Se presentaba como un laburante del humor, alguien que tenía más que ver con el esfuerzo que con la inspiración. Esa misma postura lo llevaba a Fontanarrosa a tener muy claros los recursos del oficio, de los que habla en este reportaje, que recorre sus inicios en Hortensia, el chiste diario para Clarín, la colaboración con Les Luthiers y la relación no siempre pacífica con sus personajes.

Estamos tan acostumbrados a Fontanarrosa, que se suele olvidar que es el creador de dos de los personajes más perdurables –en todos los sentidos de la palabra- del humor argentino: Boggie, el aceitoso y sobre todo Inodoro Pereyra. El matón inspirado en Harry el Sucio y ese gaucho que se las arregla para vivir “mal pero acostumbrado”. Fontanarrosa trasmite una humildad especial, cálida, ha adquirido la sabiduría de saberse a la vez limitado y muy eficaz, una combinación que trasmite a sus entrañables creaciones y que también pueden leerse en sus libros, que están entre lo más atractivo de la producción literaria actual.

 -No es habitual que trabajes con personajes concretos.

-Primero hay una limitación técnica mía. No soy caricaturista. Entonces podría intentar a Menem, Duhalde o quien sea pero me sale mal. En esos casos, doy el nombre. Pero podría ser que generalice como para no cargar toda la crítica sobre un integrante de la fauna política, cuando casi a todos le corresponden las mismas virtudes y defectos. Tal vez sea por eso, pero creo que arranca más que nada por la limitación. Entonces aparecen los personajes anónimos que hablan de Fulano.

-Hay una situación habitual en tus chistes: dos personajes que comentan algo que sucede ante ellos.

-Es la posición de la mayoría de nosotros. Hay muchas cosas que por ejemplo que cualquier periodista trata de documentarse sobre el tema que va a escribir. Pero yo no tengo conocimientos, en especial sobre lo que es económico. Pero me parece válido que los personajes míos comenten o reflexionen lo mismo que se puede comentar en la calle sobre esta extrañeza que nos produce la economía. Es una manera de reflejar lo que uno percibe en la gente y en uno mismo. O sea la extrañeza ante algo. El trabajo, como lo entiendo yo, es una observación sobre lo que pasa alrededor y un comentario sin estar estrictamente en el lugar del protagonista.

-Y es un humor muy basado en el texto.

-Primero, me gusta el texto. Hay chistes que hasta podrían ser mudos, que es una especialidad muy difícil especialmente si tratás actualidad. Es casi imposible eludir el texto y aparte no quiero hacerlo. A veces me excedo, pero lo que es cierto es que tenés que tener una capacidad de síntesis para evitarlo. A veces me doy cuenta lo recargado de texto que está Inodoro Pereyra. Trato de que sea muy cortito, pero no me sale. En el caso de Inodoro creo que debería tener menos texto. Hay una idea generalizada de que los diarios se empiezan a leer desde la última página, de los chistes. Dudo de eso. Desde el punto de vista práctico el chiste es como un título. Se leen porque son cortitos. Bueno, está la seducción de que te pueden hacer reír. Si la página de humor estuviera recargada de texto, no se leería primero, se deja para cuando uno llega a casa. También uno se guía de maestros que he seguido. Por ejemplo, Sempé, he visto que en muchos casos trabaja sin palabras. Pero cuando tenía que meter texto y mucho, lo hacía. Cuando dispongo de espacio, no me inquieta tanto que haya muchas palabras. Supone uno que cuenta con la complicidad y la tolerancia del lector que dice “voy a hacer un pequeño esfuerzo para ver de qué carajo se trata esto”.

-Se repite un esquema: Inodoro y Mendieta esperan y la acción comienza cuando llega alguien de afuera.

-Es que es un recurso cómodo si se quiere. A mí me gusta teatralmente. Dos tipos que están casi en el vacío, porque no hay nada atrás y aparecen cosas que transforman la historia. En historietas que llevan mucho tiempo de convivencia con el autor en muchos casos es como que tenés sacar el foco de atención del protagonista. Me pasaba con Boogie. A lo último ya eran personajes que venían y le contaban algo a él. Porque y esas son cosas  que me fui dando cuenta de a poco. Que si Boogie terminaba pegándole a uno, o matando a otro, se empobrecía la cosa. Me acuerdo de una fantástica historieta de José Muñoz y de Sampayo, Alack Sinner. Durante mucho tiempo la hicieron y el protagonista iba a un bar. Al final terminó llamándose “Historias del bar”. El estaba ahí, pero el entorno y los otros personajes eran los que movían la historieta. Ahora, yo al principio era en el diario, y hasta llegó a preocuparme, me daba cuenta que eran dos tipos hablando y aún hoy me congratulo cuando encuentro una idea que pueda recaer en el dibujo. Pero me doy cuenta de que los otros muchachos están en la misma. Rudy y Daniel Paz son dos tipos conversando. ¿Y qué vas a inventar? Uno agarra fórmulas, y casi siempre son dos tipos hablando y a la izquierda del cuadrito un tipo más atrás que cumple la función de remate.

