Una alegría para los tímidos, los reservados, acaso los pobrecitos fóbicos sociales. Parece ser que tras la pandemia ya no queda feo guardarse en casa ni no ser -nunca- el alma de la fiesta. Si hasta salen libros en manada festejando a los “raros” y serlo casi que es cool.
El mito de que saldríamos de la epidemia de la covid-19 y del confinamiento fortalecidos, siendo mejores personas, más altos y más guapos, parece que ha quedado claro que no va. Pero debemos reconocer algo, hay un asunto que sí se ha visto favorecido por esa temporada en el infierno centrada en la comunicación no presencial, en estar en casa sin ver a otros por obligación y de socializar a distancia. Se trata del auge, del “blanqueamiento”, de los introvertidos.
Hasta hace nada serlo era un lastre. Nuestras madres nos animaban a ser más sociables en el parque y a relacionarnos con desconocidos, en una serie de órdenes contradictorias que iban del “juega con esos niños (a los que no conoces de nada)” a “no hables con desconocidos”; en el trabajo inventaban reuniones para realizar actividades “extralaborales” que hacían formar equipo y en las que los tímidos sufrían terriblemente; en las fiestas se les animaba con un “no seas soso, baila” o “¿te ha comido la lengua el gato?”. Había una confabulación establecida, aceptada, para que los “ya sabes cómo es”, “no, si cuando agarra confianza es simpático”: los raritos dejaran su mutismo, su necesidad de estar solos y vivieran en una verbena continua.
Pero se acabó la era de denostar a los callados, poco alma de la fiesta, incapaces de hablar del tiempo en la máquina del café de la oficina. Ahora tienen una etiqueta, son los “introvertidos” y si nos guiamos por la cantidad de libros de autoayuda que se han publicado durante los dos últimos años con esa palabra en el título, nos fijamos en los grupos jocosos al respecto de Facebook o por el éxito de camisetas con frases como: “No me llames callado, no me llames raro: no me llames” o “Introvertidos unidos. Cada uno en su casa” o “Introvertido. Un experto en distancia social”, podríamos incluso decir que serlo está de moda.
El asunto de los libros y las charlas TED sobre el tema es especialmente interesante. Hasta hace poco el meollo giraba acerca de cómo dejar de serlo o cómo aparentar que uno no lo es. Los títulos eran: “¿Cómo hablar de cualquier cosa con desconocidos? Cinco frases infalibles” o “Aprende a ser rey de la fiesta. No te quedes en una esquina”. Ahora, en cambio, si uno se da una vuelta por una librería de Estados Unidos (lo cual significa que en cinco minutos será lo que ocurrirá en el resto del primer mundo) ve volúmenes que rezan: “El introvertido pujante: abraza el don de la introversión y vive la vida que estás destinado a vivir”, de Thibarut Meurisse”, “El poderoso propósito de los introvertidos”, de Holley Gerth o “El poder silencioso. Las fortalezas ocultas de los niños introvertidos”.
En ellos se habla de lo valioso que es el silencio en un mundo lleno de ruido o cómo la soledad (como forma de recargar pilas) y actividades para las que se necesita el aislamiento son esenciales para triunfar en este mundo. Resulta curioso este cambio repentino de paradigma. Y está claro que tiene que ver con ese tiempo en los que los introvertidos podían practicar con absoluta impunidad y sin buscar excusas para sus actividades favoritas: no salir de casa, comunicarse por escrito, mantener una distancia prudencial si se encontraban con alguien, no subir en el ascensor con nadie, no abrazar al tuntún.
El empoderamiento de los poco sociables en esa temporada del 2020 y el 2021 ha hecho que salgan de sus guaridas y que puedan proclamar sin miedo al ostracismo (bueno, un poco no les importa) que no van a ese acto social no porque les duele la cabeza sino porque odian los sitios llenos de gente y que para ellos que un bar tenga “ambientazo” es que esté medio vacío.
Einstürzende neubauten, ese grupo de rock experimental, siempre en la vanguardia, ya lo decía hace años: “El silencio es sexy”. Y en la era en la que todo el mundo tiene algo que decir, parece que más que nunca.
FUENTE: diario Público.