Hijo de Mataderos, de la frontera, de padre socialista y madre peronista, Gabo Ferro entiende que de la libertad deviene la angustia. Y dice que, eligiendo la libertad y en caso de accidente, “puedo pifiar, pero elijo, por eso me muevo sin culpa”.

No es sencillo definirlo, no es posible encasillarlo.  Tal vez radique ahí lo interesante de este artista que desea “ser libre para siempre”. Pasa de la sonrisa más sentida a la seriedad más dolorosa. Su voz contiene una potencia descomunal. Artista polifacético, su obra aborda tanto cuestiones relacionadas con la dimensión existencial como cuestiones relacionadas con lo histórico y social.

Gabo Ferro es cantante, autor, compositor, poeta y performer. Hizo un doctorado en Historia y publicó un libro de su tesis. Empezó cantando hardcore con Porco, luego se inclinó por la historia, y más tarde, en 2004, volvió a abrazar la guitarra. Hace terapia hace muchos años, aunque la profundidad de su búsqueda la liga a la historiografía, que invita a mirar los hechos desde distintos ángulos. Se identifica como un “cultor de lo cotidiano y del gesto pequeño para hablar del todo”, según él, un ejercicio que se lo dio la micro historia.

Admirador de Leonardo Favio, el deseo y las vueltas de la vida lo llevaron a vivir en la misma casa donde vivió el artista fallecido en 2012. No es casualidad, porque “esa casa no podía ser para cualquiera”.

Un dejo de emoción aparece cada vez que nombra a su madre; de reconocimiento y cierta nostalgia cuando recuerda su infancia en Mataderos. Pocos días después de la charla que mantuvo con Socompa presentaría en el ND/Ateneo su trabajo más reciente, Su reflejo es el lobo del hombre, “un disco cárnico que piensa mucho el problema de la ausencia”.

Sos uno de los cantautores under más populares. ¿Te identificas con eso?

-Creo que lo popular va por un lado, y el género por otro. Con respecto a lo primero, agradezco que no sea una cosa masiva y que haya discrecionalidad por filtros. El primero de estos filtros está dado por la gente a la cual mis canciones, mis letras, mis libros, o mi manera de cantar les da rechazo. Por defecto, eso hace que decante y queden aquellos que se conmueven con las canciones, las letras o con mi modo de cantar. Esto hace que la cosa no sea popular, como sucede con otros cantautores. Desde el punto de vista del gusto, esto está muy atravesado por lo sensible. Como me dijo alguien muy popular dentro de la canción popular: “Gabito, si vos cantas tan lindo, ¿por qué cantas así?”. Y entendí lo que me quiso decir. Si yo podía afinar y llegar a ciertas notas e ir para otras y escribir lo que él entendía como bien, ¿por qué yo iba a lugares que la cultura entiende como “feos”? Justamente porque es una de las cosas que yo elegí atender, que es poner en crisis el canon de belleza. ¿Por qué hay que usar solo los materiales “lindos”? Si en general hablo de problemas… Cuando hago una canción lo que me interesa es marcar un escenario de problemas y dejarlo ahí, latiendo. A muchos intérpretes, y ni hablar de compositores o autores, no les llegó la revolución de la lengua o de la semiótica del siglo veinte. No entienden que está pasando algo con lo que digo y con la forma de lo que estoy diciendo. No puedo cantar la palabra “dolor” como si cantara la palabra “rojo” o la palabra “flor”. Más allá de lo que diga, para el canon toda canción debe estar cantada afinada, sin estridencias, sin romper el ritmo, con escalas tradicionales entendidas dentro del patrón de lo bello.

-Además de un precursor en esto de cuestionar el canon de lo bello en la música, también has sido un precursor en abordar cuestiones sociales y políticas desatendidas por largo tiempo.

-Sí, me pasó con la cuestión de género, por ejemplo. En 2004 me decían: “Uh, volvés como cantautor”. Yo venía del hardcore, cuando me decían “cantautor” ya me empezaba a rascar. Pero me pregunté qué quería decir ser cantautor y me empezó a gustar esa máscara. Alguien que atiende cuestiones de su tiempo. Entonces pensé en las políticas desatendidas. Fue como el 2 + 2 es 4: igualdad de derechos, matrimonio igualitario, género… Me acuerdo cuando hacía El amigo de mi padre, Costurera carpintero, o La cabeza de la novia cayó sin su velo, canciones del primer disco. En el interior del país mucha gente se levantaba y se iba… ¿Qué hace uno con lo que le es dado? Ese el problema para mí. Si esta es la figura del cantautor, ¿lo tomo así como está, lo deshecho así como está, o le saco un jugo?

¿Cómo concilias tus preferencias con las demandas del mercado?