-¿Lo tuyo es trabajo o inspiración?

-Arranque de inspiración, nada. Voy anotando cosas que se me ocurren en un cuaderno. Después lo que puede ocurrir es que decida que la situación puede ser tal, saber fundamentalmente como termina. Y a veces la armo de atrás hacia el comienzo y recurro mucho a ese cuaderno, busco chistes que tengo que se pueden adaptar a eso. Pero en líneas generales, mi laburo es un 75 por ciento de información, tal vez no especializada, un 15 por ciento de oficio, saber cómo se hace para procesar esa información y sacarle algo ese efecto humorístico, y el resto será eso que se puede llamar facilidad personal.

-Te gusta la parodia.

-Muchas cosas las he empezado de manera paródica. La parodia es más fácil, tenés un modelo. Pero ¿qué ocurre? Ni Inodoro Pereyra ni Boogie los pensé para ser continuados. Se me ocurrió hacerlos alguna vez como unitarios, que empezara y terminara allí. Inodoro era una mezcla de Martín Fierro combinado con el clima de los radioteatros gauchescos. Cuando sale publicado en Hortensia, me parece interesante continuarlo, allí empiezo a documentarme y a pensar para donde iba a salir este asunto, pero al principio había una parodia de lo que había leído sin ninguna intencionalidad, Martín Fierro, Don Segundo Sombra, que hacen que uno tenga una especie de cultura rural sin haber estado nunca en el campo. Y en los comienzos de los años 70 había un boom muy grande del folclore, Hamlet Lima Quintana, Tejada Gómez, Larralde, mucho de Zitarrosa que me había pegado mucho. Ese vocabulario me gustaba mucho. Y al principio  ponía lo que se llama horizontales y verticales en historieta en lo que iba explicando lo que pasaba, o metía fragmentos de canciones folclóricas. Que hoy no podría hacerlo, porque aunque sé que hay un renacimiento del folclore, no tengo idea de las canciones. Eran entusiasmos que me agarraban.

 -¿Cómo mantener las ganas después de tanto tiempo?

-El laburo este, como tantos laburos vocacionales, está ligado a las ganas. Si no me divierto, no divierto. Si me aburro, aburro. Me pasó con Boogie que cada vez me costaba más esfuerzo. Era un personaje sencillo de hacer pero por su propia característica solitaria – y me di cuenta una vez que tenía preparada la página y listo el diálogo, y pasaba el tiempo y no lo hacía- me di cuenta de que no tenía ganas. Había que terminarlo. Y pasaba otra cosa, Boogie se publicó mucho tiempo en Colombia y en México, acá no. No tenía ningún tipo de repercusión. Está bien que uno no es un actor de teatro que busca la repercusión inmediata de la gente. Tal vez influyó que no hubiera un ida y vuelta. En cambio, Inodoro que es más laborioso, es como una especie de sitcom, un chistecito detrás de otro, me sigue divirtiendo.  Boggie se empezó a publicar en Colombia, a instancias de Daniel Samper, en el diario El Tiempo. Me comentaban que habían recibido muchas cartas quejándose por la publicación de Boogie. Eran preocupantes, pero más preocupantes algunas cartas que llegaban a favor. “Por fin uno que le pega a las mujeres”. Me pareció muy gracioso. No es casual que más allá de la Argentina, donde más tiempo se publicó fue en Colombia y México, dos lugares con una tradición de violencia, de sicarios y machismo.

-¿Cómo llegaste a Hortensia?

-A mí me enganchan por el grupo, como dicen en el fútbol, “este maravilloso grupo humano”. Lo conocía al negro Crist, empiezo a ir a Córdoba, lo conozco a Cognini. De todos modos, conocía la leyenda del humor cordobés. Tendía a pensar que había alguna exageración al respecto, pero hay un hábito mayor de humor al menos en los contadores de cuentos. Gente que laburaba de eso, en Rosario nadie se ganaba la vida contando chistes. Lo que yo apreciaba en Hortensia era como una falta interesante de sofisticación. Rosario está muy cercana a Buenos Aires y es una especie de Buenos Aires. Las cosas que se hacen ahí son siempre un poco a imagen y semejanza de Buenos Aires, que a su vez es a imagen y semejanza de Europa y de Estados Unidos. Lo de Hortensia parecía más una estudiantina. Con Crist a veces protestábamos por el quilombo que era la diagramación. Pero Cognini quería eso, esa cosa mucho más espontánea. Eso pegó mucho y además le dio un corte personal a la revista. No era una revista al estilo de Buenos Aires, sino más provinciana. Por otra parte capitalizaron bien el recoger el chiste de la calle, ese que es anónimo y por eso se empezó a leer mucho en las radios de Buenos Aires y eso le dio mucha llegada. No creo que se me hubiera pegado el humor cordobés, sino hubiera sido impostado. Hice algunos chistes de esos “si vuá sé tal cosa”, pero no era lo mío. Pero no me sentía ajeno, estaba muy cerca emocionalmente de ese grupo, muy apasionados del laburo.

