Son jóvenes, en su mayoría porteños de clase media. No tienen vínculo de origen con el altiplano y sin embargo protagonizan un fenómeno tan poco visible a nivel mediático como imparable en los espacios públicos. Los sikus suenan cada vez más en marchas, en parques y plazas.
Ellos eligen mucho más que un estilo o un instrumento musical. Con sus ensayos, con sus presentaciones, con sus sonidos eligen cómo socializar y con quiénes, toman una posición política, van dando forma al estilo de vida que pretenden y escarban, buscando raíces para crear algo nuevo. Son los jóvenes sikuris urbanos. Los que hacen música andina en las grandes ciudades de la Argentina y conforman un movimiento cada vez más numeroso, más visible y más organizado.
Hace menos de un mes, entre el 15 y el 19 de agosto, el Mathapi Apthapi Tinku (en su edición número 14) reunió a 800 sikuris y cerca de 2.000 visitantes en el porteño Parque Los Andes. El Mathapi es un encuentro de distintas agrupaciones del país, con invitados de Chile, Bolivia, Perú y, este año, Colombia. Y está bien no hablar de “espectadores” porque estas bandas prescinden de los escenarios y borrar las fronteras entre quienes ejecutan la música y aquellos que la disfrutan. Fue parte de una serie de encuentros como el que se acaba de celebrar en Rosario.
Su presencia ya es un clásico en las marchas del 24 de marzo y, por supuesto, son parte fundamental de los contrafestejos del 12 de octubre, tanto como de distintas protestas sociales. Muchos habrán visto un video de esos que se viralizan en las redes, en el que los sikus ponen melodía a la letra de “Macri gato/sos un ladrón/le robaste a la educación”. Además de sus fiestas (en las que muchas veces comparten fecha con bandas de cumbia y otros ritmos latinoamericanos), suelen tocar en conmemoraciones de las culturas quechua y aymara. De lo que más disfrutan es de los espacios abiertos –y gratuitos- como los grandes parques al estilo del Ameghino o el Avellaneda, donde cada fin de semana se los puede encontrar a pleno ensayo hasta que se pone el sol.
Si sus abuelos “bajaron de los barcos”, si crecieron escuchando rock, si el altiplano les queda tan lejos, ¿por qué se enamoraron del siku? Tal vez el propio instrumento nos dé una primera respuesta: se precisan dos personas para que se concrete la melodía. No hay espacio para el lucimiento individual, la competencia deja lugar a la reciprocidad.
“La clave es la energía. Es una música comunitaria. No poder tocar uno solo la melodía, sino tener que conversar con el otro compañero o compañera, tocando, eso es lo que más me atrapó del instrumento”, dice Bruno Cirimele, 24 años, estudiante de música, constructor de instrumentos andinos y miembro de Sikuris Ahihaymanta, agrupación que ya lleva seis años de existencia y cuenta con veinte miembros fijos. “Ahihaymanta se formó a partir de un grupo de amigos que cursábamos juntos el secundario en el colegio Mariano Moreno. Estábamos aprendiendo a tocar y lo hacíamos constantemente, en el recreo y en las aulas, adentro y afuera del colegio”. Su primer contacto con un siku fue en una isla del Delta, cuando vio tocar al padre de un amigo. “En la Isla estaba formado el grupo Churay Churay –cuenta-, con ellos empezamos antes de llevar esta pasión al colegio”.
Vale aclarar, para los no iniciados, que el universo de la música andina es muy amplio y variado, y no todos los grupos tocan los mismos ritmos. Ahihaymanta, por caso, se dedica sobre todo a ritmos bolivianos como el italaque, aunque “ahora estamos perfeccionando un poco la sikuriada potosina y últimamente ejecutamos huayno peruano de la zona de Puno, de Huancané. También tenemos tarkas (un conjunto de cañas más grandes y de sonido más grave)”, se entusiasma Bruno. Para él, esta expansión que se está dando en las grandes ciudades argentinas (Córdoba y Rosario, además de Buenos Aires) no es una mera copia. “Acá muchos músicos deciden tocar en diferentes bandas con diferentes estilos –puntualiza-, cosa que no pasa ni siquiera en los grupos del norte de nuestro país”.
