La máxima parece ser “disfrutarás, siempre que no sea un derroche”. Del placer, ni hablar. No adelantamos nada, porque “El relato macrista” acaba ser publicado por ediciones B y está disponible en las librerías, pero compartimos un fragmento. Es uno de los lujos que nos damos en Socompa, a disfrutar  y que mande el placer.  

El ministerio de Educación redujo el presupuesto destinado a la compra de libros para las escuelas. La razón que se adujo para tomar la medida fue: “Visitando establecimientos de todo el país, notamos que se han repartido muchos libros, pero se ha leído poco de ese material. En las bibliotecas de muchas escuelas vimos las colecciones aún envueltas en papel de celofán”, argumentó el secretario de Gestión Educativa de la Nación, Max Gulmanelli. Junto con esta decisión, no se comprarán libros de texto para el nivel secundario, pero sí para el primario. Se agrega después que el objetivo apuntado es a que se lea lo que ya se compró. La argumentación parece irreprochable desde el punto de vista económico, se ofrece más –mucho más- de lo que requiere la demanda. Entonces la oferta debe adecuarse a la demanda y no derrochar recursos, argumento que también se escucha aplicado a otros ámbitos.

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Esto presupone varias cosas, que la demanda es inelástica, que no se la puede aumentar ni implementar políticas que aumenten los índices de lectura y que todo libro que se destine a una escuela debe ser obligatoriamente leído por los chicos. Por un lado, la lógica de mercado presupone la resignación y conduce o bien a la inactividad o bien a la reducción de la actividad (comprar menos). Por otro lado, esto implica que una biblioteca escolar no debe contener textos que estén fuera de la currícula. No hay apuesta alguna a eso que podríamos llamar el azar del encuentro con los libros que es en definitiva la base de toda aventura de lectura. No se lee de acuerdo a un orden y a un programa sino siguiendo un devenir que no puede establecerse de antemano. Para decirlo de otro modo, lo que se propone es que el chico sea lector de aquello que le da la escuela y no un lector independiente.

Pero esto no solo significa abaratar costos del Estado y, de manera indirecta pero muy importante, afectar al sector editorial, que debería aprender a arreglársela –como cualquier sector productivo- sin el paraguas protector del gobierno. Implica una idea de cultura vivida como una acumulación, pero sobre todo que demuestre alguna utilidad social. El ministro de Cultura porteño, Ángel Mahler, habló al asumir de un “gabinete del disfrute”. La palabra se las trae. ¿La cultura tiene que ver con el disfrute?

En cierto sentido podría contestarse de forma afirmativa, pero no se disfruta de la misma manera con una novela de Juan José Saer que de un buen asado o de una tarde de sol. El disfrute es algo llano que transcurre sin obstáculos salvo los que puedan llegar de afuera, algo que interrumpa el disfrute. La cultura, o la relación que mantenemos con ella, tiene más que ver con el placer, que es una idea bastante más compleja y contradictoria que la de disfrute. En el disfrute hay una relación de absoluto sometimiento del objeto al sujeto, el objeto se deja disfrutar sin trabas. En el placer el objeto se resiste y en esa resistencia hay un crecimiento del sujeto. Un objeto que da placer no necesariamente se disfruta. En un objeto artístico, la resistencia es quitarse del circuito de lo que es evidentemente útil. Escuchar a Piazzolla no sirve para nada, solo nos pone en la zona de placer. No hay otro motivo para escuchar a Piazzolla. ¿Enriquecimiento personal? Algo difícil de probar. ¿Mejora de las personas? Muchos de los jerarcas nazis tenían una refinada sensibilidad estética. Cuando se piensa desde la igualación entre popularidad y resultados de venta o desde que  todo debe ser útil, no hay espacio para el derroche, no se deben comprar libros de más. Hay una relación complicada entre la clase política argentina y la cultura que se ha agudizado con el macrismo, que está convencido de que nada le debe a la cultura y que, no siendo de utilidad comprobable, pasa a ser un mal necesario a evitar cada vez que se pueda. O a ser encarrilada en el camino de lo útil, dejarla sin estética: el precio que debe pagarse para ser promovida, bancada, por el Estado.

