Biólogo, doctor en Antropología, el autor escribió estas crónicas durante su trabajo de campo en Guinea Ecuatorial, único territorio de habla hispana del África Subsahariana, que durante un corto período, a fines del siglo XVIII, fuera parte del Virreynato del Río de La Plata. Escritas mucho antes de las afirmaciones discriminatorias de Pablo Sirvén sobre el “conurbano africanizado”, bien valen como respuesta. (Foto de portada: María Grande Vega).
Es una sorpresa que los periodistas “estrella” de los medios de comunicación masivos, como Pablo Sirven, hablen de un conurbano bonaerense “africanizado”? Claro que no. No solo no es sorprendente, sino que es lógico, porque históricamente han demostrado la misma curiosidad para adentrarse en las complejidades y claroscuros de ambos territorios. Como consecuencia, su mirada despectiva, reduccionista y rebosante de estereotipos tiene como único propósito, no ya comprender, sino cristalizar el prejuicio entre los consumidores de esos medios.
Contra esos prejuicios que congelan y simplifican África y sus habitantes, la miríada de territorios africanos, diversos y heterogéneos hasta el infinito, nos muestran espacios de vida y sociabilidad dinámicos y en constante cambio. Vayan aquí como sustento de esta afirmación, unas aguafuertes costumbristas de Guinea Ecuatorial, único territorio de habla hispana del África Subsahariana, que durante un corto período de tiempo, a fines del siglo XVIII, fuera parte del Virreynato del Río de La Plata (efectivamente, una suerte de conurbano bonaerense extendido). Estas crónicas desordenadas y sin ilación, fueron registradas en mi diario personal, mientras realizaba las investigaciones de campo para mi tesis de doctorado en antropología, entre los años 2011 y 2013.
Perón, el Africano
África transpira. África te roza, te frota, te empuja, te toca. África huele, huele fuerte. África es ruidosa, grita, jadea. África es caliente, muy caliente. Y acá estoy, inmerso en la barbarie del continente negro, tan peronista como cualquier distrito del conurbano bonaerense. África es peronista y nadie le avisó. Peronismo silvestre, hasta que alguien pinte un Perón negro, de elegante uniforme prusiano, montado en su caballo pinto y comprendan. Entonces, desde Ebebiyin hasta Baney, desde Mongomo hasta Basacato, se recupere la esperanza y se multipliquen los altares de ese que vendrá a salvarlos, como nos salvó a nosotros de eso que llaman civilización.
Perseverancias
Cooperantes, expatriados, extranjeros. Franceses que organizan espectáculos de hip-hop africano. Gringos que quieren salvar a los monos amenazados de extinción mientras saquean el petróleo. Españoles preocupados por enseñar a los Bubis la lengua de Cervantes. Egipcios que construyen casas y carreteras. Libaneses que regentean bares y restaurantes. Chinos que trabajan para suministrar agua y electricidad a Malabo. Y mientras tanto, Fang, Bubis, Ndowes, Combes, Bayeles, es decir, los Guineanos, preguntándose en qué momento y rincón de esta Nueva Babilonia se les extravió el presente.
Capítulo aparte los internacionalistas cubanos. Curan, enseñan, construyen, y sobretodo perseveran. Contra las miles de razones que a todos los demás les hace maldecir a los guineanos y a este endemoniado pedazo del mundo, los cubanos perseveran. Y ríen, y beben y bailan.
Pisar el basural
El Harmatan es como el Zonda, viento caliente y seco. Sólo que acá, a unos pocos cientos de kilómetros al Norte, está el Sahara. El Harmatan enceguece. Trae arena, nubla la vista. Y calienta. Calienta.
Ayer, fui a un poblado Fang al pie del Pico Basile. Tome cerveza en el barsucho mientras dos viejos jugaban Akong. Hable con los cazadores. Quise comprar ratas de bosque. No había. Las guardan para vender en vísperas de navidad. Maldito Papa Noel que atenta contra mi exotismo gastronómico.
Me acerque a una chica embarazada que jugaba en el umbral de una casa. Le pregunte para cuando esperaba. No entendió.
-Que para cuando va a nacer el niño -me mira-.
-Ahhh… el niño…es que no sé.
Hoy a las seis de la mañana, me levante y enfile para el barrio Los Ángeles de Malabo y me encuentro con un estudiante al que estoy ayudando con su tesis. Fernando Esono Ndongo. Cruzamos todo Campo Yaunde, el Villa Fiorito de la isla, para ir al mercado de Semu. Los primeros metros camino tenso y nervioso. Pero Fernando saluda en Fang a todo el mundo y yo detrás de el repitiendo “Ambolo, ambolo“. Un borracho desde la puerta de su casa me grita “¡¡Eyyy, blanco!!”. Me doy vuelta levantando la mano. “Ambolo“, me dice. No lo había saludado. Caminamos media hora pisando basura, atravesando sórdidos pasillos y cruzando arroyos pestilentes. Llegamos al mercado. Caminamos unos minutos entre miles de coloridos puestos con inidentificables mercancías y llegamos adonde las “Mamas” venden los animales del monte. Apenas nos ven llegar descargan una catarata de lo que, por el tono y los gestos, deduzco son puteadas. Fernando en Fang les dice algo, rápidamente y en tono de aclaración, entiendo que explica que sólo queremos comprar carne. Se calman, me sonríen y me muestran los cadáveres de monos, antílopes, pangolines y puercoespines. Les digo que quiero comprar ratas. Me enseñan algunas decenas y yo elijo las más frescas.
Es decir, las que no están hinchadas ni tienen gusanos, y pregunto el precio. Siete mil francos cefas. Precio de blanco. O de Navidad. Habitualmente valdrían unos 4 o 5 mil cefas. Las llevo igual. Todos contentos. Los guineanos llaman a las ratas “Ground beef“. Algo así como carne del suelo, en Pidgin. O en inglés. Mientras volvemos pienso en cómo las voy a cocinar. Me rio como un tonto pensando que por fin voy a comer un auténtico “Rata Tuil“.
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