Los cambiemitas no quieren entrar en la lluvia de boludeces pero no les da ni para entender qué quiere decir Casero. Al mismo tiempo, tanto Lanata como Navarro nos advierten que hay alguien que nos quiere tomar por boludo. Y aquí estamos, tratando de esquivar adjetivos sin quedar del todo mal parados.
Bajo las consignas de “¡NO SOMOS BOLUDOS!” y “¡QUEREMOS FLAN!”, un grupo de ciudadanos indignados salió a la calle a pedir el desafuero de la ex presidenta y senadora Cristina Fernández de Kirchner. La primera frase (llamarla idea es demasiado) se debe a Jorge Lanata. La segunda es el resultado de un brote televisivo de Alfredo Casero. No vamos a ponernos exquisitos, porque a las movilizaciones nadie va a reflexionar sino a encontrarse y enardecerse. Pero hay algo muy raro en el maridaje de esta concentración. Casero atribuye el “queremos flan” a una oposición que pide cosas ridículas mientras la casa se incendia (como salud, educación y tarifas que pueden ser pagadas). Pero en pocos días el “queremos flan” se fue convirtiendo en un mantra oficialista. Los cambiemitas postean sus fotos comiendo flan; sus diputados y senadores acaban de pedirlo a coro para una foto conjunta en la quinta de Olivos. Es hacerse boludo voluntariamente. O quizás sea una actitud de dadaísmo, un desvarío, una de esos disparates permitidos cuando son muchos, como el carnaval carioca de una fiesta de casamiento.
“QUE NO TE TOMEN POR BOLUDO” ha sido por años la advertencia preferida de Jorge Lanata. Es el eje del pobre y triste credo lanatiano. Hace décadas que el gordo predica la misma idea: existe el ciudadano común –vos y yo- y los políticos corruptos que nos toman por boludos. El periodismo, para el conductor de PPT y LANATA SIN FILTRO, es la misión de descubrir corruptos y avivar boludos. Todo su análisis político parte de ahí y no llega mucho más lejos. Pero conduce tras de sí a las doce tribus de indignados. Nada indigna tanto como saberse tomado por boludo.
“TE TOMAN DE BOLUDO”: hace un par de años que Roberto Navarro repite el mismo mantra que Lanata (y a veces se le parece, peligrosamente). Es una estrategia retórica, porque la posibilidad de encontrarse en el lugar del boludo intimida, indigna y convence. Todos queremos ser inteligentes. El psicólogo social Alejandro Simonetti tiene una teoría para esto: vivimos en la sobrevaloración de la inteligencia. Nuestros insultos tienen que ver, la mayoría de las veces, con la falta de ella. A nuestros malos jefes les decimos imbécil, idiota, oligofrénico, tarado. Cuando en realidad lo que estamos sufriendo de ellos no es su idiocia sino su maldad, su mezquindad, su injusticia. Urge aprender a insultar como se debe. Son crueles, cínicos ineptos, mentirosos. No son ningunos boludos.
“DEBES DEJAR DE SER BOLUDO, BOLUDO” escribió alguna vez Isidoro Blaistein. Pero no es fácil porque la vida nos está brindando posibilidades infinitas -conscientes e inconscientes- de serlo. Si elegimos la senda de la boludez, tomémosla con decisión y no seamos boludos involuntarios. Florezcamos boludos de toda dignidad. Elijamos dónde, cuándo y cómo volvernos boludos. Con conciencia. Seamos, como se decía en el barrio, boludos alegres.