-Otro de tus temas, tanto en el dibujo, como en los cuentos, es el fútbol.

-Creo que ha habido un crecimiento muy grande del negocio del fútbol a caballo de los medios de comunicación. Pero siempre da pie para trabajar con algo que me gusta mucho. Pero cada vez hago menos de fútbol. Después de 30 años de hacer chistes es difícil encontrar material a menos que vayas agarrando cosas coyunturales. Pero tampoco me gusta agarrar demasiado sobre el fútbol porque siento que es un empobrecimiento. Puedo ver cuarenta partidos, pero no veo programas de polémicas. Es una temática que la he seguido en los cuentos donde se la puede trabajar más en profundidad. Más que nada la parte no profesional del fútbol. Para los cuentos donde estoy buscando una situación de conflicto, una situación dramática, el tema de la competencia es propicio. Menos tal vez que el box, que es una situación extrema, individualista. Por eso se ha escrito tanto sobre el box.  Cuando era más chico  iba a la popular que era más graciosa y disfrutaba más del fútbol. Ahora lo sufro más, como le pasa a la mayoría. Las amarguras que me agarro, pero si uno se entiende que es una pasión, porque no hay una explicación racional. Yo no sé como es que se ha emputecido el tema. Se ha instalado el drama de perder. Lo veía con la selección. Está bien, fue una gran decepción, pero fueron, jugaron y perdieron. Yo escuchaba a tipos que decían, “tienen que venir acá y dar la cara”, qué es eso ¿un juicio público? ¿qué queda entonces para los corruptos? Si me dijeras entraron borrachos a la cancha, se presentaron siete a jugar, bueno. Hay un cagazo a perder. Una vez comentaba el Flaco Menotti off the record, que en vestuario todos tienen miedo, los jugadores, el técnico, el árbitro, los jueces de línea un poco menos. Está esa frase, que es de esas de las que uno se agarra para hacer humor, “no me gusta perder ni a la bolita”. Si vos te jugás tu casa o el futuro de tu hijo a la bolita, entiendo que te pongas así. Pero si un fin de semana perdés un partido de bolita con tus amigos y estás con cara de culo cuatro días es que sos un tarado absoluto.

-¿Por qué tanta pasión por los juegos de palabras?

-Siempre lo he considerado un recurso menor, como un recurso fácil. En Inodoro Pereyra forzosamente lo tengo que hacer porque quiero meter un chiste por cuadrito. Me parece tan fácil, agarrás una palabra, la separás la dividís, después tenés que ver como engancharla para que no quede muy descolgada. Pero también es cierto que me gusta el lenguaje, cada vez más. Y por ahí me asombran palabras que he dicho toda mi vida sin darme cuenta de que tenían otro significado. Nunca pensé que verdura venía de verde. La verdura era para comer. O que lentejuela era una lenteja chiquita. Son realmente pelotudeces, pero son juegos de palabras. Lo que realmente ambiciono encontrar, porque me parece más fructífero, son situaciones, de conflicto o de lo que fuera, que sí te permiten desarrollar una serie de cosas.

El juego de palabras se pega bien con el personaje de Inodoro Pereyra. El recurso va bien con un personaje supuestamente limitado. Mendieta puede entender más, tener más información. Pero tampoco me quiero poner en dogmático. Si necesito que Inodoro entienda, lo hago. Pero quiero mantener ciertos lineamientos de la historieta. No aparecen elementos electrónicos, no aparecen televisores, aunque el tipo hable de personajes actuales. Quiero que mantenga un climita, clima rural, atemporal. Cuando decidí seguir con la historieta me acordaba de algo que me decía Quino, cansado de Mafalda. Que uno de los límites era que Mafalda no tenía absurdo, que su gancho era el realismo. Si de entrada ponés un perro que habla se abre más el espectro.

-También te gustan esas construcciones del estilo: “el libro empieza mal pero después decae”.

