Maestro del nuevo periodismo, irreverente y a contramano de las tendencias actuales de los medios, Gay Talese acaba de sacar un libro, polémico como todos los suyos, sobre un voyeur que espió por años a los pasajeros de su motel. Dice que Trump y la prensa están hechos el  uno para el otro, piensa en un libro sobre Kevin Spacey y acusa al periodismo de estar lejos de la gente común.

A las tres y media de la tarde en punto de un sábado en Nueva York, el periodista y escritor estadounidense Gay Talese abre la puerta de su departamento, en el Midtown, a pasos de Park Avenue, en Manhattan, y advierte que tiene solo cinco minutos. En rigor, es la puerta de su edificio, porque tiempo atrás Talese, uno de los responsables de crear en los sesenta el periodismo literario, más conocido como nuevo periodismo, compró los cuatro pisos de un ‘brownstone’ –los clásicos edificios neoyorquinos construidos en piedra café–, a poca distancia del Central Park. Aquí vive junto a su mujer, la editora estadounidense Nan A. Talese, y sus perros terrier australianos: Bronte y Benchley.

Talese, de 86 años, autor de catorce libros –entre ellos varios best sellers y piezas claves del periodismo contemporáneo, entre las que se cuenta Frank Sinatra está resfriado–, es hijo de un sastre y de una modista, por eso siempre viste impecable. Desde un salón principal con ventanales que miran a la calle, me conduce a un salón interior y, apuntando un sillón de cuero desteñido, me indica dónde sentarme y luego me pide que escriba mi nombre en un papel suelto. Después de mirarlo con detención, lo escribe junto a una breve dedicatoria (“A mi compañera periodista, buena suerte, Gay Talese”) en una de las primeras páginas de su último best seller: El motel del voyeur. El libro narra la historia de Gerald Foos, un ‘voyeur’, dueño de un motel en Denver, que llevó un registro del comportamiento sexual de sus huéspedes, después de espiarlos –por décadas– a través de los conductos de ventilación.

Controversial, El motel del voyeur despertó un intenso debate ético sobre los límites del periodismo, y después de que The Washington Post pusiera en duda la consistencia de algunos datos, fue catalogado como un gran desastre periodístico.

-¿Qué lecciones le dejó este libro? Su publicación generó mucha controversia…

-Nada pasó después de este libro.

-¿Nada?

-Todo lo que hago, en algún punto, genera controversia; todo lo que hago es controvertido. Lo que quiero decir es que no es la primera vez que pasa. También pasó con mi libro acerca de la mafia (Honrarás a tu padre) y con mi libro acerca del sexo (La mujer de tu prójimo).

-¿No ha sido esta la historia más controversial de todas?

-¡No! ¡Lo que estoy escribiendo ahora es mucho más grande! Pero insisto: ¡no voy a hablar de ella! Este es un libro chico.

-Pero un libro chico que le implicó un mal momento en su carrera después de que The Washington Post descubriera inconsistencias en el relato…

-¿Viste el ‘show’ de Netflix? –dice, refiriéndose a Voyeur, el documental que retrata la seguidilla de eventos que fraguaron el lanzamiento de su libro–. Ahí está todo.

-¿Qué aprendió?

-Nada. Todo lo que hago, en algún punto, genera controversia; todo lo que hago es controvertido. Lo que quiero decir es que no es la primera vez que pasa

 

-¿Ni la lección del problema que hay cuando uno entrevista a una única fuente para un reportaje?

-Tenía dos fuentes; a la esposa también. Y eran dos esposas: la primera, que falleció, y después hubo otra esposa.

-¿No cree haber perdido credibilidad?

¡No! ¡Absolutamente no! La mujer de tu prójimo fue un libro muy grande. Y sí afectó mi vida completa. Esto es nada, nada. Este es un libro chico. Los medios exageraron, pero no me importa.

-Muchos se preguntaron: ‘¿Qué pasó con Gay Talese?’…

-Bueno, nada pasó con Gay Talese.

 

 

A principios de año, la editorial Alfaguara reeditó en español su libro El puente, que describe las historias de los trabajadores tras el levantamiento del puente que une Brooklyn con Staten Island. Han pasado 50 años desde que escribió la que ha sido considerada una de las cumbres del periodismo del siglo XX, y lo primero que  dice al respecto es que hoy nadie escribe de los hombres trabajadores.

