¿Cómo se vivió la COVID-19 en los barrios populares? ¿Cuál fue la respuesta del Estado a las necesidades en esos territorios? ¿Qué rol tuvieron los medios de comunicación al contar esas realidades y cuál ha sido el aporte de las ciencias sociales tras la pandemia? La AgenciaTSS habló sobre estos interrogantes con Andrea Mastrangelo, investigadora de IDAES-UNSAM y una de las autoras del libro “Quedan 15 días de cuarentena”.
La pandemia por COVID-19 encontró a Andrea Mastrangelo, investigadora del CONICET en el Centro de Estudios Antropologicos de la Escuela IDAES, en la UNSAM (IDAES-UNSAM), con más de una década de experiencia en trabajo con poblaciones de bajos recursos y el impacto de enfermedades provocadas por vectores. Eso le permitió desarrollar rápidamente un proyecto de investigación, que culminó en el libro “Quedan 15 días de cuarentena”, recientemente publicado por Ediciones Ciccus, en coautoría con la socióloga Flavia De Monte, también de IDAES-UNSAM.
Mastrangelo, que es doctora en Antropología, trabaja en cooperación con los Institutos Nacionales de Salud que se agrupan en la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS), desde 2006. En ese entonces, en la provincia de Misiones hubo dos nuevos brotes simultáneos de leishmaniasis tegumentaria americana, una enfermedad que se conocía en la Argentina desde la década del 50, cuando se deforestaba para extender las líneas ferroviarias, pero que había atravesado lo que se denomina un período interepidémico, en el que no hubo registros de casos nuevos.
“En ese contexto, me empecé a vincular con equipos de investigación que hacen respuesta rápida, que es una de las acciones que tiene la ANLIS, y que muchas veces necesitan el acompañamiento de la investigación social porque el modo en el que se transmiten las enfermedades, o el efecto social que tienen, requieren conocer cuestiones de la idiosincrasia de las personas y de las poblaciones en particular. Por ejemplo, quiénes se enferman, si son varones o mujeres, qué actividad hacían, en qué contexto adquieren la enfermedad y cómo se complica el ciclo zoonótico, que es la relación entre el vector, el agente infectante y el hospedador definitivo, que es la persona que se enferma”, explica Mastrangelo.
-Cómo antropóloga, ¿siempre le interesó la investigación en salud?
-Es interesante, porque yo no estudiaba salud sino las transformaciones que en los ámbitos rurales producen las grandes inversiones, y una de las principales demandas que tenían las poblaciones aledañas, tanto en minería como en forestación, tenían que ver con problemas de salud ambiental. Por un lado, de contaminación de cursos de agua o sequía. Por ejemplo, Minera Alumbrera consume 9.500 veces más agua que un agricultor del Valle de Santa María, lo que genera sequías y problemas de alimentación. Hay una consecuencia directa en el día a día que repercute en el perfil epidemiológico de la población. En el caso de Misiones, había ido para comparar recursos renovables con no renovables y encontré que la emergencia era la leishmaniasis tegumentaria americana, que tiene que ver con la deforestación, con la sustitución de grandes masas de bosque nativo de selva a con pino reforestado por esta industria.
-Para el análisis se basan en la teoría de los determinantes sociales de la salud. ¿A qué se refiere?
-Hay una línea sudamericana poscolonial que es muy crítica de las condiciones de desigualdad en la que son descritas las enfermedades, centradas en el agente causal en los países centrales y haciendo caso omiso de cómo la historia también constituye los perfiles epidemiológicos de la población. Por ejemplo, la emergencia de sarampión no pasa en Europa con la crueldad con la que lo hace en Sudamérica. Frente a eso, el abordaje por determinantes hace un análisis pormenorizado de los agentes causales, en términos de causa y efecto, que finaliza diluyendo la determinación social, porque esta se da siempre de un modo indeterminado. Por ejemplo, el informe que dio a conocer la UNSAM del trabajo en colaboración con la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe, sobre la exposición a agrotóxicos y contaminantes en el río Salado, la entrofización de los cuerpos de agua, el riesgo de bañarse porque hay cianobacterias en los ríos como consecuencia del proceso de degradación que tiene ese cuerpo de agua. El efecto sobre la salud es muy claro, lo que lo provoca es la cianobacteria, no el agrotóxico. Entonces, si quiero establecer causales, nos ayuda pensar los modos de producción como modos de generar las condiciones en las que se va a dar la vida y la muerte. Por ejemplo, en el caso de los agrotóxicos y la soja en la Argentina, no son únicamente los trabajadores los que se ven afectados, sino de toda la economía que nos rodea, porque esa cadena productiva tiene encadenamientos ecológicos que impactan en un montón de aspectos de la sociedad. Ese es el abordaje que le quisimos dar al análisis que hicimos del confinamiento durante la pandemia.
-¿Por qué el título “Quedan 15 días de cuarentena”?