 

Lo que lleva a una cuestión cara al macrismo, el tema del derroche, del desperdicio. En relación con el problema de la energía, el presidente ha insistido en múltiples oportunidades que se está dilapidando un recurso escaso, que es lo que se venía haciendo hasta ahora. Calefacción en exceso, luces prendidas a cualquier hora del día, canillas que no se cierran y dejan correr agua continuamente. Parece lógico y ecológico sostener esto si no fuera porque se lo coloca en una perspectiva política. No es parte de un proyecto de administración racional de recursos (no se cuestiona el uso intensivo del agua en la minería a cielo abierto), sino una forma de admonición  y de puesta en escena discursiva de un gran tema de Cambiemos. Todo debe dar algún beneficio palpable. Estar desabrigados en casa no beneficia a nadie. De todos modos, aun cuando es evidente que la prédica del presidente está motivada por razones económicas, el poner límites al derroche en el consumo de energía es una buena decisión.

El problema surge cuando se traslada la noción de derroche a otros ámbitos. Dice el gurú de Cambiemos, Facundo Manes, en una columna de La Nación: “El miedo, el amor y el odio explican la mayoría de las situaciones en las que los humanos nos alejamos de la racionalidad. Decidimos la mayor parte del tiempo en forma rápida, automática, instintiva, no consciente, emocional y sin esfuerzo; además, las normas sociales influyen en cómo decidimos y utilizamos modelos mentales cuya activación depende fuertemente del contexto”. Este es un gobierno que se postula como racional, por lo tanto trata de manejarse alejado de esas pasiones que combaten y obstruyen la racionalidad. Es muy raro ver a un integrante de Cambiemos –exceptuando a las mujeres, como Carrió o Michetti- que se deje llevar por la pasión. El presidente suele ser tajante ante las preguntas que lo incomodan pero no se lo ha visto salirse del molde, al menos en público. Sus funcionarios siguen la misma regla, por lo que es dable suponer que es una actitud adoptada deliberadamente. De hecho, existe el coaching emocional, no solo se aprende a hablar en público, hay maneras de lograr el manejo de una situación emocional.

Jean Louis Ernest Meissonier 1862 – “Bibliophile”

No son estos tiempos de derrochar pasiones –el contraejemplo de esto es Cristina-, lo que hace que en cierto sentido las apelaciones a la felicidad o a la alegría cambien de signo. La alegría es darse cuenta de que se están haciendo bien las cosas, la felicidad sería la armonía entre los deseos y la realidad. No es una sensación ni un estado emocional, es la comprobación del logro de un objetivo. Lo que se conoce como “inteligencia emocional”, a la cual Wikipedia define como “una habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual. De esta manera se puede usar esta información para guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento”.

Los expertos en el tema hablan de gestionar los sentimientos. La imagen sentimental que trasmite el macrismo es la de gente que ha resuelto sus conflictos, exitosa en la vida, por lo tanto inteligente emocionalmente. Personas que, de acuerdo a lo que dice Manes, han aprendido –seguramente con instructores y coachs– a controlar sus pasiones. En ese sentido, la programación neurolingüística hoy en auge forma parte sustancial del credo comportamental del macrismo. La PNL apunta a reprogramar la mente, reformulando el mapa de las ideas preconcebidas que nos hacen equivocar y llevan al fracaso. Cree que toda persona puede cambiar por completo si se le aplica la terapia adecuada. Pero, al igual que la autoayuda, funciona en base al pacto de que se ha de creer en la eficacia del método. Aceptar ponerse en manos de la PNL es de alguna manera entrar a un club de gente que cree haber superado los escollos ante los cuales tropiezan los demás por no haberse puesto en manos de un programador idóneo.