“Los periodistas hoy, como son educados, quieren estar solo con gente educada. Van a restaurantes y a fiestas, toman vino, tienen a sus hijos en el mismo colegio. Viven en este círculo del éxito, pero no están interesados en conocer el mundo de la mayoría de los estadounidenses. Los periodistas andan con estos estúpidos laptops y se la pasan encima de esos malditos celulares. Nunca han tenido una conversación con quienes no son ‘fundamentalmente interesantes’. Para mi libro El puente pasé tres o cuatro años rondando a un grupo de trabajadores. A mí me gusta escribir de ellos. ¿Y sabes por qué? Porque nadie ha escrito de ellos antes. Y en esto soy pionero. Los periodistas no están interesados en una camarera, en el que prepara las hamburguesas, o tal vez el tipo que está conduciendo un camión de leche, o quizá alguien que trabaja para una compañía eléctrica y hace el cableado”.

Luego cuenta que solo lee prensa en papel –es lector de The New York Times–. Y que no tiene celular. Nunca ha tenido y no le interesa tener.

“La imaginación del periodista ha sido anulada. Los periodistas hoy no ven. Están inmersos en la tecnología. Ahora, todos están hablando con personas que tienen el mismo tipo de instrumento –se refiere al celular–. Todos tienen uno de esos –dice apuntando al mío–. Yo no. Hoy los periodistas se la pasan hablando con la gente que también tiene celulares. Solo basta que los observes en las calles, en el metro, todos mirando al suelo. Los periodistas se la pasan mirando al suelo, no ven el segundo ni el tercer piso. No ven lo que hay en las calles”.

-Entonces, ¿qué ven?

-Solo se ven a sí mismos. El periodismo se ha transformado en algo tan insular. El periodismo hoy es “yo, yo, yo”. Los periodistas quieren estar con las estrellas, con los líderes políticos, con los banqueros, con los personajes deportivos, pero no pasan tiempo con la gente común y corriente.

-¿Por qué cree que pasa esto?

-Porque no saben cómo hablar con ellos. Nunca han hablado con ellos. Han ido a muy buenos colegios. Han ido a Harvard, a Yale, a Stanford, a Purdue. Y cuando salen de la universidad, se juntan con estudiantes universitarios como ellos y luego van a trabajar a Nueva York, a Washington o a Boston, y se juntan con graduados como ellos mismos en universidades. Van a la misma piscina, a los mismos centros médicos, a los mismos centros de yoga y de pilates. Pero no tienen una idea de que el 80 % de la gente en Estados Unidos no tiene nada en común con ellos. Ese 80 % no está en las noticias. Los periodistas no quieren estar con quienes no están interesados en el logro, solo quieren estar con los que lo están. Y se la pasan trabajando para pagar las cuentas.

-¿Qué opina de Trump?

-No me interesa escribir sobre él. Para mí, Trump no es nada. Pero los diarios escriben de él todos los días, porque es más fácil. El Presidente y la prensa son demasiado parecidos. Él (Trump) le está dando a la prensa lo que ellos quieren y ellos le están dando a él lo que él quiere: atención. La estúpida prensa no entiende eso. Así, el Presidente prospera en las noticias.

-¿Qué es lo que más le molesta?

-La actitud de los periodistas. Los periodistas obtienen placer y satisfacción atacando al poder, pero también obtienen satisfacción lastimando a las personas. No hay mucha compasión. El periodismo hoy está motivado por la ira y la venganza. Y el tener un Presidente enojado y vengativo, tal como el que nosotros tenemos, con una enojada y vengativa prensa, me ha traído gran tristeza en mis últimos años de vida. Cuando tenía 20 años, los estadounidenses eran admirados. Hoy no nos miran con respeto, porque no somos respetuosos. Somos agresivos, nada humanos. Los periodistas son oportunistas, el Presidente es oportunista. Tienes noticias falsas y un Presidente falso. Es un matrimonio terrible.

-Se ha planteado que las noticias falsas son una oportunidad para que el periodismo se empodere y los periodistas hagan su trabajo…

-Ellos no pueden hacerlo (dice desanimado).

-¿Por qué?