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El siku es un instrumento compuesto por dos “flautas de Pan”, Ira y Arca. Las notas que forman la escala del siku se encuentran, generalmente, repartidas alternadamente entre ambas hileras, conocidas coloquialmente en Buenos Aires como “seis” y “siete”, en referencia al Ira y Arca respectivamente y la cantidad de tubos que suelen presentar. Una flauta carece de las notas que posee la otra y sólo juntas pueden obtener la escala musical completa. Por esta razón una melodía debe ser interpretada por al menos dos personas, interpretación que estará configurada en base a las necesidades que surjan de las melodías y no a la voluntad del intérprete. Esta técnica es la que se llama en aymara jjaktasiña irampi arcampi”, “estar de acuerdo el ira y el arca”.
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La lakita es una variante del siku, originaria del actual norte chileno donde, a falta de cañas, los músicos se arreglaron con tubos de PVC. “Este material suena más fuerte y por eso requiere de menos personas en los grupos que, además, cuentan con platillos, bombo y redoblante”, explica Lucía Chappel, 24 años, estudiante de Artes Plásticas en “la Belgrano” y miembro de Lakitas Kamanchaka del Río de la Plata. Creada en 2017 con ex miembros de las Lakitas de Tunupa, la agrupación busca, ya desde el nombre, una identidad propia, local. Hoy Kamanchaka tiene 13 integrantes de entre 20 y 26 años, de los cuales diez son de Argentina, dos de Santiago de Chile, y una, Mari, proveniente de Iquique.
A Lucía lo que la convirtió en sikuri fue un Mathapi: “había ido a ver tocar a una amiga, y me gustó mucho una de las bandas, entonces pensé que sí, que quería hacer eso”, recuerda. Unos meses después, ya estaba adentro. “Es sencillo entender cómo se toca, pero tiene que pasar un tiempo, todo es escucha y práctica. Te metés a los ensayos de un grupo y vas tratando de copiar, de imitar, es el mismo tipo de aprendizaje que tenés cuando sos un niño. Después seguís con la investigación, y la autogestión”. En ese tren de la investigación y el acercamiento a la cultura aymara, Lucía y otros compañeros asistieron a festividades como la Pascua de Negros, que se realiza los primeros días de enero en La Tirana, a pocos kilómetros de Iquique, en el norte de Chile, donde las comparsas acompañan a los bailes religiosos. También se sumó, como bailarina, a distintas agrupaciones concursantes en la Festividad de la Virgen de la Candelaria de Puno, la más multitudinaria manifestación cultural, musical y religiosa del Perú.
“Me gusta que la gente participe, que baile con nosotros. El ideal serían muchos pasacalles (el grupo va tocando mientras camina) largos por los barrios, con algunos conjuntos de bailarines que hagan lo que hacemos las lakitas”, se entusiasma.
¿Pero estos tipos no se cansan de tocar siempre lo mismo?, habrá pensado el criminal vecino de Parque Chacabuco que disparó con un rifle de aire comprimido sobre los miembros de Unión Sikuris de Flores, en febrero pasado.
Los sikuris urbanos, por el contrario, sienten una satisfacción especial cuando llegan al nivel “composiciones propias”. Es el caso de Camote Picante, de la ciudad de La Plata, formada en 2010 y actualmente con catorce integrantes. En ese momento era la única banda de sikuris platense; ahora hay tres más “y todo pinta que va a seguir creciendo”. Valentín Carminati Ciriza, uno de sus fundadores, tiene treinta y pico y lleva 18 años como sikuri, además de ser percusionista. “En Mendoza, mi ciudad natal, la música andina circula de una manera bastante fluida. En mi casa sonó siempre mucha música chilena, Quilapayún, Inti Illimani, y también bastante del quenista jujeño Uña Ramos. Pero el clic fue un viaje a Bolivia en 2000: a los dos años me sumé a una banda, después fundé otra, y cuando me vine a vivir a La Plata armamos Camote Picante”. “¿Qué me enamoró del sikus? Es una forma muy particular de tocar, de compartir la música. Es como algo que te pica, y si te pica adentro ya quedaste envenenado. Para los que hemos tenido otras experiencias, en bandas de rock o cosas más “normales”, el sikus ofrece algo que es maravilloso, como el diálogo musical, y después la riqueza y la diversidad que hay en las grandes agrupaciones. Que nada dependa de una o dos personas, sino que hay una manera bastante horizontal de organizarse”. Valentín está convencido de que el sikuri urbano está adquiriendo una fuerte identidad propia: “Ya llevamos un recorrido de un par de décadas, y creo que en este momento hay una madurez”.
