Fue intérprete de unas cuantas películas memorables a las que aportó sus gestos irónicos, cierta tendencia a la brutalidad, sus miradas cómplices, en definitiva, el estilo Douglas. Aquí una selección de sus mejores films.
Aunque él mismo aseguró en su día haber hecho carrera “interpretando a hijos de puta”, lo cierto es que Kirk Douglas fue un actor notablemente versátil, capaz de deslumbrar y conmover por igual en epopeyas históricas, wésterns crepusculares, intrigas políticas y dramas contemporáneos, y de convencer en la piel tanto de héroes impolutos como de villanos irremebiables -tener un rostro tan singular como el suyo, reconózcase, le daba ventaja en ese sentido-. Estas son, en orden cronológico, las 10 películas más icónicas de su carrera.
El ídolo de barro (Mark Robson, 1949)
El actor recibió su primera nominación al Oscar gracias a este drama pugilístico que también funciona como parábola de los peligros del sueño americano. Su personaje es un boxeador hambriento y ambicioso que, azotado por el miedo a volver a una vida de miseria, se convierte en un hombre despiadado, y en un campeón a expensas de todos los que lo ayudaron en su camino.
El gran carnaval (Billy Wilder, 1951)
En el centro de la que quizá es la película más pesimista y misántropa de Billy Wilder, encarna a un periodista en horas bajas que orquesta un frenesí mediático en torno al colapso de una mina, e incluso sabotea intencionadamente los intentos de rescate para prolongar la emoción. Se trata de uno de sus personajes más monstruosos, un buitre que simboliza los peores impulsos del ser humano.
Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952)
Ofreció una interpretación tan intensa que por momentos resulta aterradora en la piel de un productor cinematográfico megalomaníaco y cruel -vagamente inspirado, se dice, en David O. Selznick-, que funciona como metáfora perfecta de ese Hollywood tan glamuroso como corrupto, y tan fascinante como dañino.
El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956)
Douglas desaparece por completo en el personaje de Vincent Van Gogh, que a lo largo del metraje pasa de ser un esperanzado misionero a convertirse en uno de los pintores más emblemáticos y torturados de todos los tiempos. El suyo es un retrato demoledor de un artista destruido por su deseo irrefrenable de hacer realidad las imágenes que ve en su propia mente.
Duelo de titanes (John Sturges, 1957)
Brillante recreación del mítico tiroteo de Tombstone a cargo de John Stuges, reconocido director de wésterns, que se sustenta sobre la irresistible química que comparten en escena Burt Lancaster en la piel del abogado Wyatt Earp y Douglas en la del pistolero Doc Holliday, un personaje inolvidable que derrocha carisma, ironía y fatalismo.
Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957)
Ambientada durante una ofensiva casi suicida emprendida por el ejército francés durante la primera guerra mundial, la obra maestra antibelicista de Stanley Kubrick es un ataque a la idiotez y la arrogancia de los mandos militares, que tratan a los soldados como perros. En la piel de un oficial compasivo que trata en vano de defender a tres hombres acusados de traición por negarse a participar en una misión suicida, Douglas personifica la derrota de la decencia frente al absurdo fundamental de la maquinaria bélica.
Espartaco (Stanley Kubrick, 1960)
Quizá en su papel más célebre, el actor exhibió poderío físico -y bronceado- dando vida al ex gladiador del título, que lidera un levantamiento de los esclavos contra la poderosa República Romana. Su propia compañía, Bryna Productions, retuvo la mayor parte del control creativo de la película; el propio Douglas, de hecho, tomó la decisión de contratar al guionista Dalton Trumbo, y hoy se considera que ese gesto propició el fin de la caza de brujas anticomunista que imperaba en Hollywood en la época. En ese sentido, resulta especialmente apropiado que la película funcione como alegoría de la tiranía política y la solidaridad de los explotados.
Los valientes andan solos (David Miller, 1962)
Entre todas las películas que hizo, esta es la que él mismo prefería. En ella encarna a un vaquero vagabundo que se mantiene al margen de la sociedad moderna, y cuyo estilo de vida individualista se ve sacudido cuando descubre que un viejo amigo ha sido arrestado por ayudar a inmigrantes ilegales. Su interpretación, una de las más memorables de la historia del wéstern, funciona como conmovedor lamento por el ocaso de la figura del cowboy.
Siete días en mayo (John Frankenheimer, 1964)
Este inquietante ‘thriller’ político de John Frankenheimer explora la posibilidad de un golpe militar secreto contra el Gobierno de Estados Unidos. Douglas interpreta a un veterano oficial que trabaja bajo el mando de un general cada vez más crítico contra el desarme nuclear (Burt Lancaster) y que, convencido de que su superior está tramando algo, se ve obligado a convertirse en informador.
20.000 leguas de viaje submarino (Richard Fleischer, 1974)
Basada en el clásico de ciencia ficción de Julio Verne, marcó algo parecido a un desvío en su carrera, habitualmente asentada en papeles dramáticos, y ofrece una rara oportunidad de ver en pantalla el lado más alegre de su intensa personalidad -en una escena, incluso muestra sus habilidades para el canto-. Se trató de un movimiento que, consciente por su parte o no, sin duda fue hábil: la película se considera la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Verne.
Fuente: elPeriódico
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