Amenazada por la muerte del mar, y por el temor de ser unida definitivamente a la tierra firme, la isla chilena se recuesta sobre sus tradiciones. Historias de pescadores que no pueden pescar, de músicos que acompasan la despedida de sus muertos, de monjas chauvinistas, de mujeres golpeadas, y del capitalismo desenfrenado. Historias de un pueblo que tiembla pensando en el continente.

Navajuelas machos y hembras,

Cangrejos, cochayuyos, hasta piedras

guardaré.

Para contarte de la isla,

cómo era antes de los depredadores.

 

Lloró Eliana ese 23 de abril de 2016, cuando llegó a la playa y enterró sus piernas, hasta las rodillas, en las millones de machas sin vida. Se murió el mar, pensó.

Eliana orillea todos los días con botas largas de goma y agua hasta los muslos, encorvada, buscando en la arena los moluscos que alimentan a su familia. En invierno es duro, dice, acá en Cucao es muy duro el invierno, repite, pensando que junio siempre vuelve.

Llovía, como casi todos los días, ese 23 de abril en el que Eliana lloró, las piernas enterradas en machas. El verano es un atisbo en la isla de Chiloé. Y lo es más en la cara oeste, que se abre franca a un Pacífico violento, que regalaba vida, y ese 23 de abril amontonó machas muertas en la playa.

El fruto de su trabajo diario estaba allí, apilado en la costa, traído por las olas. Eliana había caminado, como todos los días, los 300 metros que separan la playa de su casilla de chapa y madera. Se había reunido, con los compañeros de una de las asociaciones del Sindicato de Recolectores Orilleros de Cucao. Son más de 400 los orilleros en la zona, aunque a veces salen menos a machear. Ese día vio en las caras curtidas, agrietadas por el viento, la sal y la arena, el dolor de caminar entre el fruto muerto del trabajo.

Daba una pena pisar las machas muertas, el ruido de los caparazones rompiéndose en los oídos de Eliana.

Las machas, el alga cochayuyo contaminado, los lobos con la boca quemada, igual que le hubieran tirado agua hervida, y se le salían todas las plumas a las gaviotas, fue una cosa muy horrible fue, el olor de los lobos pudriéndose en la nariz de Eliana.

Estuvo nueve meses sin machear, promediando la platita para poder comer, cuenta, con postura desafiante, en patas, la mirada segura, casi un año después de ese 23 de abril, ante la puerta de su casa de chapa y madera.

Esos nueve meses los pasaron con un bono del Gobierno, que lograron después de estar 15 días en las rutas, cortando la circulación de vehículos, protestando. Eliana estuvo, junto a los de la asociación de recolectores orilleros de Cucao, en la rotonda de Chonchi.

El 5 de enero pasado, después de nueve meses, Eliana pudo volver a machear. Pero ahora, el tío, el proveedor que viene de afuera y le compra a la Asociación el producto del orilleo, para luego vendérselo a las pesqueras, hace 15 días que no paga. Se llevó las machas y hace dos semanas que no les paga los 1.200 pesos por kilo que tienen acordado.

Hay que ser muy ignorante para creerle a un proveedor, dice. Él cobra al tiro. Pero se pone mañosito para pagar, frunce la boca. Hay mucha gente con necesidad, necesita de esa monedita, se lamenta en tercera persona, y señala un montecito donde hay unas casitas, con gente que la pasa mucho peor.

Eliana vive con su marido -mi viejito, dice-, y sus dos hijos adolescentes, que no salen a machear porque aún el sindicato no los inscribió. Hay cola para inscribirse en el sindicato. Hay cola de hijos de macheadores, para ser macheadores ellos también. Generación tras generación de orilleros con la cintura quebrada, enterrados hasta las rodillas en el mar.

Mucho no se gana macheando. 1.200 pesos por kilo de machas. Las modestas casas de los orilleros se calefaccionan a leña. También se cocina con leña. El metro cúbico cuesta 26 mil pesos. Casi 20 kilos de machas. El trabajo, en buenas jornadas, de dos o tres días, según el límite que pone el sindicato para la distribución entre los orilleros que participen de esa marea.

