El éxito le llegó desde su primera novela y terminaría de consagrase con A sangre fría. Fue polémico hasta el límite y extremadamente inteligente a la hora de la provocación. En esta entrevista, Capote habla de la fama, el oficio de escribir, de sus miedos más profundos y, por supuesto, de personajes a los que detestó como Jean-Paul Sartre, Jasper Johns, Mick Jagger y Bob Dylan, y descalifica a Borges.
En la noche del 28 de noviembre de 1966, en el hotel Plaza de Nueva York, se congregaron celebridades, políticos, escritores y toda la gente más bella y poderosa de la alta sociedad norteamericana. Era la noche del baile Blanco y Negro. La lista de invitados llegaba a unos 500 nombres, entre estos Andy Warhol, Jackeline Kennedy Onassis, Greta Garbo, Oscar de la Renta, Marlene Dietrich, Norman Mailer, Frank Sinatra, embajadores, senadores de los Estados Unidos y príncipes y princesas europeos. Todos debían usar una máscara que les ocultara el rostro completamente. ¿El motivo? Tras el éxito de su libro A sangre fría, Truman Capote había decidido celebrar su popularidad, celebrarse, como solo él podía hacerlo. La fiesta sin duda fue un éxito: Capote fue el centro de atención, el tema de la noche y el testigo de los ires y venires de los personajes con los que otros norteamericanos solo llegaron a soñar.
De origen sureño y con una voz “tan chillona que solo podría oírla un murciélago”, como dijo alguna vez su amigo el dramaturgo Tennessee Williams, Capote fue introduciéndose con cuidado en las altas esferas de la cultura norteamericana gracias a su pluma aguda, precisa y capaz de producir imágenes encantadoras a partir de realidades desgarradoras. Su primer gran éxito, la novela Otras voces, otros ámbitos, llegó cuando apenas tenía 24 años.
En 1958 publicó Desayuno en Tiffany’s y en 1965 se consagró con A sangre fría, un relato de no ficción en el que trabajó seis años, que cuenta el asesinato de una familia de Kansas a manos de dos ladrones comunes, a los que Capote acompañó hasta el momento en que fueron ejecutados y que, según él, marca el inicio del periodismo narrativo. En 1980 apareció Música para camaleones, una antología de relatos cortos y algunas piezas de no ficción, incluida la semblanza que hizo de Marylin Monroe y el famoso diálogo con su gemelo imaginario en el que se confiesa alcohólico, drogadicto, homosexual y genio.
En su destino estaba escribir la gran novela norteamericana. Y casi lo hizo. Para mediados de la década de 1970, la revista Esquire publicó capítulos de su “novela de no ficción” Plegarias atendidas y la enemistad de los personajes que antes lo recibieron en sus intimidades no se hizo esperar. Celebridades, millonarios, príncipes y princesas, ninguno quedaba bien parado ante este Capote. Sin embargo, el libro no llegó a publicarse sino hasta después de la muerte de Capote como “la novela sin terminar”.
-Usted siempre ha pensado en sí mismo como un ternero de dos cabezas. Es decir que a sus propios ojos se sentía diferente, un bicho raro. ¿Es esa realmente la opinión que tiene de sí mismo?
-Dije eso acerca de mí mismo, pero en realidad me refería a todos los artistas. Creo que todos los artistas son terneros de dos cabezas. El ser artista le separa a uno de las cosas en general. La mente trabaja a una escala más activa, más veloz, más sensible y resuelta que la de la mayoría de la gente. La mayor parte de la gente tiene, digamos, diez percepciones por minutos, mientras que un artista alcanza sesenta o setenta en el mismo tiempo.
-En el último relato de Música para camaleones, “Vueltas nocturnas”, escribió usted sobre esa dificultad. El relato se hizo famoso por unas líneas finales en que decía: “Pero no soy un santo. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. ¿Qué relación hay entre su vida actual y lo que escribió entonces?
