En 1950, antes de que irrumpiera la generación “beat”, el autor de “Dieciocho poemas” (1934), “Veinticinco poemas” (1936), “Mapa de amor” (1939) y “Retrato del artista cachorro” (1946) realizó la primera de cuatro giras por Estados Unidos para leer su poesía en colegios y universidades. Esta breve y extraña entrevista -realizada por el también poeta, además de crítico, editor y dramaturgo Harvey Breit- es del 17 de febrero de 1952 y fue publicada por The New York Times Book Review. Al año siguiente, Dylan Thomas volvió a Nueva York, donde sufrió un coma etílico que le provocó la muerte después de una intensa y prolongada depresión.

En 1950 el brillante y parco poeta galés Dylan Thomas nos visitó por vez primera. Ahora ha vuelto, tanto por demanda popular como por deseo propio, para leer sus propios versos y los de otros poetas en la Young Women Hebrew Association de la calle 92, en el Museo de Arte Moderno y en docenas de colegios y universidades. Para celebrar el acontecimiento, New Directions publicará sus nuevos poemas, In Contrary Sleep. Como celebración personal, este periodista entabló con él una una nueva entrevista. Estaba convencido, y era apostar sobre seguro, de que el señor Thomas no se repetiría, no podría repetirse. Como resultó ser inexorablemente.

En el transcurso de nuestra primera conversación (14 de mayo de 1950), el señor Thomas se describió a sí mismo con las siguientes palabras: “Treinta y cinco años más viejo, esbelto, de tez oscura, inteligente y de mirada punzante, tierna, enloquecida”. A continuación agregó: “Añada que me estoy quedando calvo y sin dientes. También que voy bien vestido”. El señor Thomas no era esbelto por aquel entonces, y sigue sin serlo. Continúa siendo rubio, su cabello es abundante y revuelto, tiene dientes de sobra y sus ojos son redondos y de expresión adormilada. Es evidente que su ropa de tweed está sin planchar. El señor Thomas, de hecho, podría haber ocupado el lugar de Heywood Broun en la ocasión en que alguien lo describió diciendo que parecía una cama sin hacer. Me alegra informar que sigue siendo, en términos generales, inteligente, imaginativo e intransigente.

Al principio, la conversación versó sobre la poesía en general y Thomas Hardy en particular, que resultó ser el poeta favorito del siglo para el señor Thomas. Pero el señor Thomas es también un prosista de talento, y el que suscribe se preguntaba qué opinaría sobre ambos medios de expresión. Por ejemplo, ¿le interesaba cada vez menos la prosa?

-No -respondió el señor Thomas-, cuando te vas haciendo mayor descubrís que se van separando cada vez más respecto a lo que sentís, y que la prosa se vuelve más limpia y concisa.

Eso era lo que su seguro servidor opinaba sobre la prosa de Eliot. El señor Thomas asintió.

-Eliot las mantiene separadas. Emplea una prosa bellísima, aunque solo porque no tiene nada que ver con los versos. Un poeta no puede escribir prosa extravagante: sería desbordar el cieno. Joyce es exactamente el caso opuesto. Escribía una prosa simple y limpia, una prosa maravillosamente imaginativa. En la mayoría de los casos ocurre lo contrario. Los escritores deberían guardarse sus opiniones para la prosa.

-Suponiendo -dijo el entrevistador- que usted no fuera usted y que yo no fuera yo…

-Estoy dispuesto a creerlo -dijo sucintamente el señor Thomas.

-…y le preguntara a no-usted por qué los poetas no debieran expresar opiniones en su poesía…

-Las opiniones -respondió el señor Thomas- son el resultado de una discusión con uno mismo y dado que la mayoría de la gente no es capaz de discutir con nadie, y menos aún consigo misma, las opiniones son un horror. Hay opiniones, por supuesto. En la poesía dramática sin ir más lejos, pero la mayoría de nosotros somos poetas líricos. Fue Eliot quien en este siglo demostró que era posible hablar de cualquier tema en verso, excepto sobre uno mismo.

¿No había entonces alguna discrepancia en lo que estaba diciendo el señor Thomas?

-Supongo -dijo el señor Thomas- que habría que matizar el tema de la opinión.

Eso era lo que el señor Thomas había estado haciendo ¿o no?

-El matiz -continuó el señor Thomas-, la inclinación de la mente, moldea la poesía.

El señor Thomas mantenía su cigarro de los entreactos en la comisura de la boca, inclinando la cabeza para alejarla del humo.

-Me gusta escribir la palabra “sangre”. Es un tipo curioso de palabra; significa demencia, entre otras cosas. El empleo frecuente de la misma forma parte de mi inclinación mental.

El señor Thomas y su invitado bebieron.

-Lo que resulta interesante -prosiguió tras unos instantes- es el modo en que ciertas palabras pierden, bien su significado o bien su bondad. Por ejemplo, la palabra “honor”. Una palabra digna de héroes. En realidad es una palabra más digna de Nerón.

¿Por qué perdían su significado o su bondad las palabras?

-Las emplean con asiduidad las personas que no deben -respondió el señor Thomas con expresión propia de un búho.

¿Cuánto tiempo va a estar entre nosotros?

-Unos tres meses -respondió el señor Thomas-. Será mi última visita en algún tiempo. Con eso habré conseguido engañar a todas las universidades y todas las universidades habrán hecho lo propio conmigo.

El que suscribe no estaba dispuesto a tomarse en serio semejante declaración.

-Como quiera -dijo el señor Thomas-. Yo sí.

¿Le importaría recapitular?

-Poesía -resumió, rehuyendo todo lo que pudiera sonar a teatral-. La poesía. Me gusta pensar que está hecha de enunciados expuestos en el camino hacia la tumba.