Su libro El regreso del joven príncipe, un manual de autoayuda que no oculta sus intenciones y que es de lectura obligatoria en las escuelas porteñas gracias a su amistad con Macri, ha llevado al presidente de la SADE-siempre atenta con los poderosos- a considerar que Alejandro Roemmers es un digno candidato al Nobel.
En una entrevista con el diario Perfil, el presidente de la SADE, Alejandro Vaccaro, dijo que Alejandro Roemmers merecería el Nobel que se le negó a Borges. Luego de decir que su principal escollo para el galardón era “ser millonario” y de destacar que sus libros se venden en cantidades industriales, Vaccaro, justificó su postura de este manera: “Cuando Roemmers está en el ámbito de las empresas dicen que está todo el día con los poemitas. Y cuando está en el mundo de la literatura dicen que publica porque tiene guita. Yo estoy convencido de que no es así porque conozco su obra, lo que ha escrito y la evolución que ha tenido. Eso es incuestionable.” Un destino de incomprensión al que las cifras del mercado –el de los libros y el de los medicamentos- alivian un poco.
Amigo de Macri y de Scioli, su libro de autoayuda planteado como una secuela de EL Principito fue un éxito en la Argentina y acaba de ser traducido al francés, pero pese a los millones en juego, no es oro todo lo que reluce.
En 2013, el programa Leer Para Pensar, de la Dirección General de Planeamiento Educativo del ministerio de Educación porteño incorporó a su listado de libros la obra El regreso del Joven Príncipe, escrita por Alejandro G. Roemmers. De acuerdo al sitio web de la ciudad, este programa “entrega textos escolares en castellano y en inglés a todos los alumnos de 1º a 7º grado, así como también libros de literatura a los alumnos de nivel inicial de las escuelas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. Para decirlo rápidamente, se trata de una explícita continuación de El Principito, de Antoine de Saint-Exupery, escrita en clave de autoayuda. Pero aquí se invierte la dirección de las enseñanzas. Mientras en el libro francés, el aviador aprende del joven, en su avatar argentino, es el principito –ya adolescente- quien recibe las lecciones impartidas por quien es claramente un alter ego del autor.
Hay reflexiones un tanto sorprendentes junto al consabido arsenal de que si no resolvemos un problema es porque no sabemos encontrar la solución y que el contacto con los demás hace crecer el conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Por ejemplo, que “todos aquellos que luchan contra los malos vecinos y familiares, contra la injusticia de sus jefes, contra la sociedad (…) tengan o no razón, están luchando contra sí mismos. La mayor parte del sufrimiento humano deriva de la resistencia a las circunstancias que nos rodean (…) El hombre sabio está en armonía con todo lo que existe. Antes de mejorar algo en el mundo, hay mucho que mejorar dentro de uno mismo”.
Suena un poco extraña la presencia de este libro entre los que se ofrecen para que lean los chicos que están terminando la primaria. No tiene grandes valores literarios, su lenguaje es artificioso (se dirige a sus lectores usando el “tú”) y presenta tramos de religiosidad que no se llevan bien con el mandato de laicidad de la enseñanza pública. Por un lado podría explicarse por la amistad de Macri con la familia Roemmers, dueña de uno de los mayores laboratorios farmacéuticos del país. Pero ya cuando apareció, a principios de siglo, fue declarado de interés nacional por el ministerio de Educación comandado por Alfredo Sileoni durante el mandato de Cristina. Puede que sea solo un dato de color que Roemmers haya sido mencionado como la nueva pareja de Karina Rabolini, tras su separación de Daniel Scioli. Por otra parte, el entonces matrimonio asistió a la presentación de El regreso del Joven Príncipe.
Más allá de que es evidente que determinadas cuestiones (la educación, el sistema de gustos, la relación con el mundo del espectáculo y el alineamiento con ciertas tendencias culturales hegemónicas) unen a oficialistas y a opositores, el auspicio a este libro tiene que ver con la idea de utilidad. No se lo lee por placer, como podría leerse a Borges, tampoco por curiosidad, como sería el caso de Cortázar, sino porque allí acecha un aprendizaje útil para la vida. Así como el autor dice haber cambiado durante el proceso de escritura, se espera que ocurra algo similar con los chicos en su lectura. Y deben hacerlo en la dirección que se les indica en el texto. Entre esto y una clase de moral hay apenas matices de diferencia. No se da un libro para que sea un punto de partida para el propio camino, sino para que se siga un sendero ya previamente trazado y señalizado.
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