Asombra que los medios y portales argentinos, y los del mundo, hayan prácticamente dejado de darle relevancia a una pandemia que no terminó. Más aún ante la presencia del llamado Covid largo, que afecta gravemente a un mínimo de diez de cada cien personas, a menudo con patologías muy graves. Esas personas padecen en relativa soledad sanitaria, social y en soledad mediática absoluta.
Hace ya cerca de un año la agencia France Presse citó un estudio de la Universidad de Oxford realizado entre 270 mil personas que padecieron Covid. El resultado: 37% de esas personas todavía tenían síntomas relacionados con la enfermedad hasta tres y seis meses después del contagio. Lo que más apareció en proporciones diversas: ansiedad, depresión, respiración dificultosa, fatiga, dolores. La noticia fue aislada, una entre muchas similares, pero confirmatoria. El llamado long Covid es a la vez un cierto enigma para la ciencia y una realidad dolorosa para decenas de millones de personas en el mundo. Los diarios –citando a Sabina- no hablan de ti y apenas si “suben” la pandemia a sus títulos de portada. Conociendo a los medios, es apenas otro signo de barbarie civilizatoria, teniendo en cuenta los millones de muertes acumuladas (casi siete, o más, teniendo en cuenta los subregistros), a los millones de padecientes y a los efectos económicos y sociales devastadores de la pandemia, que no acabó.
Información mucho más reciente que la dada por France Press: en agosto pasado, en base a un trabajo hecho en los Países Bajos, la revista The Lancet informó que una de cada ocho personas adultas infectadas padece síntomas de largo plazo. Varios de esos síntomas eran nuevos y aún peores pasados varios meses de contraer Covid. Tomando en cuenta los 651 millones de casos registrados de Covid en todo el mundo, la eventual aplicación del “uno de cada ocho”, si tuviera un mínimo sustento científico, sería un tanto pavorosa.
No resulta fácil encontrar información oficial totalizadora o balances de la pandemia ni en Argentina ni en el mundo. El resultado suele repetirse: muchísima información acumulada (incluyendo papers hechos de apuro o por figuración académica o la de instituciones, o producto del lobby de los laboratorios) pero que hasta hoy sigue siendo no sistemática. Lo que sí persiste es el llamado –aunque no se lo entienda del todo- Covid largo, o long Covid.
La respuesta rápida y comprensible a la falta de balances nacionales e internacionales no pasa solo por la no sistematicidad, o la confiabilidad, de los miles de estudios realizados sino por el hecho de que aún no pasó el tiempo suficiente para que algún balance tenga rigor científico. Hay que tener en cuenta también que multitud de instituciones, hospitales y equipos científicos de todo el mundo emplean parámetros distintos para hacer sus abordajes y que el Covid pegó distinto según se trate de país, sociedad, clase, grupo de riesgo, índices de vacunación, vacunas empleadas, cepas del virus, largo etc. En el caso de nuestro país, el sistema de salud, a la hora de coordinar información o estadísticas, es federal y desigual, con lo que hablar de escalas nacionales se hace complejo.
Lejos del final
En mayo de 2021 la Sociedad Argentina de Infectología realizó un webinar, o discusión virtual, para hablar no solo del Covid largo sino de vacunas y del peligro que representan las variantes del Covid –el bicho es verdaderamente diabólico-, con cepas muy distintas, unas más agresivas, otras más contagiosas y con vacunas que no son siempre efectivas según haya mutado el virus. El encuentro fue introducido por el colega Diego Pietrafesa y participaron los especialistas Gustavo Costilla Campero, Marcela Vera Blanch, Damián Águila, Elena Ovieta, Graciela Sadino y María Florencia Prieto.
Lo primero que dijo Elena Obieta, encargada de hablar del Covid largo, es que no hay siquiera consenso internacional acerca de qué es el llamado Covid largo. Pero sí en cambio se conocen las sintomatologías, muchas de ellas muy pesadas, de ese Covid largo. Están las muchas calificadas de “raras” o al menos desconcertantes. Otras son la maldita “niebla”, o niebla mental, los trastornos cognitivos, la pérdida de cabello, la depresión, los problemas para dormir, la fatiga muscular, todas sintomatologías descriptas en la (todavía caótica) literatura clínica acumulada en la pandemia. Se habla de Covid largo cuando persisten prevalencias a partir de las 12 semanas e incluso seis meses del primer trabajo hecho por el virus. Se habla a menudo de post Covid, de Covid crónico, agudo o sub agudo.
Obieta dijo que en Europa la rama de la OMS relevó ese tipo de Covid prolongado en un 15% de los casos pasadas cuatro semanas después de que el virus desatara su furia y 10% pasados los 12 meses. Trasladando, seguramente con algún forzamiento, esa estadística a la Argentina, los pacientes que continuarían con síntomas persistentes de Covid pasadas las cuatro semanas serían por entonces 750.000 y 300.000 los que seguían con dificultades, pasados diez meses. Los datos, además de ser un intento de proyección, son de un año atrás. Hoy, el Covid largo sigue en todas partes y haciendo mucho mal: a nivel internacional, la lista de síntomas y malestares del Covid largo sobrepasa nada menos que 200 denominaciones.
¿Covid largo o secuelas?
Ante la falta de más perspectiva en el tiempo para realizar estadísticas rigurosas, no solo no hay consensos estrictos acerca de qué es Covid largo, sino que no siempre se sabe diferenciar ese Covid largo (con malestares graves, pero no con fiebre) de las secuelas, que son muchas. La suelen pasar peor aquellos que pasaron por terapias intensivas. Padecen neuropatías, problemas pulmonares, olfatorios y cardíacos, fallos renales. Un estudio italiano sobre pacientes que fueron hospitalizados mostró estos resultados dos meses después de la internación: 32% con uno o dos síntomas persistentes, 55% con tres o más síntomas persistentes, en todos los casos sin enfermedad aguda, pero con pérdidas en calidad de vida. Otras veces el Covid puede ser el gatillo que dispare enfermedades autoinmunes. Y en muchas ocasiones en promedio la mitad de los pacientes, siguen mostrando astenia, o dicho en cristiano, cansancio crónico.
