Una reflexión sobre uno de los hombres más brillantes e inquietantes de la historia de la ciencia. Sus padecimientos físicos y su amor por la vida.
Hoy, cuando nos anuncian la muerte de Stephen Hawking, alguien me dijo que su vida fue espantosa o algo así.
Invariable y obsesivamente, cada vez que veo lo que llamamos elegantemente “homeless”, u “hombres sin techo”, pienso exactamente eso: vidas de espanto. Muchas veces son niños mal narcotizados con sustancias destructivas. O adultos alcoholizados. Hay mujeres, ancianos indefensos…Sucios, helados en la crueldad del invierno, expuestos a las lluvias, el hambre…
Vidas de espanto sin duda. ¿Puede asimilarse la vida de Stephen Hawking a la de estos despojos finales de esta sociedad inclemente? No me parece que podamos utilizar fácilmente el mismo adjetivo. Creo que Hawking lo habría rechazado de plano.
Desde su –digámoslo sin anestesia- ruina física este hombre se aferraba a la vida, a la que amaba sin resquicio alguno. Desde su amor a la vida, esa altura, esa cima, contemplaba no su aldea, no su país, no el continente en que su país está, no el planeta en que ese continente reside, ni siquiera se limitaba al sistema planetario presidido por una estrella, ni a la galaxia en cuyo seno “nuestro” sistema solar navega, sino más allá, mucho más allá: contemplaba el universo. Pensaba sus inmensas contradicciones, sus materias ocultas, sus materias visibles, sus insondables abismos.
A la inversa, Stephen Hawking que de ninguna manera fue un intelectual abstracto y ajeno a las realidades de la especie y su entorno inmediato, a la inversa desde esas inmensidades pareciera que contemplaba su sistema, su planeta, su aldea…y finalmente su humanidad misma a la que nos atrevimos a llamar su “ruina física”.
No creo que se viera “espantoso”. Se vería más bien pequeño, como lo somos todos lo bípedos implumes que pululamos por esta bolita azul que es la tierra. Pensaría en lo débil de nuestra existencia, lo débil de la suya propia. Se preocupaba de la destrucción que esta sociedad que llamé –con pudor-, “inclemente” opera en su entorno y por lo tanto en nuestra propia especie. Se preocupaba por nuestra supervivencia… aun cuando con la suya tenía no pocos motivos de preocupación…
Stephen Hawking fue un ejemplo como profesional, como científico, como ser humano, como amante empecinado y tenaz de la vida. Dejó un inmenso legado teórico, como dije hace un rato, una brújula para seguir el viaje. Ojalá en ese viaje hacia los confines, nuestra especie, ese fenómeno tan apasionante, tenga el coraje y la lucidez de superar el espanto y sus causas.