La noticia de la muerte, la necesidad de ir a la calle, llegar a Constitución y caminar hacia la Plaza de Mayo y después entrar a la Casa Rosada para despedirse de Diego Armando Maradona. Pero en el camino hay represión y después rejas que impiden el paso. (Foto de portada Candelaria Lagos/Télam)

Murió Diego Armando Maradona, y la solmene incredulidad de esa frase nos sigue mascando el sueño. Porque la ausencia no se digiere; imposible gesta cuando del hacedor más grande de alegrías y esperanzas se trata. Y preferimos pensar que ahora sí se terminó el siglo XX, murió el fútbol y se terminó la infancia, porque no aceptaremos ningún final pero todo ha muerto ya.

Te fuiste, Diego, y te despedimos con un largo adiós, como la cola larga que desde Constitución a Plaza de Mayo espera por verte y robarte un pedacito más de vos, de tu magia arrabalera fundida en dos piernas celestiales y una áurea lenguaraz y rebelde. Nos reencontramos, y después de tanto tiempo, en esta procesión caótica y desmesurada como esa fantasía de vida que fue tuya y también un poco nuestra.

El cielo encandece de lo celeste, y un hincha de Tigre se me acerca con los ojos hinchados de ganas de abrazarte. Hoy no se labura, hermano –me dice imitando tu furia–, aunque no terminemos el laburo que teníamos y mañana no haya para el pan. No le importa, y le creo porque estas lágrimas compartidas nos llenan como un guiso de la Tota, esa madraza a la que le dedicaste tus glorias y que nosotros la sentíamos en la mesa cuando nos atragantábamos  viéndote en la tele sortear patadas y elevarte en tu más épica danza.

Foto: Lara Sartor / Télam.

Hoy nos juntamos todos, las camisetas a rayas con las de franjas, rojas y azules, verdes y amarillas, una marea multicolor enlazada por tu arte. El grito pelado de quien sale de la Casa Rosada, luego de bañarse en tus llamas, se deshace  en un abrazo al cielo. Creyentes y ateos, hoy nos valemos en esta fiesta plenificadoramente bíblica.

De pronto, alguien menciona que quieren acabar la fiesta, con la heladera aún repleta de escabio. ¿A quién se le ocurre darle fin a esta amargura? Pero en eso las balas silban bajo, los gases reflotan el llanto y la fiesta se torna terapia de grupo. Siempre van haber aquellos que lancen el chiste negro sobre tu fotogénico cuerpo cadavérico. Porque eso somos, aunque todos los ranchos del mundo estén de luto. Porque nadie te será indiferente, Diego, si vos lo sabrás. Las luces nos encandilan, y a nosotros nos gusta la épica y no el plan. Tanto como a vos.

“La Argentina es digna”, nos dijiste rodeado de euforia latinoamericanista. Y eso que en México buenas puteadas acallaste. Pero nosotros te creímos: también esa fue tu magia, la hermosa inteligencia de los artistas del pueblo.

Y ahora nos agolpamos a la reja de la casa del pueblo, para verte aunque sea salir rodeado de flores. Una reja alta que se vuelve alambrado de cancha. Una grandiosa Land Rover estacionada en la puerta se pisotea con rabia para elevarnos un poquito con vos, ángel imposible. Saltamos con fuerza, encaprichados, como niños que pierden su cometa.

Te fuiste, Diego. El barrio ha cambiado.

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