como Optimus (inventor mecánico), Utop (escultor) y en el personaje principal, Super (abreviatura de Superhombre), se advierte claramente la influencia nietzcheana. A través de Super.
Los afables personajes de Quiroule no presentan ninguna justificación o reflexión moral –lo que sí ocurre cuando se ven obligados a matar pájaros o animales– ante el uso de la violencia revolucionaria en el marco de una sociedad que cultiva la vida feliz, tranquila y casi pastoral de la comuna anarquista. El autor pretende destruir la burguesía con una máquina llamada Vibra Liber. No obstante, conviene resaltar que la visión que entrega La ciudad anarquista americana no es la de un “terrorista”, sino la de un fantasioso que buscaba su ideal en la fraternidad y la libertad.
El espíritu de la comuna planteada por Quiroule se basaba en el trabajo colectivo, una organización a la vez asceta y ecológica de la vida, unida a las concepciones individualistas, que refleja plenamente la ideología libertaria como aspiración. La forma de vida individual (célula individual), encuentra ya un antecedente en News from Nowhere, de William Morris. Sin embargo, Quiroule propondrá viviendas ocupadas por dos individuos, dotadas de un salón común y piezas aisladas, una suerte de familia no vincular. La organización de la vida comunal es libre, sin horarios de trabajo, ni exigencias. Todos colaboran por turno en las labores de agricultura, pero esto sucede por decisión común. Aparentemente no hay más gobierno que la Asamblea que reúne a los adultos (la ciudad tiene unos diez mil habitantes). Se reúnen en un Consejo, en su Sala, donde aparecen las diversas tareas a realizar en la comuna. Cada uno lleva a cabo lo que le parece (todos los comunistas son capaces de emprender casi todas las tareas de mantenimiento o de producción). Falconnet narra con fundamentada lógica y de manera minuciosa la epopeya organizativa escondida primero en la vida urbana de la gran ciudad y luego en la exitosa gesta a través de la cual los revolucionarios planearon y tomaron el poder. Sus tácticas impresionan porque se anticipan con claridad a los reales movimientos urbanos que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XX. Pero además, la descripción de la ciudad coincide plenamente con la representación espacial que adquiriría la Buenos Aires metrópoli un siglo después.
Quiroule murió en Buenos Aires en 1938, sin salir nunca del país ni llegar a ver su El Dorado ideal. No obstante, en Las Delicias aún suceden cosas con las que vale la pena soñar.