Un recorrido por peluquerías de barrio, anónimos del abajo jugados por el otro, pibes pobres, gases en las calles, pibas violadas por sus padres u otros. Series, películas. Presidentes y personas comunes convencidas de que la destrucción de todo es el camino.
Entro a mi peluquería de costumbre, que es de esas peluquerías de barrio donde el peluquero se conoce la historia de medio mundo. R trabaja con su esposa y el segundo peluquero es un flaco venezolano que ya lleva al menos un año laburando ahí. En lo de R siempre hay gente de visita y dando charla, casi siempre viejos que pasan a hablar de fútbol, de política a veces, de lo estropeada que tienen la salud otras tantas. Y R siempre, pero siempre, tiene anécdotas como si hubiera vivido tres o cuatro vidas distintas.
Esta tarde-noche, R tiene dos visitantes sentados en el silloncito que da a la galería en la cual está ubicada la peluquería. No llego a verlos bien, porque entro rápido y me siento para que me atienda C (R está ocupado con uno de los viejos que imagino recurre a R desde hace décadas). Yo sabía que el dueño de casa había sido boxeador (de ahí el tabique nasal levemente desviado), que está aquejado por un mar de calamidades cardíacas (el año pasado le había salido un viaje al exterior por un premio y no sabía si llegaría a completarlo). Lo que no conocía de R era que en uno de sus -evidentemente- varios colapsos de salud, hace poco más de veinte años había tenido una internación extensa en un hospital del barrio. Ahí fue donde conoció a V, uno de los visitantes. El flaco, un tipo fornido y bastante más joven, se encontraba en el mismo hospital por una cantidad innumerable de dolencias y no terminaban de darle el alta porque siempre surgía algo más. La cuestión es que R, V y un tercero trabaron una amistad fuerte por los pasillos del hospital público en cuestión.
R, finalmente y después de muchos años, vendió el Dodge 1500 con el que arrastraba un volquete donde llevaba donaciones y material a reciclar a diversos destinos. La parte del reciclado se cortó cuando un negocio vecino de la galería se quejó porque decía que las bolsas obstaculizaban el acceso a su espacio (cosa que era mentira). Por alguna razón que nunca hablé con él, R está siempre atento a la salud de todxs lxs lo que lo rodean. Teniendo en cuenta que R se conoce el árbol genealógico de medio Villa Crespo, estamos hablando de la historia clínica de una buena cantidad de gentes.
En medio de la verborragia vespertina, V menciona la vez que R le impidió suicidarse en el hospital -sumido en una profunda depresión- o la otra cuando una ocasión social (un Día de, no recuerdo cual) R se apareció con el auto para sumarlo todavía en silla de ruedas a su propio paseo y que no estuviera solo. Hoy, V es un ropero de tipo que trabaja como seguridad en un gobierno provincial y tiene dos hijos futbolistas. Delante de su cuñado y ya cerca de la despedida, reafirma que “este me salvó la vida”. R ríe con su vozarrón y sigue cortando el pelo.
Superhéroes y súpervillanos
En 2008 se estrenaba The Dark Night, segunda entrega de la por entonces nueva trilogía de Batman y film póstumo del actor Heath Ledger. Al referirse al Guasón y la imposibilidad de Batman para entenderlo, el mayordomo Alfred sentenciaba: “Algunos hombres sólo quieren ver al mundo arder en llamas”. En el Brasil de 2018 ganó un candidato que promete muerte para sus opositores, que prefiere un hijo muerto antes que homosexual, que considera que los negros son vagos y ya “ni sirven para procrear”, que habla de los derechos laborales como una calamidad, que festeja la dictadura y anunció antes de las elecciones que no aceptaría otro resultado que su triunfo.
Es de madrugada en una semana de gripe. El dólar sube, los precios también, mientras para mí es un mes de mucho trabajo y poco del que genera vil metal. El encierro temporal me tiene como león enjaulado, así que miro series compulsivamente. Nada “realista”, prefiero las fantasías que me permitan volar un poco de la actual violencia cotidiana. Me engancho con una de Marvel (una más) que se llama Cloak & Dagger. Los protagonistas son dos adolescentes unidos en una noche por dos desgracias y un evento sobrenatural. Ya en su adolescencia, los poderes derivados del evento sobrenatural se disparan: al tacto ella tiene la capacidad de ver y manipular las esperanzas de la gente, él sus miedos. Ella es blanca, rubia y bonita, pero la tragedia convirtió a su madre en una borracha y viven en un barrio de blancos pobres. Él es uno de los pocos negros de un colegio religioso de buen nivel y la incipiente estrella de su equipo de básquetbol.
