Gabriela Comte es una gran editora. Heredera de una familia con tradición artística, ahora muestra su faceta de cantante, cultivada durante varias décadas como acompañante. El resultado se llama Un rosario.
Gabriela Comte nació en una familia de artistas. La hija de Emilio Comte y Silvia Merlino, dos de los actores de La familia Falcón, llegó a aparecer de pequeña en aquella exitosa ficción. No le dio por la actuación, sino por el canto. Pero fue algo secreto, en un segundo plano, acompañando a otros artistas mientras se destacaba en la edición de libros. Hasta que finalmente dio el salto y este año vio la luz su primer trabajo solista, Un rosario, junto al pianista Claudio Cardone (responsable de los arreglos), y que contó con la colaboración de María Ezquiaga en coros (en “Ven Vení” de Luis Spinetta) y Jorge Fandermole en un tema de Hugo Fattorusso. Pensado como un disco conceptual, el arte de tapa correspondió a Gabriela Di Giuseppe, y también aportó lo suyo uno de los grandes artistas plásticos de la Argentina: Eduardo Stupía.
“Empecé a cantar a los 14 años, o sea que tengo 40 años de carrera, pero en discos de amigos, y ahora me largué sola”, cuenta Comte, responsable, como editora, de varios de los libros periodísticos más importantes de los últimos años.
-¿Por qué te decidiste a hacer el disco ahora?
Me largué a cantar hace seis o siete años, por la invitación de unos amigos en Palermo, después de muchos años de participar en discos de otros. Pensé que no me lo iba a poder bancar, pero me gustó, y me insistían con que grabara.
-El disco resultó ser con un pianista…
Siempre canté con piano o guitarra. Me pude dar algunos gustos, tocar con Darío Jalfin, gran pianista y arreglador, que en Un rosario fue ingeniero de grabación; o en su momento con Edgardo González, guitarrista de 34 Puñaladas. Me daba un poco de miedo encarar un disco, pero me convencieron, y se dio de hacerlo con Cardone, amigo en común con Adrián Abonizio.
-¿Cómo armaron el repertorio? Hay temas de Abonizio, Spinetta, Gabo Ferro, Fandermole, Raúl Carnota…
-Son todos temas de amigos, estuvimos como tres años seleccionando el material. Algunos son más amigos que otros. Carnota era un tío para mí, Gabo Ferro lo conozco por una amiga en común, Spinetta era muy amigo de Claudio y tocaban juntos, más Fander. Digamos que el hilo conductor es la amistad. Por eso el nombre, por el rosario, que son cuentas que se conectan. Yo digo que las canciones son oraciones paganas.
-Y además se asocia a la ciudad…
-Claro. Por Fander y Abonizio. Sí, la ciudad se agrega al campo semántico. Adoro Rosario, digo que soy una falsa rosarina. El disco lo presentamos en el CCK y después tuvimos la oportunidad de ir a tocar a Rosario, a Plataforma Lavardén, donde estuve varias veces de acompañante. Pero hay algo más: Rosario quiere decir corona de flores, según me dijeron. Entonces pensé en las figuritas antiguas y por eso el arte de tapa con las flores. Ahí metieron mano Stupía y Gaby Di Giuseppe. Mirá vos, ahora edito libros de arte, se juntaron dos mundos: la música y el libro, todo muy conceptual.
-¿Por qué se te dio por la música más que por la actuación viniendo de un hogar de actores?
-Crecí en un ambiente súper artístico. Mis viejos eran famosos, pero laburantes. Hasta que tuve siete años estuvimos en casa de mis abuelos y alquilábamos. Mi vieja tenía un solo par de medias, que cuidaba como oro, las amigas también. Mi viejo llegó a grabar un par de discos con big bands, temas de Nat King Cole, más “Juntitos, juntitos”, el tema de La familia Falcón. A los cumpleaños venían músicos de jazz, Palito Ortega, más los hermanos Berón, unos tangueros que eran parientes de mi abuela. La música entró por ahí, pero a la vez, mis viejos no querían que yo hiciera algo ligado al espectáculo.
-¿Y eso te llevó a Letras?