Eliana mira el mar, jean y una remera abrigada, porque el verano nunca es verano en Chiloé, y recuerda que enfrenta al océano con pura ropa, así, mucho frío. Quiere al mar, aunque es muy esforzado el trabajo, se sufre mucho, porque a veces el mar se pone malo, en el invierno ni se ve para allá, señala el horizonte de puro oleaje, con tremendo temporal de viento y lluvia, es muy malo. Acá el invierno da para puro comer, y promediando las cosas para que no le falte, dice.

La casa de chapa y madera de Eliana soporta el temporal entre unas dunas, medio inundadas, según quiera la marea. Cree que abajo de la tierra, 20 metros abajo, está todo lleno de oro. Y teme que las mineras vengan a llevarse y a destruir todo acá. Por eso no quiere que se construya el puente de Charcao, que unirá la isla con el continente. Van a entrar las mineras -teme-, y se van a llevar todo, porque todo ésto que estamos pisando tiene oro debajo, es puro oro. Van a entrar, van a comprar los sitios donde están las casas, y ésto va a ser todo destruido.

Hace cinco años que Eliana volvió a Cucao, a instalar su casita entre las dunas. Su padre, tuvo siete hijos, y era dueño de extensas áreas de tierras en la misma zona. Pero “no pensó en nosotros” y malvendió los terrenos por irse con otra mujer.

De los siete hijos, Eliana fue la única que volvió al lugar, instaló su casa y desde entonces pelea para que el área de Bienes Raíces del Estado no la saque. Varias veces lo intentaron y se negó. Ha venido muchas gente a pleitearme acá, saca pecho al recordar. Me trataron de todo, menos que era bonita. La voy a seguir peleando para que no me saquen de acá. Soy cucahuana neta, se enorgullece.

Y a mucha honra es cucahuana neta, dice, y se mete para adentro de la casa de chapa y madera, a confiar en que el mar no se muera de nuevo, porque sino va a tener que rasguñar para vivir. Cada gato se agarra con su garra nomás, dice, y afila sus uñas de machera.

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Ahora no es tiempo de amarrar la lengua

Dos días antes del 23 de abril que Eliana lloró ante las machas muertas, el diario La Estrella de Chiloe advertía: “Marea roja llega a Ancud y golpea a 4 mil pescadores”. Título de tapa y una página, la tres, para el desarrollo de la noticia. “Autoridad sanitaria ordenó el cierre de las zonas de Chepu, Mar Brava y la bahía de la ciudad. Temen incremento de la cesantía en la comuna”, agregaba la bajada.

El mismo 23, el diario anticipaba que “temen estallido social por efectos de la marea roja”.

El 26 dio cuenta de la “masiva protesta en Ancud”; y el 4 de mayo, con la foto de un auto dado vuelta y en llamas, el título no dejaba lugar a dobles interpretaciones: “¡Chiloé se paraliza!. Pescadores le ponen candado a la Provincia. Manifestantes bloquean Chacao y otros 12 puntos en las principales rutas isleñas”.

En los piquetes, se escuchaba una y otra vez “La mala pesca de José Cheuquel”, una canción de Ramón Yáñez, de 1988, que tomó actualidad ante el conflicto.

A coro, los pescadores, cantaron:

Se hace de noche y en el puerto de Quenac

José Cheuquel con su bote va a pescar

va con Guallallo, remador y achicador

embarcan redes, pues es su hijo mayor.

 

Con la esperanza que en la noche tengan suerte

llevan carnada y los pinches que no suelten.

Al primer lance, ni al segundo, ni al tercero

no pica nada, sólo le queda el consuelo.

 

Ya no hay pesca’o, ya no hay pesca’o, ya no hay pesca’o

porque los grandes y aquellos barcos se lo han lleva’o.

 

De amanecida cuando regresan los pescadores

llegan cansados, ningún pescado, muy amargados.

Y los chiquitos llorando esperan, no han comido

sólo unos mates y unas papas que ni han hervido.

 

Y doña Quecho dice a Guallallo, ¡Qué mala suerte!

José Cheuquel se va a dormir gritando fuerte

 

Ya no hay pesca’o, ya no hay pesca’o, ya no hay pesca’o

porque los grandes y aquellos barcos se lo han lleva’o.

El 6 de mayo, el diario mostró en fotos el arribo de “efectivos de fuerzas especiales que ponen en alerta a manifestantes”, y de algunos enfrentamientos, mientras el desabastecimiento provocaba otra situación de crisis.

