Una entrevista a Roberto Fontanarrosa y su explicación de la transformación de Inodoro Pereyra y la Eulogia, o de cómo pasaron de ser dos personajes bellos a dos derrotados por la vida.

De los innumerables e inolvidables encuentros que tuve con el Negro Fontanarrosa, desde mi adolescencia en Rosario – era seis años mayor que yo – y luego en Buenos Aires, solamente dos fueron entrevistas periodísticas. Algunas otras citas fueron en la platea de Rosario Central; era imposible ver con atención el partido con Roberto al lado, porque las cosas que les gritaba a los jugadores y a los árbitros eran para descojonarse de risa.

En una de estas entrevistas – larga, de más de dos horas, en el bar La Paz, en 1981 – le pregunté sobre la trasformación de Inodoro Pereyra, de bandido bello, legendario, de silueta sutil y heroica, a un holgazán narigón y resignado, y el desdibujamiento de la Eulogia, primero bellísima y fatal, y luego una gorda gruñona, fea y malhumorada.

Lamento no encontrar la transcripción original de su respuesta. Mi reconstrucción es fiel en lo conceptual, pero las palabras del Negro tenían intensidad, poesía y un dolor intraducible. Sí recuerdo que la caviló durante casi un minuto, moviendo la cabeza y con su mirada volcada hacia su interior.

“Lo que ocurrió es lo que NOS ocurrió – dijo más o menos -, y es que súbitamente pasamos de héroes enamorados del futuro a derrotados, de guerrilleros a masacrados o desaparecidos. Inodoro no podía seguir siendo esa silueta altiva, subversiva y medio delirante en un mundo sórdido, sumido en la derrota, con sus sueños rotos, o cambiados por el sueño de la plata dulce. Tenía que transformarlo para que pudiera seguir siendo cómico desde otro lugar, porque si lo mantenía en el mismo iba a ser penoso. Eulogia también, para ser la compañera de un perdedor, tenía que transformarse en parte de su derrota”.

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