Se juntaron, entre otros, Liliana Herrero, Rita Cortese, Dolores Sola y Horacio González y armaron un espacio que es a la vez un mensaje y una convocatoria. Manifesto es una propuesta de encontrar en el arte, el pensamiento y la praxis política una forma de afrontar tiempos tan difíciles.

El afecto de la esperanza sale de sí, da amplitud a los hombres en lugar de angostarlos, nunca puede saber bastante de lo que les da intención hacia el interior y de lo que puede aliarse con ellos hacia el exterior. El trabajo de este afecto exige hombres que se entreguen activamente al proceso del devenir al que ellos mismos pertenecen. No soporta una vida de perro, que solo se siente pasivamente arrojada en el ente, en un ente incomprendido, o incluso lastimosamente reconocido. El trabajo contra la angustia vital y los manejos del miedo es un trabajo contra sus autores, en su mayoría muy identificables, y busca en el mundo mismo lo que sirve de ayuda al mundo: algo que es susceptible de ser encontrado.

Ernst Bloch, El principio esperanza

En momentos miserables como el presente argentino, cuando el estupor envara el músculo que la rabia querría incitar a la acción y el musgo del dolor ahoga la lucidez que desearía formular una palabra revulsiva, la aparición de toda voluntad de manifestar un rechazo activo a esa miserabilidad programada por el actual gobierno y sus escasos beneficiarios debe ser recibida con gratitud, con alivio y con esperanza, entendida esta última en el sentido auspicioso y carente de toda ingenuidad que le otorga el filósofo Ernst Bloch.

Manifestarse, producir con elaborada y reflexiva paciencia una respuesta paradójicamente urgente a un cierto estado de cosas, puede adquirir, obviamente, diversas maneras, algunas de las cuales vienen siendo ejercidas con mayor o menor masividad y con pareja responsabilidad civil por distintos sectores de la sociedad argentina ante situaciones y en ámbitos diversos.

Pero la manifestación puede aspirar también, y es el caso motivo de estas líneas, a condensarse en un acto que, realizado en la intimidad y por unos pocos, se ofrezca como prenda de lucidez que pide prosperar en la hospitalidad de sus receptores. Puede pensarse, concebirse y presentarse como un Manifiesto, “un documento en el que se hace pública declaración de doctrinas, propósitos o programas”, según explica, con pretendida fijación y esplendor, el Diccionario de la Real Academia Española, y que en la ocasión que nos ocupa se fortalece en sus propósitos y se declara huérfano de doctrinas y de programas, consciente de que la coyuntura parece haber puesto en duda las certidumbres al respecto.

Frente al silenciamiento de toda palabra que busque ser garante y crítica de un hecho, un lugar o un pensamiento problemáticos pero inequívocos, ante el desbaratamiento de cada imagen con vocación de construir sentidos y testimoniar realidades –silenciamiento y desbaratamiento que son, junto con la intimidación, la extorsión o la represión lisa y llana, los procedimientos básicos de quienes gobiernan hoy los destinos de esta tierra y sus habitantes–, un grupo de artistas ha decidido crear un objeto que germinó en la luminosa austeridad de la palabra de Liliana Herrero, para multiplicarse en la expresividad de las voces de Cristina Banegas, Luisa Kuliok, Carolina Papaleo, Dolores Solá, Rita Cortese y la propia Herrero, hojaldrarse en la sabia complicidad de las imágenes de Gimena Tur y Majo Malvares y afinarse con delicadeza en los sonidos de Acho Estol.

Manifiesto es un audiovisual de 7 minutos y 9 segundos que consta de cinco partes y una coda que fueron divulgándose una a una a través de las redes sociales y luego presentadas en su condición unitaria en el auditorio de Caras y Caretas el pasado lunes 30 de octubre, ante un público que desbordó la capacidad de la sala para asistir, en respetuoso silencio, a la proyección del video y escuchar a quienes hicieron luego un uso provechoso de la palabra: la cineasta Mariana Arruti, la periodista Nora Veiras, y los ensayistas y narradores María Pia López y Horacio González, presentados por Liliana Herrero.

El Manifiesto concebido por este grupo que ha dado en llamarse, significativamente, Territorio y Tiempo, es fiel a la estirpe de sus antecesores en el género: delata un malestar al que considera imprescindible oponer una resistencia (para los alcances más vastos de este último término, remito a la lectura de la reveladora columna publicada por Horacio González en la edición de Página/12 del pasado 26 de noviembre[1]), enumera con precisión y sin reduccionismos las razones de ese malestar, y propone una serie de acciones que involucran por igual la intervención social y política directa y la producción de sentidos críticos e imaginativos, a través del arte y del trabajo intelectual.