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En el territorio de la República Argentina, a partir de la década del 20, aparecen bandas de sikus por el flujo migratorio desde el norte hacia los ingenios azucareros en las provincias de Jujuy, Salta, Chaco y Tucumán. La formación de bandas de sikuris urbanos tiene como principal causa la migración de argentinos del noroeste, bolivianos, chilenos y peruanos a la ciudad de Buenos Aires y al conurbano. Estos migrantes cargaron al siku como una expresión de su identidad, al mismo tiempo que dieron, y dan, gran importancia a continuar en el contexto urbano realizando las celebraciones tradicionales del mundo aymara y quechua. En el tiempo, pocas agrupaciones se mantuvieron exclusivamente formadas por migrantes, siendo la tendencia general la inclusión de descendientes de europeos o migrantes no centroandinos. Las dos primeras agrupaciones, Tawantisuyu y Huiñay Llajta, de finales de la década del setenta, ya están inactivas, pero podemos encontrar desde 1984 una agrupación activa, Comunidad Markasata. Una de las primeras reuniones multitudinarias de sopladores y que marcaría una “salida” a la vida pública del sikus fue en ocasión de la conmemoración del 500º aniversario de la llegada de los españoles a América, en un contexto de creciente reivindicación pública y visibilización de las luchas de los pueblos indígenas. Más de 180 sikuris desfilaron en compañía de un gran número de charangos y bombos, iniciando el 12 de octubre de 1992 una costumbre que se extiende hasta ahora.
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“Tocar esta música es sentir que sos esto, es música americana, es de acá. Tiene una connotación política de verdad. La música andina sí o sí te obliga a hacer grupos grandes, horizontales. El solo intento de reproducir la música te impone reproducir modos de socialización. Por eso no es inocuo que el Estado siga promoviendo ciertas músicas ya hegemónicas y provenientes de los centros imperiales”, agrega Federico Dalmazzo, 24 años, estudiante del profesorado de Historia. Toca bajo, guitarra eléctrica y bandola, formó parte de grupos de jazz, de rock, y actualmente de joropo llanero (ritmo tradicional colombo-venezolano). Caporal de Lakitas Kamanchaka, Federico, que por entonces estudiaba Etnomusicología, fue a un Mathapi a sacar fotos e investigar y terminó “atrapado” por el sikus. Tanto que ya lleva varios viajes a La Tirana, a Puno para la Candelaria, a Río Grande en pleno desierto de Atacama, siempre como invitado de las distintas agrupaciones locales, como los Auténticos Ayarachis Tawantin Ayllu de Cuyo Cuyo-Sandia, una de las expresiones más tradicionales del Perú andino.
“No sé si allá están tan obsesionados en tocar todo el tiempo, como estamos acá. Pero nosotros necesitamos compensar el hecho de no haber escuchado esos sonidos toda la vida, de no estar rodeados por esos paisajes sonoros”, comenta. Equilibran, no obstante, con el empeño, aunque la dedicación no les reditúe en términos económicos, ni siquiera cuando son contratados para alguna fiesta privada de la comunidad boliviana. “Se pierde plata, pero es más barato que pagar salas de ensayo y comprar instrumentos –se consuela Federico-. Si a nosotros nos dieran un veinte por ciento de lo que se gasta en grandes recitales podríamos mantener 80 grupos de sikuris. Se prefiere financiar una mega presentación una vez al año, y no alentar a músicos que sólo necesitan un poco de apoyo para volcarse a la comunidad”. Y deja para el final una pregunta indignada y provocadora, que los involucra a ellos, a los sikuris jóvenes de clase media urbana, descendientes de europeos sin vínculos familiares con las culturas quechua y aymara: “¿Por qué nos acusan de jugar a ser indios cuando elegimos lo nuestro, y al que se pone jean y zapatillas y hace rock no le dicen que juega a ser yanqui?”.
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