Fue el primer superhéroe norteamericano que vino de otro mundo. Fue sumando superpoderes con el tiempo, incluso el de poder transmutarse: tuvo su episodio comunista y hoy sobrevive como un avatar del presidente norteamericano. Todavía no aprendió a defenderse de la kryptonita, pero sí descubrió cómo seguir renovándose ocho décadas después de caer en la Tierra.
Como el platillo volador que se vino abajo en Roswell en 1947 o el diluvio de cilindros confundidos con meteoritos en la invasión marciana de H.G. Wells a fines del siglo XIX, el extraterrestre más popular del mundo también se estrelló en territorio norteamericano. Pero este alienígena no fue un enano de cabeza prominente y ojos saltones, como manda la mitología ovni, ni un bípedo con un frágil esqueleto silíceo, como imaginó el autor de la Guerra de los Mundos. Era bueno, musculoso y podía volar. Pero ambos extraterrestres pronto compartieron la misma era revulsiva, la década bisagra entre la Segunda Guerra Mundial e inicios de la Guerra Fría.
Superman se había presentado al gran público desde la portada de la revista Action Comics en junio de 1938, justo cuando Orson Wells enloquecía a los oyentes de su programa radial en su representación de la primera invasión de Marte. En la historieta, Superman tenía superfuerzas y visión de rayos X, aunque aún no volaba. Sus poderes aumentaron a demanda. Entre los ’60 y ’70 era casi omnipotente: el Superman que protagonizó Christopher Reeve consiguió hacer retroceder el tiempo. Ya era demasiado, y sus poderes se fueron moderando. De hecho, fue asesinado en dos oportunidades. La primera en manos de Lex Luthor, en 1961, y la segunda en 1993, por Doomsday, una criatura monstruosa con muchísimo poder.
Los creadores del personaje fueron dos adolescentes aficionados al comic, el guionista neoyorkino Jerry Siegel (1914-1996) y el dibujante canadiense Joe Shuster (1914-1992) en el año 1933, a un año de la llegada de Hitler al poder. Anticipándose en 13 años a la narrativa de naves estrelladas “reales”, la aventura comenzó con una cápsula espacial aterrizando sobre una pequeña población norteamericana. El único tripulante abordo era Kal-El, hijo del eminente científico Jor-El y su esposa Lara. La pareja, ante la inminente destrucción de su mundo, decidió salvar a su hijo lanzándolo fuera del planeta Krypton. Tras una travesía de miles de años luz, la nave que transportaba al pibe intergaláctico cayó cerca de Smallville, en Kansas, EE.UU. Los granjeros, Jonathan y Martha Kent, rescataron al niño de la nave y lo adoptaron, bautizándolo Clark Joseph Kent. En su adolescencia Clark descubrió que tenía poderes que le permitían realizar hazañas extraordinarias. Sus padres, los únicos que conocían su identidad extraterrena, le pidieron que mantuviera el secreto. Cuando terminó la secundaria, Clark hizo un viaje iniciático por el mundo para conocer el sentido de su misión. De regreso, recicló materiales de la nave y confeccionó un traje con galas propias de su ascendencia extraterrícola y volante. Se mudó a Metrópolis, arquetipo de la gran ciudad, e ingresó como redactor en el periódico Daily Planet. Ahí empezó a usar anteojos para disimular su cara de Superman y ropas holgadas para que no se le notara su corpachón de acero.
Un gran eje dramático de la historia es la doble identidad de Superman/Clark. Clark, sugirió Umberto Eco en Apocalípticos e integrados (1968), representa al ciudadano acomplejado y despreciado que alimenta en secreto la esperanza que de sus despojos florecerá el superhombre que, en el fondo, no es. El héroe desatado, escribió Eco, “es la revancha del hombre gris”. Si quitamos un montón de hojarasca psicoanalítica, lo que sobrevive de los infinitos análisis del mito es, quizá, un artículo para Time Magazine escrito por Gerald Clarke, el biógrafo de Truman Capote, en 1971. Superman siguió el ciclo de los personajes de cómic que evolucionan para mantener su popularidad y representar el ánimo de la nación. “El Superman a principios de los setenta, observó, era un comentario acerca del mundo moderno, donde ‘solo un hombre con superpoderes puede sobrevivir y prosperar’”. Su poder ilimitado solo puede ser contrarrestado con un residuo mineral procedente de su planeta de origen, la kryptonita verde.
Por unas monedas
Siegel y Shuster eran dos loser que habían deambulado sin suerte por distintas editoriales tratando de colocar el personaje. La de DC Comics les dio un cheque por 130 dólares por los derechos del personaje cuando la historieta se publicó, en 1938. El número 1 agotó 200 mil ejemplares y vendió más de un millón en 1941. Los creadores ganaron algún dinero más, pero a costa de décadas de tortuoso litigio.
La tira aparecía en diarios y suplementos de decenas de periódicos estadounidenses. Siegel admitió haberse inspirado en Hércules, Sansón y Gladiator, una novela de 1930 de Philip Wylie (1902-1971). El protagonista de la historia, Hugo Danner, también es un bebé invulnerable a quien encierran en un corralito de acero antes de que pudiera aprender a controlar su superfuerza. Aunque Hugo y Clark fueron criados en los EEUU, el primero surgió de un experimento de su padre, mientras el segundo fue arrojado fuera de Krypton para su salvación. Otra musa obvia fue “Doc Savage, el Hombre de Bronce”, un héroe pulp creado en 1933 por la compañía S&S Publications. Doc Savage, el auténtico primer superhéroe, era un científico con capacidades casi sobrehumanas, con la perspicacia de Sherlock Holmes, la habilidad física de Tarzán y la bonhomía de Lincoln.
