“Supongamos que Nueva York es una ciudad” es la serie que dirige Martin Scorsese y que protagoniza su querida amiga y vecina, la escritora, comediante y guionista Fran Lebowitz. Puede verse en Netflix y ofrece una mirada tangencial sobre la Gran Manzana, aunque está lejos de las grandes obras de Marty. Es que hay amores que… bueno, son amores. Y a veces inspiran a hacer cosas que no satisfacen las expectativas de sus testigos.
La recién estrenada serie “Supongamos que Nueva York es una ciudad” (Pretended It’s a City) reposa en gran medida en las ingeniosas conversaciones que el director Martin Scorsese mantiene con su amiga y vecina Frances Ann “Fran” Lebowitz, pero dista de estar entre lo mejor del gran director de El toro salvaje y Después de hora.
Scorsese es uno de los más grandes realizadores de una generación de la que van quedando pocos referentes. Y en ocasiones suele tener una aparición tangencial en la pantalla, en sus propias películas, cosa que acá sucede, con sus preguntas y la risa por momentos exagerada que le provocan los comentarios verborrágicos de la ácida y provocadora Fran que, por otra parte, no deja a nadie indiferente. O se la ama o se la repudia.
¿Quién es ella? Se trata de una escritora, aunque hace treinta años que no publica (lo último fue el libro para niños Chas and Lisa Sue Meet the Pandas, de 1994). Lebowitz es comediante y guionista, acaso una estandapera, muy popular en la Gran Manzana, que ama la ciudad en la que vive desde hace medio siglo y cuyo rasgo más sobresaliente es tener una inteligencia incisiva.
Autora de Vida metropolitana (1978) y Breve manual de urbanidad (1981), recopilaciones de artículos periodísticos. En Estados Unidos, ambos títulos (Metropolitan Life y Social Studies) fueron reunidos en un tercero, The Fran Lebowitz Reader. Lebowitz fue comparada con Dorothy Parker por su perspectiva cáustica sobre la vida neoyorkina.
La serie puede verse por Netflix y consta de siete episodios temáticos de media hora cada uno; el transporte urbano con sus malos aromas, la alta y baja cultura, el deporte y la salud son items que funcionan como excusas o puntos de partida para que Lebowitz se explaye y ponga en evidencia cierta misantropía, su repudio del icónico Times Square (“el peor barrio”, dice ), del ruido y del desborde de gente, su crítica al celular y la computadora, dispositivos que en su caso brillan por ausencia, salvo en su irrefrenable decir.
Las ideas de Fran son, al fin y al cabo, una especie de guía turística alternativa de un pasado más lejano y del prepandémico más cercano, que acentúan cierta nostalgia de quien ha sido un flaneur de la metrópoli estadounidense. Pero justamente el problema de la serie reside en la palabra ideas. Hay muchas, y no es que algunas no sean interesantes, el problema es que no están plasmadas en imágenes narrativas, sobreabunda la presencia monocorde de la protagonista y se ancla en exceso e el plano de la oralidad. La sensación es que dura demasiado, tal vez podría haber quedado reducida a una película, cortando y editando lo más sobresaliente.
“En Nueva York hay muchas cosas en el suelo. Anuncios, grafittis, placas para escritores cerca de las bibliotecas. Hay que ser optimistas para suponer que alguien las leerá”, dice al comienzo y, de ese modo, anticipa la mirada lateral, oblicua, desde el piso, que Lebowitz tendrá para Nueva York, donde vive con intensidad desde los años setenta, cuando desembarcó desde Morristown, en Nueva Jersey, donde nació en 1950.
Frances fue una joven que, como tantxs otrxs de sus contemporánexs, sintió que no tenía espacio en su lugar de origen, ya por motivos de desarrollo de oficio o profesión o por una identidad sexual no binaria que no podía desplegarse a la luz del día en las pequeños y conservadoras localidades estadounidenses.
La protagonista de la serie cruza la calle mientras se escucha como música de fondo un mambo y asegura que jamás llamaría al suyo un “estilo de vida”. Icono de la ciudad, vestida con sobrios camisa, saco y pantalón a lo Patti Smith, menos elegante que Diane Keaton, considera que “esta época es banal, pero en los 80 había mucho idiota”. También habla de su amor por los libros en los que gasta gran parte del dinero que gana, mientras camina por una maqueta de Nueva York con los pies enfundados en unos escarpines de hospital.
“Supongamos…” es la continuación de una larga conversación que tuvo con Scorsese en 2010 en el documental “Public Speaking”, realizado por el autor de “Taxi Driver” y “La edad de la inocencia” y grabado en el bar favorito de Lebowitz, el Waverly Inn. La nueva serie no sólo es una conversación entre camaradas afectivos sino un paseo por una Nueva York pretérita en blanco y negro, con imágenes del contrabajista de jazz Charlie Mingus, íntimo amigo de Fran (“mi madre lo amaba, vino a casa el Día de Acción de Gracias y se terminó el pavo en la cocina”), así como charlas con el actor Alec Baldwin y con la escritora Tony Morrison.
Ex taxista, escritora pornógrafa y empleada doméstica, a los 21 años Fran empezó a escribir en la revista Change y fue descubierta por Andy Warhol como columnista de Interview. Antes, en su ciudad de origen, la echaron del secundario porque no cumplía con las reglas impuestas, pero siempre leía. Habitué del Vanguard Village y del Studio 54, fue una de las plumas detrás del show televisivo de David Letterman, aunque su masividad se la dio el papel de la jueza Janice Goldberg en la serie “La ley y el orden”.
Para Scorsese, el de Frances Ann es el arte de la conversación que ejerce casi siempre cigarrillo en mano. “Entiendo, por supuesto, que muchas personas encuentran objetable fumar. Ese es su derecho. Les aseguro que sería la última en criticar a los que se molestan. Yo misma encuentro muchas cosas objetables. Sentirse ofendido es la consecuencia natural de salir de casa. No me gustan las lociones para después de afeitarse, los adultos que patinan, los niños que hablan francés o cualquiera que esté muy bronceado. Eso sí, ella aconseja: “Piensa antes de hablar, lee antes de pensar”.
Personaje que asegura que los músicos y los cocineros son “quienes te hacen más feliz”, Lebowitz se candidatea como alcaldesa nocturna de la ciudad y remata así una de sus intervenciones: “Siempre fui de enfadarme, pero ahora vivo llena de una ira que proviene del hecho de que carezco de poder, pero estoy llena de opiniones”.
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