-Pues no soy alcohólico. Tuve una época alcohólica, una vez. No soy drogadicto en absoluto. En una ocasión pasé una breve etapa de tomar pastillas. Solo puse eso allí como una especie de broma, pero cuando se saca del contexto, cosa que han hecho un montón de críticos, suena bastante raro.
-¿Bromeaba sobre lo de ser genio?
Lo dije con una especie de doble sentido. La mitad lo dije en serio y la otra mitad en broma.
-¿Qué es un genio para usted?
El ser capaz de hacer algo de manera tan excepcional que nadie más pueda hacerlo.
-Ha dicho usted que se ha sentido muy alejado del autor que escribió su primera novela, Otras voces, otros ámbitos. Es el libro que verdaderamente le convirtió en un personaje famoso, ¿no es así?
-Sí. La novela recibió críticas muy buenas. Fue un éxito de público. Pero, curiosamente, la fotografía que venía en contraportada despertó mucha controversia. Durante doce números seguidos, la revista Time no dejó de publicar algún comentario malicioso sobre mí. Se escribió y se dijo toda clase de cosas verdaderamente horribles.
-¿Solo por la fotografía?
-Sí.
-¿Cómo le afectó la fama? Era muy joven entonces.
-¡Hmmm…! Eso no lo sé con claridad. No puedo afirmar que me hiciese completamente feliz, porque desde luego no era así. Me causó muchos problemas y cambió mi vida por entero. La mayoría de la gente que se hace famosa de la noche a la mañana se encontrará con que pierde prácticamente el ochenta por ciento de sus amigos. Por alguna razón, los amigos de siempre no lo soportan. Lo he comprobado una y otra vez, y los que han pasado por el mismo trance concuerdan conmigo. Tenía muchos amigos y los perdí de un día para otro.
-¿Cuándo se hizo indiferente hacia la fama? ¿Cuándo pudo ignorarla?
-Pues en seguida. Tardé unos dos años.
-Dos personas cuyas opiniones respetaba usted pensaban que era muy sensible a la crítica: Camus y Willa Cather.
-Sí, lo dijeron, pero no es cierto. Se hicieron esa idea porque solía lamentarme de cosas que se escribían sobre mí. Hasta su muerte, Camus fue mi editor en Francia, en Gallimard. Willa Cather era gran amiga mía. Yo les decía lo que me molestaba, y por eso pensaban que yo era demasiado sensible a la crítica, pero en realidad no lo era. Yo solo me refería a la falsedad de ciertas cosas.
-Consiguió algo de una buscadora de autógrafos en un bar de Key West. ¿Es una historia divertida? ¿Podría contarla?
-Fue en un bar de Key West que estaba muy, muy lleno. Yo estaba allí sentado con Tennessee [Williams]. Una mujer se acercó a nuestra mesa; llevaba una blusa corta, se la remangó sobre el vientre y me tendió un lápiz de ojos. Me dijo: “Quiero que me ponga un autógrafo en el ombligo”. “¿Cómo?”, contesté yo. “Escríbalo como los números de la esfera de un reloj”. “Ah, no; olvídelo”, le dije. Pero terció Tennessee: “Venga, vamos, adelante”. Así que escribí mi nombre T-R-U-M-A-N-C-A-P-O-T-E. Justo alrededor de su ombligo, como un reloj. Eso produjo cierto silencio en el bar. La mujer volvió a su mesa y su marido estaba furioso. Estaba muy borracho, se levantó de la mesa y se acercó con el lápiz de ojos en la mano. Me miró con un odio infinito, me tendió el lápiz de ojos, se bajó la cremallera de la bragueta y sacó el aparato. Para entonces había un silencio absoluto en todo el bar. Todo el mundo estaba mirando. Entonces dijo: “Como escribe autógrafos en cualquier sitio, ¿qué le parecería ponerme uno aquí?”. Hubo una pausa…, y le dije: “Pues no sé si podré escribir un autógrafo, pero tal vez sí pueda ponerle las iniciales”.
–¿Es cierto que desde la infancia nunca ha sabido recitar el alfabeto?
