César Lerner no solo es conocido por la música que hizo para importantes películas argentinas sino por su sociedad de años junto a Marcelo Moguilevsky. Después de explorar mucho tiempo el género kletzmer con toques argentos, ahora redescubren aquella España medieval en la que judíos y musulmanes supieron llevarse bien bonito.

La lluvia inunda La Boca y desarma expectativas. No se espera mucha gente en el auditorio de la Usina del Arte donde su director, el pianista Adrián Iaies, programó la presentación oficial de Sefarad, el nuevo disco de César Lerner y Marcelo Moguilevsky. Es domingo y el agua de los paraguas salpica el piso impecable del amplio espacio de madera clara. Faltan apenas cinco minutos y la sala está semivacía pero a las 19, con absoluta puntualidad, el concierto comienza con la fuerza que otorga un público que, mágicamente, colma la platea. Jóvenes, gente de la edad media y veteranos se dejan envolver por los sonidos delicados, elegantes y profundos de Sefarad (el topónimo que en la lengua hebrea se identifica con España y Portugal) hasta alcanzar un pico de emoción infrecuente. Mayor es el estremecimiento si uno cierra los ojos, se relaja en la butaca y se transporta imaginariamente al desierto de los beduinos, a un mercado toledano o marroquí, o a los vestigios del Templo de Jerusalem.

Acá, muy cerca del Riachuelo, los lamentos en la voz de Moguilevsky se confunden con el canto litúrgico mientras suenan bombos, tambores e instrumentos percutores traídos por Lerner de África. Y en la fantaseada aldea, la música hace sencillo que uno se sienta hermanado a lejanos congéneres mientras habita el mundo.

Treinta y cinco años hace que crean música juntos. Cientos de conciertos, viajes, discos, emociones y tramos de la vida compartida. La música klezmer como modo de expresión y sello distintivo y ahora, con Sefarad, el cruce desde el origen ashkenazí de los abuelos de Rusia y Polonia con el idish como lengua del linaje hacia el universo de la tradición sonora desplegada por los judíos en la España que los alojó alrededor del siglo IV y devino cruenta y expulsora en tiempos del descubrimiento de América. Una visión musical y poética polígama, fuertemente influenciada por el mundo musulmán e ibérico que implicó un deslizamiento de los sonidos nativos de los ancestros hacia la otredad, el extrañamiento de lo propio o, acaso, su afirmación en la diversidad. Eso es lo que ofrenda el dúo formado por César Lerner y Marcelo Moguilevsky en su concierto que además cuenta con flamante disco. Una fraternidad que se da a los demás a través de la música y que disfruta tanto en su estado de construcción como en el de demora.

Están juntos desde el final de la adolescencia, “Nos hemos formado, deformado y transformado”, explican estos hacedores de un arte que no es masivo aunque han conquistado un público fiel y numeroso que los sigue con expectativa y fervor durante sus presentaciones. Lerner es el compositor de las bandas de sonidos de películas como Nueve Reinas, El abrazo partido y Esperando al Mesías. Moguilevsky integra un dúo con el guitarrista Juan Falú, participa del grupo Puente Celeste y compuso música para danza, videos y teatro.

A Sefarad, Mogui lo sintetiza así: “El anhelo en la lejanía: el oriente ha sido nuestro intento. Quedan la paciencia y la devoción de quienes no saben más que caminar en el desierto. Sefarad, fidelidad a la búsqueda, a la pregunta, al misterio de la arena”.

Enfundados ambos en pantalón y remera negros, se pasean tranquilos y seguros por el escenario. Lerner-Moguilevsky han compartido recitales con grandes figuras como Goran Bregovic y Medeski Martin & Wood. Escenarios del mundo como Konzerthaus en Viena, Gasteig Kulturzentrum en Munich, el Concertgebouw de Amsterdam y Purcell Room en Londres fueron testigos de sus conciertos.

