Nació en 1989 en la Villa Carlos Gardel, estuvo preso entre los 16 y 21 años y al salir comenzó una prolífica labor artística en la que se destacan siete largometrajes, tres cortometrajes, un documental y tres poemarios. En su último libro -“El fetichismo de la marginalidad” (Sudestada)- dialoga con el cine, la filosofía y su experiencia, situada en los barrios populares, las villas, la marginalidad y la pobreza.
Si el ojo que narra, mira rápido y se va, lo que construye puede parecerse mucho a la fantasía. A partir de veinte textos que exploran la construcción artificial y limitada de las producciones culturales sobre barrios populares, el poeta y cineasta César González aborda en su nuevo libro, “El fetichismo de la marginalidad” (2021), una lectura crítica sobre la representación de la pobreza, que muchas veces aparece recreada por el cine, la televisión, los medios de comunicación y los libros como estereotipo que olvida mostrar las condiciones estructurales que reproducen la desigualdad.
Cineasta, productor, gestor, artista plástico y poeta, César González (1989) es director de las películas “Diagnóstico Esperanza”, “¿Qué puede un cuerpo?”, “Lluvia de jaulas” y “Atenas”, entre otras; además de autor del libro “La venganza del cordero atado” -que publicó con el seudónimo Camilos Blajaquis – y el poemario “Crónica de una libertad condicional”, en el que escribe cómo fue volver a habitar la ciudad luego de salir de la cárcel. Ahora, en “El fetichismo de la marginalidad”, dialoga con el cine y la filosofía. También con su propia experiencia sobre el universo que viene trabajando en sus otras obras: los barrios populares, las villas, la marginalidad, la pobreza.
¿Quiénes narran a las clases populares? ¿Qué sectores tienen la posibilidad de representar la imaginación cultural y del entretenimiento? ¿Tenemos todos el mismo acceso a contar lo propio y lo ajeno? ¿Que la industria audiovisual desarrolle contenidos en estas geografías significa que está visibilizando realidades ajenas a los discursos hegemónicos o acaso están plagados de estereotipos que poco se parecen a la vida en los barrios, incapaces de reducirse a una condición uniforme?
“La fetichización de la pobreza significa tratarla como un elemento fantástico, usar a la pobreza como una fuente para desarrollar los delirios más increíbles que se le ocurran al productor o guionista blanco y burgués, significa presentar a la pobreza en la pantalla como algo eterno, impoluto, dado e inmodificable, ocultando las estructuras económicas, las razones sociales que generan la pobreza”, dice González sobre su nuevo libro, donde compila algunos textos que publicó en la edición de papel de la revista Sudestada.
Desde una película a un director, una serie o un pensador, el autor hilvana lecturas y referencias para revisar y las lógicas del poder, los falsos progresismos, las ficciones, la valoración violenta sobre la alteridad o los síntomas de época en la industria audiovisual como cuando identifica el auge de un desplazamiento de lo comercial hacia lo políticamente correcto. También está la crítica a las instituciones y sus agentes, la expresión comunitaria de los vínculos en un barrio o el retrato, como justicia poética, de alguna escena de la vida cotidiana como el ritual de piedrazos cuando un móvil policial ingresa al barrio solo para vigilar.
El título del libro, como uno de los textos, es un préstamo resignificado de Karl Marx y su concepto de fetichismo de la mercancía mediante el cual el filósofo alemán explica el modo en que las relaciones dejan de ser entre humanos y pasan a ser entre las cosas: “Así como Marx explicaba que recibimos la mercancía escondiendo todo el trabajo que hay atrás, borrando la huella humana que las produjo, eso se hace en la industria audiovisual con las realidades de las personas más agredidas con el capitalismo, se borra todo lo relacionado al sistema y se reduce todo a las supuestas decisiones que toma el individuo”, advierte.
-Una hipótesis de estos textos es que a mayor producción de contenidos cultural sobre la pobreza, lo que se refuerza es un imaginario anquilosado. ¿Cómo entendés este encuentro que bajo el etiquetado progresista de mostrar otras realidades termina “invadiendo los territorios de la pobreza” y construyendo un extractivismo cultural, como sugerís?