Sí, porque me gustaba leer. Igual yo ya estaba enganchada con la música. A los 14 años descubrí a MIA, Músicos Independientes Asociados, y ahí entré en contacto con Alberto Muñoz. Me habían invitado a un concierto y los conocí, y al tiempo estudié canto con Liliana Vitale y me ligué a ellos. Conocí a otros músicos, grabé en discos de Lito Nebbia o producidos por él.
-De Letras llegaste a la edición, y te tocó una etapa muy especial, que fue la facultad de Filosofía y Letras en el retorno de la democracia, ¿cómo fue eso?
-Entré con muy buen promedio, pero me costó recibirme, si me aburría dejaba. En verdad, no sabía qué estudiar y Pablo Alabarces, con el que nos conocemos de chicos, me sugirió Letras. Él ya llevaba un año y me iba a pasar los apuntes. En mi camada estaban Carlos Gamerro, Jorge Consiglio y Pablo De Santis. En Filo también estaban Alan Pauls y Charlie Feiling, que eran un año más grandes. Y con la democracia llegaron profesores como Nicolás Rosa, la China Ludmer, Piglia, Sarlo…encima la carrera se agilizó por un cambio en los planes de estudio después del 83. Interactuábamos con otras carreras, mi grupo de amigos viene de ahí.
-¿Cómo llegaste a la edición?
-Me encontré en la calle con un compañero de la facultad, que me recomendó ir a Estrada, donde faltaba gente. En ese momento hacía de todo en una revista de divulgación científica. Me fui a Estrada y desde entonces me dediqué a editar libros.
-¿Y con el canto que pasaba?
-No lo abandoné, tuve épocas en las que cantaba más o menos. La canción me permitió conocer a otro que extraño tanto como a Carnota: Gerardo Gandini. Los dos me empujaban a dar el paso y yo no me animaba.
-¿Va a haber un segundo disco?
Es la idea. Tal vez a mediados del año que viene lo grabemos. En principio se llamaría ADN, porque quisiera que el material fueran canciones de cuando yo era chica, esas que me sabía de memoria y que en algunos casos después se consideraban grasa. Temas de Sandro, de Roberto Carlos…me acuerdo un tango precioso que sonaba en mi casa, “Palomita blanca”. Temas del rock nacional, boleros, la canción italiana. Mina cantaba “Tres palabras”, un bolero muy lindo. Lo que circulaba cuando no había música en inglés, que ahora se revalorizó. Manzanero, que te miraban feo si decías que te gustaba.
-¿Cómo definirías a Un rosario?
Es un disco de canción urbana, música que viene de la ciudad. Traté que las canciones fueran lo más despojadas posible del género de origen, de ir al hueso de la letra, la música y la armonía. Por eso elegimos temas tanto por la música como por la letra. En la música popular es muy delicado el tema de la letra. No es poesía, no tiene las mismas reglas, hay algo actoral. Es como con el cuento y la novela: pertenecen a la narrativa, pero son cosas distintas, hay otro efecto.
-Tenés vínculos con los músicos de la Trova rosarina, y se nota en el disco: el nombre, Abonizio, Fandermole…
Fander creció mucho, no tanto como debería. Abonizio es un gran olvidado, y es el punto intermedio entre el tango y el rock. A la Trova la descalificaron con los años, por estar ligada al 82, a Malvinas…hubo intereses creados de las discográficas y ellos son independientes.
-Curiosamente, el disco se hizo tanto en Buenos Aires como en Rosario.
-Sí, las voces las hicimos en el estudio de Jalfin, y el piano se grabó en Rosario. Y Fander grabó en su casa. Con él nos conocemos del 92, alguna me dijo que si yo hacía un disco, él hacia los coros en un tema. Y así fue como se prendió para “Alas blancas”, de Hugo Fattorusso.
-¿Cuál es el balance de haber encarado el primer disco solista?
-Estar de este lado del mostrador fue dificilísimo. No es lo mismo producir a otro que autoproducirse. Por eso celebro la manera en que se involucró Cardone. Si bien el disco no es un dúo, Claudio tuvo un compromiso enorme sin ser músico de sesión, porque le gustó. Veremos cómo sigue. Encima todo muy romántico, ¿no?, cuando el disco como soporte parece estar en retirada. El primer disco me llevó cuarenta años, espero que el segundo no insuma tanto tiempo.