A principios de los ’70, las bandas del under platense encontraron en Carlos Mariño un organizador para sus recitales y en el Salón Cultural Lozano un ámbito siempre abierto a su música. Allí hizo su primera presentación una banda desconocida llamada Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
En las diferentes historiografías sobre la banda platense de rock que llevó el nombre de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota todos coinciden en que sus primeras actuaciones promediando la década del 70 fueron realizadas en el Teatro Lozano de La Plata y por ese mismo motivo a esos eventos se los denominaba “Lozanazos”.
Por el contrario bastante poco se sabe acerca del mismísimo lugar y que en él también se desarrollaba una profusa y multifacética actividad cultural de tipo subterránea en tiempos sumamente complicados para la exposición de cualquier acontecimiento que no se corresponda con el sentido común del hombre medio que por cierto en la ciudad de las diagonales a partir del año 1976 se propaló considerablemente.
Algunos años antes Kubero Díaz guitarrista de la Cofradía de la flor solar había compuesto un tema que llevó el nombre de La pálida ciudad en referencia inequívoca a La Plata. Esa letra se actualizaba con creces. Pero la capital provincial contenía todos los ingredientes necesarios para subvertir ese orden aunque gran parte había caído bajo la represión estatal y muchos otros se habían exiliado. La resistencia cultural aunque minoritaria comenzó a hacerse presente. Los militares no podían hacer desaparecer todo.
El Salón Cultural Lozano, ubicado en la calle 11 entre 45 y 46, es un lugar perteneciente a la Agremiación Bonaerense de Empleados de Reunión del Hipódromo de La Plata, una entidad gremial con una larga tradición de luchas y solidaridades. El teatro siempre fue considerado por los trabajadores del sector como un factor de sostenimiento económico y a su vez un verdadero orgullo de la agremiación.
Carlos Mariño uno de los precursores del rock platense, no por ser precisamente músico sino por sus programas radiales, por ser un organizador de eventos y recitales, sonidista, fotógrafo entre varias cosas más; en 1972 alquiló el emblemático teatro a los empleados por reunión del hipódromo. Una vez por semana se presentaba alguna de las bandas del under platense.
Por aquel entonces -según cuenta Mariño- la mayoría de los grupos de rock de la ciudad no estaban afiliados al sindicato de los músicos, y esto hacía que fueran perseguidos y que no los dejasen tocar. En Buenos Aires era mucho más fácil entrar al gremio, pero en La Plata los requisitos eran tantos que ningún joven músico podía sobreponer esos condicionamientos burocráticos.
De esa forma realizar lo que propiamente se podría llamar un recital era casi una ceremonia clandestina que debía camuflarse con otros condimentos, principalmente expresiones culturales como teatro, poesía, muestras artísticas, etc. Y lo del sindicato de músicos no era nimio. Una vez iba a presentarse en el Lozano una banda de Ensenada que se llamaba La Primera Flor que brotó después de la nevada, y cuando llegaron al lugar los estaban esperando con un patrullero. Burocracia sindical y policía de la mano. No es anecdótico señalar que muchos de los integrantes de ese sindicato por entonces eran músicos de las bandas de la Marina y el Ejército. Tanto es así que los integrantes de la Cofradía de la Flor Solar tuvieron que afiliarse en Buenos Aires para poder grabar su disco.
A partir de recibir el permiso de los propietarios del Lozano, los que trabajaban en la confección de eventos metieron mano sobre el pequeño teatro y realizaron algunos cambios en la decoración. Según cuenta Mariño, la iluminación pasó a ser obra de una cantidad importante de luces de automóviles, faroles de 12 voltios metidos en latas de aceite de 5 litros, que pendían de unas barras de hierro sujetadas al techo que, se habían construido en la Escuela Industrial de Berisso.
Cuando a nivel de la sociedad la cosa se puso más dura a partir del 74 y la represión comenzó a ser moneda corriente, no solamente para los militantes de la izquierda, sino para cualquier cosa que pintase diferente o sospechosa, los grandes recitales en la Plata comenzaron a ser cada vez más espaciados. Ya no llegaban las bandas porteñas al Estadio Atenas, ni era factible hacer festivales como los ya realizados en el Teatro del bosque, o en el viejo Comedor Universitario de 1 y 50, en donde las bandas locales eran las principales protagonistas. Había que refugiarse en pequeños lugares, y no promocionarlos como conciertos, ya que los del sindicato de músicos enviaban a la policía. Entonces eran eventos culturales, no sólo como fachada. Además porque ése era un gusto bastante arraigado en la joven bohemia platense. El Lozano, el viejo Ópera, la AMIA, o el Astro eran los principales lugares en donde tenían lugar, esas actividades.
Sol de Barro, Ataúd, Liverpool, Experiencia Cósmica, Gusano, Planetas fueron algunos de los grupos que tocaron en el Lozano desde el ’74, matizando con poetas que leían sus versos, con actores que improvisaban escenas, con bailarines. Durante la semana la mayoría de esos grupos tenía permiso para ensayar en el lugar. El Lozano adecuaba su sala para diversas expresiones artísticas. No solamente era rock lo que se ofrecía, también tango y folklore para gente más grande, así como ciclos de cine, grupos de teatro, exposiciones de plástica y fotografía, e incluso espectáculos infantiles. Fue en ese escenario donde Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota iniciaron sus célebres ceremonias, con una cantidad importante de miembros que muchas veces rotaba, con dialoguistas y bailarinas que hacían striptease.
Durante los últimos meses del ‘77 Mariño consiguió un socio especial para darle un nuevo empuje al Lozano. Un poderoso escribano platense de gran renombre y de quien Mariño no quiso dar su nombre, quiso ponerle fichas a algo que para él era completamente desconocido, pero atractivo. Se hicieron algunas remodelaciones y se programaron una serie de nuevas actividades. El suplemento Imagen Platense del diario El Día, les brindó una hoja de una de sus publicaciones. El escribano tenía sus influencias. Fue así que llegaron al Lozano los cómicos Juan Carlos Mesa y los hermanos Basurto. Pero también se daban hechos que no hay que dejar pasar por alto. Una vez se llevó la clásica obra “Pabellón 7” de Paul Vanderberg que interpretaba el actor Alberto Mazzini, una obra que mostraba la prisión y los avatares que suceden en ella. Justo enfrente del teatro está el Instituto Inmaculada, un tradicional colegio católico femenino, de los más caros de la ciudad; y el cura encargado cruzó la calle para reclamar que esa obra no se realice más porque era una perversión, un mal ejemplo para las señoritas que cursaban en su institución. Durante las presentaciones de Patricio Rey no pocas veces cayeron de Inteligencia y suspendieron las actividades. Un hecho bastante peculiar fue cuando se realizó un evento que contaba con la presencia de Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana, que se denominaba “El Show de la Palabra”. El casero del teatro recibió un llamado telefónico en el cual una voz le decía que iba a explotar una bomba debajo del escenario. Rápidamente evacuaron el lugar y tras ir los de la brigada de explosivos, comprobaron que no había nada. Todos los evacuados entraron de nuevo para que el show se haga.
Cuando los principales protagonistas de los eventos en el Lozano recuerdan aquellos tiempos no dejan de señalar la sana complicidad del gremio de empleados de reunión del hipódromo. Ningún otro locador hubiera dejado que se haga tanto, y que a su vez todo eso los comprometa. Mariño recuerda que el hijo del casero es uno de los treinta mil desparecidos.
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