-En el libro hago una analogía de lo que sucedió en la sociedad norteamericana con los modos de representar a la comunidad afrodescendiente y a los pueblos originarios en el cine y la televisión. Hubo un momento donde los negros y los nativos se plantaron ante la industria cultural y dijeron basta de maniquíes y caricaturas, basta de usarnos como señuelos y metáforas de lo que sería el mal en la tierra, empezaron a reclamar poder relatarse a si mismos y lo lograron hasta tal punto que hoy día se fueron casi al otro extremo y hoy abundan películas hechas por negros mismos, pero para que eso haya sucedido no solo los negros tuvieron que decir basta sino también los blancos, ellos tuvieron que decir basta de hablar por los otros. Siguiendo este paralelismo hoy Argentina está muy atrasada, falta una mirada crítica seria sobre estos productos donde se banaliza y ridiculiza la vida de los habitantes de los barrios populares. Lo único que hay son gritos esporádicos de cierta indignación, pero con la indignación no hacemos nada. Para que ciertas poblaciones puedan acceder a los medios de producción y poder representarse a sí mismas otro sector debe aceptar perder el privilegio de ser el centro, de ser quien determina los puntos de vista.
-¿Es necesario crear una sintaxis de la marginalidad o ese lenguaje propio existe pero está silenciado? ¿Cómo contar la cultura villera sin romantizar ni estereotipar?
-Es que una sintaxis es algo múltiple, no se la puede considerar como algo monocorde, dentro de esa multiplicidad puede haber romantización, pesimismo o una mirada fría. En este sentido es necesario aclarar que cada barrio popular es una galaxia distinta, con sus propias particularidades, no una roca homogénea como interpreta el sentido común a estos espacios, si bien hay una estética compartida y se reitera una forma de percibir y vivir la vida. No podemos pegar saltos místicos y sin que haya existido aún en nuestro país un mínimo de igualdad en el acceso a los medios de producción culturales ya exigir que no se caiga en estereotipos o romantización. Frente a décadas de injusticia y de las clases dominantes hablando por nosotros es hora de que las personas de los barrios populares puedan experimentar y representarse como les plazca, primero tiene que haber un tiempo donde abunden estas producciones originarias, donde se experimente, donde haya mucha variedad de producciones y creo que recién ahí podemos hacer un diagnóstico. Es tan simple como exigir el mismo derecho que tienen las clases dominantes cuando se representan a sí mismas, es decir, el derecho a la complejidad, a la contradicción, a mostrar una infinita gama de situaciones, de formas de relacionarse.
-Dijiste que tenés ganas de trabajar otras zonas/temas en tu cine, otras narrativas distintas al universo villero. ¿Así como la premisa de la libertad en contexto de extrema desigualdad queda caduca, pesa una suerte de imperativo moral de que quien vive en la villa debe narrar la villa?
-No considero para nada que solo una persona de la villa pueda estar apta para narrar la villa, eso es directamente absolutismo reaccionario y a la vez imposible. No existiría el cine si solo las personas que viven tal experiencia están habilitadas a narrar esa experiencia. Creo que es un atajo que se toma rápidamente para no profundizar el pensamiento. Ser de una villa no te garantiza nada en términos artísticos, ser de una villa solo te garantiza cosas en términos materiales, es decir no tener nada, no poder acceder a los medios de producción. Y a la inversa ser un burgués no te transforma inmediatamente en un monstruo y la mejor historia del cine está hecha por burgueses que tuvieron tan solo la sensibilidad y la honestidad necesaria. Por lo tanto si un burgués hace una película o una serie donde se fomentan todos los prejuicios preexistentes, donde se fortalecen las miradas más racistas y aporofóbicas es más por su propia subjetividad que por su origen social. Pero creo que nos adelantamos varios pasos, aún no existe una mirada propia de la villa instalada y aceptada por la sociedad por lo tanto yo no voy a estar exigiendo que puede o no un villero contar. Obviamente que las clases dominantes tienen el derecho natural a contar lo que quieran sobre quienes quieran, y ese derecho no es universal y por eso hay que luchar porque ese derecho a la libertad creativa no sea solo propiedad exclusiva de unas clases sociales.
-En uno de los textos explorás el lugar del odio: el odio es cuerpo, un actor más en la trama de las relaciones sociales ¿cómo es la reciprocidad entre el sistema y el odio?
-En el libro hablo de que solo una clase está habilitada a odiar y que pareciera que mientras más esa clase odia más involucrada está con su sociedad, en cambio si los pobres odian son unos resentidos. Es llamativo que una clase que lo tiene todo no pueda dejar de estar pensando en los villeros o en los pobres, que no pueda quedarse tranquila en el limbo de sus comodidades y privilegios y necesite estar hablando e interpretando todo el tiempo de aquellos que no han tenido ni un poco de lo que a ellos les sobra.
Películas
Diagnóstico esperanza (2013)
¿Qué es un cuerpo? (2016)
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