Uruguayo tenía que ser en la concisión de sus frases. Fue boom de lectura –con perdón- en la Argentina de fines de los ’50, los ’60 y acaso ’70. Campero, inteligente, sutil, humanista, medio fundador de una gauchesca satírica. Influyó seguramente en José Luis Landriscina y Fontanarrosa y si no lo hizo lo homenajeamos igual.

El prudente

La prudencia de Mauro Estomba tenía admirado a todo el mundo. Él no usaba bombilla achatada en la punta como los demás, porque antes de ponerla en el mate cerraba un ojo y miraba la bombilla contra la luz para estar seguro que adentro no había nadie. Siempre decía que lo peor que podía haber para la salud era una enfermedad, por eso vigilaba todo lo que comía. Si era una morcilla le hacía sacar de la tripa y revisarla, también con una linterna, por dos peones que apretaban el relleno con los dedos después de mojarlo para escurrirlo y ver si desteñía. Una ocasión, Menenio Sandoval convidó a comer a Mauro Estomba. En cuanto se sentaron a la mesa, Mauro sacó un pañuelo, lo mojó con saliva y se lo pasó por el borde del vaso:

-Nu ej por ofender, pero en una de ésa pudo haberlo pisao algún micorbio. Ujtede no iban a tar mirándolo seguido, todo el tiempo, pa ver si el micorbio pisaba o no.

El primer plato era sopa de letras. Y Mauro Estomba lo rechazó de buen modo diciendo:

-Disculpe, pero, no. Yo sopa e letra, no, porque a lo que no sé leer podría patiarme.

El maltratado

Licinio Arboleya estaba de mensual en las casas del viejo Críspulo Menchaca. Y tanto para un fregado como para un barrido.

Diez pesos por mes y mantenido. Pero la manutención era, por semana, seis marlos y dos galletas. Los días de fiesta patria le daban el choclo sin usar y medio chorizo.

Y tenía que acarrear agua, ordeñar, bañar ovejas, envenenar cueros, cortar leña, matar comadrejas, hacer las camas, darles de comer a los chanchos, carnear y otro mundo de cosas.

Un día Licinio se encontró en el callejón de los Lópeces con Estefanía Arguña y se le quejó del maltrato que el viejo Críspulo le daba. Entonces, Estefanía le dijo:

–¿Y qué hacés que no lo plantas? Si te trata así, plantalo. Yo que vos, lo plantaba…

Esa tarde, no bien estuvo de vuelta en las casas, Licinio —animado por el consejo del amigo— agarró una pala, hizo un pozo, plantó al viejo, le puso una estaca al lado, lo ató para que quedara derecho y lo regó.

A la mañana siguiente, cuando fue a verlo, se lo habían comido las hormigas.

El cuento de los anteojos

Todas las cosas de este mundo suelen aparecer de una manera y ser, en el fondo, de otra.
En el cine, parece que las imágenes se mueven y, sin embargo apenas ocurre que el tipo sigue viendo lo que ya pasó, mientras está pasando otra cosa…

A veces, eso ocurre fuera del cine también.

Pero lo importante es que si no existiera esa llamada “persistencia de la imagen en la retina”, vale decir, si el tipo tuviera la vista bien.., el invento del cinematógrafo habría sido imposible.
También el popular “titilar” de las estrellas -que debiera decirse “escintilar”- responde a un defecto de la vista del tipo. Si el tipo viera bien, el mundo sería de otra manera.

O si se diera cuenta de que ve mal. El tipo suple; a veces, la siempre secreta ineptitud de sus órganos, con la Lógica.

Y empeora las cosas.

Recordamos el caso del señor que no encontraba los anteojos.

Y admitió, en seguida, dos posibilidades.

-O me los han robado, o los he perdido. Acto continuo, se puso a razonar.

-Pero como mis anteojos carecían de un valor que pudiese haberle hecho concebir al ladrón la esperanza de venderlos, tengo que llegar a la conclusión de que el que me robó los anteojos me los robó para usarlos él. Sin embargo, quien necesite unos anteojos como los míos, sin anteojos no ve. Yo no veo sin anteojos. De manera que, ¿cómo pudo, entonces, ver mis anteojos para robármelos?

Descartó la hipótesis del robo.

-Debo suponer, entonces, que los he perdido. Pero yo únicamente puedo decir que he perdido mis anteojos, después de comprobar que no están en el sitio o los sitios donde suelo guardarlos. Pero para yo “ver” que mis anteojos no están tengo que tener mis anteojos puestos, por cuanto, sin anteojos, no veo.

¡Y pensar que a veces el tipo es pesimista!

No comprende que si las cosas no se arreglaran -siempre y solas- el mundo ya habría terminado hace…

No: el mundo no hubiese podido existir.

Frío en Lomas Coloradas

Tres fotos de Wimpi, todas con bigotito de época.

Famoso el frío aquel. Para ordeñar a la vaca Regino Pardías tuvo que hacerle una fogata abajo, primero, cosa de “derretirle” la leche, porque con el frío, la leche se le había empedernido a ella.

Pero frío, lo que se dice frío, hizo.

Para hacer la fogata debajo de la vaca Regino Pardías había andado juntando unas ramas secas, las acarreó, las acomodó y prendió fuego. Y a lo que el fuego empezó a arder un poco bastante -¡cosa de no creer!- la leña empezó a irse. Una para un lado, otra para el otro, las ramas, a lo loco, meta irse nomás. Que lo primero que pensó Regino fue que se las habrían embrujado.

Pero, después se supo.

Como Regino era medio corto de vista en vez de ramas había juntado víboras. Víboras que estaban heladas.

En cuantito con “el calor” volvieron en sí, se le mandaron a mudar.

No ordeñó.