Ollas populares, cortes de ruta, y el rechazo de los pescadores al bono del Gobierno, en la portada del 10 de mayo. El desabastecimiento, en la tapa el día 13.

Chiloé está privao, denunciaban carteles y pintadas en las paredes. ¿Privao?, ¿privado?, ¿privatizado?. Enojado, privao es enojado, explica Paula, desde la terraza de su casa con vista a medio Ancud y al mar.

Paula integra la organización Defendamos Chiloé, que se nutrió de la experiencia y participación de otras varias entidades que hasta la emergencia del mar en 2016, trabajaban por otras causas, como el rechazo a la construcción del puente de Chacao o la defensa de Mar Brava, amenazada por un megaemprendimiento de energía eólica.

Los integrantes de Defendamos Chiloé tienen una mirada progresista, de izquierda, según una aproximación rápida y probablemente incompleta. Sin embargo pelean por detener el tiempo, sostener las tradiciones como una forma de resistencia. Rechazan los avances desenfrenados del capitalismo extractivista, se emocionan con el folcklore insular, de ponchos y mariscos, aunque toman distancia de los pescadores que se bajaron de las protestas por el bono del gobierno.

Paula conoce al detalle los datos técnicos de cada una de las luchas. El puente y las denuncias de corrupción en torno a la obra, el emprendimiento eólico, las salmoneras, las 200 prospecciones mineras, la amenaza del extractivismo en la isla.

Vive en Ancud, donde reside la mayoría de los chilotas que apoyan el puente. Por la cercanía con Chacao y porque cala hondo la fantasía de que el incremento del flujo turístico dará trabajo a los miles de ancuditanos desocupados.

Por eso, a veces, la pelea de Defendamos Chiloé fue en solitario. Pero no ahora. Ahora Chiloé está privao y levantisco. Todo un levantamiento popular el de 2016, cuyo hilo histórico remite a 300 años atrás, al 10 de febrero de 1712 cuando los huilliches de la isla se sublevaron contra los encomenderos españoles. La encomienda los obligaba a trabajar al servicio de los conquistadores, durante nueve meses, y con una paga miserable.

Fueron los maltratos físicos los que terminaron por desatar la furia huilliche. El más cruel de los encomenderos, José de Andrade, se encarnizó contra el tributario huilliche Martin Antucan, “a quien ató las manos a un manzano poniéndole los pies sobre una piedra muy alta que esta al pie de dicho manzano y, bajándole los calzones, le azotó las partes con ortigas, cruelmente, y después las fue envolviendo con estopas y les prendió fuego”.

Fue la causa inmediata del alzamiento, que a poco de iniciado fue violentamente reprimido: centenares de indígenas muertos y la consolidación del sistema de encomienda, que en la isla duró varias décadas más.

Menos cruel fue el abordaje del conflicto el año pasado. Con unos bonos de 150 mil pesos mensuales y algunas promesas, el Gobierno logró desactivar el reclamo de los pescadores.

A mediados de mayo de 2016 comenzaron a perder fuerza los bloqueos de las carreteras, y recién el día 17 de ese mes se vislumbra en la tapa de La estrella de Chiloé la problemática del vertido de salmones: “Municipio de Ancud demanda a la armada y Sernapesca por el vertido de salmón”, dice el título.

El 20, se anuncia el fin de los bloqueos. “Gobierno llega a acuerdo con Ancud y pone término a 18 días de intensas movilizaciones”. Esta vez la rebelión duró 17 días más que la de los hulliches.

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Un vendaval sacude los visillos.

Algunos siguen aquí

esperando a puertas cerradas

que se despejen las playas

para salir a mariscar.

Hombres rudos. Dios los cría y el mar los amontona. Los amontona, por ejemplo, en el Barlovento, un restaurante bar de Quemchi, otro de los pequeños pueblos, calas, que se abren al mar.

Cuando el sol calienta regala días extensos en la isla, de anocheceres interminables. Una luz tenue y constante, una amarillo frágil que no se acaba.

Esos atardeceres son también la hora del regreso del mar. Y la hora del bar. Nada más literal que la salchipapa en Chiloé. Salchicha y papa. Papa frita. Juntos, en un plato grande, para dos. Los hombres rudos del mar de Quemchi se juntan, toman cerveza y comen salchipapa en Barlovento. Se mezclan con los gringos turistas que sacan fotos a todo. Coexisten sin tocarse. No se molestan.

