Arrastra multitudes en las redes, sus libros son gigantes best sellers, sus videos son descargados y reverenciados por millones de personas en todo el mundo. Un éxito que habla de un mundo que no se lleva bien con las posesiones y que, pareciera, precisa que alguien venga a poner un poco de orden.

En 2014, a los 29 años y con el lanzamiento internacional de La magia del orden, Marie Kondo se convirtió en una “rock star” del mundo editorial. A los 7 millones de ejemplares vendidos de este primer título se sumaron otros tres volúmenes y millones más de lectores, seguidores en las redes y descargas de sus videos. Durante varios meses encabezó los rankings de libros más vendidos en Estados Unidos y otros países, incluida la Argentina. En 2015, la revista Time la eligió como una de las 100 personas más influyentes del mundo. Acaba de estrenar una serie en Netflix, sus libros siguen vendiéndose de manera exponencial y todos los medios hablan sobre ella.

El mensaje de Marie Kondo es simple. Ordenar nuestras casas ordenará nuestras vidas. Y lo primero se logra desechando la mayoría de nuestras cosas y colocando en el lugar adecuado las que son necesarias o aquellas con las que tenemos un vínculo afectivo.

Las causas del fenómeno Kondo son más profundas. Manifestar la necesidad de ayuda por una “asfixia de cosas” parece, a priori, una muestra de insensibilidad en un mundo con millones de pobres. Pero la gente habla de Kondo, comparte sus videos en las redes, recomienda sus libros, cuenta abiertamente cómo le cambia la vida.

El enorme interés que despierta es un signo de esta época. Los libros de Kondo no hubieran tenido éxito hace 50 o 100 años. La escasez fue, hasta fines del siglo XX, el principal problema para la mayoría de la humanidad. En los países desarrollados del siglo XXI, por primera vez, el exceso de cosas es un problema que afecta a más personas que su ausencia. En el libro Abundancia, Peter Diamandis y Steven Kotler pronostican que, gracias a los avances tecnológicos, eso ocurrirá con todos los seres humanos en una generación (1).

Un estudio publicado en el diario Los Angeles Times afirma que el hogar norteamericano promedio alberga más de 300.000 ítems. Una nota de The Wall Street Journal agrega que los estadounidenses consumen más de un billón de dólares anuales en bienes no esenciales (unos 18.000 dólares por hogar). Un artículo de The Daily Mail, por su parte, apunta que los ingleses pierden casi 200.000 objetos a lo largo de una vida y que dedicarán a su búsqueda el equivalente en horas a 153 días.

Un mapa material

Las estadísticas nos llevan a interrogarnos sobre la dinámica de consumo que genera la expansión geométrica de las cosas, las causas y consecuencias del abaratamiento en su producción, el esfuerzo que intercambiamos por su adquisición, el ritmo de su obsolescencia, el costo -en tiempo- de la acumulación y el desorden derivado de ella. También nos impulsa a indagar de dónde vienen y adónde van esas cosas. Cuál es el impacto ambiental del ciclo acelerado de su generación y desecho. Qué impacto económico, en una sociedad, tendría una eventual disminución de la intensidad de su consumo. Y a preguntarnos cómo podemos lograr que lo que es superfluo en ciertos hogares llegue a aquellos en los que sería valioso.

Puertas adentro, también es interesante pensar qué nos dice la selección progresiva y la distribución que hacemos de todas nuestras cosas en el lugar donde vivimos. Cuánto simplifican nuestra vida y cuánto la obstaculizan, por qué exhibimos unas y ocultamos otras, cuántas y cuáles conservamos y eliminamos, qué refleja la estética barroca de una casa nutrida de objetos o una contrapartida austera, cuánto revelan de nuestra biografía o cuánto la desdibujan, en qué grado esa suma de cosas es una medida posible de nuestro éxito o de nuestro fracaso.

Del mundo físico al virtual

El fenómeno Kondo es una marca de nuestra era. Pero el cambio también se prefigura en las generaciones jóvenes que muestran un desprendimiento más extendido frente a lo material y una preferencia por las experiencias (sobre todo si son “instagrameables”). Muchas de las cosas que los más grandes usualmente acumulamos en grandes cajas en los estantes superiores de nuestros roperos (fotos impresas, CD, casetes, cartas) generan una curiosidad arqueológica en los millennials. Ellos también acaparan testimonios o colecciones equivalentes pero lo hacen exclusivamente en sus dispositivos electrónicos o en la nube.

Probablemente el próximo “fenómeno Kondo” lo encarne quien ayude a ordenar la infinidad de bits que conforman las imágenes dispersas en redes, las listas de preferencias audiovisuales, los archivos con información, los intercambios de mails o las charlas de whatsapp. Hoy acumulamos más basura virtual que física (2). Hay redes o aplicaciones de mensajería, como Snapchat o Telegram, donde el contenido se borra poco tiempo después de haber sido publicado o transmitido.  Pero la mayoría de las huellas digitales de los usuarios permanecen en la web. Allí están los contenidos que pueden destrozar sus vidas. También, por el contrario, aquellos que pueden orientar el diseño de un destino nunca antes tan abierto o posibilitar una reconstrucción biográfica con una precisión inédita en la historia de la humanidad.

(1) De acuerdo con datos del Banco Mundial y el estudio sobre inequidad de Bourguignon y Morrison publicado en American Economic Review, más del 80% de la humanidad vivía en extrema pobreza hasta principios del siglo XX. Más de la mitad, hasta 1980. Y 10%, desde 2015. Medido en moneda constante, el ingreso anual per cápita pasó del equivalente a U$1.000 en 1900 a más de 7.000 en la actualidad. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, hoy hay más muertes ocasionadas por sobrepeso que por desnutrición. En términos porcentuales, el exceso afecta más a la población global que la miseria. Hoy hay muchos objetos que suplantan en muy poco espacio a una gran gama de cosas (3.000 millones de personas tienen en sus manos, con un smartphone, acceso a funciones que antes desempeñaban muchas cosas en una casa. Un televisor, una radio, una linterna, una cámara de fotos,  juegos, un teléfono, una enciclopedia, una biblioteca, etc). No obstante, la mayoría de los hogares tienen más cosas que nunca antes.

(2) Martín Hilbert, asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y profesor de la Universidad de California, señala que si convirtiéramos toda la información albergada en internet a lenguaje escrito se reuniría en 8.000 pilas de libros desde la Tierra hasta el sol. Serían 16.000 en dos años, 32.000 en cuatro y así sucesivamente.

Fuente: La Gaceta

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