Osvaldo Aguirre habla de ¡Extra!, la antología que preparó junto a Javier Sinay y que reúne, en más de 400 páginas, un siglo y medio de crónicas policiales en la prensa argentina.

En 1856, el italiano Jacobo Fiorini fue asesinado por su mujer y el amante de ella. El crimen reavivó el debate por la pena de muerte en la sociedad porteña (pocos años antes se había fusilado a Camila O´Gorman y Ladislao Gutiérrez), en un caso seguido por el diario La Tribuna. Homicidios hubo desde que existe la humanidad, pero es posible fechar el caso Fiorini como el primero de la crónica policial en la Argentina. Un siglo y medio de relatos periodísticos, de Juan Jacobo Bajarlía a Ricardo Ragendorfer, pasando por Emilio Petcoff y Gustavo Germán González es lo que abarca ¡Extra! Antología de la crónica policial en la Argentina, un trabajo a cuatro manos entre Osvaldo Aguirre y Javier Sinay que publicó Del Nuevo Extremo.

Ambos son cultores del género. Aguirre incursionó en la novela policial, incluso tomó al mítico González de Crítica para protagonizar una saga, y ha publicado libros de investigación como Historias de la mafia en la Argentina y La pandilla salvaje, que recrea las andanzas de Butch Cassidy y Sundance Kid por esta parte del mundo. Sinay es el autor de Los crímenes de Moisés Ville, donde, al tiempo que rastrea sus orígenes familiares en la Argentina, da cuenta de la puja entre colonos y gauchos, saldada con sangre. Un largo viaje no le permitió ser parte de una charla en la que Aguirre desglosó el volumen que acaba de ver la luz.

“El libro lo trabajamos durante dos años. Fue un largo período en hemerotecas, después de haberlo charlado con Javier. Nos conocemos hace tiempo, nos leíamos mutuamente y tenemos el gusto común por el género”, cuenta el autor de Escuela de detectives sobre un libro sin precedentes en la Argentina, que rescata textos sobre casos muy sonados y otros no tanto: en sus páginas conviven el Petiso Orejudo y la versión de Jack El Destripador que lo cree de origen argentino; Robledo Puch y el Jorobado Parodi; los narcos rosarinos y el prófugo Roscigna; el descuartizador Burgos y su precursor Tremblié. “Durante mucho tiempo, la crónica policial  no se valoró como género. Son textos que aparecieron en diarios y revistas que no son  accesibles y es difícil a veces ver el conjunto”, afirma uno de los dos antologistas.

¿Por qué el punto de arranque es el caso Fiorini?

Es controversial situar el punto de arranque de una historia, crímenes hubo siempre, pero se puede localizar el primer tipo de cobertura, que anticipa ciertas características del género. Es lo que hace La Tribuna, que, en la medida en que sigue las peripecias del asesinato va focalizando sobre varias cuestiones, como  el rol de la mujer en el caso su repercusión social. Llegamos gracias a Álvaro Abós, que había rescatado ese caso.

Algunos casos los habrán conocido a partir de la investigación.

Conocíamos muchos, otros no, como el de los asesinos de taxistas, llegamos por Mariano Petrecca, que hace una tesis sobre Así, la revista de Héctor Ricardo García. Cuando se habla de crónica policial, sale el nombre de Así, pero casi no se conservan ejemplares, se pensaba quizás que no valía la pena cuidarlas, y son de un valor extraordinario. Lila Caimari nos pasó la revista Sherlock Holmes, sacamos crónicas de ahí, una muy significativa sobre los cronistas acreditados en 1911 en el edificio de policía. Ya entonces la crónica policial era algo especializado. Comenzaba la prensa de masas, se ve en esas revistas, en otras especializadas de antes, como Criminal, una revista de 1883, que circulaba por suscripción y se basaba en expedientes judiciales.

¿Cómo fue cambiando el enfoque con el paso del tiempo? La Tribuna y esas revistas son previas a la prensa de masas.

Cuando empieza el siglo XX se notan los cruces entre periodismo y literatura. Sobre todo a partir de Crítica. Arlt dice que recuerda su paso por policiales y dice que de un vulgar choque de colectivos tenía que hacer una nota de alto impacto. Es como un requisito del sensacionalismo, pero también tiene que ver con un entrenamiento de la mirada, cómo se perciben los hechos de la cotidianeidad. Se puede decir que hubo siempre presencia destacada de los policiales en nuestra prensa, y desde temprano fue algo especializado, a cargo de periodistas expertos.

Se podría decir que había un público ávido de conocer sobre esos casos.

Claro. El caso Fiorini fue un filón, La Tribuna saca un folletín y luego Criminal aumenta el número de suscriptores. Había un mercado. Hay casos con cobertura abrumadora, como el de Burgos. Seguí la que hizo Noticias Gráficas, estuvo Petcoff ahí. Fue el diario que mejor siguió ese caso. La revista Ahora tenía una página de correo de lectores para que opinaran sobre Burgos. Y el caso Penjerek proyectó a  Crónica como un diario de masas, en los 60.

El caso Burgos, uno de los más conocidos de la historia criminal argentina, hoy sería considerado un femicidio. ¿De qué manera se lo percibía en 1955?

En ese caso es interesante ver cómo se mueve la prensa en relación a la historia: él pasa de ser el victimario a convertirse en  víctima. De un feroz asesino, como lo definen, a ser un pobre infeliz. Lo que ahora llamamos femicidio estaba absolutamente naturalizado, con Burgos lo impactante fue el descuartizamiento. Eran habituales los crímenes de mujeres, algo que me sorprendió. Lo que uno puede ver es la circulación de ideas y lugares comunes que naturalizaban, o casi que morigeraban, la mirada de esos hechos, se lo veía como algo comprensible, había un pseudo humor machista: mucho imaginario machista de mujer mala que abandona…

¿De qué manera encararon la selección del material?