Segundo Barreto es el segundo -lógicamente- hijo de una familia de pescadores de moluscos. Él también es buzo desde los 14 años. Ahora tiene 47, aunque parece más. Su lancha con la que cada vez hace más excursiones turísticas y menos salidas para la pesca de cholgas y almejitas, está anclada a pocos metros de la costa de la bahía sobre la que descansa Quemchi. Ya casi no bucea. Las arterias, explica. Y ya los trajes no me entran, ríe, la guata al aire por debajo de la remera.

Manos grandes y agrietadas, y una agilidad para subir y bajar del bote, que no se corresponde con su tamaño. Estudié poco, dice, porque lo que me gustó es el mar. Me crié en el mar. Por eso la marea roja no es una novedad, convive con ella, y sabe las zonas que están buenas. Lo que pesca lo vende en las ferias, y así va tirando.

Segundo volvió en 2011 de Punta Arenas, donde se dedicaba a la pesca del caracol, y donde dejó tres hijos. Volvió a Quemchi porque su padre inválido lo necesita. Me quedé a orilla de los viejos, dice.

Después de la cerveza en Barlovento, vuelve a la playa, mira su bote amarillo como el aire de esos días de atardeceres interminables, y de corrido cuenta que las empresas salmoneras se lo tenían bien calladito, que no dijeron nada porque el error fue de ellos, que tiraron toda la huevada esa al mar, y provocaron el desastre, que se lo tenían calladito pero todos se dieron cuenta.

Cuenta que las salmoneras tienen plata y te pasan pisando, y que desde que llegaron a la isla perjudicaron harto.

Cuenta que durante diez días no salieron al mar ni tomaron cerveza en Barlovento, sino que cortaron la ruta en Puerto Fernández, y que se unieron y consiguieron los bonos del Gobierno, pero que cobró los tres primeros y de los segundos tres, sólo uno.

Se enoja Segundo porque la Presidenta Bachelet se fue a otro país y no a la isla. Tendría que haber venido, dice, agacha la cabeza y arrastra el bote hacia la costa para subirse con una agilidad digna de otro cuerpo.

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Ellos cenan sobre blancos manteles.

Extienden su lengua sobre las calles queridas.

Lamentamos a veces no tener filudas espinas

en lugar de ojos o dedos.

Sin embargo, lloramos el derrumbe

frente a los imperios de cartón y vidrio.

Nosotros, enarbolamos la lluvia en honor a los años

precedentes.

Ellos, comen frutillas y cantan nuevas canciones de odio.

Cada uno dice adiós o buenas noches a su manera.

El Gobierno tardó en admitir que no se trató sólo de un fenómeno biológico, sino una combinación de la marea roja y la consecuencia del capitalismo desenfrenado en su máxima expresión: sobreexplotación de los recursos salmoneros, mínimos controles estatales, voracidad empresaria.

Ya no caben dudas que la responsabilidad fue de las empresas salmoneras, casi todas extranjeras, la mayoría europeas.

Hubo que esperar unos tres meses más para que un informe final de técnicos y especialistas, difundido por Greenpeace, explicara que “si bien el bloom de algas (presencia desmedida de esa especie) estaba presente en la zona con anterioridad al vertimiento, el salmón vertido actuó como un ‘fertilizante’, aumentando su magnitud, intensidad y alcance”.

“La decisión del gobierno de autorizar el vertido en descomposición (solicitado por la empresa Salmón Chile) en la misma zona que ya presentaba bloom, empeoró la situación desencadenando la crisis social y ambiental en Chiloé”, concluyó la entidad ambientalista, en concordancia con estudios universitarios y técnicos de todo el país.

A pesar de la presencia de microalgas, el 14 de marzo la Dirección General de Territorio Marítimo de la Armada de Chile autorizó el vertido de 9.000 toneladas de salmones en el área. Casi 5.000 toneladas fueron efectivamente tiradas, en un período de 15 días.

Según el documento de Greenpeace, “los salmones en proceso de descomposición producen altas cantidades de amonio (NH4) que corresponde al nutriente y alimento ‘favorito’ de las microalgas. El vertimiento, por consecuencia, actúo como fertilizante u ‘abono’ para el bloom de algas, estimulando el desarrollo y crecimiento de estas microalgas”.