Uno de los episodios gira entero en torno al camino del héroe (del superhéroe, para ser más precisos) y hace hincapié en un punto de inflexión crucial. Mientras las acciones del capítulo transcurren, cada tanto retornamos sobre una clase donde el maestro elabora en torno a la instancia donde el nuevo héroe se topa con un obstáculo que lo golpea. Cuando eso ocurre, el héroe retrocede incluso al punto de regresar a una situación de crisis mayor a la experimentada ante la aparición de sus nuevas capacidades. No sabe quién es ni qué quiere. El maestro explica que los caminos usuales son tres: el héroe trasciende su crisis y sale fortalecido, no puede superarla y muere o el desencanto lo transforma en un villano. No existen héroes sin crisis ni contradicciones, así como el peor villano es aquel que en su profundo desencanto cree convencido que la destrucción de todo es el camino correcto.
Mientras en el invierno de 2008 caminaba en la nocturnidad por ahumadas calles de Buenos Aires (sobre el final del conflicto entre los ruralistas y el gobierno de Cristina Fernández por la resolución 125, productores de la provincia de Buenos Aires realizaron una quema masiva de pastizales que bañó los cielos de humo y las calles urbanas de olor a quemado por al menos un mes), pensaba que quizás habíamos puesto más hincapié en construir ídolos que héroes.
Los sin pantalla
B es docente. B es docente en una escuela pública. B es docente en una escuela pública que es un poco como una trinchera, un espacio donde lxs pibxs llegan muchas veces con problemáticas cotidianas que muy de vez en cuando aparecen en la tele en algún noticiero como para decir “¡Qué horror!” y luego pasamos al pronóstico del tiempo para el fin de semana. B, como muchxs de sus compañerxs, deja el cuerpo y parte de su salud para poder mover aunque sea un cachito el amperímetro.
B se mete con los padres kapanga y con las madres pulenta, y también con los gendarmes cuando se quieren poner pesados con algún pibito. B sabe la historia de cada uno de lxs cientxs de alumnxs. B separa piñas, compra cuadernos para quienes no pueden siquiera pagar uno, le rompe soberanamente las pelotas a los kapanga, las pulenta, lxs colgadxs, lxs borrachxs, lxs tranzas, para que se ocupen de sus hijxs.
B tiene que decidir qué hacer cuando viene una piba y revela que la violan el padre y sus hermanos, a veces más también. B acompaña adolescentes que han quedado embarazadas y no tienen mucha idea (a veces, el embarazo es por un garche sin protección, a veces es producto de las violaciones). Un pibe sin un sope y al que parece que nada le interesa confiesa que le gusta la música, B le consigue una guitarra y el pibe toca como los dioses. Al pibe pasado de rosca de falopa, B lo calma y evita que los gendarmes lo bajen de un corchazo. A la chica gordita y tímida, B la contiene y hoy la pendeja es la reina del patio. B todos los días sonríe para lxs pibxs, pero se planta cuando hay que plantarse. B también maniobra entre trabas burocráticas, recortes de presupuesto, viandas podridas o insuficientes. B genera redes entre funcionarios, pibxs y hospitales. B pela colmillos y garras y se pelea con colegas o directivxs si son soretes con lxs pibxs. B se ha comido aprietes, golpes, gases lacrimógenos. B muchas veces llora, pero todas y cada una de esas veces se levanta y sigue. Ni B ni sus compañerxs pueden con todo, pero nunca dejan de intentar.
El salario promedio de un docente para un turno oscila entre 12 y 14 mil pesos y la docencia es considerada una de las profesiones con alto riesgo de burn out (literalmente “quemarse”).
