Los disturbios más graves del viernes 1° de septiembre ocurrieron al anochecer. ¿Qué sentido tiene desatar episodios violentos durante una marcha masiva y pacífica? ¿A quién le sirve, en este momento, instalar el miedo? Un cronista de Socompa filmó la entrada a la plaza de un pequeño grupo de encapuchados.
Hoy 30 detenidos tras la marcha en reclamo de la aparición con vida de Santiago Maldonado declaran en Comodoro Py, luego de que los familiares lograran que eso no sucediera recién el lunes, como pretendía el juez. La demora tenía la intención de estigmatizar a quienes aprehendió la policía y convertir a los incidentes en una supuesta estrategia que permitiera al gobierno y a la policía mostrarse como los “buenos” de esta película. Ni los hechos ni las imágenes juegan a favor de esta postura. No pueden desmentir que cayeron presos tres periodistas y gente que no generó ni participó de los incidentes.
Es inevitable preguntarse por la identidad política de los responsables de los llamados “incidentes”. Sin información, claro, es una tentación que conviene evitar: echar leña a la máquina de fabricar rumores, permitir que se establezca una lista de enemigos a quienes declarar la guerra, también es cambiar el foco de lugar, es desviarse del reclamo que une a los argentinos conscientes de que hoy la prioridad es exigir la aparición con vida de Santiago.
Ayer, cuando nos retirábamos de Plaza de Mayo, a las 19:40 vimos un grupo de entre 40 a 50 jóvenes, casi todos encapuchados y algunos con palos y mochilas, cruzando Corrientes por Maipú. No hubiese buscado el celular para filmar su paso si no hubiese notado una actitud diferente en relación al resto de los manifestantes. Estaban cebadísimos. Cebadísimos quiere decir: parecían venir de una arenga que los alentara a cumplir con una faena. Su actitud provocadora no encajaba con las coloridas muchedumbres llenas de parejas, familias, grupos de amigos, gente sola y las columnas de partidos, sindicatos y organizaciones defensoras de derechos humanos que había dejado atrás. Era verlos avanzar y darme cuenta que el grupo era una presencia fuera de sintonía. En ellos había una euforia fuera de registro. Para filmar sin ser notado me corrí a un costado. Algunos se acomodaron la capucha y al menos una integrante me hizo el símbolo de la paz que Lanata hizo tan popular entre los que votaron a este gobierno.
Trece cuadras más allá, en la dirección que llevaba el grupo, está el Edificio Tacuarí, sede del Círculo Suboficiales de Gendarmería Nacional. Al rato, el frente de ese club, sin personal de seguridad, fue acribillado a pedradas y bombazos. No hubo heridos. Era un adversario útil, mucho símbolo con el mínimo riesgo. Propio de una “batida” inteligente.
Cuando alerté desde mi muro en Facebook que estaba entrando aquella columna por Maipú, un contacto que acompaña con alegría al macrismo ironizó: “Deben ser del Pro”. Y no, claro que no eran del Pro. El Pro nunca concurrió a marchas por el reclamo de la aparición de ninguno de los desaparecidos que tuvimos, antes y durante la democracia, al menos no en forma orgánica. Lo único “orgánico” que conocemos son los desconocidos de siempre, los grupos capaces de instalar en los medios, sobre todos los oficialistas, que la movilización terminó en “graves incidentes”. Porque si hay una institución con la voluntad y los recursos de crear esta clase de “imágenes propiciatorias”, esos son los servicios de inteligencia del Estado. Y que le sirven, y mucho, al gobierno.
Otra vez: estas líneas no pretenden identificar a los provocadores sino formular preguntas. Una, ¿cuáles son las consecuencias de estos desmanes, tan pequeños y desafortunados que nadie, salvo suicidas o la astucia política de unos pocos, intentaría concretar? Dos, ¿estos “grupos de choque” solo buscan impregnar con su desprestigio los eventos en los que participan?
Estos embarradores de cancha, mercenarios o vocacionales, no son nuevos. También estuvieron presentes y actuaron en todas las marchas, durante la dictadura y en todos estos años de democracia.
Anoche, al finalizar el acto, la violencia se extendió debido a la acción policial contra los primeros desmanes, sumando pedradas en respuesta a la represión en un círculo donde se lleva la peor parte el coro de enardecidos que nada tuvieron que ver con el inicio de los incidentes.
Cualquier despistado puede caer en la redada. Si alguno encontró en el camino una oportunidad para cargar contra la policía, debe saber que terminó trabajando para el provocador y para los noticieros oficialistas. Nadie, en esos momentos, pretende conscientemente poner en peligro la justicia de un reclamo, aunque sea eso lo que consigue su efecto acumulado. Lo que debemos saber es que existen personas que trabajan a destajo, como dice el presidente, para cambiar la percepción pública de este tipo de reclamos.
La calentura de buena parte de los manifestantes tuvo que ver con la naturaleza del conflicto: el reclamo de la aparición con vida de Santiago Maldonado está atravesado por el angustiante negacionismo del Estado, que desde el principio no quiso enfocarse en los principales sospechosos porque tanto en la desaparición como en el encubrimiento de la desaparición de Santiago Maldonado han intervenido la Gendarmería Nacional, la Justicia y funcionarios del más alto nivel del Poder Ejecutivo.
El maravilloso paisaje de miles y miles de personas pidiendo en paz por Santiago significa que este escenario sombrío es percibido tal cual es por muchísimas personas que consiguen entrar en contacto con la realidad más allá de TN, La Nación y Clarín. Eso genera bronca, miedo y desconfianza.
Se vuelve cada vez más urgente cambiar el curso de nuestra historia.