La historia del superhéroe capturó enseguida la imaginación terrícola.
Policía del espacio
En su derrotero por salvar al mundo, las prioridades de Superman fueron evidentes desde el inicio. En el Nº 48 de Action Comics (en 1942, plena Segunda Guerra Mundial), partió de una trompada a un avión japonés. En 1947, al finalizar la guerra, regresó a las tareas sencillas, como ayudar a un herrero o a cruzar una viejecita la calle. Pese a su condición de policía cósmico listo para reducir ladrones de gallinas, Clark usó sus superpoderes por primera vez por amistad, cuando salvó las vidas de Luisa Lane y Jimmy Olsen. Si bien la estructura de la historia se mantuvo razonablemente estable a lo largo de los años, el personaje sufrió giros importantes. El Superman original, por ejemplo, era incapaz de volar: solo daba saltos de hasta 200 metros. Y si bien su fuerza, velocidad e invencibilidad siempre fueron descomunales (su inmunidad a las balas, por caso), al principio era menos poderoso y más violento que el super boy-scout mutante que conocimos años después.
El personaje está tan integrado en la cultura estadounidense que los consumidores de sus comics, series y películas a veces no recuerdan que Superman vino de otro planeta. Su figura sin duda contribuyó a afianzar durante el siglo XX la idea, hoy global, de que los extraterrestres son superiores a los humanos no solo física sino moralmente. Finalmente, el inmigrante fue aceptado.
Como sus creadores fueron judíos, algunos han especulado con que el nombre kryptoniano de Superman, Kal-El, suena a las palabras hebreas que traducibles como “la voz de Dios”. Por cierto, el sufijo “El” (Dios) también aparece en los nombres de ángeles como Gabriel, agentes del bien con aspecto humanoide que pueden volar y poseen poderes sobrehumanos.
La religión atraviesa tanto a los humanoides del comic como a los que protagonizan encuentros cercanos en la Tierra.
Xenófobo pero también comunista
En 1986, un nuevo guionista, John Byrne, resucitó a los padres de Clark, mandó al muchacho al gimnasio para justificar su musculatura y convirtió al científico loco que era su archienemigo, Lex Luthor, en un empresario abominable. Otro cambio radical reinterpretó su génesis: Kal-El no había nacido en Krypton sino en la Tierra: en la nave no llegó un superbebé sino ¡material genético!, acaso un tributo a la panspermia, hipótesis según la cual la vida surgió de una lluvia de semillas ET defendida por Fred Hoyle. Puede sonar más verosímil, pero el cuento ya era otro.
En Superman Returns (2006), mantuvo sus poderes: superfuerza, invulnerabilidad, velocidad supersónica, oído ultra-agudo, aliento congelante, enorme capacidad pulmonar y visión calórica capaz de fundir el metal y de rayos X que le permitieron ver a través de cualquier material (salvo el plomo) a distancias ilimitadas. Tuvimos, en fin, varias generaciones de hombres superpoderosos antes de llegar a El Hombre de Acero (2013) y su secuela, Batman vs. Superman: el origen de la justicia (2016), dos supertaquillas cuyas tramas mantuvieron la S en alto.
Esta nota debería ser bochada si quedase afuera la distopía comunista de la saga, la novela Superman: Hijo Rojo (2013), del guionista Mark Millar. En esta versión, Kal-L no cae en Kansas sino en una granja colectiva de Ucrania, ex Unión Soviética. El Superman bolche logra que la URSS consiga el apoyo de la mayoría del mundo, salvo Chile y los EEUU, últimos reductos del capitalismo que tienen de su lado a un Batman antisistema y a un genio tecno-científico, Lex Luthor, como al verdadero paladín de la Justicia. O sea: aquí nadie se ha vuelto loco, el guión está lejos de ser un panfleto pro comunista. Este año se supo que la Warner quiere adaptar el guión al cine, tal vez como una animación de Bruce Timm. Y así como a todo Popeye le llega su Patoruzú, los argentinos también fuimos parte de la recreación del mito. Nuestros Superman fueron Zenitram, el héroe marginal creado por Juan Sasturain y Juan Carlos Quattordio, que nació en 1996 como historieta y siguió como película, y Nafta Súper, líder de la banda de La Matanza imaginada por Leonardo Oyola en su novela Kryptonita (2011), que aparte de película tuvo su propia serie.
El superhéroe estrella de la cultura de masas, entonces, no está de capa caída: es invocado cada vez que hace falta. Debe ser por eso que en 2016 aterrizó MODAAK, conocido como Súper Trump, un personaje de Marvel que vino a dominar el mundo y separar a los EE.UU. de México. El acrónimo de este supervillano megalómano, xenófobo y extravagante, significa Mental Organism Designed as American’s King (Organismo Mental Diseñado para ser Rey de América, en inglés).
Es la primera historieta sobre un mundo alternativo peligrosamente parecido al real.
Agradecimiento a Andrés Diplotti.