Ya con el desastre encima, el Gobierno reconoció haber encontrado altas concentraciones de amonio en las muestras de agua del mar exterior de Chiloé.

El buzo Carlos Torres aportó un dato fundamental, en diálogo con Radio Villa Francia: “Las autoridades de gobierno dijeron que los botaron a 144 millas del golfo y a una profundidad de 4 mil metros. Entones les respondimos que la gente de Carelmapu había visto a los barcos tirando pescado cerca de la costa, que iban y volvían durante el mismo día, lo que es imposible de hacer cuando se llega a las 144 millas”.

No hay chilote o chilota que no se indigne por la mentira. Dicen que fue la marea roja, pero nosotros sabemos que fueron las salmoneras, repiten. Se hizo carne el argumento, se hizo reclamo y fe.

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D’este lado del Canal, los días han cambiado.

Nos sorprendemos hablando de antiguos vaticinios.

En nuestro propio lecho

vivimos agazapadas, observando

cada nuevo movimiento

de los que llegan.

En cada pueblo suena una campana. Siempre suena una campana en cada pueblo de Chiloé. Herencia de la evangelización española. En Chomchi suena insistente para despedir a un muerto. Centenares de vecinos, en la iglesia lo despiden. 51 años tenía. ¿Un accidente?, no, no fue una muerte natural, digamos. El pueblo chico esconde cómo o por qué murió el hombre de 51 años al que despiden. El silencio, herencia de la evangelización.

Los vecinos van saliendo de la iglesia acompañados por un pasacalle, esa marcha rítmica, interpretada por una guitarra, acordeón y bombo. Es parte de la tradición española que se mantiene enraizada, como algunas construcciones, las plazas de armas y la cristianidad.

Robinson, el de la guitarra, dice que es de tomo y lomo cien por ciento chilote, y que si va a Argentina y tocan una canción chilota, se le paran los pelos.

Como en todos los pueblos, cree que antes estaban mejor, que dejaban la puerta abierta de las casas, que entre los vecinos se ayudaban, y todas esas cosas. Y cada tanto repite que es la-men-ta-ble lo que ha pasado en la isla con las salmoneras, y con la Presidenta que no vino, no vino aquí donde quemaron las papas. Es la-men-ta-ble dice acompasadamente como los pasacalles que teme perder, cuando todas las tradiciones se pierdan.

Antes, en los pasacalles la guitarra sólo acompañaba, y era tocado por las mujeres, si es que a las mujeres las dejaban tocar. En el grupo de Chomchi, la guitarra para despedir a los muertos, la toca Robinson. También lleva la batuta de la indignación. Y de la culpa ajena. Como en todos los pueblos.

Dice que todas las decisiones sobre la isla las toman en Santiago, y que de Puerto Montt para allá, para arriba, a nadie le importa Chiloé. Se queja porque los periodistas no muestran la realidad, porque todo lo domina la plata, porque los verdaderos periodistas, dice, tienen que venir y contar realmente lo que pasa en la isla, pero como hay plata no lo hacen. ¿Plata de quién? Del Gobierno, dice, y de las empresas, de las salmoneras que siguen trabajando a pesar de lo que hicieron, porque hay plata, y nadie le va a poner atajo a ellos, donde hay ésta -dice y frota las yemas de los dedos gordo, índice y medio- no puede hacer nada un pescador común y corriente como uno, Robinson, guitarrista y pescador. Es la-men-ta-ble.

Ya se marcharon todos los feligreses que despidieron al muerto de cuya muerte no se habla. Robinson guarda su guitarra y se queja porque los subsidios que les dieron a los pescadores fueron parches para que cierren la boca y dejen de protestar, y que algunos, dice, por eso se bajaron de las protestas.

Y ahora vienen las mineras, acota, segunda voz, la del acordeonista, Jorge. En Chiloé es un tremendo desconocimiento que hay del tema, no informan a la gente de acá, de la isla. El puente y las mineras ya está firmados por el Gobierno, y la gente de acá desconoce, dice.

Robinson, el ritmo de la charla, agrega que se van a gastar un tremendo número de millones de pesos, y Chiloé no tiene un hospital decente, no tiene colegios, universidades dignas donde los chilotes se eduquen en su propia isla. Ni carreteras buenas, dice, y que esas son las prioridades, y que después podemos hablar de un puente.

