El hombre, en Quino, se representa en un mundo de pelados dibujados. Miles de pelados anónimos, loosers, despreciados, sufridos, mal tratados. En tiempos de pandemia, esa representación pesimista de la especie multiplica su vigencia. (Foto de portada: Alfredo Ponce / Télam)

Hace mil años atrás, en Argentina y Occidente, ser pelado era una cosa triste, funesta. Mil años atrás, en los 60 y los 70. Eso fue antes de Schwanek. Antes de que ser pelado fuera cool y que uno pudiera encontrar en Internet artículos que hablan de productos y batallas para calvos, “Brillo versus mate”.

Por entonces los pelados conformaban un universo propio entre las clases medias argentinas. Universo de apocados, sufridos. Como de seres pequeños, mal vistos, pequeños perdedores grises.

El que escribe era un pendejo lector de Quino en esos años, pero está convencido de esa percepción de infancia. Ser pelado, qué mal, qué ignominia, qué fracaso.

 Una parte generosísima del asombroso mundo de Quino está poblado de pelados de todo pelaje. Es como si sus pelados representaran o reemplazaran al Homo sapiens, o al hombre moderno y su pobre aturdimiento, en una versión acongojada. Pesimista. Quino dibujó y multiplicó pelados. Los inventó y su descendencia fue cuantiosa, como en la Biblia. Con anteojos y sin anteojos. Con barbas si eran pelados augustos. En promedio general con traje y corbata que no representaban elegancia sino rutina, vacío, sumisión. Pelados medianos, chiquitos, con enorme frecuencia perplejos o derrotados. Pelados en oficinas desgraciadas. Pelados de mayor porte, con mejores mandíbulas y narices quebradas imponentes, cuando se trataba de mostrar al poder. Jefazos, gerentes, generales. Siempre más altos que los otros pelados insignificantes. Pelados oprimidos. Pelados timoratos. Pelados penosos.

Las oficinas en las que padecen los pelados de Quino son bien de época, como las de los marchitados oficinistas de Mario Benedetti. En aquellos años en los que era tan jodido ser pelado solo Yull Brynner y mucho después Koyak pudieron hacer de la pelada una virtud. En los malos programas de Pepe Biondi a los pelados se los agredía. En el barrio se gastaba mal a quienes perdían el pelo. Existía la expresión “Lo pelaron por alcahuete”. Se afirma que el dicho, referido al buchón, al tipo medio jodido y bocón, al muy chismoso, venía del castigo que se impuso en algunos países europeos a los colaboracionistas de los nazis. Se los rapaba ante la multitud para exponer su condición de traidores miserables. Quino debió haber visto una y mil veces esa escena. Mechones de colaboracionistas francesas cayendo al pavimento, formando montoncitos de pelo. Quino era un gran y atormentado consumidor de noticieros de cine y documentales de guerra. Así creció.

Emblemáticos calvos

José Luis López Vázquez, actor español emblemático, representaba en las películas de Carlos Saura a esos pelados tristes de Quino.

Al contrario, Sean Connery, luego de tanto James Bond, fue corajudo mostrando su problema de alopesía en pantalla grande.

El señor López, el de las puertitas, fue quizá el último intérprete de los pelados de Quino.

Pelados que eran víctimas del poder, de la autoridad, del mundo, de la condición humana y de sí mismos. Un pelado al que se le descubriera el peluquín quedaría humillado de por vida.

Los pelados anónimos de Quino se emparentan con otros productos de época, o posteriores. Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris. Antes al Nowhere Man de Los Beatles. El pelado de Quino es víctima y victimario, retrato crítico de la mediocridad de la vida cotidiana, mucho antes del Mayo del 68 y la imaginación al poder. Por algo Mafalda era fan de Los Beatles. Posiblemente esto sea todo lo que se diga acá sobre Mafalda. Porque esa obra bella e histórica que tanto amamos acaso es menor comparada con el conjunto de la producción de Quino, chistes mudos o no.

Para los no pelados era mejor tener el pelo libre que la libertad con fijador. Para Manal no había que tener un auto/ ni relojes de medio millón. Productos de época.

Más clasista, el cine italiano no invocaba la alienación de las clases medias urbanas de Quino. Sintetizaba la alienación del obrero en la fábrica con la famosa frase reiterada ante la línea de montaje. Gian Maria Volonté, comunista de aquellos, transpirando ante la máquina en La clase obrera va al paraíso. Repitiendo un pezzo, un culo. Un pezzo, un culo. Un pezzo, un culo. Una pieza, un culo.

Status, knack, esmowing

Los pelados de Quino me remontan a libros de la biblioteca de mis viejos. Así como me acuerdo del padecer de los pelados, del mismo modo recuerdo los títulos, las tapas, los lomos de esos libros. Libros de época. Los trepadores de la pirámide, de Vance Packard. Julio Mafud y Los argentinos y el status. La expresión venida del inglés, “carrera de ratas”. Otra película, El knack y cómo lograrlo, de Richard Lester, caramba, director de la primera y mejor película Beatle.

