¿Puede un puñado de artículos periodísticos recopilados en libro cambiarnos la imagen que tenemos de su autor? ¿Puede ese libro, compuesto por textos escritos hace más de medio siglo, brindar claves para comprender la sociedad actual? Eso hace El vagabundo sentimental, una serie de aguafuertes jamás vueltas a publicar desde su aparición en el diario El Mundo.
Bruto con berretines de escritor alimentado a traducciones baratas. Proletario atolondrado de la Underwood que redactaba a las corridas con dos dedos y faltas de ortografía. Fabricante de productos olvidables para patanes que no acceden a la alta cultura. Rival de Jorge Luis Borges, los hermanos Tuñón y el malevo De La Púa en el amor a Buenos Aires. Marginal de talento tan indudable como no cultivado. Muchachón perdonable por sus fervores y sus intuiciones salvajes. Mártir silenciado por una conspiración de mediocres. Primer escritor moderno argentino. Inventor del nuevo periodismo. Arma arrojadiza contra los literatos con rentas agrarias y la intelligentsia miradora de Europa. Visionario comparable a Philip Dick… Resulta asombroso, todo eso que fue o es de manera sucesiva o simultánea Roberto Arlt. Su consideración en tanto escritor resulta, aún hoy, pese a que murió hace más de setenta años, un campo de lucha.
Entre semejante profusión de adjetivos y visiones encontradas, un lugar común pesa encima de Arlt como una lápida con su correspondiente epitafio: escritor urbano. Con distintos matices, desde la inicial biografía de Raúl Larra –que junto con la reedición de sus libros volvió a instalar a Arlt en el mapa literario argentino a casi una década de su muerte-, pasando por los trabajos de los hermanos Ismael y David Viñas, de Oscar Masotta, de Diana Guerrero, de José Amícola, de Ricardo Piglia, se destaca esa característica. El libro de la académica Sylvia Saítta, el que más sistemáticamente revisa los distintos abordajes críticos a la obra de Arlt, tiene como título El escritor en la selva de ladrillos.
Otro Arlt podemos leer en El vagabundo sentimental. No rumbea para el centro, sino para los bordes. Va por caminos perdidos, por “calles raras”, hacia barrios lejanos. Incluso hacia arrabales. Hacia donde “la pampa se mete por las narices” y “se concibe a Santos Vega”. Hacia Dock Sur, “que participa de Chicago y de la pampa, donde Dostoievsky y Betinotti se dan la mano”. La lectura de aguafuertes como “Mataderos nocturno”, “Puente Alsina”, “Calles de Belgrano”, “Refugio nocturno” –que podrían ser títulos de tango- llevan a repensar a Arlt. ¿Acaso la tensión entre ciudad y suburbios no estaba ya en sus novelas Los siete locos o El amor brujo? En estas aguafuertes, los barrios retirados, con mucho de pueblito o incluso de campo todavía, aparecen como solución a las agitaciones y angustias que la vida moderna propicia: “tomar mate, y perder poco a poco la geométrica conciencia que le imprime a la mente la arquitectura de la ciudad para convertirse en algo así como un gorrión humano”.
El Arlt que surge de estas relecturas sintoniza de manera notable con la visión tanguera del mundo. El tango canción de los ´40 y principio de los ´50 se lamentaba de cómo los barrios se fueron transformando, hasta convertirse en otra cosa, hasta morir en tanto barrios. Hay una serie de títulos dedicada a esa metamorfosis que culmina en Sur, de Aníbal Troilo y Homero Manzi: “Todo ha muerto, ya lo sé”. Pero cuando Arlt escribe las aguafuertes que forman parte de El vagabundo sentimental, lo que estaba en proceso de rápida desaparición no era al barrio, concebido aún como una Arcadia cercana, sino el arrabal, domicilio mítico del tango de la guardia vieja, donde había persistido algo de la vida campera. Es el asunto de las aguafuertes “El payador de almacén” y “¿Qué se han hecho los organitos?”. La extinción de esas especies cifra para Arlt, como para los poetas del tango, la fugacidad humana. Pero son diferentes sus posturas. Arlt escribe: “Pasaron. La radio, la gomina, ¿quedarán acaso? La vida es así. Algún día se irá también, en un órgano grande y negro, Triunvirato arriba” (Triunvirato era la calle por donde iban las procesiones hacia el cementerio de la Chacarita, a la que también le dedica una aguafuerte incluida en el libro).
Sabida es la admiración de Arlt por Baudelaire. Da cuenta de ella una secuencia muy citada de su primera novela, El juguete rabioso. Los jóvenes ladrones que han saqueado una escuela se reparten el botín. Los libros del poeta nacional Leopoldo Lugones los venderán, quizás por kilo, pero el protagonista decide quedarse con un ejemplar de Las flores del mal. A su vez Arlt, en tanto caminante de la ciudad sin rumbo fijo, ha sido calificado reiteradas veces de flâneur. Una palabra que llegó a cabrear a Guillermo Saccomanno, que juzgó tilinguería usarla, y propuso en su lugar yirante. El inconveniente es que este lunfardismo no incluye en su significado el de observador de la sociedad que reflexionar acerca de ella. Pero Arlt sería en todo caso un flâneur rentado, un profesional. A diferencia del que vagabundea sustrayéndose de los circuitos de trabajo formal, Arlt no sólo es alguien integrado a ellos, sino que en sus aguafuertes tematiza tal inclusión: “¡Ah, si en los diarios se pudiera escribir como se habla!”, “Si pudiera le pondría a mi nota este título: Los atrincherados”.
