Advertencia: esta nota contiene spoilers. Una mirada sobre “And just like that” – la vuelta, con otro nombre, de “Sex and the City” – que navega entre lo viejo bueno y lo nuevo malo.
Confieso que de la serie Sex and the city no había visto más que dos o tres capítulos aislados, por puro azar. Cuando me enteré de que se había estrenado la continuación, me tenté: la serie se actualizaba y las protagonistas atravesarían las vicisitudes de mujeres de cincuenta y más. Tal vez. Comparto con ellas la franja etaria, me interesaba saber cómo encaraban esta etapa de la vida.
Me puse al día y en pocas semanas vi los 94 episodios de las 6 temporadas con el interés de valorar la nueva perspectiva que ofrece la vuelta bajo el nombre de And just like that.
Hasta ahora, una primera temporada con pocas certezas de continuidad, la serie se caracteriza más por sostener su perspectiva tradicional que por la innovación.
El primer capítulo intenta crear un golpe de efecto con la muerte de Big (Chris Noth) y enmarca el devenir de los episodios en un entorno de duelo, despedida y reformulación en todos los personajes en torno a Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), quien sigue siendo la voz narrativa que se destaca en la línea argumental.
Hasta la mitad de las entregas, hay poco nuevo bajo el sol de Nueva York. Lo de siempre: el glamour, la moda, la ciudad con el mismo esplendor protagónico. Lo nuevo: Carrie Bradshaw, Miranda Hobbes (Cynthia Nixon) y Charlotte York (Kristin Davis) conservan cierta dignidad en sus aspectos, acordes a mujeres de más de cincuenta, con nulos o mínimos efectos de cirugías, con sus canas, sus líneas en la piel, los gestos de quienes han atravesado los años que tienen. No pretenden una juventud que ya han vivido, son lo más honestas que pueden ser.
En una entrevista dice Cynthia Nixon que el mundo no es el mismo y que esos cambios tenían que estar en esta continuación. Se percibe un propósito de aggiornamiento que se queda corto.
La única diversidad que se permite la serie es la de género, sexual y étnica. Viejos y nuevos personajes en búsqueda de una orientación, una identidad. Aparecen los pronombres they/them y formas nuevas de nombrar y nombrarse.
Carrie ya no escribe columnas sino que participa en un podcast. Miranda se deja las canas. Charlotte acompaña a su hija menor que ya no es Rose sino Rock.
El abordaje de la diversidad es acotado. Si bien se tocan cuestiones de interculturalidad propias de la sociedad norteamericana actual, tales como el intercambio social con personas afrodescendientes, comunidades latinas, etc, los personajes están caracterizados en cuerpos hegemónicos: todos son delgados, peinados, depilados, maquillados, visten prendas como recién compradas en tiendas cool. Todos bajo los parámetros de belleza que han sido sostenidos por la industria audiovisual norteamericana desde siempre.
Si bien en sus comienzos la serie fue innovadora en cuanto a un cierto posicionamiento feminista (libertad sexual de las protagonistas, conversaciones sin tapujos en cuanto a prácticas y preferencias, acceso a entornos tradicionalmente ocupados por varones), esta nueva temporada se vuelve paradójica en ese aspecto. Charlotte se dedica a la maternidad a tiempo completo, Miranda dejó su trabajo como abogada y se inicia en estudios sobre derechos humanos y Carrie escribe libros y participa en un podcast pero, en verdad, vive de la fortuna que heredó de Big. Los únicos que trabajan son los maridos, Steve y Harry.
Nadie tiene problemas económicos, todos llegan holgados a fin de mes, viajan, se compran zapatos de 400 dólares, tienen chofer y una o varias propiedades; una novedad es que por primera vez en toda la serie aparece el metro como locación.
Lo nuevo malo: esperaba con fervor el tratamiento de la temática de la menopausia. En el último episodio se hace una mínima mención y, ¡sorpresa!, Carrie y Miranda ya la pasaron y a Charlotte aún no le llega. Una elipsis desafortunada en extremo, siendo una de las circunstancias más fuertes y determinantes en la vida de una mujer que ronda los cincuenta y un tabú de lo que parece no poder hablarse aún hoy.
Lo viejo bueno: la serie logra destacarse en el tratamiento de la temática de la amistad y las relaciones afectivas. Si bien no vemos a Samantha Jones (Kim Cattrall) en esta nueva versión, el personaje continúa estando presente de alguna forma. Apartada del grupo por razones que no son claras, resquemores de alguna situación pasada y confusa, sigue en contacto con Carrie a través de mensajes y gestos a la distancia. Punto para los guionistas.
Por su parte, cada una de las principales protagonistas “trae” al grupo a una amiga reciente.
En eso la saga sigue siendo fiel a su abordaje de la amistad. Los personajes forjan un vínculo que constantemente se renueva en la aceptación del otro con sus brillos y sus oscuridades y, aun cuando sostienen ese lazo a través de tantos años, pueden abrirse a nuevas amistades, compartirlas e integrarlas al grupo originario, desde la madurez y el compromiso afectivo de estas mujeres de 50.
Ojalá vengan temporadas que profundicen en otras problemáticas, otras diversidades, conflictos renovados y que la narrativa ahonde en estas mujeres con el recorrido y la experiencia de los años dejaron marcas.
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