Quino no se cansó de representar trepadores de la pirámide y perdedores. A menudo reemplazando a la pirámide por escalones, podios, miradas cenitales, distancias entre personajes, triunfadores y humillados.

Años de pelados, de opresión y autoritarismo en Argentina (la obra de Quino atraviesa unas cuantas dictaduras). Ensayos sobre las clases medias. Alienación y vida cotidiana. Consumismo. Publicidad. Status era una palabra clave, muy de moda. Al status accedían quienes fumaran Benson & Hedges. Decía otro slogan “¿Quiere tener esmowing? (mezcla de status y de knack) Tome ginebra Bols”. Se decía hace mil años ejecutivo, no CEO, y eso sentaba bien. Jacobo Timerman, en Primera Plana, en donde trabajó Quino, apostaba a construir audiencias de ejecutivos politizados e influyentes. Quino no trataba bien a los ejecutivos. La expresión status se gozaba por solo ser dicha o paladeada, porque emitirla abría acceso al status. De equívoca estirpe sociológica, status significa según Wikipedia la posición que una persona ocupa en la sociedad. Pero no se trataba de la posición, sino de obtenerla, trepando la pirámide, hasta deleitarse en su cima con un buen whisky. Siendo pelado tal vez, pero winner.

Claro, los pelados de Quino, de ser regulares, medianos o chicos, no accedían al status. Quino criticaba mudamente la figura del status, la tilinguería, el consumismo, la rutina, la chatura atroz de la vida de los comunes, con solo dibujar hombres calvos.

Claro. Iba mucho más allá. No solo era observación sociológica, vida cotidiana, sino soledad, hombre y masa, aislamiento, angustia existencial, como la que nítidamente asomaba en Felipe. La palabra fracasado tenía una resonancia especial en aquella Argentina de los pelados fallidos de Quino, con algo de clasista, o elitista, y sobre todo de condenatoria.

Pelados representando el naufragio de los modos de vida, el del mundo, el de la condición humana. En uno de sus chistes más celebrados todos los que aparecen en un único cuadrito son pelados con traje y corbata a bordo de un bote. El único que rema exhausto es un pelado diminuto. Entonces uno de los pelados lo increpa poniendo expresión de empatía y sensibilidad. “¿Cómo que no rema más? Me extraña, Fernández. ¿Estamos o no estamos todos en la misma barca?”.

Médico pelado emergiendo con una corona de laureles en alguna playa marplatense para explicarle al papá de Mafalda, desde lo alto, una situación confusa. Y es que en malla todos parecemos iguales. Tanto pelado había en Quino que hasta a Dios (o a San Pedro) lo representó calvo. De pie sobre una nube, con alas, túnica y halo, defraudado, por supuesto, tras haber hecho girar un bolillero.

Niño condenado

Artista literalmente extraordinario, finísimo y popular, de un habla apocada y sufrida, con tono pueblerino. Quino fue un entrevistado imposible dada su timidez, su parquedad, su considerarse insuficiente, sus insoportables silencios, incomodísimo con los periodistas, hinchado las pelotas con los periodistas. Por ingeniosísimo que fuera, por imaginativo que fuera, por talentosísimo y divertido que fuera, Quino fue no solo con sus pelados un artista de la angustia, de la suya y de la colectiva.

Se sabe que Quino perdió a su madre de chico por unos de esos cánceres horribles, de agonía larga. Uno lo imagina tristísimo de chico, o como a un niño ya sabio y viejo. Luego, de viejo, como a un niñote triste, torpe, colgado de la palmera y tan increíblemente brillante.

Me tocó nacer y crecer, dijo más o menos en uno de los programas de Juan Sasturain, cuando la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra, la Guerra de Corea. Más o menos agregó que pasaban los acuerdos de paz y de inmediato en el globo terráqueo de Mafalda brotaban nuevas guerras. Entonces, decía Quino, uno va perdiendo las esperanzas en el ser humano. Pero por disciplina política (y aquí asombra el uso de Quino de la expresión “disciplina política”) uno tiene que ser optimista.

Le puso inteligencia al humor, dijo Fontanarrosa sobre Quino. También sensibilidad, tristeza, desolación. Los reconocimientos te enriquecen el ego, decía, pero todo esto para qué.

“Soy hijo de republicanos españoles, anticlerical a muerte”, decía Quino. En una charla con Rep contó que su abuelo lo llamaba cuando era chico. “Niño, ven pa’acá”. “¿Tú sabes lo que es una misa?”. Cuando el Quino chiquito le dijo que no, el abuelo lo ilustró de este modo: “Una congregación de ignorantes adorándole el culo a un tunante”.

Último y viejo chiste de Quino. Varios cirujanos se afanan encorvados en el quirófano sobre el cuerpo de un paciente. Hay un cartel que dice “Acá trabajamos para que luego la gente dé gracias a Dios”.

Un chiste muy para la pandemia. Terrible. Con gran vigencia COVID. Escéptico, como el rumbo que toma el mundo.

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