Si se quiere gozar un rato de buena música en vivo, de esa que llega a lo más hondo y está tocada con excelencia, deberían agendarse el 30 de setiembre o el 7 de octubre, a las 21 horas, en Café Vinilo. Lo que traen esta vez es un repertorio de melodías instrumentales propias y composiciones tradicionales del acervo sefardí, cantadas en ladino y en árabe, todas arregladas por el dúo. Es música y por eso inasible pero se escucha como si fuera de una materialidad con espesor.

Para ponerlo en contexto, explica Lerner que Sefarad “está atravesado por la temática del exilio. La cultura sefardí desarrollada en el sur de España tiene un antes y un después del decreto del siglo XV de los Reyes Católicos que expulsó a los judíos de la península. Y esta circunstancia es tan común hoy en día. En un mundo con enormes masas de gente yéndose de su tierra en busca de un mejor destino o huyendo de la discriminación. Nuevamente el presente demuestra que en mucho no han cambiado las cosas. La añoranza de lo que se ha perdido y lo que a veces esa pérdida trae de promisorio”.

Lerner-Moguilevsky toman como punto de partida una época, una modalidad, una circunstancia colectiva para darse todos los permisos artísticos que necesiten en pos de su obra en la que la música es espejo de la condición humana. Hay temas del cancionero anónimo y otros propios. Entre los primeros, la nana de los buenos augurios Duerme, la conocida Morenika cuya temática coincide con la de la poesía medieval hispánica y Porque yoras sobre el desgarramiento familiar durante la guerra, cuando el esposo parte al frente y la mujer queda al cuidado del hogar. También están los antiguos Los bilbilikos, La mar y La serena, donde la búsqueda en lo arcaico trae toda su potencia al presente, con la necesaria infidelidad a la tradición y el hallazgo de una identidad que siempre se está amasando. Lerner-Moguilevsky construyen una música propia en la nostalgia de la pérdida y la alegría del encuentro.

Además del amor por los sonidos del linaje, el poeta Juan Gelman, con su libro bilingüe castellano-sefardí Dibaxu (1994), es otra de las fuentes en las que abrevó el binomio durante su búsqueda del nuevo tesoro. En el idioma de los judíos de la España premoderna Gelman encontró consuelo para su exilio y escribió. Dicen, por ejemplo, los versos en el poema I:

 

el temblor de mis labios/

quiero decir: el temblor de mis besos/

se oirá en tu pasado/

conmigo en tu vino.

 

Y su voz en el poema XIV, se Lee así:

¿dónde está la llave de tu corazón?/

el pájaro que pasó es malo/  

a mí no me dijo nada/

a mí me dejó temblando.

 

Pasaron siete años desde la edición de Alef Bet, el disco anterior, inspirado en las primeras letras del abecedario en idish. El paisaje sonoro es nuevo y muchos de los recursos e instrumentos también. Lerner toca acordeón, piano, balafón, hang, percusión y medios electrónicos; Moguilevsky canta, juega con la voz y ejecuta clarinete, flautas, loops con los que se inauguró en su trabajo personal de Buey solo y acordeón, espejando ambos su identidad en el mar de identidades de lo humano. Y abriendo una puerta hacia la otra orilla de la cultura judía con una historia distinta, aromas y raíces diferentes.

Sin embargo, acá no nos encontramos con el sefarad tradicional, sus armonías y sus escalas, sino con un rozamiento por esas fuentes, la versión no dogmática que el dúo ha realizado luego de tamizarla por sus propias experiencias, “una investigación hacia el interior”, que también incluye otras coloraturas, entre ellas su percepción sonora de Buenos Aires, con las inevitables reminiscencias del tango y sus heridas. Música de puertos, diaspórica; músicos aduaneros que también se estancian tierra adentro, en la errancia íntima. No hay pretensión de revisionismo histórico sino una inscripción en el presente desde la fluidez en la creación y la recreación.