-No, no lo sé recitar. Creo que es porque en primer grado tuve una maestra que me tomó manía porque sabía leer muy bien. A los cuatro años ya sabía leer. Me enseñó mi prima Sookie, aunque ella apenas sabía. Al final la enseñé yo. Recuerdo que leía La isla del tesoro a los cinco años. Ella se cansaba y yo le daba un codazo. “Sook, despierta, ahora se pone interesante”. Leer me parecía la cosa más natural del mundo.
También sabe leer al revés, ¿verdad?
¡Hmmm…! El caso es que empezábamos a recitar el alfabeto y aquella maestra decía: “Extiende la palma de las manos”. Me daba un palmetazo con la regla y eso me creó una psicosis. No pude aprenderlo, y no sé decirlo.
Si ahora le pide que lo intente, ¿fallará por la P o por la Q?
No sé dónde me equivocaré, pero voy a empezar: A, B, C, D, E, E… (Vacila, empieza de nuevo). A, B, C, D, E, F, G, H, I, J… Q… L, M, N…, no sé.
Le creo. ¿Qué me dice de la aritmética: sabe restar?
Aprendí a restar una vez, después de trabajar mucho con un profesor particular, pero luego se me olvidó y ahora no sé. Sé sumar, pero no restar.
¿En su infancia era considerado un niño raro, incluso estúpido?
En realidad era muy popular entre los demás niños. Tenía muchos amigos. Creo que los profesores me tenían por raro. Lo que les desconcertaba era que supiese leer tan increíblemente bien, mil veces mejor que cualquier de la clase. ¿Recuerda el WPA de la década de 1930? Enviaron equipos de psiquiatras por todo el país para hacer tests de inteligencia, y todo un grupo de ellos se ocupó de las distintas zonas del sur. Llegaron a Alabama, al colegio en que yo estaba entonces, e hicieron el test de inteligencia. Volvieron al día siguiente y me pidieron que volviera a hacerlo, así que lo repetí y saqué una puntuación extraordinariamente alta. Por deseo suyo fui a Nueva York, acompañado por una tía mía, para hacer un test especial en la Horace Mann School. Tenía ocho años. Esa fue la primera vez que fui a Nueva York. Y después no volví a un colegio público normal. Fui a escuelas especiales.
Como comenzó a escribir por esa época sus años de formación fueron los del Sur, ¿no?
Bueno, al fin y al cabo todo lo verdaderamente importante me ocurrió allá. En cierto modo yo estaba solo, a pesar de un número increíble de parientes. Empecé a escribir a los ocho años. Quiero decir completamente en serio. Tan en serio, que jamás me atreví a mencionárselo a nadie. Me pasaba horas escribiendo todos los días, y nunca se lo enseñaba al profesor.
¿Qué escribía a los ocho años?
Cuentos. Y también un diario…
Fue por un perro por lo que casi estuvo a punto de matarse en un accidente de coche en 1966, ¿verdad?
¡Hmmm…! Fue en una solitaria carretera comarcal. Yo conducía un descapotable y llevaba un cachorro de cuatro meses sentado a mi lado. Saltó hacia la parte de atrás y casi se cayó del coche. Alargué mi mano con la intención de sujetarlo, pero perdí el dominio del coche. Solo había un árbol en toda la carretera, pero el coche chocó contra él de frente. Y yo salí despedido por el parabrisas. Tuvieron que hacerme una buena operación de cirugía estética en la cara. Tenía cicatrices, cortes tremendos y de todo. Pero tuve mucha suerte porque en el primer coche que pasó iban una enfermera y su marido. Yo no dejaba de perder y recobrar el conocimiento, pero ella logró detener parcialmente la hemorragia y fueron a una casa para llamar a una ambulancia que me condujo al hospital.
¿Recuerda lo que pensó mientras estaba allí tendido en estado de semiinconsciencia?
No paré de repetir los números de teléfono de todo el mundo que pude recordar.
¿Para mantenerse consciente?
Sí.
Debió tener un montón de números en la cabeza. ¿En cuántos amigos confía plenamente, Truman?
