Hace muchos años, toda buena conciencia progre detestaba a Clint Eastwood por Harry el sucio –facho y misógino- pero lo quería por los westerns, spaghetti o no. Talentoso e inclasificable para los estándares argentos, esta es una posible introducción a su ideología.
“(…) Briggs, yo odio el maldito sistema… Pero hasta que alguien aparezca con algún cambio que tenga sentido, estaré del lado del sistema”
Diálogo entre el inspector Harry Callahan y el teniente Neil Briggs, en Harry, el fuerte (Magnum force, Ted Post, 1973)
Estamos en la Estación Central de Amsterdam. Es el día 21 de agosto de 2015. Tres amigos estadounidenses (Alek Skarlatos, Anthony Sadler y Spencer Stone) viajan en el tren Thalys 9364, con dirección a París. Lo que sucederá a continuación cambiará sus vidas. El destino quiere que compartan viaje con Ayoub El-Khazzani, un radical marroquí que pretende vaciar toda la munición de su rifle de asalto AK-47 entre los pasajeros del convoy. Con la ayuda de algunos pasajeros más, conseguirán conjurar el ataque y se convertirán en héroes. Este es el argumento central de The 15:17 to Paris, el último filme de uno de los últimos grandes del cine estadounidense.
Como sucede en muchas películas de Clinton “Clint” Eastwood Jr., los individuos normales pueden experimentar momentos cruciales que transforman su existencia. En este caso y -como curiosidad adicional- los tres jóvenes se interpretan a sí mismos para la pantalla grande.
Así como Juan Donoso Cortés afirmaba que toda discusión es -en definitiva-teológica, puede decirse que toda manifestación artística es política. Existen, claro, obras de arte más expresamente ideologizadas: una película de Sergei Eisenstein, una novela de George Orwell o un cuadro de Diego Rivera.
Sin embargo y -específicamente- en el mundo del cine, existen sobrados ejemplos de películas que, al socaire de un supuesto entretenimiento, postulan un mensaje ideológico mucho más potente y concreto que miles de panfletos partidarios juntos.
Es el caso de uno de las leyendas vivas del cine estadounidense, mencionada al principio de estas líneas. Nacido en 1930, Eastwood continúa -87 años después- alimentando una carrera cinematográfica coherente y heredera de colosos como John Ford, Sergio Leone (de quien fue un notable discípulo) o Akira Kurosawa (quizá el más estadounidense de los directores de cine asiáticos).
De republicano a libertario
En una entrevista televisiva con “la” referente del star system progre norteamericano, Ellen DeGeneres, Eastwood explicó su recorrido ideológico iniciado en la década del ’50. Fascinado por la figura del general Dwight David Eisenhower (1890-1969), quien gobernó Estados Unidos entre 1953 y 1961, se afilió al Partido Republicano. Desencantado durante la presidencia de Richard Nixon (1969-1974), Eastwood pasó a declararse “independiente”, para luego llegar a su última estación ideológica. Hoy en día, se considera “libertario”: toda una declaración de principios. Este término, que en el mundo hispanohablante identifica a aquella persona que “defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y toda ley” (esto es, un anarquista clásico) adquiere un sentido nítidamente distinto en el mundo anglosajón y, específicamente, en Estados Unidos: en ese caso, un “libertario” es alguien que sostiene aquella doctrina defensora de la libertad individual y que apoya una reducción de las regulaciones gubernamentales, así como una apuesta decidida por la libertad de mercado; en otras palabras, un liberal clásico. Tradición política que, según el propio Eastwood, el Partido Republicano traicionó y dejó de lado, convirtiéndose en “una pandilla que gasta más dinero que un marinero borracho, con perdón de la Marina”.
Muchas personas se sorprendieron cuando Eastwood defendió, en la citada entrevista, el derecho de las parejas homosexuales a contraer matrimonio. En la más pura tradición liberal, aseguró que “hay que dejar a cada persona en paz, para que haga lo que quiera mientras no moleste a los demás”. Esta visión de la realidad se vio confirmada cuando un bromista Eastwood declaró, en referencia a la engañosa entrevista que Michael Moore le realizó a Charlton Heston para su documental anti Segunda Enmienda[i] Bowling for Columbine: “Michael, si alguna vez te presentas en mi casa con una cámara, te mataré”.
Born in the USA
A priori, es más sencillo descartar a Eastwood como una especie de “redneck venido a más”; un sureño (aunque provenga de la Costa Oeste) blanco y pobre, con una cosmovisión que une tradición, religión, familia y propiedad con una ignorancia supina de la multiplicidad de factores que configuran el mundo-en general- y Estados Unidos, en particular. La amistad o alianza estratégica del viejo Clint con legendarios directores y guionistas conservadores como John Milius[ii], Don Siegel o Michael Cimino no ayudan a distinguir la realidad.
Como en la mayoría de los casos, todo es mucho más complejo de lo que parece.
Nacido en California, Eastwood pertenece a esa generación de estadounidenses creyentes en una sociedad dinámica desarrollada en el seno de un país-potencia y en el marco de la Guerra Fría. A diferencia del núcleo de pensamiento trumpista, no hablamos de personas necesariamente racistas -aunque la diferencia de cuna se haga notar, por ejemplo, en Gran Torino-: todos (negros, italianos, judíos, irlandeses…) están invitados a colaborar en la gesta americana, sin importar su origen, fundiéndose en un auténtico crisol de razas.
