En el marco del BAFICI se presentó un documental en el que se narra con arte y oficio el escenario de la última crónica que Haroldo Conti publicara en la revista Crisis. Un mes después, un grupo de tareas nos dejaría sin su querida presencia.

Hoy, la isla Paulino tiene guías turísticas, puntuaciones en Tripadvisor y una entrada en Wikipedia bajo el nombre Delta del Río Santiago. Pero cuando Haroldo Conti le dedicó su crónica, su famosa última crónica, no figuraba siquiera en los mapas. No, al menos, en los mapas escolares o de circulación comercial. Así lo decía Conti con su prosa elegante en aquel texto, “Tristezas del vino de la costa (o la parva muerte de la isla Paulino)”: “En realidad, el que me dio la pista fue Roberto Cuervo que filmó hace unos años un breve documental. Mencionó la isla Paulino mientras corríamos en mi Renault sobre Avenida del Tejar y yo pregunté, alejado, ¿qué isla es esa Paulina? Y él corrigió Paulino y ahí empezó la aparición. La tal isla Paulino no existe de jure. He revisado cuanto mapa y cuarterón junté en mi vida de vagabundo y no aparece ese nombre. Lo más cercano, por ahora, es una carta del Puerto de La Plata de 1945 sobre un reconocimiento aerofotográfico de la aviación naval”.

Por estos días se presenta en el BAFICI Silencio en la Ribera, un notable documental sobre esa isla ubicada frente a las costas de Berisso que toma como base la exploración narrativo-periodística de Conti. Su realizador, Igor Galuk, nació en esa misma ciudad y es Licenciado en Artes Audiovisuales de la Universidad de La Plata. Entre sus realizaciones anteriores, hay un corto muy premiado, “La vendedora de lirios”, en el que ya se lo notaba preocupado por retratar a los habitantes de la zona y sus oficios. Silencio en la Ribera se mueve sobre varios ejes narrativos: desde lo visual, están la filmación contemporánea y secuencias de archivo de dos documentales. Desde lo sonoro, una voz en off narra tramos de la crónica de Conti y la musica interviene con oportunidad quirúrgica. En ningún caso lo sonoro explica lo visual ni a la inversa.

Las escenas filmadas por Galuk para este, su primer largometraje, son una captura preciosista de detalles de la isla y de los rostros y oficios de sus habitantes. Quien estas líneas escribe se reconoce poco familiarizado con las teorías contemporáneas del documental y, sin embargo, no pudo dejar de experimentar en sus cámaras fijas y en los colores brillantes que saturan la pantalla hasta dinamitar la sensación del verosímil, cierto contrapunto, si no polémica, con dos tendencias documentales bien verificables: por un lado, el documental mainstream de Netflix y compañía, ultraproducidos, con cámaras que sobrevuelan paisajes y la música que indica qué sentir: ora exaltación, ora desazón; por otro, el documental indie que usa la cámara como sucedáneo de la mirada del espectador y lo coloca en una especie de observación participante, una demagogia visual que deja al público con la sensación falsa de haber estado ahí. Galuk parece estar diciendo todo el tiempo que esto es cine, ni mas ni menos; como un director de orquesta que nunca suelta la batuta y la utiliza con arte para hacer entrar a escena los instrumentos narrativos, visuales o sonoros.

Los otros dos documentales fueron realizados en la legendaria Escuela de Cine de La Plata, de la cual fue alumno Roberto Cuervo, mencionado por Conti en su relato. Precisamente, su tesis de grado en esa escuela iba a ser “Retrato Humano a Haroldo Conti”, pero el filme quedó inconcluso por la desaparición del escritor a manos de un grupo de tareas en la madrugada del 5 de mayo de 1976. Haroldo había nacido en 1925 en Chacabuco, y ese territorio de la provincia de Buenos Aires, al igual que sus ríos, fueron escenario de varios de sus relatos. Los planos de Cuervo que Galuk rescata muestran un último Haroldo cuya mirada estremece a quien sabe que, un mes después de esa toma, sería secuestrado. Y que 46 años después de ese viaje por la isla, su cuerpo todavía no fue encontrado.

El otro trabajo que aporta cuerpo a Silencio en la Ribera es “Hombres del Rio” de 1965, un documental sobre los pescadores de Punta Lara dirigido por cuatro alumnos de la escuela: Diego Eijo, Alfredo Oroz, Ricardo Moretti y José Grammático. Buena parte de esas imágenes se presentan en el film como copias en negativo, lo que le aporta una nueva dosis del distanciamiento ya descrito. Según le contó Galuk a Socompa “Así fue la sensación que tuve yo la primera vez que conseguí una moviola y pude verlos, los vi en negativo, y para mi fue muy fuerte ver esa imagen porque soy de una generación que no transitó lo fílmico, fui descubriendo los materiales de esa manera, primero en negativo y después los positivé”.

Pescadores a caballo de 50 años atrás se mezclan con cañeros y esterilleros contemporáneos en una unidad insular sostenida desde lo sonoro. “Lo que hicimos fue encontrar reversiones de las canciones que estaban ya como banda sonora en Hombres de Río”, dice Galuk: el “Preludio nro 1” de Heitor Villa.Lobos; “Norteña” de Jorge Gómez Crespo; “El Rancho e la Cambicha” de don Mario Millán Medina y “Recuerdos de la Alhambra” de Francisco Tárrega se alternan, cada tanto, con la voz en off que lee partes de la crónica de Haroldo.

Frases hermosas y cargadas de un futuro que no tuvo, que no tuvimos, como aquella que dice “la isla está ahí, fantasmosa, pero entre sus árboles viven hombres de carne y hueso que esperan a pesar de todo esas ligeras amarras que la salven de irse a pique para siempre. Yo mismo mientras recruzo el río no pierdo la esperanza porque, vaya vulgaridad, todavía creo en el hombre y creo en este país y me juro sobre el tembloroso Ford A que empuja nuestra frágil madera que volveré un día a echar la meada inaugural en el baño público de la invicta y soñadora isla Paulino”.

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