-Los discos se venden y los libros también. Con el Recetario Panorámico Elemental Fantástico y Neumático, mi primero libro de poemas, hice una tirada de 1500 ejemplares, y era un libro caro. Tengo muchas nominaciones y Premios Gardel, lo que indica que estoy dentro de la industria, y es un lugar que me gusta ocupar. Por supuesto que no soy millonario; vivo austera pero cómodamente. El único que conoce su verdadera identidad es el que ocupa cierto lugar de perdedor, porque vio lo que ganó, vio lo que perdió. En cambio el ganador ve solo lo que ganó. En esa supuesta falta que tenemos los que supuestamente estamos por fuera de la gran industria, del mainstream, es donde uno puede conformar su propia identidad. Me dio mucho gusto descubrir que le pongo mucha más energía a todos los lugares por los cuales elijo que mi música y yo no circulemos que a los que sí. Es decir, digo mucho más “no” que “sí”. Los lugares de “pérdida” son los que ayudan a conformar la propia identidad. Saber lo que perdiste te marca una especie de frontera: eso no es mío, no porque me lo quitaron, sino porque no lo quiero.

-La interpretación tiene mucho peso en tu música. ¿La composición ocurre necesariamente previo a ella, o puede darse al revés?

-El primer verso me marca el escenario. Necesito el verso que me marque un escenario para trabajar, y de ahí juego. Siempre es la literatura. Por eso digo que algún día se van a enterar de que soy alguien que quiere ser poeta o escritor y que usa la música para subrayar la música de las palabras. La verdad es que no me interesan mucho los arreglos de la canciones; lo mío es la literatura. Lo que me permite la música es reforzar la música de la literatura. La voz es quien enuncia la palabra; la voz es quien “encarna”, o no, la literatura. Este último disco es el paroxismo de eso, empieza con palabra y termina con palabra. Es el trabajo de siempre pero esto está más subrayado; un disco donde la literatura está más musical, también para tirar abajo ese límite entre música y letra.

-Difícil de disociar, dada tu formación…

-Creo que lo bueno de escribir y hacer canciones es que son hechos subjetivos. Si está bien hecho uno se muestra completamente desnudo, y si uno no tiene ningún prejuicio entonces no tiene temor a mostrarse. Nunca tuve como mucho deseo de que me quieran. Necesito amor, como todo el mundo, pero nunca usé esto como un instrumento para que me quieran. Cuando cerré con el hardcore me fui a estudiar Historia y pensé que nunca más iba a hacer canciones. A los años, cuando agarré una guitarra española lo hice para probar, para ver si todavía podía cantar y hacer canciones. Fue una cosa riesgosa porque no me importaba nada. Estaba feliz investigando, siendo profesor de Historia, terminando el doctorado. Hacer canciones fue una sorpresa; un riesgo inconsciente que jugó a favor, porque después lo abracé. Soy un afortunado. Busco la alegría y la felicidad, pero no que me quieran. Es decir, no lo busco como norte, pero el tráfico de amor que hay en lo que hago es muy poderoso. Por eso cuando surge la reacción, o la fuerza del odio, cuando me tildan de “abortero” o de ese tipo de cosas, también es así de fuerte.

-Infancia en Mataderos, padre socialista y madre peronista. ¿Qué imágenes se te vienen a la cabeza cuando miras atrás?

-Tuve la suerte de capitalizar para el bien y para la salud todo aquello que de niño no era muy grato.

Con el tiempo me di cuenta de que todo lo que uno hace se junta y capitaliza. Si de niño uno pudiera estar advertido de eso… La mía era una casa con tremendas contradicciones. Mis viejos eran muy diferentes. Si uno hubiera sabido que en esas contradicciones había que abrazarlo todo, que en algún momento eso se iba a encontrar, que te daría subjetividad y te iba a conformar…

-Uno la hubiera pasado mejor…

-Exactamente. Uno hubiera dicho “que venga todo, no pasa nada, ya voy a poder”. En medio de tantas actividades que tenían mi padre y mi madre, en ese aparente descuido, había para mí un gran ejercicio de libertad, y de angustia, como toda libertad. La libertad es angustiante. En esa angustia también me daba cuenta de que había un poderoso ejercicio de libertad, y que eso tenía su costo. A veces me iba a jugar con las chicas al elástico, después de aburrirme de jugar al fútbol, pero no me importaba pagar ese costo. Uno iba aprendiendo mucho. Esa infancia fue riquísima. Y además, en un barrio como Mataderos, entre conurbano y capital, con un color muy particular, se mezclaba todo. Y yo también era una especie de…

-¿Frontera?