En unos siete u ocho.
¿Y ahora conoce gente y entabla nuevas amistades? ¿O lleva una vida demasiado atareada para hacer amigos?
Realmente tengo mucho que hacer, y ya tengo amigos suficientes. Si se tiene un amigo verdadero, la amistad es una ocupación que llena todo el tiempo. No se pueden tener muchos amigos porque entonces no hay verdadera amistad. Los amigos que tengo son personas que si fuesen al hospital, yo iría a verlos todos los días. No se puede tener mucho trajín de esa clase, sobre todo con la gente que yo conozco, que siempre están a punto de caer en una especie de…, bueno, en realidad, la mayoría de mis amigos es gente con mucha fortaleza, con mucha seguridad.
¿De qué tiene miedo?
Pues no me gusta estar solo durante un periodo de tiempo demasiado largo. Como todos aquellos meses que pasé solo en Suiza en aquel lugar escondido trabajando en A sangre fría, y el de todos los meses y años que estuve yendo y viniendo de Kansas, viviendo solo en moteles desconocidos y todo eso. Lo encontraba aterrador. Había algo inquietante en ello.
¿Cree que los escritores se hacen escritores porque no pueden hacer otra cosa? ¿O es esa una concepción demasiado romántica?
Si yo pudiera haber sido otra cosa que escritor, me habría gustado ser abogado. Habría sido un abogado maravilloso. Tal vez hubiera sido muy feliz.
¿Le parece que ha llevado una vida feliz como escritor?
En parte.
¿Qué papel ha tenido la suerte en su carrera?
Ninguno. Nunca he tenido suerte.
En el prefacio de Música para camaleones escribió usted que “cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo: y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. ¿Qué quería decir con eso?
Con eso quería decir que Dios le concede a uno un don, cualquiera que sea, el de componer música o el de hacer literatura, pero por mucho placer que ellos puedan producir, es algo muy doloroso para tenerlo toda la vida. Es una vida muy penosa la que consiste en enfrentarse todos los días con una hoja en blanco, rebuscar entre las nubes y traer algo aquí abajo. Es decir, yo siempre me pongo muy, muy nervioso al comienzo de la jornada de trabajo. Me lleva mucho tiempo empezar. Una vez que empiezo, voy tranquilizándome un poco, pero haría cualquier cosa por aplazarlo para más tarde. Debo tener unos quinientos lápices afilados, pero vuelvo a sacarles punta hasta dejarlos en nada. En cualquier caso, me las arreglo para escribir unas cuatro horas al día.
¿Dónde le gusta escribir normalmente?
En realidad escribo mucho en la cama.
¿Se considera muy productivo?
No sé lo que quiere decir eso.
Si escribir le cuesta tanto esfuerzo…
El hecho de escribir, no. Me cuesta esfuerzo antes, a la hora de iniciar el cuaderno. [Risas]. Aborrezco empezar el cuaderno. Una vez lo empiezo, todo va bien.
Cuando termina la jornada de trabajo, ¿lo deja en medio de un párrafo o en la primera frase del párrafo siguiente para volver a ello al día siguiente?
Sí, siempre lo hago, es una buena costumbre.
Pero, ¿no es una experiencia irritante?
¡Hmmm…!
¿Cuándo trabaja vuelve a leer antes de empezar a escribir un párrafo nuevo?
Lo que hago es trabajar cuatro horas al día y luego, normalmente por la mañana temprano, leo lo escrito y hago muchos cambios y correcciones. Mire, escribo a mano y hago dos versiones de todo. Primero escribo en papel amarillo, luego en papel blanco y, al final, cuando lo tengo más o menos resuelto de la manera que quiero, lo paso a máquina. Cuando lo escribo a máquina es cuando hago la corrección final. Después nunca cambio una palabra.
¿Hace anotaciones diarias?
No, diariamente no, quizá un par de veces a la semana. En esas dos ocasiones pongo al día acontecimientos del pasado.
