Bombo, el reaparecido, de Mario Santucho, hijo menor del líder del PRT-ERP, busca comprender y contar a través de la figura de un guerrillero tucumano qué llevó decenas de hombres y mujeres de esa provincia a incorporarse y luchar en la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”.
Mario Santucho, el hijo menor del cofundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores y comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, comenzó a ir a Santa Lucía en 2014. La primera vez fue para acompañar a su prima María, quien deseaba descifrar dónde y cómo el Ejército había matado a su padre, Oscar Asdrúbal Santucho, el capitán Aníbal de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” del ERP. Luego siguió yendo por su cuenta a este pueblo situado a 60 kilómetros al sudoeste de San Miguel de Tucumán, y quedándose entre sus 6.000 habitantes para conocer su pasado tanto como su presente. Un pasado que, en cierta medida, también grabó su propia vida.
El modo que elaboró para desentrañarla es Bombo, el reaparecido (Seix Barral), un libro difícil de describir, tan duro como atrapante. Al elegir como hilo conductor la figura de Julio Ricardo Abad –conocido en su pueblo como Bombo Ávalos y en la Compañía de Monte como teniente y luego capitán Armando–, Mario Santucho resolvió varias encrucijadas. Tomó toda la distancia posible del relato autorreferencial. Buscó despegarse de su propio apellido (Roby pasó a ser simplemente “mi viejo”). Ubicó la historia lejos del personalismo –aun cuando el título haga referencia a una sola persona. Y sobre todo, eso: en el fondo no habla de una sola persona sino de un colectivo; de decenas de hombres y algunas mujeres que en Tucumán se embarcaron en un proyecto revolucionario basado en la violencia organizada, y de algunos otros centenares en el resto del país. Además, logró sacar al ERP de la intelectualidad, encarnándolo en un provinciano, pueblerino, obrero, casi iletrado, pero que tenía conciencia de clase y decidió obrar en consecuencia.
Con un enfoque psicoanalítico podrá decirse que Mario halló la forma de conjurar los fantasmas paterno y materno –doblemente fantasmales por estar desaparecidos– y trascenderlos, al no hacer foco en Roby Santucho ni en Liliana Delfino -su madre-, sino en un miliciano de un pueblito ignoto fuera de Tucumán. Para el lector o la lectora, en cambio, será válido contarle que eligió poner la mirada en uno de los miles de obreros de los ingenios y de los surcos cuyas familias habían sido aplastadas por políticas de explotación, y luego de exterminio.
En la búsqueda para reconstruir la biografía del Bombo Avalos, Mario Santucho despliega las circunstancias económicas y sociales en las que surgió la última guerrilla en Tucumán. Esa búsqueda es, al mismo tiempo, una indagación sobre la historia de su propia familia; los episodios del personaje –la persona, el individuo– “dialogan” en forma constante y dialéctica con los máximos dirigentes del ERP. El pasado y el presente se alternan en forma dinámica en capítulos breves, lo que contribuye al buen ritmo de la escritura. En algunos tramos Mario narra su propia investigación, a través de sus encuentros y entrevistas desprejuiciadas con ex militantes, sobrevivientes y hasta represores; y la lectura se precipita de sorpresa en sorpresa.
Son avances, retrocesos, zancadas hacia adelante, saltos hacia atrás en la vida de Bombo, y de postre una zambullida en una ficción demasiado equivalente a la realidad, hurgueteando para desentrañar las varias muertes probables y la improbable reaparición. En esas incursiones emergen el quebrado, el doblado, el traidor. El que cantó pero no sirvió de nada, ni a los torturadores ni a él mismo. El que colaboró, pero tampoco le sirvió. El que soportó lo indecible sin abrir la boca. El infiltrado; el interrogador. Categorías de la fragilidad, de la firmeza y de la perversión. Mario Santucho las aborda de frente, sin preconceptos, desde una curiosidad honesta.
En este, el primer libro íntegramente suyo, alcanza un estilo personal, con toques del habla coloquial, donde la crudeza no excluye el humor, incluso el negro. Adjetiva con puntería, no tanto para opinar, como para describir y precisar. De todos modos no esquiva las opiniones. Ni tampoco escabulle las críticas; pero no juzga el pasado con la mirada del presente, ni menos aun a la inversa. Busca comprender qué llevó a esos hombres y a esas mujeres a tomar decisiones terminales, sin retorno. Y se pregunta –nos pregunta– si existe otra vía para llegar a esos objetivos altruistas, cuya necesidad sigue vigente.
Sobre Mario Santucho
Nació en Buenos Aires en 1975 y es hijo de Mario Roberto Santucho y Liliana Marta Delfino, su segunda compañera. En diciembre de ese año fue víctima de un secuestro por parte del Ejército, junto con sus tres hermanas (hijas de la primera pareja de Roby, Ana María Villarreal, asesinada en 1972 en la masacre de Trelew), su prima María (hija de Oscar Asdrúbal Santucho), sus dos hermanas y la madre, Ofelia. Estaban en un cumpleaños infantil cuando los capturaron con la intención de servir de señuelo para apresar a sus padres y su madre. Quedaron en libertad dos días después. La comandancia del ERP resolvió entonces llevar a Cuba a Mario, entonces de un año, y a las niñas a la embajada de ese país, donde permanecieron asiladas junto con Ofelia durante más de un año, hasta que el dictador Jorge Rafael Videla autorizó su salida. Durante ese lapso, un grupo de tareas ubicó y mató a Roby, el 19 de julio de 1976, en un enfrentamiento en Villa Martelli donde fue secuestrada su compañera; ambos permanecen desaparecidos.
Mario se crio en Cuba hasta los 18 años, cuando volvió a la Argentina. Estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires, y desde entonces se dedica a la investigación política. Ha tenido una participación importante en la Cátedra Libre Ernesto Che Guevara, creada en 1997 en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Integró el Colectivo Situaciones, donde participó en la escritura de varios libros. Desde hace varios años es codirector y editor de la revista Crisis.
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