La vida de B no pasa sólo por el colegio y si algún decidiera seguir otro rumbo, nadie podría reclamarle nada. Hay un ejército de pibxs que podrían dar cuenta de eso. Sin embargo, no hay películas sobre B… ni libros, ni comics, ni series.
Héroes con barro
Como la utopía a la que refería Fernando Birri, el héroe sirve para caminar. En el caso de la utopía, caminamos hacia ella y ella siempre se aleja. En cuanto al héroe, caminamos con él/ella, somos su derrotero, somos sus triunfos, sus fracasos, sus idas y vueltas, sus resurgires. El ídolo no tiene contradicciones, es absoluto, cristalizado, se lo idolatra o se lo incendia y sacrifica.
Villanos, por contraposición, no son sólo los que encarnan -como el Guasón- la maldad sin otro interés que el hacer daño. También están aquellxs que accionan hacia la destrucción de la mayoría en función de un supuesto bien último, los villanos moralizantes.
Hace menos de un año, el Congreso de la Nación votó en mayoría un proyecto de ley que hacía retroceder los derechos de lxs jubiladxs y pensionadxs. B fue gaseada en un operativo militar que rodeó el Congreso y pasó un mes y medio sin saber que le pasaría a sus ojos. M fue detenido y los medios que blindan al gobierno fabricaron de él un siniestro operador golpista; M, compañero escolar de la infancia de mi hermano, tuvo la fortuna de tener miles de personas que salieron inmediatamente a desmentir la operación de prensa que podría haberle arruinado la existencia. Más acá en el tiempo, el mismo Congreso votó en contra de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Burradas al margen, muchos de lxs votantes negativxs pusieron énfasis en promover la educación sexual integral (que la mayoría de las provincias impide desde 2006, cuando precisamente se aprobó la Ley de Educación Sexual Integral). Desde entonces, se ha ido incrementando el nivel de violencia concreta y física de sectores religiosos conservadores en diferentes puntos del país.
Mientras escribo, se debate un presupuesto 2019 hecho a medida de los pedidos del FMI. Recientemente, el propio presidente Macri dijo públicamente que le gustaría que la gente se enamorara de Christine Lagarde como le había ocurrido a él mismo.
18 años atrás, en un hospital oncológico público, una enfermera a la que detestaba (la bauticé Cruela de Vil) básicamente le salvó el cuero a mi viejo. La mina era soberbia, autoritaria y jodida con los pacientes y con sus colegas, lo que llevó una tarde a que tuviéramos una discusión muy fuerte y prácticamente le prohibí que volviera a ingresar a la habitación. Pocos días después, el brazo de mi viejo se estaba hinchando peligrosamente y era necesario cambiar la vía intravenosa de lugar. Se suponía que tenía que hacerlo un médico, pero en ese momento era sábado a mitad de tarde y no había ninguno.
Llegó un punto en que no era posible seguir esperando. Cruela no se hizo la distraída, no se borró, no puso excusas, tampoco bardeó ni chapeó como lo había hecho en nuestra discusión. Mi vieja le tomó las manos y la otra le devolvió la mirada, tras lo cual ingresó al cuarto consciente de que lo que tenía que hacer podía ir fácilmente bien tanto como muy mal y que en esa franja tan delicada se podía llegar a jugar la en ese momento delicada salud de mi papá. Mi viejo zafó gracias a ella.
Lo que entendieron los yanquis hace mucho es el rol pedagógico de los superhéroes, así como los griegos lo habían entendido con las tragedias. A diferencia de lxs protagonistas de las tragedias, los héroes y las heroínas no son seres perfectxs caídos en desgracia porque nosotros no lo somos. Asimismo, la clave no reside meramente en los opuestos entre buenxs y malxs como una cuestión de pureza moral, sino en que los héroes jamás operan a favor de sí mismos ni de minorías en detrimento del bienestar de la mayoría.
Me dispongo a salir y voy al kiosco a cargar la SUBE. Pasó por la galería y, como todos los días, miro hacia dentro de la peluquería. Ahí está R, con su corazón hecho pelota y su sonrisa inalterable, hablando con los visitantes del día. Su esposa, al costado, le lava el pelo a un cliente recién llegado mientras C ríe ante algún chiste. R me ve y, como todos los días, levanta la mano y me saluda.