¿Lo escribe para la posteridad, o son notas para utilizarlas en el futuro? ¿Emplea diálogo, o solo con notas de fragmentos?
Utilizo diálogo y descripción. En mi diario tengo una lista especial de personas verdaderamente despreciables. Ahora supera la cifra de cuatro mil.
Dígame algunos de los que ocupan los lugares más destacados de esta lista.
¡Dios santo! Repítamelo cuando me haya roto la cabeza pensándolo.
Usted cobra entre quince mil y veinte mil dólares por los artículos que publica en las revistas. ¿Se resiente su obra literaria del tiempo que dedica al periodismo?
No, no necesariamente. Siempre he escrito un montón de relatos para revistas. Y al final lo que se hace es reunirlos en un libro. Escribir esos relatos no es distinto de hacer un libro; fíjese en mi último libro, Música para camaleones, que fue un éxito entre el público y del que he vendido dos partes para el cine. En realidad se compone de relatos que había publicado en revistas.
¿Cree usted que ha influido algo en la literatura norteamericana?
Sé que he dejado una enorme huella en la literatura norteamericana por el influjo que he ejercido en escritores dedicados al periodismo. Quiero decir, querido mío, que eso lo he inventado yo. Otros van por ahí recibiendo premios por ello. [Risas].
¿Y abrirá nuevos horizontes en la literatura del mañana?
Ya lo he hecho. Los extractos que he publicado de Plegarias atendidas han abierto todo un campo nuevo que ya se está explotando de una manera increíble. Me refiero a todas esas novelas que utilizan gente famosa y esas cosas.
¿Es el periodismo la última gran frontera literaria inexplorada?
Creo que sí. Pero me parece que ambas cosas van a confluir como dos grandes ríos.
¿La literatura imaginativa y la basada en hechos reales?
Sí. Están llegando a su confluencia, separados por una isla que cada vez se hace más angosta. Los dos ríos juntarán de pronto sus cauces para siempre. Eso cada vez es más evidente en la literatura.
¿Qué escritores piensa usted que serán recordados en el siglo próximo?
Bueno, eso es muy poco tiempo. Pienso que muy pocos. Se recordará a muchos escritores por sus relatos breves, no por sus novelas. Hemingway, por ejemplo. Dentro de cien años se recordará a Hemingway –aparte de lo que yo piense de él–, pero será por sus relatos, no por sus novelas. Aborrecí El viejo y el mar. Creo que Faulkner estará entre los autores norteamericanos a los que se recordará por algunos relatos breves. Tal vez “Luz de agosto”. Creo que Willa Cather, aunque hoy día no se la lea mucho, conocerá un renovado interés por su obra. Es una extraordinaria escritora norteamericana.
¿Y escritores extranjeros?
Escritores extranjeros… Hay un par de autores sudamericanos que admiro mucho. Me gusta García Márquez, autor de Cien años de soledad. Tiene mucho talento. No creo que se recuerde a Camus, por mucho que me guste personalmente. Ni a Sartre ni, Dios nos asista, a Simone de Beauvoir.
¿Le gusta Borges?
Es un escritor de segunda categoría. Es muy buen escritor, me gusta, pero es de menor importancia.
¿Le alegró que García Márquez recibiera el Premio Nobel?
Para mí, el Premio Nobel es una burla. Año tras año se lo conceden a un autor prácticamente inexistente. Es decir, los autores norteamericanos que lo han recibido son increíbles. Sinclair Lewis, Pearl Buck. Está bien que se lo dieran a Hemingway. Está bien que se lo dieran a Faulkner. Pero ¿a Saul Bellow? Y no solo los norteamericanos. Todos los elegidos son, por lo general, muy pobres. Fue ridículo dar el Premio Nobel a Camus. ¿Por qué se lo dieron? ¿El extranjero? ¿Un par de libros de ensayo? Yo le tenía mucho afecto a Camus, no podía gustarme más, pero si alguna vez hubo un autor de segunda fila, ese era Camus.
En relación con los autores de que hemos hablado, ¿se ve usted en competencia con alguno?
