La justicia desacredita la operación Lava Jato y desnuda el lawfare que acabó encarcelando a Lula da Silva sin pruebas. Sérgio Moro puede perder su acta de senador en las próximas semanas por irregularidades múltiples.

Sérgio Moro camina por la praça dos Três Poderes de Brasilia. La cámara va aproximándose a su figura. El viento levanta su chaqueta. El locutor le presenta como “Sergio, oh Moro”, con entonación de película de 007. El clip de la precandidatura de Sérgio Moro a la presidencia de Brasil por el partido Podemos, lanzado a principios de 2022, era la consumación de un secreto a voces. Moro, que dejó su cargo de ministro de Justicia del gobierno Bolsonaro, hacía tiempo que soñaba en grande: quería ser presidente. El vídeo de 007 Moro pretendía rescatar la imagen de adalid contra la corrupción del exjuez construida por medios brasileños e internacionales durante años.

Para ejecutar su plan presidencial, Sérgio Moro contaba con los medios que le habían entronizado. Desde que el 4 de marzo de 2016, cuando Moro ordenó un interrogatorio forzoso de Lula en la sede de la Policía Federal (PF) en Curitiba, retransmitido en vivo por las principales televisiones, el juez ganó un áurea divino-mediática. Los medios transformaron a un juez de provincias en un superhéroe omnipresente que reinaba en muñecos hinchables con forma de Superman, camisetas, ilustraciones y todo tipo de objetos de merchandising. El cable internacional llegaba de la mano de influencers como la ONG Transparencia Internacional (que premió sus acciones) o de la mismísima Netflix. A las puertas de las elecciones de 2018, Netflix lanzó la serie O mecanismo, inspirada en la operación Lava Jato. Dirigida por José Padilha (director de la película Tropa de Élite y de la serie Narcos), O mecanismo contó la vida de un juez del sur de Brasil que descubre un caso superlativo de corrupción. El relato ficcional de la operación Lava Jato redondeó la narrativa anticorrupción y mifiticó la figura de Sérgio Moro. En 2019, cuando Lula salió de la cárcel y Bolsonaro era ya presidente, Padilha pidió perdón.

A inicios de 2022, Sérgio Moro necesitaba la ayuda de los grandes medios para viabilizar una candidatura competitiva para disputar el voto de la derecha radical. Algo que no ocurrió.

Decadencia

Nueve meses después de la vuelta de Lula a la presidencia de Brasil, poco queda de la imagen de Sérgio Moro superstar. A día de hoy, en los corrillos políticos de Brasilia, el senador Moro es un cadáver. Los medios le han relegado al papel de segundón. La justicia continúa revelando escándalos e irregularidades de la operación Lava Jato. Deltan Dallagnol, el fiscal del proceso contra Lula, acaba de perder su acta de diputado por irregularidades en el proceso de su candidatura. El tic tac del fin del mandato de Sérgio Moro es ya estruendoso. Paradójicamente, una acción del Partido Liberal (PL) de Jair Bolsonaro puede acabar con la carrera política de Sérgio Moro. El PL abrió un proceso de irregularidad en los gastos de la candidatura al Senado del juez. Valdemar Costa Neto, presidente del PL, mandó un mensaje nada críptico a la flor y nata lavajatista: “Si tenían motivos para atacar a Lula, era asunto suyo. Pero si excedieron los límites de la ley, van a pagarlo caro”.

El clip de 007 Moro cometía un error de base: ignorar que la decadencia de Sérgio Moro había comenzado. Fingir que la operación Vaza Jato, que dejó al desnudo las prácticas irregulares de Sérgio Moro, desvelada el 9 de junio de 2019, nunca tuvo lugar.

La venganza de la Vaja Jato

En Brasil, la venganza política es un plato que se sirve caliente. Mientras el ronroneo de la Lava Jato resonaba aún en las cavernas mediáticas del país, la edición brasileña de The Intercept soltó una auténtica bomba, titulada “Vaza Jato”. En portugués brasileño, vazar significa filtrar. Con socarronería nominal y contenido impactante, la Vaza Jato empezó a deconstruir la hasta entonces intocable operación Vaza Jato. El primer texto reveló la existencia de un chat en Telegram en el que Sérgio Moro intercambiaba informaciones con Deltan Dallagnol (el fiscal que preparaba la acusación contra Lula), diferentes abogados públicos del Ministerio Público Federal (MPF) y miembros de la Policía Federal (PF). La obligatoria independencia del juez quedaba en entredicho ante el diálogo cómplice de los abogados acusadores y del juez que iba a juzgar al acusado. La Vaza Jato reveló cómo Sérgio Moro planeó los tempos de la Lava Jato, asesoró a los abogados de la acusación y forzó la inclusión de pruebas en el proceso contra Lula. Walter Delgatti, el controvertido hacker que filtró las informaciones de la Vaza Jato, acusó en el Senado al mismísimo Sérgio Moro en sus declaraciones ante la comisión que investiga los actos del 8 de enero: “Leí sus conversaciones, la parte privada, y puedo decir que usted es un criminal contumaz. Cometió diversas irregularidades y crímenes”.

Inicialmente, los grandes medios intentaron ridiculizar la Vaza Jato. Sin embargo, la izquierda encontró su ventana de oportunidad para denunciar las flagrantes irregularidades del proceso contra Lula. El abogado Rogério Dultra, miembro de la progresista Associação Brasileira de Juristas Pela Democracia (ABJD), explicó tras la estela de la Vaza Jato en un artículo didáctico algunas de las ilegalidades del proceso contra Lula: uso desmedido de la prisión provisional, la intimación coercitiva que condujo a Lula a declarar a comisaría era innecesaria (por ley, podía haberse presentado por sí mismo), la filtración a medios de comunicación de conversaciones telefónicas entre Lula y la entonces presidenta Dilma Roussef (que provocó que Lula no fuera ministro de la Casa Civil, algo que habría evitado su prisión), la manipulación del proceso investigativo con la quiebra de la equidistancia y el torpedeo de la defensa del acusado.

