Una mirada geopolítica sobre la reciente producción de Netflix, “Triple Frontera”, donde los relatos de la agencia de inteligencia estadounidense se disfrazan de cine.

Si alguien ideara un guion que se sitúe en Argentina, tuviera bolsos llenos de dinero termosellado, paredes que ocultasen esos billetes, y miles más enterrados en zonas infranqueables, a nadie que viviese en nuestro país durante los últimos años le cabría duda de que es una película hecha a medida de la realidad de la que se viene hablando en la famosa “ruta del dinero K”.

Sin embargo no es así.

La recientemente estrenada “Triple Frontera” en la plataforma Netflix tiene exactamente todos esos ingredientes; sin embargo, y a pesar de su título, no se refiere a la Argentina, no habla de la política de nuestro país, ni hace alusión al trillado título con que los medios dominantes etiquetan a la rocambolesca búsqueda de un supuesto tesoro ocultado por el matrimonio Kirchner.

¿Cómo es posible entonces que haya tantas coincidencias en los argumentos expuestos en la película con el famoso “modus operandi” que las plumas periodísticas locales sumados a los fiscales desenterradores de la Patagonia y a los políticos que hoy se encuentran en el gobierno han venido blandiendo con esa famosa ruta del dinero?

La respuesta es solo una. El guion se basa en la misma usina generadora de relatos: La CIA.

La marca del orillo que deja la Agencia de Inteligencia estadounidense es más que clara. La idea es siempre la misma. El plan es estigmatizar a determinados personajes, a ciertas ideas y, por qué no, a algunas zonas de interés para la geopolítica global de la potencia mundial.

Podrán llamarle “K”, o Kirchner, “eje del mal” o Siria, terrorismo y narcotráfico o “Triple Frontera”, lo importante es señalarlos como los “malos de la película”, como el enemigo a vencer.

Todo esto puede deducirse luego de sentarse por más de dos horas a observar este filme que fue ideado en 2010 para su estreno en salas cinematográficas por Kathryn Bigelow y que tuvo un largo derrotero hasta llegar solamente a los televisores mundiales hace apenas unos días. Comenzó como un proyecto de la Paramount que chocó con la reticencia de los gobiernos de la época en la región. Tanto Cristina Fernández, como Fernando Lugo en Paraguay y Lula Da Silva en Brasil se opusieron a que una película hollywoodense retratara semejante área turística, que contiene al Patrimonio Natural de la Humanidad que son las Cataratas del Iguazú, como un área de terroristas, narcotraficantes y pobreza extrema, que es en lo que definitiva muestra esta versión afofada de aquella idea.

Los años de producción pasaron, su laureada directora (ganó un Oscar por “Vivir al límite”, la película que ensalzaba a los marines norteamericanos en Irak) renunció a continuarla, y hasta Paramount descartó su realización.

En 2017, la plataforma Netflix decidió revivir la película con otro director y un casting nuevo de actores. Pero a pesar del cambio de signo político en los 3 países, mucho más permeables a los intereses norteamericanos, no quiso ahondar en el área de la triple frontera y diseñó un guion nuevo cuyas locaciones fueran al estilo “… en algún lugar de Sudamérica” sin especificar exactamente las ciudades, los países y ni siquiera en que año está ambientada. Tanto fue así que la filmación no incluyó ni una escena rodada en Argentina ni en Brasil ni Paraguay, y ni siquiera se ve una mínima cascada que recuerde una Catarata. Se terminó rodando en Colombia y en Hawaii, en donde se llevaron a cabo los exteriores y en la propia California los interiores. El resultado es una suma de clichés, a los que Hollywood nos tiene habituados, donde América latina es toda una misma masa informe de morochitos y morochitas pobres, de aspecto indígena, productores de drogas, que hablan un idioma poco interesante, a los que se los puede matar como ratas sin implicancias ulteriores, y a los que se los compra por monedas recreando los “espejitos de colores” de los conquistadores.

Entonces la pregunta es: ¿Por qué no cambiaron el título y le llamaron “Zona caliente” o “Área peligrosa”, o alguno de esos títulos genéricos a los que suelen apelar en lugar de mantener el ya innecesario y confuso “Triple Frontera”?

La respuesta cae de madura.

En la triple frontera viven miles de personas de origen árabe, por esa razón en su alianza con el MOSSAD, la CIA (léase sus agentes orgánicos e inorgánicos como nuestra ministra Patricia Bullrich) buscan fijar a esa área como un foco permanente de conflicto, y dar una excelente excusa a su ejército internacional camuflado como la agencia DEA, para moverse sin respetar las leyes locales como lo hacen en Colombia y lo hacían en Bolivia hasta la llegada de Evo Morales. Esa es la motivación de mantener sin razón alguna, un título como Triple Frontera a una película que ni la menciona, ni la muestra, ni la necesita para su trama, pero sirve para sumar en el espectador menos politizado, el estigma del peligro que constituye ese lugar de confluencia de tres países sudamericanos y lo necesario de la “generosa y desinteresada” ayuda que presta Estados Unidos para evitar atentados o tráfico de estupefacientes.

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