-Por la idea de la recurrencia del tiempo, que volvíamos a estar 15 días encerrados, como un presente continuo. El concepto de cuarentena es previo a la existencia de los agentes infecciosos y la microbiología, porque era la idea de solidaridad cristiana de los 40 días de Jesús en el desierto. En los barrios, en general, los brotes se manifestaban cuando había problemas de acceso al agua potable o condiciones de hacinamiento y precariedad. En esos casos, la política de intervención sanitaria no fue el suero equino ni otra alta tecnología, fue un camión cisterna y lavandina. Son medidas medievales, porque uno sabe que cuando las ciudades tuvieron un tratamiento higiénico de las aguas y se hicieron los baños instalados se controlaron las enfermedades infecciosas, tanto como con los antibióticos. Entonces, me parece imprescindible tener esa doble lectura, de las intervenciones por un lado, pero también de la pobreza, jugando un rol relevante.
-Durante la presentación del libro en el campus de la UNSAM destacaban la rapidez con que armó el proyecto para presentarlo a una de las convocatorias de la Agencia I+D+i.¿Cómo surgió la idea?
-Bueno, primero tengo que agradecer la iniciativa de Verónica Roberts, la secretaria de Investigación del IDAES, que me ayudó a leer la convocatoria y pensar que se podía hacer una propuesta en clave sociológica y antropológica, y también nos ayudó a armar el equipo, porque estábamos trabajando en forma remota. Daba la sensación que la convocatoria estaba muy orientada al desarrollo de soluciones biotecnológicas, que fue lo que en gran medida desarrolló la UNSAM, como los kits para diagnóstico, los barbijos de Atom Protect y el suero equino, que también es la expectativa que tiene la sociedad respecto de la utilidad de la ciencia. No de tomarla como herramienta de pensamiento o análisis, sino como soluciones y dispositivos. Si queremos dar un objeto, no solamente como el resultado de la ciencia, sino también contribuir a reducir la desigualdad, tenemos que incluir el pensamiento de las ciencias sociales en esas intervenciones.
-¿Con ese objetivo crearon IDAES Salud?
-Con IDAES Salud el objetivo fue el monitoreo en tiempo real del aislamiento social preventivo obligatorio. Elegimos las áreas metropolitanas de Buenos Aires y Resistencia, en Chaco, y las poblaciones que viven en hacinamiento crítico, que tienen problemas de abastecimiento de agua potable y que viven en condiciones habitacionales no óptimas a nivel sanitario. A diferencia de otros lugares, en esas dos ciudades tuvieron casos desde marzo y un confinamiento muy restrictivo sobre un período de tiempo muy largo.
-¿Podría mencionar algún ejemplo de situaciones que hayan registrado?
-Sí, queríamos ir dando resultados para la gestión. Por ejemplo, hicimos el análisis en tiempo real de los procesos de discriminación que se dispararon en la población Qom, en Resistencia, cuando las fuerzas de seguridad amenazaron de muerte a la población del barrio Bandera Argentina y llevaron a la comisaria a menores de edad y los torturaron diciéndoles que los iban a quemar con alcohol. También el caso de violencia institucional del asesinato de Facundo Scalzo, que tuvo que ver con la presión que generó la presencia de las fuerzas de seguridad en un barrio necesitado, donde la gente no podía circular para salir a trabajar, lo que generaba que los adolescentes estuvieran mucho tiempo dando vueltas por el barrio sin hacer nada y buscando entretenerse de alguna manera, sin generar violencia. En ese caso, estaban conversando en voz alta, la Gendarmería lo interpretó como un altercado y disparó una ráfaga que dejó a Facundo con 11 tiros en el cuerpo, uno de los cuales le provocó una hemorragia interna de los pulmones y llegó muerto al Hospital Piñeyro, porque en el hospital también estaban de emergencia sanitaria y la ambulancia no podía circular. También consideramos el caso de Facundo Asturdillo Castro, que fue muy mediatizado. Al incluir el análisis de medios mostramos que, por un lado, estaba lo que pasaba en los barrios, pero después había una construcción mediática, en algunos casos, que tenía que ver con esa hipermediatización de lo que pasaba en el barrio y un sufrimiento que no aparecía en esa narrativa, como el de las familias con uno o más discapacitados.
-Ya que mencionas el rol de los medios, ¿cómo abordaron el análisis en este trabajo?
-Flavia Demonte trabajó con una categoría teórica denominada ciclo mediático epidémico, que considera cómo los medios construyen una narrativa alrededor de las epidemias, centralmente con las noticias que se referían a barrios populares, tanto en medios masivos como en medios populares y las agencias noticiosas de las universidades. A veces se cuestiona para qué hay una una radio barrial o un medio comunitario, pero para la organización de la olla popular, por ejemplo, fue esencial.
-¿Y en cuanto al tratamiento de estas noticias en medios masivos?
-Al respecto, Flavia trabaja con el ciclo epidémico mediático en la construcción de lo que son como arquetipos. Hay noticias de varios barrios pero lo que se hace noticiable es que en todos se puede narrar una épica de control colectivo, aparecen los problemas de discriminación y se generan las figuras de los propagadores, por un lado, que son los que se sancionan moralmente, los que no acatan el confinamiento y no se disciplinan. Y, por otro lado, de los héroes colectivos, como las cocineras de los barrios populares, las personas que cuidan a los ancianos o las agentes de atención primaria que siguen haciendo el seguimiento casa por casa de los pacientes crónicos, para que no se aglomeren en el centro de salud.