Ante el goteo constante de irregularidades de Moro, los medios de comunicación fueron abandonándole a su suerte. Una de las revelaciones más graves de la Vaza Jato fue la colaboración ilegal del Ministerio Público Federal de Curitiba con agentes del FBI y la justicia estadounidense desde 2015, algo que viola el Mutual Legal Assistance Treaty (MLAT) estadounidense. El juez también colaboró irregularmente con autoridades de Suiza y de España.

Los últimos episodios del culebrón Moro son de una truculencia folletinesca. Tony Garcia, exdiputado regional de Paraná, denunció que Sérgio Moro articuló una red de escuchas ilegales para extorsionar y amenazar a todos aquellos que frenaban sus acciones en la justicia. Tony García confesó que el exjuez le obligaba a crear pruebas falsas contra políticos, sobre todo contra el entorno de Lula, a cambio de beneficiarle en procesos judiciales en su contra. Especialmente escabroso es el caso del abogado brasileño, nacionalizado español, Rodrigo Tacla Durán, que tras su huida a Madrid es considerado prófugo por las autoridades brasileñas. Si hace años Tacla Durán ya había denunciado pagos irregulares a la mismísima Rosângela Moro, mujer del exjuez, el abogado hispano brasileño ha doblado la apuesta: acaba de acusar a Moro de coordinar un mecanismo de extorsiones a empresarios. Quienes pagaban la cantidad exigida se libraban de investigaciones judiciales. O mecanismo ha cambiado de lado. Y la credibilidad del que ya fue el favoritísimo de los medios brasileños está a ras de suelo. Hasta la connivente Transparencia Internacional (TI) ha tirado de las orejas a Moro públicamente.

El hundimiento

La metáfora mediática del momento es unánime, facilona, inapelable. Moro se desmorona. La Lava Jato desmoronándose. Tras las elecciones de 2022, parecía que el lavajatismo había regresado. Deltan Dallagnol, diputado más votado del estado de Paraná. Sérgio Moro, senador más votado de Paraná. Los ataques golpistas del pasado 8 de enero alteraron el guión. Totalmente. Con el retorno de Lula a la presidencia y la urgente tarea de restaurar la credibilidad de las instituciones, la justicia volvió a su funcionamiento normal. Se acabó la barra libre de impunidad que permitió a Sérgio Moro mover piezas a su antojo, con total connivencia mediática. Terminó una década en la que (casi) nadie puso el grito en el cielo cuando el fiscal Deltan Dallagnol intentó usar parte de los recursos de los depósitos judiciales de la operación Lava Jato para fundar una Fundação Lava Jato cuyo principal objetivo era promover a bombo y platillo su propia imagen y la de Sérgio Moro. Una persona sí puso el grito en el cielo en 2019 y prohibió la fundación: Alexandre de Moraes, ministro del Tribunal Supremo Federal (STF), transformado tras las elecciones de 2022 y los ataques del 8 de enero en superhéroe democrático.

El lavajatismo va camino de transformarse en cenizas de un sórdido tiempo pasado. El nombramiento de Cristiano Zanin como ministro del STF es el mazazo definitivo. Vino precedido de cierta polémica, ya que Zanin fue el abogado defensor de Lula en la Lava Jato. El presidente de Brasil no cedió a las presiones y aprovechó la ventaja que le brinda la ley para nombrar a algunos de los miembros del Supremo. Quería mandar un recado contundente: lawfare nunca más. Cristiano Zanin fundó el Instituto Lawfare en 2017. Además, el jurista es, junto a Valeska Martins y Rafael Valim, uno de los autores del libro Lawfare: Uma Introdução (Contracorrente, 2019), traducido a varias lenguas, entre ellas al castellano. En el libro, Zanin no solo analiza el vocablo que nace de la fusión de las palabras law (ley) y warfare (guerra). Desmenuza el origen militar del término y cómo usa demandas judiciales para provocar desestabilización. La principal aportación de los autores, tras el aprendizaje del proceso de acoso y derribo de Dilma Rousseff y Lula, es ampliar el significado de lawfare a las “acciones de aparatos estatales para deslegitimar, perjudicar o aniquilar a un enemigo”.

La imagen que sintetiza el ocaso de la operación Lava Jato ocurrió a finales de junio en el Senado brasileño, casa laboral de Sérgio Moro. Antes de la votación del nombramiento de Cristiano Zanin, el senador Moro tomó la palabra. Intentó argumentar contra el nombramiento de Zanin, apoyándose en una fake news (que Zanin había sido el padrino de bodas de Lula y Rosângela da Silva). Minutos después, el Senado aprobó con una holgadísima mayoría (58 votos a 18) el nombramiento de Zanin. Los senadores aplaudían al radiante nuevo ministro del Supremo, renombrado especialista internacional en lawfare, ignorando al segundón senador menguante llamado Sérgio Moro.

Bernardo Gutiérrez Es periodista, escritor e investigador hispano brasileño. Ha cubierto América Latina desde el año 1999, como corresponsal en Brasil la mayoría de ese tiempo. Es el autor de los libros Calle Amazonas (Altaïr), #24H (Dpr-Barcelona), Pasado Mañana (Arpa Editores) y Saudades de junho (Liquid Books).