En un programa radial progre crearon un personaje –el Tío Beto-, un hombre que dada su edad avanzada no es capaz de deconstruirse como varón. El tipo dice barbaridades políticamente incorrectas sobre las mujeres. ¿Qué hacer con el viejo que atrasa? Reírse de él.
Los argentinos somos así: amigueros, futboleros, familieros, y una de las cosas que más nos divierten es burlarnos de los viejos. Así, por ejemplo, en un programa radial progre de una radio progre inventaron un personaje, el Tío Beto, de cuyos tropiezos seniles nos reímos. Esto no tendría nada de particular si no fuera porque esos tropiezos revelan siempre que el Tío Beto, por ser de otro tiempo, no ha podido deconstruirse en cuestiones de género: se pone a hablar de mujeres y dice barbaridades que sus interlocutores celebran con escandalizada diversión.
La pregunta es: ¿cómo puede ser que los creadores del Tío Beto, bien deconstruidos en cuestiones de género, no se hayan deconstruido ni un poquito respecto del viejismo? Quiere decir que la deconstrucción es más especializada de lo que supusimos: en su lucha contra las actitudes discriminatorias, la deconstrucción sería como una vacuna de eficacia limitada, que sólo protege de la cepa de discriminación contra la que fue diseñada. Entonces, ¿cuáles son los límites de la deconstrucción? Supongamos, un señor le pegaba a su mujer y, desde que logró deconstruirse, dejó de pegarle. Si ese señor se divorcia y se casa con otra, ¿tendrá que hacer una nueva deconstrucción para no pegarle a ésta?
En realidad, el que está dispuesto a pegarles a las mujeres sólo se abstendrá si tiene la certeza de que, en caso de que lo haga y la primera vez que lo haga, le va a ir mal, pero muy mal. No va a dejar de hacerlo por la ilusión de una condición humana capaz de deshacerse y rehacerse a nuevo sino por una característica invariable de todo sujeto discriminador: la cobardía.
Entonces, ¿por qué últimamente la gente se deconstruye tanto? ¿Por qué esa noción, introducida por Jacques Derrida no para las personas sino para los conceptos, se ha hecho tan popular? Volvamos a los risueños interlocutores del Tío Beto: su deconstrucción en materia de género les otorga una coartada: nos burlamos del Tío, no porque nos guste burlarnos de los viejos sino porque él es el machista, porque no se enteró de que ahora las cosas son diferentes, porque su reloj atrasa, ¡porque es viejo!
Sosiéguese, varón
Ya vamos viendo que la capacidad para deconstruirse no es otra cosa que la disposición a adecuar el propio pensamiento a las ideas y criterios predominantes en determinada época y determinado medio social. No hay deconstrucción para el viejismo porque no hay un me too de los viejos. Y no lo habrá nunca porque, como advirtió Simone de Beauvoir, el viejo no puede realizar su condición de tal: la vejez es un club al que ninguno de sus socios soporta pertenecer.
La idea de la deconstrucción -en su pretensión de que una persona, por sí misma y por la sola fuerza de su pensamiento consciente pueda desarmarse y volverse a armar en cuestiones tan íntimas como las que motorizan el machismo- es pre freudiana: conlleva la ilusión de un psiquismo transparente, gobernado por la conciencia. Esto no niega que sea posible modificar conductas: el varón violento va a serenarse y el acosador se quedará quieto si y sólo si se les aplican adecuados estímulos externos, el más eficaz de los cuales es, como ya se dijo, el miedo: sobre todo, miedo al destierro emocional que pesa sobre un sujeto cuyo acto es repudiado, en forma total y absoluta, por la comunidad en la que vive.
Y, en el orden de la historia, la deconstrucción se asienta en un evolucionismo ingenuo: el deconstruido es alguien que se ha puesto al día, en comparación con otros cuyo reloj “atrasa”; el deconstruido se mece en la corriente de una historia amable, que va de peor a mejor y donde sólo hay que tomar la precaución de no quedar fuera de onda; una noción de la historia previa a los debates que se manifestaron con Marx y Nietzsche y que hoy continúan, o deberían continuar. Pero alcanza con deconstruirnos, y seguiremos deconstruyéndonos.
Hoy mismo, en 2123, después de las catástrofes ambientales del siglo XXI, nos hemos deconstruido: repudiamos las sofisticaciones tecnológicas que hace cien años encandilaban a nuestros abuelos, porque sabemos que la prioridad absoluta es el respeto por nuestra querida madre Tierra; hemos aprendido a olvidarnos de las máquinas, hemos vuelto a trabajar duro y, para conseguir que la gente trabaje duro, no hay mejor sistema que la esclavitud.