-El Lolo Amengual lo llamaba el pero negativo. Es pobre pero desagradable. Es uno de los recursos habituales que uno maneja. Porque si se quiere uno maneja dos o tres resortes. Era lo que veníamos trabajando con Les Luthiers. Los mecanismos se reiteran, vos le encontrás matices. El estilo es la reiteración. La insistencia es el estilo. Porque es como inevitable. Les Luthiers estuvieron una época con eso: que siempre parecía lo mismo. Pero, son ustedes, les decía. Si no hagan un espectáculo que se abra el telón y aparezca un living como los de Dario Vittori. No se puede impostar algo muy alejado de uno.

-¿Cómo fue tu trabajo con Les Luthiers?

-No lo sabíamos ni al principio. Hace mucho tiempo decidieron armar un equipo creativo inspirado en el show de Dick Van Dyke. Empezaron a contactarse con humoristas. No es que quedé yo sino que ellos no se preocuparon demasiado. Al principio fue bastante dificultoso porque ellos no tenían la gimnasia de que viniera un tipo de afuera. Me decían hay un número que es de music hall. Y todo lo que se me ocurría de ese asunto yo se los pasaba, situaciones, chistes, pequeñas historias, gags visuales. Ellos después lo usaban, lo modificaban, lo tiraban. Nuestra relación no se rompió nunca formalmente, pero se fue apagando, no lo amistoso. Una de las cosas que más agradezco del contacto con ellos es la amistad. Al principio venía una vez por semana pero era poco práctico, al final acomodamos las cosas. Como ellos estrenan en Rosario, yo iba a las pasadas previas y anotaba lo que me parecía y charlábamos sobre eso. 

-Te ha tocado muchas veces ser llevado al teatro.

Es muy sorpresivo eso. Había chistes que decíamos acá se vine abajo el teatro y no pasaba nada. Y se reían con cosas impensadas. Lo del teatro fue un arribo inesperado. Nunca fui un tipo de teatro, yo crecí yendo al cine. Pero la gente de teatro me decía que yo escribo como haciendo historietas. Acción y diálogo. No hay estudios psicológicos del personaje. Prefiero que el lector lo vaya conociendo a través de lo que dice, que es como sucede en la realidad. Debe sonar sencillo para trasladar al teatro. Además, trato de conseguir una situación dramática, después la derivo hacia determinado tono de humor. Hay otra cosa que me decían, no hay demasiados autores argentinos contemporáneos. A la gente le gusta la reproducción de cierto lenguaje coloquial urbano, que los personajes hablen como hablan ellos. El 90 por ciento de las cosas que se hacen mías yo no las veo, porque no se dan en Rosario. En promedio debo dar una o dos autorizaciones por semana.

-¿No controlás lo que hacen?

-No  me afecta demasiado. Si es una cagada, dirán qué mal hicieron esto de Fontanarrosa. Quedo preservado. Y en algunas cosas a las que he tenido acceso y hay alguna distorsión, les pido que pongan “en versión libre”, me puedo hacer cargo de las virtudes y no de los errores.

-¿Cómo te acostumbraste al trabajo de producir un chiste por día?

Cuando pasamos con Crist a Clarín, nadie nos dijo qué teníamos qué hacer. Tardé como 4 o 5 años en darme cuenta de que lo que tenía que hacer era leer el diario y trabajar sobre las noticias. Antes de eso hacía chistes intemporales, chistes de náufragos. El material está ahí, no había que salirlo a buscar. Generalmente trabajo sobre la información. Al principio me asustaba el consumo de material que tiene el diario. Pero el oficio te va dando una especie de piloto automático que hace que puedas trabajar. Puedo marcarme un mínimo, del uno al diez, un cuatro , o sea un nivel de dignidad. Alguna vez, en los 365 días del año puedo sacarme un diez, un chiste al que pondría en un libro. Cuando empiezo a dibujar ya está.  El dibujo no es un problema. Quiero que mi dibujo cuento algo lo mejor posible. No tengo expectativas plásticas. No me considero un gran dibujante. A esta altura del campeonato uno ya ha hecho un mecanismo: veo una situación y pienso cómo sería traducido a Inodoro Pereyra. O para un chiste. Siempre andás con las antenas dando vueltas. Cada dibujante es como un pequeño laboratorio. Recibe una información, la procesa y saca un producto. Uno de los laboratorios más complejos es el de Quino que siempre le da una vuelta más y le encuentra otro sentido más acabado. No es un humor espontáneo. No es la ocurrencia que sale en una mesa. Incluso cuando leo el diario y no vislumbro que pueda haber un chiste ahí empiezo a dar vueltas, me da la impresión que aparecen mejor chistes, más sólidos.

 

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