El pacto al que se adhiere es el de vigilar que nunca la situación nos controle sino que seamos nosotros –que hemos aprendido a conocernos y nos hemos dado cuenta de nuestros puntos flojos- los que manejemos las circunstancias en que nos movemos. Esa conciencia reprogramada nos hace mejores que el resto. Parte de la soberbia de la que se acusa al macrismo tiene que ver con estar convencidos de esa superioridad aprendida en la PNL. También es la manera de trasladar a la política metodologías hoy de moda en el mundo empresario, sobre todo lo relacionado con dos cuestiones, la construcción de liderazgo y la satisfacción del personal. El caso de Macri es una muestra del esfuerzo para construir ese liderazgo, que no comparte con ningún otro miembro del gobierno. En una charla que dio junto a Javier Mascherano, cuando era candidato, dijo: “Eso es lo que queremos para la Argentina, el ejemplo de alguien que desde el bajo perfil transmite conducción, entrega, generosidad y esfuerzo”.

“Entendemos que el líder no nace, sino que se hace. Desde esta interpretación, ofrecemos entrenamientos orientados a que las personas desarrollen y potencien sus habilidades personales así como también aprendan a asistir y liderar a otras personas. Es decir, entendemos que el líder necesita primero transitar el proceso de cambio personal para posteriormente, conducir el proceso de transformación de otras personas”. Eso es lo que plantea el sitio web de la Escuela de Formación de Líderes, dirigida por Alberto F. Sanjurjo, cuyo libro Sentido de líder fue anunciado y agradecido en pantalla por Marcelo Tinelli, quien no suele andar con libros en la mano. A partir de esta propuesta de liderazgo construido se barre con la idea del carisma. Macri no es un líder carismático ni pretende serlo. En eso se diferencia no solo de una acendrada tradición política argentina que va de Perón a Cristina, pasando por Alfonsín y Menem. El nuevo liderazgo no tiene que ver con la pasión, ni con los arrebatos ni con cierta gestualidad dramática. En esto también se limita el derroche. La postura con la que Cambiemos llegó al poder –y que debió modificar en el paso del tiempo- fue que gobernar era gestionar y que para eso alcanzaba con el entusiasmo propio y con lo que se podría llamar una postura cool que no logra diferenciarse del todo de la indiferencia. El macrismo se piensa como una máquina de gobernar. Gobernar requiere de ser inhumano. Las máquinas no mienten y son certeras. La tecnología da seguridad, en ese sentido también puede leerse la fascinación de Cambiemos por las redes sociales. Por más que haya personas detrás de las computadoras y los teléfonos inteligentes, quien anda por ellas se siente seguro. Aun los discursos más descontrolados se hallan bajo control.

Es que el control y sobre todo el autocontrol son actitudes claves para poder gobernar. Manejar lo que sucede fuera de uno y mantener a cubierto lo que sucede dentro de uno. En ese sentido, Lilita Carrió pertenece a medias a la coalición de gobierno, a la que se acerca por momentos al mismo tiempo que pugna por diferenciarse. Carrió no se controla, por eso no es apta para gobernar. Macri se controla, sus ministros también. Por supuesto el universo de la autoayuda provee técnicas para desarrollar el autocontrol, que es definido como una forma de manejar las emociones; según palabras del gurú de la inteligencia emocional Daniel Goleman: La habilidad para hacer una pausa y no actuar por el primer impulso se ha vuelto un aprendizaje crucial en nuestros días”.

Macri demostró su forma de autocontrolarse en el episodio Tinelli. Primero elogió la imitación hecha por el actor Fredy Villarreal para luego protestar por el programa ante más de un entrevistador, lo que culminó en una reunión con Tinelli que dio como resultado que se bajara el tono de la caricatura y que se postergara sine die, la imitación de la primera dama, Juliana Awada. El autocontrol es algo que se puede manejar de acuerdo a las circunstancias. Es además una marca de estilo que busca oponerse al descontrol (una de las acusaciones recurrentes del oficialismo al manejo de los asuntos públicos durante el kirchnerismo) y al derroche. ¿Es posible un ejercicio autocontrolado de la política? El macrismo no solo responde esta pregunta por la afirmativa, sino que cree que es la única manera de encararla para llevarla a cumplir sus objetivos, cualesquiera que sean.