Se cumplen 100 años de su nacimiento y sus películas siguen ocurriendo en tiempo presente. En esta entrevista, una de las últimas que concedió, Fellini habla de la muerte, de las mujeres, de sus inspiraciones y de cómo es vivir en un mundo en el que todo se traduce en cine.
Un pavo real desplegando la cola en medio de la nieve, un barco deslizándose sobre un mar de hule, un amante decadente bailando con una muñeca, Cristo transportado en helicóptero por los cielos de Roma, la sonrisa de Giuletta Mesina. Estas imágenes son solo una parte del universo de un cineasta que construyó un mundo fascinante que marcó nuestra vida como espectadores.
Esta entrevista es una de las últimas que dio Federico Fellini y ha sido extraída de la película Fellini, soy un gran mentiroso (2002), realizada por Damien Pettigrew.
– Para esperar el momento propicio de la creación, Schiller olía una manzana podrida, Turgueniev ponía los pies en agua caliente con sal, Balzac bebía constantemente café negro espeso. ¿Recuerda usted su ritual?
– No creo tener ninguno. Por ejemplo, una bella mujer que mira por la ventana del coche que me conduce a Cinecittá, esa imagen parece entrar en relación con la creatividad. Encuentro esto mejor que las manzanas, el café, o los pies en un balde con agua. Por el contrario, una bella mujer que esté con taza de café cerca de sus labios, los pies desnudos bañados por el agua o a punto de darle el primer mordisco a una manzana…
– ¿Y Giulietta Masina?
–Giulietta es la inocencia herida que triunfa…
– Anouk Aimée…
– Ella puede ser terriblemente tímida y en una fracción de segundo convertirse en un tiburón del fondo de los mares. Se desprende de ella una sensualidad casi metafísica. Es por esta razón que ella era la perfecta Magdalena en La dolce vita. Ella representa a este tipo de mujer que nos hace temblar hasta morir.
-¿Las mujeres le producen miedo?
–La palabra miedo es un poco exagerada. Curiosidad, interés, sentimiento de espera, sí. Pero sé que el miedo debe ser cultivado por un creador. Un hombre sin miedo es un hombre estúpido o un robot. Enfrente de una mujer, creo que nosotros proyectamos una espera. La espera de la revelación de algo, es algo así a la manera del personaje de Kafka que espera un mensaje del emperador. La mujer es como una emperatriz que ha hecho partir –¡quién sabe desde hace cuántos años!- un mensaje y que aún no nos ha llegado. El gusto de la vida reside en la espera de este mensaje y no del mensaje mismo.
– ¿Qué papel desempeña la sexualidad en su creatividad?
– Cuando filmo una película, estoy en mi piel, feliz, con buena salud. No tengo necesidad de nada, salvo de sexo. Existo, vivo mi sueño que es la realidad de la película. La crisis, el miedo, comienza cuando la película ha sido terminada. Y ahí sí me encuentro con mis verdaderos problemas: el orden, Dios, mi esposa, las mujeres, los impuestos. Y todo termina cuando se anuncia una próxima película.
– En la mitología griega, la mujer es presentada a menudo, como una fuerza no controlada, muy cerca de la naturaleza, comparable a ese inconsciente en el cual nosotros debemos entrar y posiblemente, nos perdemos.
– La mitología nos ofrece una diversidad de personajes femeninos. Está Minerva, la intelectual que enfrenta al hombre; Diana la cazadora, la guerrera; Venus la enamorada y la artista; las Musas inspiradoras de los poetas, quienes antes de crear, les dirigen una piedra para que ellas las nutran, dándoles la fuerza y la iluminación para su imaginación. La mujer siempre ha sido la fuente de creatividad.
– En La ciudad de las mujeres hay otra imagen; la mujer fellinesca, que tiene algo enorme y puede ser tan grande como la Tierra misma.
–Esa película era un viaje por el universo femenino visto por un hombre italiano, católico, vagamente machista, pero también fascinado, apasionado y sentimental. Un viaje al descubrimiento de la parte más secreta de sí mismo. Como dice Jung, “el hombre proyecta en la mujer su parte más oscura”. La mujer es el planeta desconocido, la parte en la cual el hombre quisiera unirse para encontrar un complemento, su integridad. Y es también la parte sombría de él mismo y que ignora, que lo atrae y lo intimida.
–¿El narcicismo es un componente necesario del artista?