-No tienen la imaginación para escribir sobre una persona común y corriente, poco interesante. Tienen que ser grandes escritores para escribir sobre alguien así. Saul Bellow u Octavio Paz.

Han sido años difíciles para él. En medio de la difusión de su último libro, sus declaraciones en eventos públicos han sido blanco de duras críticas en redes sociales. “Uno no puede hablar ahora. No puede decir qué piensa. Las redes sociales distorsionan tanto lo que dices”. Y pone un ejemplo.

Hace un año, en noviembre de 2017, durante una lectura en la Biblioteca Pública de Nueva York, con una audiencia que superaba las trescientas personas, un reportero le preguntó sobre quién le gustaría escribir, y Talese respondió que del actor Kevin Spacey, justo cuando se habían hecho públicas las denuncias en su contra de parte de varios hombres por acoso sexual.

“Yo pensé: ‘De ser el actor más famoso, en un minuto Kevin Spacey pasó a estar en cero’. A ver, yo escribo de las pérdidas. Una de mis piezas más famosas es El perdedor (un perfil del boxeador Floyd Patterson). Y yo he escrito de eso: de Frank Sinatra cuando estaba acabado, de John Dimaggio cuando estaba acabado, de la mafia cuando estaba perdiendo la guerra. Y es poder verlos desde el otro lugar, no los vencedores, pero sí los perdedores”, dice.

Sin embargo, muchos medios tildaron su respuesta como una “defensa a los depredadores sexuales”. Esto, porque inmediatamente después de decir su nombre, Talese interpeló a su audiencia diciendo que en el pasado todo el mundo ha hecho algo de lo cual se avergüenza. “Incluso el Dalái Lama”, sentenció.

-Hay artículos que sugieren que usted desaprueba el #MeToo. ¿Es cierto?

-¡Han dicho que a mí no me gustan las mujeres, que soy misógino! ¡Y eso no es verdad! Tengo una esposa con la que he estado casado por 60 años, tengo dos hijas. ¿Por qué dicen que no me gustan las mujeres? Eso es incorrecto. Pero no puedo corregirlo. Los medios no tienen ningún respeto por la verdad. Quieren golpearte, noquearte y hacerse un nombre para ellos con eso. ¡Pero esto no es buen periodismo!

Los periodistas quieren estar con las estrellas, con los líderes políticos, con los banqueros, con los personajes deportivos, pero no pasan tiempo con la gente común y corriente

-Hoy ya hay agencias que generan titulares con algoritmos, ¿está en peligro el oficio?

-Creo que los novelistas son la única gente… La verdad proviene de la ficción, de los grandes escritores… En la década de 1930 tal vez fue Ernest Hemingway, y antes León Tolstói, Marcel Proust, Fitzgerald, o Gabriel García Márquez. Escritores que ven el mundo no como el periodista, pero que entienden al personaje (detrás de la fuente), tienen, de alguna manera, un sentido completo de la experiencia humana. Pero hoy el periodismo es como cuando alguien tiene relaciones sexuales contigo por una noche y luego no lo vuelves a ver.

-¿No siempre fue así?

-Para hacer este libro –apunta a una copia de El motel del voyeur-, estuve en contacto con ese tipo por treinta años. No hubiera (publicado) si él no hubiera estado dispuesto a aparecer con su nombre. Me he negado a aceptarlo en mi carrera. Mis lectores deben saber con quién diablos estoy hablando. Hoy todo es sin la fuente. Así que insistiría que las publicaciones se hagan con los nombres reales y, en caso contrario, que los periodistas escriban ficción. Pero yo no escribo ficción. Yo encuentro historias y trato de contarlas, pero no invento nombres ni escenas –dice dando por finalizada la conversación y sugiere que sigamos hablando mientras caminamos.

-¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como un reportero dedicado y un escritor elegante. Siempre me he enorgullecido de escribir bien, lo que nunca ha sido un ejercicio fácil. Creo que la marca de un reportero que escribe bien es tener su trabajo (su periodismo diario) legible y lo suficientemente digno para luego ser recopilado y publicado en un libro. He tenido cinco colecciones, creo, muchas de ellas impresas en idiomas extranjeros. ¡Pero basta ya de presumir!

 

Fuente: El Mercurio -Chile