Respecto a la filiación baudeleriana de Arlt, lo más interesante en esta breve antología no es del orden de la mera verificación, sino de la novedad. Hay un probable guiño –recurso no habitual en Arlt- a la giganta de Baudelaire: “La puerta de un bar se entreabre, y sale una mujer gigantesca con sombrero de torta encajado en los moños, en compañía de un hombrecillo flaco, la espalda hecha un signo de interrogación”. Si en un poema de Las flores del mal, Baudelaire invoca al “hipócrita lector, mi semejante, mi hermano”, en una aguafuerte Arlt se dirige al “querido lector”, que como él, carece de rentas. Si en Baudelaire se proponía una comunidad anímica, ética, estética, Arlt implícitamente plantea una identificación de clase.
Pero la gran sorpresa es la aguafuerte que se titula “Barcas en el riachuelo”, una especie de Baudelaire pasado por Quinquela Martín. La propuesta de su inicio es una clara reescritura de El puerto, uno de los poemas en prosa que forman parte de El spleen de Paris. Invitaba el francés: “Un puerto es un lugar encantador para el alma fatigada de luchar por la vida. La amplitud del cielo, la arquitectura movible de las nubes, las coloraciones cambiantes del mar, el centelleo de los faros son un prisma maravillosamente apropiado para distraer los ojos sin cansarlos jamás. Las formas esbeltas de los navíos, de complicado aparejo, a los que el oleaje imprime oscilaciones armoniosas, sirven para mantener en el alma la afición al ritmo y a la belleza”. En la versión de Arlt se lee: “El día en que usted esté agriado, aburrido, vaya al puerto, pero no a hombrear bolsas… Siéntese a la orilla de un murallón, apoye la esquena en el caballete de una grúa y quédese una hora con la mirada perdida en ese bosque de mástiles entrecruzados en todos sus ángulos por cables y sogas, y al cuarto de hora de permanecer en esa postura fiaca, una paz sobrehumana se inyectará por todos sus miembros”.
La presencia del puerto da cuenta, además, de una incipiente conciencia de las bases materiales de la prosperidad argentina. Algo que aparecerá más elaborado, poco después, en Martínez Estrada, y ya por los ’60, en una serie de notas de Rodolfo Walsh para la revista Panorama. Ya a inicios de los ´30 Arlt señalaba la extranjerización (y la extranjería) de esos lugares indispensables para el desarrollo nacional. Asimismo aparece en este libro la temprana preocupación de Arlt por la masa de desocupados y el surgimiento de una ciudad de pobres (la novela Villa miseria también es América, de Bernardo Verbitksy, recién aparecería en 1957). Y algunas ironías parecen adelantar la costumbre del autodenominado gran diario argentino que endulza la miseria con una pátina cool en sus notas de tendencias: “Es muy lindo dormir en los vagones. Usted se acuesta lo más tranquilo en Buenos Aires, y al otro día se despierta en Avellaneda, en Barracas o en Lanús. Un compañero mío que se durmió en un caño, al amanecer se encontró a diez metros de altura. Resulta que los guincheros, sin darse cuenta de que él estaba adentro, le levantaron la pieza mientras descansaba”.
Quizás la aguafuerte de mayor impacto, a la luz de los acontecimientos recientes, sea “En ómnibus de extramuros”. En ella, el cronista narra un viaje en términos de Odisea: “No conoció nada peor Ulises llamado el Odiseo o el Sutil”. Cómicas incomodidades, rayanas en lo inverosímil, se van sucediendo. Ocasión para que Arlt –a la manera de lo que empezaban a ensayar Borges o Marechal- juegue con la mezcla de lo alto y lo bajo, lo europeo y lo criollo, lo antiguo y lo actual. La risa y la ironía van mutando en bronca, van cediendo, mutan, en rencor, en odio. Arlt había iniciado esta aguafuerte afirmando: “Hoy el cronista se ha despertado con furor profético”. Y poco más adelante se lee: “un día de éstos habrá una degollina”. Hacia el final, deriva hacia la exclamación: “Dan ganas de implantar el fascismo”. El texto es de 1928. Mussolini llevaba seis años como primer ministro de Italia -estaría en el poder hasta 1943-, Hitler llevaba pocos años en la política –no era aún reich, ni siquiera canciller- y faltaba más de una década para que se iniciara la Segunda Guerra Mundial. Arlt ya comprendía ese deseo de orden a toda costa que pueden experimentar las clases populares – fácilmente convertido en deseo de muerte- a partir de las dificultades de la vida cotidiana que les impone el capitalismo. Un orden brutal, ilusorio, no sólo ineficaz para mejorar su existencia, sino dirigido a empeorarla o suprimirla.
Un pequeño libro como Vagabundo sentimental puede ser inmenso. Hacernos cambiar la imagen de un autor central para la literatura argentina. Ayudarnos a comprender quiénes somos, de dónde venimos, adónde podemos o queremos ir como sociedad. Por casos como el de este pequeño libro inmenso es tan importante la investigación en Ciencias Sociales sostenida por el Estado nacional. Por casos como el de estas revelaciones, tan importante es la existencia de pequeños sellos editoriales como erizo, para lo cual resulta indispensable el fomento a la industria editorial. También para estas cosas sirve todo esto que no sirve para nada, según opinan demasiados. Todo esto que enoja a la ciudadanía que dice pagar sus impuestos, no deber nada a nadie y estar en indignado desacuerdo con mantener vagos.