Todo manifiesto, por más que intente circunscribirse a un horizonte artístico, literario o pedagógico, es atravesado por la electricidad de la política como un rayo iluminando el paisaje de la época en que tal pronunciamiento tiene lugar. En el caso del producido por el grupo Territorio y Tiempo, ese rayo no es una fatalidad ni una concomitancia sino una certeza fundante de la que el texto, la imagen y el sonido extraen su energía.

El texto es el punto de partida para escandir en cinco momentos la exposición de una realidad, la reflexión sobre ella y un conjunto de exhortaciones para restañarla en sus evidentes heridas, ampararla en la “intemperie de la intemperie” e invitar a una transversalidad de quehaceres que deberán encontrarse para crecer y encontrar, a su vez, cada uno en su nido, el modo de empollar sus imprescindibles transformaciones. Su tono modula con admirable sabiduría –la de alguien que, como su autora, sabe del misterio profundo y desamparado de la canción pero también de los sueños transformadores del pensamiento ligado a la filosofía, la historia y las ciencias sociales– una oscilación virtuosa entre un aliento lírico y una palabra de combate; entre una economía poética capaz de zurcir los jirones dispersos de una sensibilidad y de una ética y una perentoriedad en la denuncia de la situación de expoliación, engaño y avasallamiento que viven hoy millones de argentinos.

El foco de esta alocución no está puesto en la fragilidad que ostenta en la actualidad el pacto democrático de nuestra sociedad, ni en la evidente inequidad de un programa económico del oficialismo orientado a desmantelar derechos, garantías y bienestares adquiridos, sino en las dolorosas consecuencias que ese conjunto de acciones y de circunstancias tienen en quienes resultan más damnificados por ellas.

El texto no elude el lugar de enunciación de quienes lo hacen manifiesto. Por el contrario, lo vuelve explícito y, con genuina humildad, está dirigido en principio a sus pares, pero también a todos los sectores que sientan como propia la amenaza que se cierne sobre la vida popular, concepto que da título a la primera parte y que sobrevuela como una trama en peligro por sobre el resto del audiovisual.

Esa vida popular amenazada, afirma Herrero, reclama, en virtud de su riqueza y de “su complejidad extraordinaria”, el concurso de “un gran arte” que, lejos de macerarse en el olvido o flambearse en ademanes decorativos, esté dispuesto a establecer con los movimientos populares una generosa interlocución y a desmontar los subterfugios y perversiones de una tecnología que, lejos de ser un exponente neutral de un supuesto progreso, puede ser tanto una herramienta liberadora como un instrumento que profundice la alienación. Es una tarea que ese “gran arte” por hacer deberá librar en varios frentes que confluyen en los dispositivos de los grandes grupos económicos y de sus dos brazos serviles, constituidos hoy por el Poder Judicial y por los grandes medios de comunicación, con el auxilio de un ejército de trolls en las redes sociales.

Y esa tarea, señala este manifiesto, se debe dar en un lugar concreto: Latinoamérica, una región que en este tiempo canalla “está siendo entregada, vendida y diezmada”.

Una “coda”, planteada en forma de plegaria laica, no invoca a los dioses sino a “los pilares culturales”. Porque es precisamente con la caja de herramientas (condición que Michel Foucault reclamaba de un libro para considerarlo como tal) de la cultura que esta proclama convoca a “Hacer, rehacer, desarmar, volver a armar. Estallar, destruir, volver a construir sin miedo, con responsabilidad y memoria. Este es el mundo del arte y de la política”.

El texto de Herrero, como tantos otros manifiestos de la historia, bien podría haber valido como tal por sí solo. Pero es justamente a partir de su conciencia de que hoy están a disposición esas otras herramientas, las de la tecnología, para cambiarles su signo y su intencionalidad, que este Manifiesto se ha querido un objeto multiforme, quizá como un modo de estar a la altura del hecho de que “la realidad se compone de muchos planos” y, en tanto es así, poder hacer justicia a todos ellos de un modo concurrente.

De este modo admirable, el audiovisual realiza, en su propia conformación estética y material, las propuestas que formula en sus diversos planos.

La transformación del texto de Liliana Herrero en el audiovisual que lo contiene no es una mera trasposición de uno a otro soporte con el afán de asegurarse una difusión más amplia o una interpelación más seductora de las inquietudes que promueve. Es, como toda transformación, no solo un cambio de estado de agregación de su materia sino también una genuina trasmutación de un objeto de palabras en otro en el que esas palabras encuentran solidaridad en la imagen y el sonido y, a través de ellos, la proliferación de sus sentidos.