-Sí… A los 13 años, por ejemplo, todos íbamos al secundario, pero si uno se llevaba muchas materias, el gesto clásico era “no le da la cabeza, a trabajar”. Entonces en el barrio se generaba todos los años una gran fuerza de mano de obra de chicos y chicas de 13, 14 años. Fui el único de mi generación que continuó con la secundaria. Entonces podía juntarme a jugar con ellos solamente los fines de semana. Era como una especie de traidor, y había códigos que no entendía, era ajeno, estaba pero a la vez estaba en otro lado. Y eso se empezaba a advertir en actitudes, en los discos que escuchaba, las bibliotecas que empezaban a crecer, en las charlas…

-De alguna manera supiste desde temprano sobre esos problemas de los que hablabas recién…

-Es que siempre hubo un problema. Creo que por eso abracé la historia tan fuertemente. Porque tuve la suerte de tener grandes maestros muy al día con la historiografía que me mostraron que la historia es un problema, no un anecdotario. La historiografía me enseñó que las cosas se pueden mirar desde distintos ángulos. La sopa que se conformó con todo lo que fui aprendiendo, en mi vida, mis relaciones, mis amores, mis desamores, mis encuentros y desencuentros, todo fue a dar en mi forma de mirar, de escribir, de pensar y de cantar. Volviendo al hogar, si ese niño y ese adolescente chiquitito hubieran sabido que nada se tira, que no estás perdiendo el tiempo, y celebrar la valentía… A la distancia me doy cuenta de que, por inconsciencia o por deseo, era valiente.

-Uno de tus anhelos más fuertes es “ser libre para siempre”. ¿Qué entendes por libertad?

-Hay algo muy peligroso en eso; hay muchas cosas que se asocian con la libertad y que uno las elige compulsivamente porque te imponen que no ir por ahí tiene que ver con no ser libre. Por ejemplo, monogamia, exclusividad en las relaciones. En mi caso, yo elijo exclusividad, elijo monogamia, no se me impone, la elijo. Entonces aparecen respuestas como “pero eso le ha hecho tanto mal al mundo…”. Ojo, porque la libertad es elección, y hay mucha gente que elije poliamor o la no monogamia por compulsión. Y a veces no están felices. La exclusividad en el amor nunca fue para mí una cárcel, porque la elegí siempre. La libertad tiene que ver con eso, con elegir, sabiendo que no es 100 por ciento alegría o felicidad. Hace muchos años alguien me preguntó para quién escribía. Escribo para alguien libre, y por lo tanto para alguien angustiado. Y en este punto cito a la poesía, que es para mí uno de los ejercicios máximos de libertad.

-Hay dos perfiles de cantautores bastante típicos, el cantante social o de protesta, y el cantante existencialista. Tu trabajo apela muchas veces a cuestiones relacionadas con la dimensión existencial, como el amor, el dolor, la muerte, pero también a cuestiones relacionadas con lo social, como las problemáticas de género, la diversidad sexual, la política. ¿Cómo manejas la tensión entre esos extremos?

-Sí… Y vuelvo a la historiografía, básicamente la micro historia, que tienen mucho que ver. Soy un cultor de lo cotidiano y del gesto pequeño para hablar del todo. Ese ejercicio me lo dio la micro historia. En la música trato de hablar de un evento pequeño pero que tenga una explosión significativa y enorme para que hable de todo lo que pueda hablar, y cae lo existencial, el problema de lo que somos, de nosotros como sujetos desgenerados, porque en general no enuncio ni en masculino ni en femenino. Soy muy atento a eso para que quien se apropie de esa voz le sea amable. Busco plantear grandes problemas pero desde algo muy chiquitito. Como dice una canción, Nunca la quise a la muerte porque vos te irás con ella… Y de ahí empezar a pensar la problemática, la muerte y el amor.

 

-¿Le temes a la muerte?

-¿Y quién no?

-A diferencia de lo que pasa en otros ámbitos de la cultura, en el rock nacional actual no es muy común ver manifestaciones sociales o políticas. ¿Qué pensas a este respecto?

-Si lo miramos históricamente, creo que el rock es una de las pocas ramas del arte, si no la única, que no tiene ningún desaparecido. Sí el teatro, las artes plásticas, ni hablar la literatura… Eso ya, desde el origen, está marcando algo. Cuando el rock se industrializa y la gente se mete a trabajar dentro del rock, y no a ejercerlo porque le es vital hacerlo, es como cualquier trabajo, hay que cuidarlo. Pero es muy variopinto, estoy siendo muy generalizante. Hay músicos o bandas que son empleados de multinacionales que no pueden hacerlo, y otros que podrían pero no quieren porque es piantavotos. Literalmente. La verdad es que a mí me es inevitable. Hay dos maneras de definirte políticamente: por tu propio paso, o por defecto. Elijo que sea por mi propio paso. No existe el apolítico. Lo que hacemos, más aun los que escribimos o hacemos canciones, es síntoma claro de dónde estamos o dónde no estamos parados. Elijo pararme en ciertos lugares. Claro que puedo pifiar, pero elijo, por eso me muevo sin culpa.

 

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?