¿A quién sirve el puente? A los grandes empresarios. A las mineras. A Chiloé lo van a terminar explotando. Nunca informaron a los chilotes. Nadie quiere el puente.

Robinson, guitarra en su estuche, cree que si se construye el puente de Charcao, la pérdida de las tradiciones también se llevará puesto a los pasacalles.

Dice que son tradicionalistas, pero que sin embargo desafían la tradición que establece que en los pasacalles la guitarra sólo acompaña, y que la tocan las mujeres.

En el grupo de Chomchi, la mujer toca el bombo. Pero sólo se acerca para la foto. No habla. Parte de la tradición.

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Los hombres dicen que el gran universo

prendido en la noche

es lo único más grande que ellos.

Dicen “No vendrá” y ríen estrepitosamente.

Pero nosotras sabemos que se miran

preocupados y nos aman

(como nosotras no podemos amarlos)

No saben qué hacer

cuando cerramos los ojos.

Yo tuve la culpa, repite como un mantra Elizabeth. Yo dejé que me maltratara y que le pegara a mi hijo, insiste. Yo tardé en dejarlo, en irme de Ancud, en volverme a Quemchi.

Sentada en la arena húmeda, frente al mar, mira como los dos hijos varones, niños aún de 13 y 14 años, chapotean, se sumergen y ríen, alejados del padre que los reventaba.

Sólo en 2013 -según el último informe disponible de Carabineros-, se produjeron 475 detenciones por casos de violencia familiar, de los cuales 417 fueron hombres.

Nadie denuncia, aclara Elizabeth, que sabe que el machismo más duro, culturalmente aceptado, forma parte del ADN de la isla. Nunca puse una denuncia, explica, sólo agarró unas pocas cosas, escondió a sus hijos en un auto, y dejó Ancud para volver a Quemchi.

Las lesiones leves a mujeres por violencia intrafamiliar provocaron 372 detenciones de hombres, en 2013. Más de un hombre detenido por día. Y eso que nadie denuncia, el otro mantra de Elizabeth.

Ni la marea roja ni la sobreexplotación salmonera ocupan más que un lugar mínimo en su pensamiento. Hoy se esfuerza para que su hija se haga respetar, dice, que tiene que ser consciente, se esperanza Elizabeth. Espera que la mayor de sus tres hijos, la de 22 años, no repita su historia. Por el momento no, dice. Por el momento el marido no la maltrata. Por el momento, dice.

No quiere hablar de la marea roja ni el puente. A poco de iniciada la charla cuenta que cuidó 12 años a la madre de su ex, que la vieja tenía demencia senil, y que el marido empezó a tomar, que antes era bueno, pero que la empezó a maltratar y que ejercía violencia psicológica, y que a uno de sus hijos le pegaba, y que un día llegó a la casa y su hijo tenía la boca reventada de sangre, y que esa noche, con unas pocas cosas, sin nada porque era todo de él, salvo los tres chicos, dejó Ancud para volver a Quemchi.

Le gusta vivir allí, es harto bonito, pero difícil. Es difícil vivir acá, porque no hay trabajo, dice, y que tiene una pensión por uno de sus hijos, y que sus hermanos la ayudan, y así va.

Todo eso dice, mechado con varios yo tuve la culpa, con nadie hace la denuncia, como mantras que anticipan una sentencia: Nunca volvería a tener pareja. Para la mujer maltratada es difícil volver a confiar en los hombres, cuenta, la vista puesta en el mar y sus hijos.

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Se armó el velorio de la santa

con mucho aroma y florecer y trapos blancos.

De alguna manera sabíamos

que era una celebración

sin cuerpo

como aquellas de los hombres

que se han perdido en el mar.

La marea roja es la menstruación del mar. De impoluto poncho blanco sobre un pullover de hilo fino y una falda celestes, sentada frente a la iglesia de Dalcahue, la hermana María Verónica Oyarzo espera que la pasen a buscar para ir a comer.

Es la menstruación del mar la marea roja. Es como un abono para los pescadores, y que al tiempo después de la marea roja hay un abundancia tremenda. Eso decían los antiguos, y después hay abundancia de todo, de peces, mariscos, de todo, recuerda. Se encabrita de puro chilota, la voz tranquila pero firme, quieren hacernos creer que fue culpa de la marea roja, pero a nosotros no, que siempre siempre vivimos acá, que sabemos. Que fue culpa de la marea roja, eso salió y saldrá en los diarios de allá, en todas partes, porque el señor noruego lo dice y quién no le cree a un señor noruego. Pero fue el veneno. A nosotros no.