–Un creador, un narrador no puede hablar sino de él mismo. Las personas piensan que el cine es una cámara de 35 milímetros que fotografía la realidad. Por lo regular, el realizador, aquel que se encuentra detrás de la cámara, se pone siempre delante de ella, de la realidad. Si no, él no restituiría más que una realidad contradictoria y disparatada. Y, además, el placer dela invención de un mundo, de personajes, de situaciones, la resolución de problemas técnicos, todo esto da una satisfacción más profunda, más secreta, más impúdica, que le da al sentimiento una potencia casi divina. Prácticamente, un creador siempre tiene algo de Padre terrenal. Lo único que lo diferencia es que se demora un poco más de siete días en crear el mundo.
– ¿La ciudad de las mujeres no está inspirada en un viejo sueño: ‘Mastorna’, un proyecto de película sobre la muerte?
-Es verdad. El viaje de G. Mastorna es una fantasía que imaginé y escribí en 1965, después de Giulietta de los espíritus, y está constituida por una atmósfera de superstición. Digo también que es el regreso de Mastroianni; ‘Mas’ y ‘Torna’. Cada vez que terminaba una película, este proyecto volvía a mí a decirme; “Esta vez es mi turno, tú me realizarás”. Y siempre la pospongo. Hay un poco de Mastorna, Satiricón, en La ciudad de las mujeres e igualmente en Casanova. Es como un desperdicio que se ha ido a pique y que continúa activando la radioactividad de los abismos
–¿El hecho de que esta película no exista quiere decir que usted se rehúsa a imaginar la muerte?
– El problema no es ese. Es verdad que el tema de Mastorna es la vida después de la muerte. El héroe pierde algo, una pequeña cosa insignificante que era muy importante para él. Él entra poco a poco en el laberinto de su memoria y que contiene una infinidad de salidas pero solamente una entrada. Y esta entrada aún yo no la he encontrado. No puedo decir nada más de Mastorna. Continúo eludiendo y por lo tanto, la haré.
– El año 2000 llega. ¿Va a inventar algo especial para recibir este acontecimiento?
–¿Qué quiere usted que yo haga? Ah, sí, reconstruiré el Panteón en el estudio 5 de Cinecittá. Imagine la escena: el silencio es total, una inmensa caverna, sombría, glauca, lúgubre, enteramente iluminada solamente por una lámpara suspendida en el fondo. Y después, un temblor de tierra. Eso sería perfecto, ¿no?
-Usted siente un verdadero gusto por el naufragio.
–Sí, el naufragio me excita. Cuando era niño, la proximidad de una tormenta, de un tornado, de un ciclón, los rayos, todo eso me ponía en un gran estado de exaltación. L atmósfera de la decadencia me inspira la visión del apocalipsis. Pero quisiera una excepción: tener un poco de vida para poderla contar.
-Ya nos hemos familiarizado con la idea de la muerte, la muerte de los artistas, particularmente. Diría usted, como Jean Cocteau: “cada vez que me miro en el espejo veo la muerte trabajando”.
– Yo no voy a librarme de eso. Debo decir que, desde hace algún tiempo, el pensamiento de la muerte está más presente. Por suerte, estoy dotado de un mecanismo psicológico particular gracias al cual, el displacer, el miedo, los datos, y las obligaciones se convierten en algo desechable. Es el formidable cinismo del creador. Pensar que ha venido a este mundo solamente para contarle historias a los otros. Esta es una de las formas más acabadas del narcicismo.
– Observando Ginger y Fred o Intervista, se tiene la sensación de que está obsesionado por el tiempo. ¿Es usted consciente de eso?
–No tengo sensación del tiempo que pasa. No puedo citar feas. Puedo citar películas que han afectado mi vida. Es como si hubiera hecho desde siempre películas. Un eterno presente. El tiempo se detiene y tengo la impresión que siempre he estado en un estudio de cine, con el megáfono en la mano, gritando, haciendo algunas veces de payaso, de comisario de policía. Algunas veces los recuerdos de esos cuarenta años aparecen envueltos de una oscuridad que alumbra. Es como una serie de sombras que se mueven.
– ¿Y es que usted ha participado en ese movimiento?
– Sí. Parece que mi vida, creo, se consumió, y se consume en esa imagen. Así, yo no tengo la sensación del tiempo que pasa y mucho menos del tiempo que huye.
– ¿El pensamiento de la muerte, es una estimulación para usted?
– Creo que la obra de un autor puede testimoniar la progresión de la vida, diversas épocas, la decadencia física, la vejez, la posibilidad de no seguir rodeado de amigos. La muerte es algo que no se puede nunca poseer.
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