Cuando se hace una antología lo primero que se nota es lo que falta. Es una gran dificultad. Hay más de 50 crónicas, quedó mucho afuera como para seguir investigando. Tuvimos en cuenta los personajes. No podían faltar Yiya Murano, Robledo Puch, el Petiso Orejudo. Quisimos poner textos de diarios y revistas que aun sin ser conocidos hoy hubieran contribuido al desarrollo de la crónica policial: Así, Ahora, Sherlock Holmes, que por ahí se menosprecian.

¿Estos textos hablan de una sociedad violenta?

Yo creo que ¡Extra! se puede leer como un libro de historia argentina, abarca los últimos 150 años. La crónica policial no es quizás por donde pasa la historia con mayúsculas, pero a lo mejor sí, porque un caso policial es una producción social, implica a la sociedad de su tiempo. Ahora se desprende al hecho policial del contexto social. Lo que pasa con los grandes personajes de la crónica, también, respecto de su época, y eso funciona como algo distractivo, ¿no? La cuestión es ver la trama en que está incluido el caso policial, el caso moviliza esa trama, condensa esas cuestiones. Se ve claramente en la crónica policial actual.

¿Cómo se entiende la evolución del género desde la aproximación del periodista a un caso?

Para mí hay dos grandes líneas en la crónica policial. Una es de los 90, más narrativa, con Ragendorfer, Rodolfo Palacio, la revista Pistas. Y la otra, que  aparece en los grandes medios, con una prédica cotidiana sobre la inseguridad. Los casos policiales son productos históricos, necesariamente cambian los relatos de una época a otra. De los cronistas del pasado se pueden tomar posicionamientos. Eso es muy decisivo. González decía en el título de un libro que “pasé 55 años entre policías y delincuentes”, cómo que se sitúa en una zona gris. Si hoy hacés una nota en base a lo que te dice la policía, dice mucho de vos como cronista que le aceptes una historia armada, O sos ingenuo o estás de acuerdo con la visión policial.

Hay casos que generaron su propia mitología en la Argentina y son conocidos hasta por quienes no leen la crónica policial.

Sí, son mitológicos en sentido estricto, porque son relatos que vuelven, como Puccio, 30 años después, o Robledo Puch. Ahí el caso notable es el de Sergio Schocklender. Hace un libro con Enrique Sdrech, como respuesta al de su hermano Pablo con Petcoff, donde quedaba incriminado. Sergio muta en la cárcel, estudia. Se lo empieza a valorar  en el ámbito de los derechos humanos, va al Rojas en una de sus primeras salidas y cita a Foucault. Hizo todo un relato que pretende ser verosímil, pero que se cae a pedazos, sobre lo que pasó con sus padres. Por cierto que es uno de los más prolíficos entre nuestros autores criminales,  ya va por el quinto libro.

¿Qué autores hay que tener como rescatables cuando se habla de crónica policial?

Hay nombres canónicos, algunos los hemos mencionado. Para mí, Petcoff es uno de los mejores. Tiene algunos libros, pero lo mejor son sus crónicas en Clarín. Impresiona la cantidad de referencias literarias, más cosas que hoy no serían publicables, como el licenciado Plechbenda con el que dialogaba en las crónicas. Un investigador de ficción, que aparecía en el cuerpo principal del diario. ¿Se publicaría eso sin estar claro que es ficción? Es impactante cómo cubrió el caso de Pesic, el marinero yugoslavo acusado de matar una prostituta en Necochea. Ahí se puede ver cómo los casos policiales son producto de grandes relatos periodísticos. Sdrech fue un gran periodista, aunque precisaba un editor. Su mejor libro es El hombre que murió dos veces, sobre un policía que fraguó su muerte, cobró el seguro y luego murió. Ragendorfer es ineludible. Y Martha Ferro, de Crónica, casi la única mujer en un ambiente masculino que inventó lo de “policial tramontina” para hablar de crímenes en la pobreza.

¿Y entre las publicaciones?

Yo rescato dos revistas de los 90. Una es Pistas, dirigida por Sdrech. Ahí Marta Dillon hizo una gran serie de notas sobre cárceles de mujeres, con fotos de Adriana Lestido. Y un poco antes salió Delitos y Castigos, de Alberto Schprejer, donde estaba Miriam Lewin. Salía como mensuario y duró un año. Cada número tenía un caso famoso como tema principal, y un escritor hacía un largo texto, como Enrique Medina sobre Yiya Murano, por ejemplo, y sumaban la voz del hijo, iban actualizando la causa.

¿Cómo se percibe a la crónica actual?

Lo que veo es la crónica policial y su incidencia en el sentido común represivo o punitivo. Hoy provoca miedo. La marca de esta época es el miedo en cuanto a lo policial. Y eso genera delitos típicos de esta época, como el secuestro virtual.

Lo que llama la atención es la vigencia del género a lo largo de la historia.

El tema interesa y hay épocas con menos publicaciones disponibles, como el final del peronismo, en el 55, está sólo Ahora, los diarios tradicionales no hacían secciones interesantes de policiales. La Razón le da mucho desarrollo. Una gran característica de la crónica policial es que exacerba la pelea por la primicia. Muchas veces los textos dicen: “Se confirmó este anticipo”, o “Fuimos los primeros”. Eso se pone muy en valor.