A su lado, Aurelia Cristaldo, la hermana Aurelia Cristaldo, paraguaya, cuenta que vivió 30 años misionando en la selva peruana, luego en Buenos Aires, y ahora fue trasladada a la localidad andina de El Bolsón, en Argentina.

Apenas habla. Está de viaje, invitada. Sonríe pícara tras los anteojos negros, grandes, que le tapan media cara. Escucha y cuela cada tanto, con una voz chiquita, un chiste. Y sonríe.

Son Hijas de la Misericordia de la Tercera Orden Franciscana, y ese mediodía, frente a la iglesia de Dalcahue esperan que el contingente religioso las pasen a buscar. Hambre tengo ya a esta hora, dice María Verónica, que también ríe, pero sobre todo habla.

La hermana Oyarzo, arriesga que los muchos Oyarzún de la isla y del sur de Chile son una deformación, un error del registro civil, que en realidad es Oyarzo, pero los anotaron mal. Sus padres también nacieron en la isla, y vive añorando los años de su infancia.

¿Cambió mucho la isla en los últimos años? Brrrrrr, dice haciendo temblar los labios y moviendo la mano de arriba a abajo, cualquier cantidad. Y explica que el boom de las pesqueras trajo mucha gente de afuera.

Y recuerda. Antiguamente aquí en Chiloe usted podía dejar tranquilamente su cartera aquí e ir a comprar allá y no pasaba ninguna cosa, po, dice, el primer po de todas las charlas en la isla. Ahora llevando la cartera a cuestas capaz se la sacan. Se maleó mucho la gente, y la misma gente de la isla como que se cerró. Era una gente abierta, espontánea porque la gente que vino de afuera no es igual a la que somos netamente chilotes, po.

Propone una teoría. Una persona que viene de otra parte, dice, tiene que primero culturizarse, tomar la cultura del que vive en ese lugar, pero si viene imponiendo otra cultura no es lo mismo, po. Se desvirtúan las costumbres. Pero se alegra porque gracias a dios que ahora empezaron de nuevo a tomar todas las costumbres en los festivales que hacen en diferentes partes. Las fiestas costumbristas, las empezaron a hacer para poder retomar lo que era neto de nuestro país. Dice país, para nombrar a su isla.

Habla del pasado para acusar al presente. Cuando éramos chicos, añora, las familias de un sector compartían la comida y el trabajo. Una familia tenía un chancho, lo mataba, e invitaba a todos los vecinos y lo comían todas las familias, y después otra familia hacía lo mismo.

Lo mismo con el trabajo. Si en mi casa sembraban papa, venían a ayudar los vecinos, y después cuando a otro vecino le tocaba, iban todos a ayudarle a sembrar. La papa chilota, nativa, aclara, esa papa que son enroscaditas y de colores, a esas papas les están dando mucho mucho auge, dice. Muy ricas son. A mí me gustan cocinarlas con cuero, le saco el cuero y lo pongo en la sartén con mantequilla. Hambre tengo ya a esta hora.

Ese acto de solidaridad entre vecinos se llamaba minga. La minga, que le llamábamos, dice. Y explica que cuando era la minga, la dueña de casa tenía que poner la comida, entonces todos trabajaban gratis. Fue hace unos 40 años atrás, 50 quizás, cuando yo era chica, era muy bonito, y levanta los ojitos, recordando.

Pero ahora todo viene de afuera, se queja, y si hacen el puente todo va a ser peor, po. Todo para peor, dice, y se levanta, y ayuda a pararse a Aurelia, la Hermana Aurelia, y festeja porque las vienen a buscar para ir a comer.

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Si hacen el puente todo va a ser para peor, dice la mayoría. El puente amenaza; el puente ¿para que vengan o para irse? Puente unión y ruptura de la isla que se niega a anudarse al continente, que se mece entre la marea roja y la devastación del mar, que descansa en sus tradiciones, y que espera.

 

Poesías: Rosabetty Muñoz

Colaboración de estilo: Carolina Biscayart