Yo no pienso en mí mismo en relación con otros escritores y no me siento en competencia con otros escritores. Porque no escribo sobre las mismas cosas que ningún otro autor que conozca. Ni me interesan los mismos temas. Ni como personaje famoso tengo conflicto alguno con nadie. No siento ni la menor envidia de ningún otro escritor.
Proust dijo una vez que la impresión es al escritor lo que la experimentación es para el científico. ¿Está de humor para experimentar con algunas impresiones?
Adelante.
Empecemos con Andy Warhol.
Andy es una persona muy tímida con un talento extraordinario para hacer que otra gente le haga cosas.
¿Lo considera un artista importante?
Bueno, ha tenido gran influencia sobre una enorme cantidad de gente…
Usted no aprecia mucho a dos de los artistas más importantes de este país, Jasper Johns y Robert Rauschenberg, ¿verdad?
¿Los llama artistas? Yo no pagaría veinticinco centavos por un cuadro de Rauschenberg o de Jasper Johns. Sobre todo de Jasper Johns. Yo tengo un Rauschenberg, pero me lo regalaron. Lo tengo en un armario. ¡Hola Bob, qué tal!
¿Leyó Elvis su obra alguna vez?
No lo creo. Lo dudo. Era simpático, me cayó bien.
También conoció a John Lennon, ¿verdad?
Me gustaba John Lennon. Le conocí un poquito y me gustó mucho. Era muy inteligente. Una persona sensible, con muy buen corazón. A ella [Yoko] no la podía soportar. A la japonesa. Siempre se ponía paranoica. En mi opinión, es la persona más desagradable del mundo. Una majadera.
¿Qué opinión le merece Mick Jagger?
Mick es un pelmazo. Todos ellos me parecieron muy aburridos. Como músicos, nunca he tenido mucha consideración por los Rolling Stones.
¿Qué le parecen las canciones de Bob Dylan?
Nunca me han gustado, siempre he pensado que Dylan era un farsante.
¿Por qué no ha votado usted nunca?
Nunca he vivido lo suficiente en parte alguna.
Pero sí ha vivido lo suficiente en Nueva York.
Ahora sí. Quiero decir que nunca he estado en ningún sitio más de tres o cuatro meses.
¿Cree que la gente debe votar o no importa?
Sí, creo que deben hacerlo. Me parece que todo el mundo debería votar contra los católicos. [Risas].
¿Qué político le parece interesante? Hay testimonios de que le gustaba Ronald Reagan antes de ser presidente.
Siempre me ha gustado.
¿Por qué?
Es una persona mucho más inteligente de lo que la gente parece creer.
¿Qué opinión tiene de Castro?
Castro es una persona interesante. Me gustaría conocerle mejor. Creo que es muy inteligente y, en el fondo, muy simpático. Ha tenido muy mala prensa.
Malcolm Brinnin observó que cuando usted tenía treinta y pocos años, ya había pasado por una serie de etapas: de amigos de siempre a conocidos en el mundo del espectáculo, y de ahí a la sociedad internacional. ¿Siempre pensaba en Plegarias atendidas mientras se convertía, como dice Brinnin, en la mascota de la sociedad elegante?
Bueno, yo nunca he sido eso. He tenido muchos amigos ricos. Y todavía tengo muchos amigos que son ricos. A mí no me cae especialmente bien la gente rica. De hecho, es como si despreciara a la mayoría de ellos. Diría que la mayor parte de los ricos que conozco estarían más completamente perdidos que cualquier otra clase de gente si no tuvieran dinero. Por eso es por lo que el dinero significa tanto para ellos, por eso están tan desesperados y tienen esa fijación sobre el tema y por eso se manti enen tan unidos como un enjambre de abejas en una colmena, porque lo único que de verdad tienen es su dinero. Si no lo tuvieran, se quedarían absolutamente sin nada.
Así que la respuesta a la pregunta “¿Son diferentes los ricos?” es “Sí, tienen más dinero”.
