León Trotsky no sólo fue uno de los principales protagonistas de la Revolución de Octubre, también fue un cronista exquisito. Lo prueba este texto – que forma parte de su “Historia de la Revolución Rusa” – donde relata los hechos del 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917.

La fracción bolchevique intenta dar un consejo prosaico: en vez de vagar por las tinieblas de las calles en busca de la muerte, más valía que telefonearan a los ministros persuadiéndoles de que se rindieran, para que no se llegara al derramamiento de sangre. Pero los demócratas se indignan:

¡los agentes de la insurrección les quieren arrebatar de las manos no sólo el poder, sino hasta el derecho a la muerte heroica!

Los representantes de la Duma deciden, en interés de la historia, proceder a una votación nominal. Al fin y al cabo, nunca es tarde para morir, aunque sea gloriosamente. Sesenta y dos miembros de la Duma confirman que, en efecto, irán a morir bajo las ruinas del Palacio de Invierno.

A esto responden los catorce bolcheviques que es mejor vencer con Smolny que morir con el Palacio de Invierno, y se dirigen inmediatamente al Congreso de los Soviets. Sólo tres mencheviques internacionalistas se deciden a permanecer en la Duma: no tienen adónde ir, ni ninguna causa por la que morir.”

“La Duma se preparaba ya para emprender su último camino, cuando una llamada telefónica trajo la noticia de que iba a unirse a ella todo el Comité Ejecutivo de los Diputados Campesinos. Aplausos interminables. Ahora, el cuadro es completo y claro: los representantes de los millones de campesinos, junto con los de todas las clases de la ciudad, van a morir a manos de un insignificante puñado de usurpadores. No faltan discursos ni aplausos.”

“Después de la llegada de los diputados campesinos, la columna se puso finalmente en marcha por la Nevski. Al frente de la misma iban el alcalde Schreider y el ministro Prokopovich. John Reed vio entre los manifestantes al social revolucionario Avkséntiev, presidente del Comité Ejecutivo Campesino, y a los líderes mencheviques Jinchuk y Abramovich. El primero era considerado como derechista, y el segundo como izquierdista. Prokopovich y Schreider llevaban un farol en la mano: así se había convenido por teléfono con los ministros, con objeto de que los junkers no tomaran a los amigos por enemigos; Prokopovich, además, lo mismo que otros muchos, llevaba paraguas.

El clero brillaba por su ausencia. […] Pero tampoco había pueblo. La ausencia del mismo definía el carácter de la empresa: trescientos o cuatrocientos «representantes», y ninguno de los representados. «La noche era oscura» —recuerda el social revolucionario Zenzinov—, y los faroles de la Nevski estaban apagados. Avanzábamos a compás. Sólo se oía nuestro canto: La Marsellesa. A lo lejos resonaban los cañonazos: los bolcheviques seguían bombardeando el Palacio de Invierno.”

“En el canal Yekaterinski había un destacamento de marinos armados que ocupaba todo lo ancho de la Nevski, cortando el paso a la columna de la democracia.

«Seguiremos adelante —declararon los que marchaban a la muerte—. ¿Qué podéis hacernos?».

Los marinos contestaron sin ambages que emplearían la fuerza:

«Marchaos a casa y dejadnos en paz».

Uno de los manifestantes propuso sucumbir allí mismo. Pero en la decisión tomada en la Duma por votación nominal no había sido prevista esta variante. El ministro Prokopovich se subió a un banco y, «agitando el paraguas» —en otoño llueve a menudo en Petrogrado—, se dirigió a los manifestantes, exhortándoles a que no tentaran a aquellos hombres ignorantes y engañados que, en efecto, podían hacer uso de las armas.

«Volvamos a la Duma y examinemos allí los medios para salvar de la revolución al país».

“Realmente era ésta verdaderamente una proposición prudentísima. Verdad es que el primitivo proyecto no se llevaba a cabo. Pero ¿qué se podía hacer ante aquellos hombres armados y groseros que no permitían morir heroicamente a los jefes de la democracia?”

“«Permanecimos allí un momento, ateridos de frío, y decidimos volvernos», escribía melancólicamente Stankievich, que también tomó parte en la procesión.

De esta vez, los manifestantes, ya sin Marsellesa, y en un silencio concentrado, volvieron sobre sus pasos, por la Nevski arriba, al edificio de la Duma, donde habían de encontrar, al fin, «los medios de salvar al país y a la revolución».”

“Con la toma del Palacio de Invierno quedó el Comité Militar Revolucionario por dueño absoluta de la capital. Pero de la misma manera que a los difuntos siguen creciéndoles las uñas y el pelo, el gobierno depuesto seguía dando señales de vida a través de la prensa oficial. El Mensajero del Gobierno Provisional, que aún daba cuenta el 24 del retiro de los consejeros secretos, a los que se dejaba el uso de uniforme y una pensión, enmudeció inesperadamente el 25, cosa de que, a decir verdad, nadie se dio cuenta.

En cambio, el 26 reapareció como si nada hubiera ocurrido. En la primera página se decía:

«A consecuencia de la interrupción de la corriente eléctrica, nuestro número del 25 de octubre no pudo salir».

En todo lo restante, excepción hecha de la corriente eléctrica, la vida del Estado seguía su curso, y el Mensajero del Gobierno, que se hallaba en el bastión de Trubetskoi, anunciaba el nombramiento de una docena de nuevos senadores. En la sección de «Noticias administrativas», una circular del ministro de la Gobernación, Nikitin, recomendaba a los comisarios de provincia que

«no se dejarán influir por los falsos rumores referentes a acontecimientos ocurridos en Petrogrado, donde reina la más absoluta tranquilidad».

No le faltaba razón del todo al ministro: los días de la revolución transcurrieron de un modo muy tranquilo, si se hace caso omiso de los cañonazos, que, dicho sea de paso, tuvieron un efecto puramente acústico. Y, así y todo, el historiador no se equivocará si dice que el 25 de octubre no sólo se interrumpió la corriente eléctrica en la imprenta del gobierno, sino que se abrió una página importante en la historia de la humanidad.”

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