Un recorrido por la vida y la obra del director de El huevo de la serpiente en busca de las fuentes donde abrevaron su formación artística y una producción que cambió la historia del cine.

Ingmar Bergman es tal vez una de las figuras más emblemáticas del arte contemporáneo. El entre otras cosas cineasta sueco nacido en Upsala en 1918 y fallecido en la isla Fårö en 2007 se convirtió en uno de los principales productores estéticos de la segunda parte del Siglo XX. En lo que sigue se hará principalmente referencia al cine que, sin dudas es el aspecto más destacado de su producción.

La hora del lobo.

Debe haber sido el año 1970 cuando quien escribe vio por primera vez Vargtimmen (La Hora del Lobo). Fue en el Cine Cervantes de la Plata que estaba ubicado en la calle 51 entre 11 y 12, a pocos metros de Plaza Moreno. Dicha sala se había convertido en cine club y por esa razón el filme de 1968 podía verse ahí como pieza de culto. Este por entonces estudiante del Colegio Nacional de la ciudad de las diagonales entendió bastante poco sobre lo que pudo ver en la pantalla del viejo cine. Bergman no resultaba fácil, aunque su dificultad implicara para los de aquella generación, un valor difícil de igualar cuando el impacto de la obra había resultado contundente. Es tal vez eso lo que hizo que quedase entre los ineludibles y que determinadas obras con el transcurrir del tiempo invitasen nuevamente a ser visitadas. Fue el mismo Bergman quien dijo que la lectura de August Strindberg le produjo algo similar. En el excelente documental Intermezzo (2001), realizado por Gunnar Bergdahl sobre el cineasta, Bergman recordaba haber comenzado a leer a Strindberg a sus 12 o 13 años. Allí decía que había leído sus obras de cámara, principalmente El Pelicano. “Me impresionó muchísimo y no creo que entendiera nada de lo que trataba; pero era el tono, el ataque, esa violenta agresividad”, dijo, lo que logró una fuerte identificación desde su adolescencia e hizo que tuviera una relación con el escritor a lo largo de toda su vida.  Es esa invitación a volver a ver, escuchar o leer una obra que fue moderna en su tiempo, lo que convierte a su autor en un clásico. Ingmar Bergman encaja a la perfección en esa categoría.  A lo largo del Siglo XX los cambios en lo estrictamente cultural se comenzaron a dar a una velocidad que no es comparable a los tiempos precedentes. Esa actualidad que permanece a pesar de los cambios es lo que torna clásico tanto a una obra como a su productor. Desde el surgimiento de la cultura pop, el arte secular y posteriormente el mainstream, los catálogos se engrosan permanentemente. Algunas producciones son completamente desechables, no duran más que el tiempo de su confección. Al poco tiempo ya nadie las recuerda.

Intermezzo, de Gunnar Bergdhal.

Decir algo en el cine

Señalaba Walter Benjamin en La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica (1936) que la proliferación de imágenes producida por el mecanismo de la reproducción mecánica hace que se pierda el aura de la obra. Esto se condice con un cambio profundo de la percepción humana. Es de destacar que en esa crisis se produjo el surgimiento de nuevas artes, entre ellas el cine. Un quehacer emanado de la misma reproducción y el avance tecnológico. Tal vez el desafío es hacer irrumpir desde ahí un nuevo aura.

En el documental señalado de Gunnar Bergdahl, en el que más que una entrevista a Bergman lo que se produjo fue un prolífero diálogo sobre el cine, el gran cineasta en un momento citó a Michelangelo Antonioni. Recordó Ingmar que su par italiano alguna vez había dicho que “si alguien algo tiene para decir, ese lugar es el cine, aunque exista la posibilidad de ser torpe para hacerlo”. No siempre un director de cine encuentra en su producción los elementos necesarios para transmitir lo que desea. Pero luego agregó que “Los actuales jóvenes directores están muy preparados con lo técnico de un rodaje, aunque no siempre ocurre que tengan algo para decir”.

Existe un montón de cosas que normalmente percibimos y que por carecer de un nombre no nos resulta fácil comunicar. Algo de todo eso es probable que en un arte como el cine, se transmita sin tener certeza de ello. Porque no es posible preguntar si se vio tal cosa, cuando eso no cuenta con un nombre. Es precisamente por ello que, a través del cine es posible decir lo que con las palabras no alcanza.

Suponer que un “genio” es producto de sí mismo, es caer en una visión metafísica de la creación artística. “El genio es laboriosidad” decía W. Benjamin en Calle de sentido único, a lo que habría que agregar que también es con quiénes logró asociarse. Para Ingmar Bergman: August Strindberg fue su principal referencia literaria. Sven Nykvist fue su genial maestro de fotografía. Max Von Sydow fue tal vez su alter ego en la interpretación actoral, quien en diversos filmes con diferentes nombres pudo interpretar al director encarnado en algún circunstancial personaje. Párrafo aparte representan sus mujeres: Liv Ullmann, Bibi Andersson, Ingrid Thulin o Harriet Andersson. Erland Josephson debe significar sin dudas algo así como un mejor amigo, mientras que Gunnar Björnstrand podría representar el lugar o de su padre o el de su tío Carl, a quien Ingmar en sus memorias -publicadas bajo el título de La Linterna Mágica (1987)- consideraba como alguien diferente entre sus propios familiares.

Un refugio insular

Persona.

Comienza señalando Bergman en sus memorias que, de niño padeció “toda una serie de enfermedades indefinibles; era como si no acabara de decidirme a vivir”, escribió en la primera página. Al recordar esos sufrimientos se daba cuenta que no habían sido ellos los que le producían el miedo, “el miedo llegó más tarde”. Ese mismo miedo se convirtió en una fuente inagotable de inspiración. Tenía que ver con sus “demonios”. Promediando los sesenta Bergman encontró su refugio cuando fue a vivir a la isla de Fårö en el Báltico. La soledad isleña, los acantilados y la tranquilidad de un mar casi cerrado se convirtieron en el lugar elegido por el cineasta para vivir hasta el día de su muerte. Allí trasladó gran parte de sus estudios e incluso hizo construir una sala de cine. Varias películas fueron realizadas en la isla a partir del ’66 cuando hizo Persona.

En Vargtimmen del 68 también rodada en Fårö, el escenario es isleño. Allí Alma (Liv Ullmann) cuenta que cuando llegaron ahí creyendo que no había nadie y que su marido Johan Börg (Max Von Sydow) al encontrar pisadas en el trayecto a su casa, se puso muy mal. Según una nota a Ullmann publicada por el diario noruego ABCNyHeter el pasado 30 de septiembre, ella afirma que el personaje de Von Sydow coincide plenamente con Ingmar. El miedo no era producido por la soledad.

Escribir sobre Ingmar Bergman podría representar muchísimas líneas más, para hacer justicia con su obra. Esto es sólo un escaso aporte para saciar la necesidad de indicar una profunda admiración.