No, no. La verdadera diferencia entre la gente rica y las personas normales es que los ricos sirven unas verduras maravillosas. Verduras diminutas y deliciosas. Cosas muy recientes, apenas salidas de la tierra. Maíz temprano, guisantes pequeños, corderitos a los que se ha arrancado del vientre de la madre. Esa es la verdadera diferencia. Todas sus carnes y verduras son increíblemente frescas y recién nacidas.
Ha escrito usted sobre un punto de saturación vital donde todo se vuelve puro esfuerzo y repetición total. ¿Oscila dentro y fuera de este punto, o es algo mucho más íntimo?
Creo que oscilo dentro y fuera de él. Paso largos periodos en que al levantarme por la mañana tengo ganas de hacer algo y por otros en que no me dan ganas de levantarme. Siempre sé cuándo me va a venir la depresión porque no tengo ganas de levantarme, tenga o no tenga sueño.
¿Sabe usted de escritores vivos que hayan llegado a ese punto de saturación vital o lo hayan superado?
No creo que nadie pueda realmente superar ese punto, salvo con el suicidio.
¿Logra usted dormir más de cuatro o cinco horas por la noche?
Más o menos.
¿Bebe usted demasiado a veces?
Apenas bebo nada.
Pero ¿se toma un par de copas al día?
¡Ah, sí! Pero no todos los días. Y ni siquiera cada poco tiempo. Por ejemplo, hace cinco o seis días que no tomo una copa.
¿Y cuántas etapas verdaderamente alcohólicas ha tenido?
Solo una, de 1976 a 1979.
¿Y fuma mucho?
Fumaba, pero no lo he hecho desde 1962. Empecé a fumar a los doce años, y he fumado como una chimenea.
¿Toma drogas?
Ha escrito que ha probado casi todas. Todo menos la heroína. Pero lo he dejado.
¿Hay alguna droga que le estimulara la imaginación?
La cocaína, durante un tiempo. Me resultó una droga verdaderamente muy sugerente durante un tiempo, casi un año, y luego me empezó a surtir el efecto contrario. Solía dejarme muy tranquilo, pero con la mente muy estimulada.
¿Escribió mucho bajo su influencia?
Sí, escribía mucho.
¿Buenos textos?
Sí, sí. Escribí mucho de Plegarias atendidas. Lo de escribir estaba bien, pero de pronto, en vez de dejarme tranquilo, cosa que necesitaba –estar físicamente tranquilo cuando escribo-, me ponía sumamente nervioso, y eso no me convenía. Dejé de tomarla a causa de mi trabajo; se interfería en mi trabajo al ponerme físicamente nervioso, y eso es algo que no puedo tolerar.
¿Cree que es cierto que morirá ahogado?
Eso es lo que me han dicho varios adivinos.
¿Y tiene usted fe en los adivinos?
He tenido unas experiencias muy extrañas con adivinos. He de creer un poco en ellos.
¿Y las creencias? ¿Puede admitir la idea de Cristo y de la Inmaculada Concepción?
No. Solo me gusta el espectáculo. [Risas]. Es mejor que Studio 54.
¿Qué le parece el deseo humano de la inmortalidad?
Pues yo nunca lo he tenido, así que no le puedo decir. Para mí no tiene ningún sentido. La única vez que lo noto es cuando veo a la gente con sus nietos y entonces comprendo vagamente qué es, por qué tienen esa obsesión por los nietos. Tiene algo que ver con su concepto de la inmortalidad.
¿Cree en una vida más allá de la muerte?
No estoy seguro.
¿Cree en la reencarnación?
No estoy seguro.
¿No espera ser una tortuga de mar en otra vida?
Ya lo he dicho antes, eso es porque viven mucho tiempo y se hacen muy sabias.
¿En qué le gustaría reencarnarse?
En un buitre.
¿Por qué en un buitre?
Porque los buitres son libres y simpáticos. A nadie le gustan. A nadie le importa lo que hacen. No hay que preocuparse ni por amigos ni por enemigos. Simplemente están ahí, aleteando, pasándolo bien, b