Estamos hablando, en definitiva, de un estadounidense crecido en un país forjado en el excepcionalismo, alimentado por un patriotismo fervoroso y -detalle clave-, en pleno enfrentamiento armamentístico e ideológico con la Unión Soviética. El Estados Unidos al que nos referimos (enmarcado en las presidencias de Eisenhower, Kennedy y Johnson) era, usando una expresión de Gabriel Celaya, “un arma cargada de futuro” que presentaba notables similitudes con el “Destino Manifiesto” de la segunda mitad del siglo XIX. En algún sentido, Eastwood recoge lo más clásico de la filosofía política estadounidense, desde el liberalismo clásico de Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, pasando por la rebeldía de Henry David Thoreau y el trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.
Para quien siga desde hace tiempo el devenir cinematográfico eastwoodiano, esto no es una revelación. Cada película del director nacido en San Francisco -incluyendo a aquellas en las que se limita a actuar- contiene un mensaje político concreto y potente, aún en el caso de aquellos filmes cuyo argumento -en principio- estaría alejado de cuestiones ideológicas. En cada caso, los personajes de Eastwood son rebeldes contra el orden establecido (The outlaw Josey Wales), nostálgicos de glorias pasadas (In the line of fire, Heartbreak ridge, Gran Torino) o antihéroes hechos a sí mismos, contra viento y marea (Escape from Alcatraz, Bird, A perfect world)[iii].
Jinete solitario
No es casualidad que su salto a la fama[iv] se produjera en un género auténticamente estadounidense: el Western. Folclore norteamericano por excelencia, las “películas del Oeste” son un terreno fértil para el desarrollo de la idiosincracia eastwoodiana. En ellas, situadas en Estados Unidos durante y después de la Guerra de Secesión[v], no existe un Estado monolítico que regule la vida de las personas. Cada uno debe hacerse valer por sus propios medios o, en su defecto, confiar en aquellos más cercanos (la familia, los amigos). Ni siquiera el Ejército tiene un rol aglutinante; funciona, más bien, como una enorme banda de forajidos que sólo existe para generar una leva forzosa de mano de obra no calificada. No hay en Eastwood una glorificación de lo nacional durante el siglo XIX: la derrota del Sur en la guerra prolonga la división entre estadounidenses y la venganza hacia los vencidos es trágica y terrible. Las relaciones humanas -o, mejor, entre individuos- adquieren entonces una importancia fundamental; en palabras del fugitivo Josey Wales: “No prometo nada extra. Sólo te doy la vida, así como tú me la das a mí. También digo que los hombres pueden vivir juntos, sin masacrarse mutuamente”.
Esta desconfianza en lo colectivo, más allá de la comunidad primitiva, inunda las películas de Eastwood. Sobran los ejemplos de ermitaños aislados por propia voluntad, desengañados de lo que “el sistema” (con el que mantienen una relación fugaz y puramente utilitaria) puede darles. Así, el mayor retirado de la Fuerza Aérea Mitchell Gant vive en una cabaña aislada del resto del mundo; el saxofonista Charlie Parker vive un infierno personal que nadie alcanza a comprender; Harry Callahan trabaja para el orden establecido, pero sólo porque no encuentra uno mejor.
Pocos directores con una filmografía tan diversa han sido -incluso- bendecidos por Hollywood, que -progresista y pluralista- adoptó a Eastwood como su propio “anticuerpo de derecha” que le sirve para reafirmar su leyenda.
En definitiva, el universo eastwoodiano configura una de las cosmovisiones más originales del Séptimo Arte, invisible para quienes se refugian en las convenciones estéticas e ideológicas de lo políticamente correcto.
[i] La Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos garantiza el derecho de todo ciudadano a poseer armas. También prohíbe a los tres niveles de gobierno (federal, estatal y local) infringir este derecho.
[ii]
[ii] Fervorosamente anticomunista, John Milius escribió los dos primeros guiones de la saga de Harry Callahan. También dirigió películas de culto como Conan, el bárbaro (Conan the barbarian, 1982) o Amanecer rojo (Red Dawn, 1984). Don Siegel fue un frecuente colaborador de Eastwood, a quien dirigió en varias películas. También fue autor de la primera versión de La invasión de los ladrones de cuerpos (The invasion of the body snatchers, 1956). Michael Cimino dirigió a Eastwood en Un botín de 500.000 dólares (Thunderbolt and Lightfoot, 1974) y ganó un Oscar por la legendaria El cazador (The deer hunter, 1978).
En el mismo orden: El fuera de la ley, En la línea de fuego, El sargento de hierro, Gran Torino, La fuga de Alcatraz, Bird y Un mundo perfecto. La extensa obra cinematográfica de Clint Eastwood como director, productor, actor y musicalizador excede, en mucho, el espacio de estas páginas. Sugiero consultar el excelente libro de Carlos Aguilar, Clint Eastwood (Cátedra, 2009).
[iv] La primera aparición rutilante de Eastwood se produce en la pantalla chica, interpretando al vaquero Rowdy Yates en Cuero crudo (Rawhide, Charles Marquis Warren, 1959). Luego continuaría participando de películas del Oeste, así como dirigiendo las suyas.
[v] La Guerra de Secesión Estadounidense (1861-1865) enfrentó al norte industrial y abolicionista con el sur agrario y esclavista.