Esa feliz complicidad amplificadora tiene en las voces de Banegas, Kuliok, Papaleo, Solá y Cortese, antes que una locución simplemente mediadora, la adquisición de un espesor, el que resulta de convertir el lenguaje de la lingüística –en el que podría haber quedado preso, a su pesar, el texto de Herrero– en el habla de los cuerpos (Lacan dixit), con sus temblores y su fragilidad, su condición efímera y contingentemente presente, pero también con su música hecha de deseo, de convicciones, de penurias y de recuerdos que nos alcanzan en todos nuestros frentes receptores: intelectuales, pero también emocionales y sensitivos.

Si el texto de un manifiesto corre el riesgo de quedar encerrado en su jaula monofónica, en la reactualización de las voces de estas cinco actrices y cantantes adquiere la libre polifonía que estaba en potencia en la página y que aprende aquí, en el audiovisual, a aletear con la convicción ideológica de la enunciación de Banegas, la claridad descriptiva del decir de Kuliok, la calidez de un habla que se adivina cargada de experiencia de Papaleo, el énfasis preñado de inminencia de las apelaciones de Solá, el intimismo trágico del timbre de Cortese y la formulación coral de la voz de Herrero, secundada por las otras cinco, en un eco cuyo dramatismo invoca el auxilio de una herencia cultural que debe ser la matriz de un arte capaz de estar a la altura de las circunstancias.

Pero esas voces son vertidas en off, como si desde esa condición fantasmal, en ausencia, pudieran estar más cerca del espectador que de cuerpo presente. Y, sobre todo, porque ha querido la sagacidad de las realizadoras que el protagonismo visual lo tuviera una sucesión de imágenes que encuentra en el texto y en las voces que lo encarnan no el guion que las conduzca hacia una literalidad tautológica sino el disparador para delinear un relato en paralelo, por momentos superponiéndose a lo dicho, pero en su mayor parte haciendo de las palabras resortes de una gramática autónoma. Planos abiertos y cerrados, paisajes urbanos y rurales, elementos de la naturaleza y objetos tecnológicos, rostros en primer plano y multitudes evanescentes enhebran con lógica y sintaxis propias un sistema de correspondencias y desvíos, de confirmaciones y digresiones que tensan y dan holgura a una reflexión que es entonces tridimensional y plena de evocaciones. La inexorable nobleza del blanco y negro va también en auxilio de una permanente huida hacia un fuera de foco que, como la ausencia de los cuerpos que prestan sus voces al Manifiesto –todo ello sostenido emocionalmente por una sutilísima banda sonora que espolvorea su discurrir a prudente distancia–, termina por dar el tono más adecuado a esta elegía que quiere contribuir a la reconstrucción “de todas las experiencias populares en las que se ha logrado una comunidad justa y venturosa”.

La palabra “manifiesto”, que en el audiovisual permanece en pantalla durante los 36 o 37 segundos finales, en letras blancas sobre fondo negro, cruzadas en diagonal ascendente de izquierda a derecha, con una tipografía de esténcil que evoca su condición artesanal y su afán de perduración, proviene de la palabra latina manifēstus, de manus (“mano”) y fendere (que, en una antigua acepción latina, significa “mover”, “tocar”). El Manifiesto realizado por Territorio y Tiempo ha tendido generosa y creativamente su mano. Está en nosotros sentirnos alcanzados por ella. Y hacer lo propio, contagiados de la magnífica certeza que tan bellamente expone el texto de Liliana Herrero, nuevamente fiel al espíritu utópico de todo manifiesto, cuando afirma que “lo imposible es un estado de espera, no un obstáculo para realizar tal o cual cosa”.

 

Ficha:

Manifiesto, 2017, Duración: 7:09. Autores: Grupo Territorio y Tiempo. Texto: Liliana Herrero. Realización y producción audiovisual: Gimena Tur y Majo Malvares. Voces en off: Cristina Banegas, Luisa Kuliok, Carolina Papaleo, Dolores Solá, Rita Cortese y Liliana Herrero. Grabación y realización de sonido: Acho Estol.

El audiovisual puede verse en la página de Facebook del grupo: https://www.facebook.com/1463729203734485/videos/1470400959733976/

[1] Puede accederse a ella mediante este link: https://www.pagina12.com.ar/78505-el-resistente.