-¿Porqué es relevante incorporar el aporte o el análisis social a cuestiones de salud?
-Una de las cualidades de las ciencias sociales es desnaturalizar y una de las fortalezas de las ciencias naturales y la biomedicina es naturalizar los fenómenos, atribuirlos a un agente causal que se comporta sin voluntad y se explica individualmente, según la susceptibilidad individual, si la gente era obesa o si tenía una comorbilidad, por ejemplo, pero no contempla la situación de vida que los llevaba a que se enfermaran, como cocinar para los comedores y entrar en contacto con 200 personas por día. Entonces, para poder incluir esos determinantes, el trabajo de desnaturalización que hice fue pensar que no todo es aislamiento, que es la estrategia de la medicina para aislar a las personas enfermas, una práctica hospitalaria que tiene una historia muy larga y que se aplicaba aún cuando no se podían determinar los agentes causales para evitar los contagios.
-Pero la particularidad durante la COVID es que se aislaron personas sanas.
-Claro. El confinamiento tiene que ver con evitar que circulen los sanos y que propaguen el virus por aglomeración, una práctica que siempre estuvo asociada a un tipo de control social biopolítico. Para evitar que las personas que se sienten bien circulen, hay que ampliar el control policial, es lo que llamamos la securitización de la salud, que hizo, que por ejemplo, mucho de la política sanitaria fuese discutir si se podía salir, si se podía pasar un retén, o esa cuestión de las familias que circulaban con un hijo en el baúl. Cosas que no tenían que ver estrictamente con la salud.
-En el libro se refieren a la pandemia y la pospandemia cómo “zoonosis en sindemia”. ¿Podría ampliar este concepto?
-El concepto de sindemia lo desarrolló Merril Singer hace unos años, que es antropólogo y médico .Plantea que, con la desigualdad social, la morbilidad tiende a aumentar. En el libro, nosotras mostramos esta cuestión a partir del testimonio del Jefe de Área Programática de un hospital de Buenos Aires, que nos dice que para él el Covid todavía era relativamente importante en mayo de 2020, porque cuando llegó “era la cuarta epidemia simultánea”, porque la temporada de dengue 2019/2020 fue la más cruel desde 2016; la tuberculosis se registró más en Buenos Aires que en Chaco, y en los distritos que tienen más desigualdad; y también había casos de sarampión.
-Y la idea de zoonosis es claro que se debe al origen del virus, pero quedó silenciada tras el concepto de pandemia. ¿Cómo influye en la percepción de la enfermedad?
-Si el problema fuese el SARS-CoV-2 tendría que haber sido igual en todos lados, porque el problema es un virus que ataca a todos por igual. Pero podemos ver que la acción colectiva y la política pública modelan el escenario de una enfermedad y el acceso a la salud. Si comparamos la tasa de mortalidad por Covid-19 en la Argentina y en Brasil, sobre el total poblacional, pensando cantidad muertos sobre infectados, vemos que en la Argentina no llega al 1%, mientras que en Brasil esa tasa ha sido del 12%. Allí, las políticas fueron anticientíficas, con estrategias que no están validadas, como el confinamiento vertical, que es dejar encerrados a los ancianos y que los jóvenes circulen, lo que implica que la carga de virus por la respiración en el ambiente sigue siendo la misma. Ahí, el agente causal no es el problema. Todas las enfermedades tienen un componente de determinación social. Y en ese componente social también está el modo en que las políticas de respuesta del Estado modelan el comportamiento de la enfermedad.
-El libro aporta una mirada crítica. ¿Cree que también puede ayudar a la generación de un dispositivo social para encarar las problemáticas de salud desde una manera no puramente biomédica?
-Sí. Por eso la idea también es trabajar con este pensamiento crítico desde dentro de la ANLIS. Al final de las reflexiones hablamos de un sanitarismo de la alegría, queremos que nos cuiden de las enfermedades, pero que nos dejen buscar novios, ¿no? Me parece muy interesante poder incluir esta perspectiva de lo social, que no es ir en contra de la perspectiva biológica, sino construir de un modo conjunto. Con esta comparación entre Brasil y Argentina, vemos que el confinamiento fue realmente útil, pero cuando se fueron liberando las medidas de confinamiento se abrieron antes las agencias de lotería que la posibilidad de que mucamas o pintores salieran a trabajar, y eso es no haber tenido sensibilidad para captar que no todo el mundo podía quedarse en su casa esperando un salario para el mes siguiente, porque trabaja por horas o por tarea.
-Por último, ¿le parece que después de la pandemia se visibilizó más el aporte que pueden hacer las ciencias sociales a la salud?
-Espero que sí, y que podamos mantener este estilo de lectura conjunta de la realidad sin negar las evidencias en ninguno de los dos lados. Los agentes causales existen, pero las condiciones de hacinamiento también. En los barrios donde hay proximidad física y no se puede guardar la distancia o no hay acceso al agua, ¿cuántas veces al día te podés lavar las manos si hay 12 personas que usan el baño y falta el agua?