Vale reiterarlo: la información internacional es dispar y toma diferentes parámetros, incluyendo los temporales: cuanto tiempo medir tras el primer contagio, hasta cuándo calcular. En ese contexto de uso de distintos modos de saber más, aparece información delicada difícil de cotejar y aún más alarmante: en China, un estudio con más de 1700 pacientes, mostró que el 76% reportó síntomas y la mitad de ellos imágenes de tórax nada bonitas. No se sabe tampoco –sí sobran las hipótesis- por qué algunas personas padecen Covid largo y otras no. Sí que influye la gravedad del cuadro cuando el contagio, la obesidad, la edad avanzada. Pero lo de seguir con problemas puede pasarle a cualquiera.
En la emergencia, hace tiempo comenzó a trabajarse en diversos lugares del mundo, casi que con herramientas en construcción, en grupos de contención para personas con Covid persistente, con gente que siente culpa por su enfermedad o su presunta inutilidad, o que más sencillamente sufre algún grado de depresión. Hay quienes no puede volver a trabajar, quienes no pueden volver a su vida social. Si es por ellos –y son muchos, son millones – los medios no dicen casi nada. Apenas si nos enteramos en nuestra vida personal por amigos y amigos de amigos. Con mucho amor y solidaridad, en el webinar de la Sociedad Argentina de Infectología, la doctora Elena Obieta pidió a los médicos escucha, escucha y más escucha a los pacientes. Y es que con enorme frecuencia el Covid largo o las secuelas terminan en vulnerabilidad y en soledad.
Para, precisamente, poner en términos más humanos lo escrito hasta aquí, citamos el comienzo de una muy buena nota de Luciana Rosende publicada en Tiempo Argentino: “En los días más difíciles, Claudia Corvalán puede perderse a la vuelta de su casa. Salir a hacer alguna compra y desorientarse al punto de no reconocer las calles por las que circula cotidianamente. A Laura Moirón, los peores días la obligan a suspender todas sus actividades y quedarse en la cama, con demasiado dolor corporal como para levantarse. Tomás Sayer, de apenas 22 años, pasa días enteros sin hambre, con falta de energía y sensaciones de desmayo. A Gabriela Rodríguez el cansancio solo le permite ir al trabajo y acostarse al regresar, sin resto para las actividades sociales que formaban parte de su vida hasta que se contagió. “¿Alguna vez podré volver a ser como antes? ¿Hacer una clase de yoga sin ahogarme?”, se pregunta la mujer de 42 años, y comparte los interrogantes de unos 36 millones de personas en el mundo. Es la cifra estimada de quienes están sufriendo long Covid o Covid persistente: secuelas del paso del SARS-CoV-2 por sus organismos, que permanecen durante meses y les impiden volver a sentirse como ese antes añorado. A exactos dos años del aislamiento obligatorio, la sensación social es que el coronavirus ya no está. Pero en millones de personas, la pandemia dejó huellas que aún persisten”.
El último informe británico
La oficina de estadísticas nacionales de Gran Bretaña creó hace tiempo una suerte de censo y seguimiento permanente de lo que sucede en ese país con la pandemia. Uno de los rastreos realizados es sobre el Covid largo y los datos no se arman según informes surgidos de instituciones hospitalarias sino de lo que declaran las personas de manera parcial o enteramente presencial. De hecho, los informes resaltan lo siguiente: “Estas estadísticas son experimentales. Las estimaciones están permanentemente en desarrollo lo que significa que pueden cambiar a medida que la comprensión científica sobre al Covid mejora”. Los responsables del seguimiento suman una advertencia que bien puede asociarse al desconcierto que provoca el virus: “Recomendamos precaución en el empleo de la información”.
Las estimaciones –cautelosas- del informe de noviembre pasado indican que más de dos millones de británicos dicen experimentar Covid largo. 187.000 (el 9%) tuvieron Covid o sospechan que lo tuvieron menos de 12 semanas atrás. 1,9 millones (87%) lo tuvieron o creyeron tenerlo al menos hace 12 semanas. 1,2 millones (55%) se siguen sintiendo mal un año después de enfermar. 594,000 (27%) siguen mal desde hace dos años. La suma total no da el total de 2,2 millones de Covid largo por las personas que finalmente superaron la enfermedad.
El informe señala que la fatiga crónica es el síntoma más reportado (70% de los casos), seguido por la dificultad para concentrarse (48%), los problemas de respiración (46%) y dolor muscular (45%). Que el informe no contenga categorías como “ansiedad” o “depresión” o problemas cognitivos parece también parte del desconcierto general.
El Covid largo, dice el informe británico, pega fuerte en la población que tiene entre 35 y 69 años, las mujeres, las personas que viven en los barrios más degradados, los trabajadores de la salud, y muchos jóvenes o adolescentes que no estaban trabajando ni están ahora en condiciones de buscar trabajo. El informe dice a sus lectores que saber más sobre Covid largo “puede ayudarte a entender qué pasó y que puedes esperar acerca de tu recuperación”.
En Argentina, pasado el tiempo de las filminas que mostraba el Presidente (pero no seguramente el de los antivacunas ni el de la acuñación del término infectadura), no estaría nada mal encarar estudios semejantes. O emitir ese tipo de mensajes de ayuda y de contención, al menos, en las diversas aplicaciones para celular que se crearon cuando se desató la pandemia que dejó 130 mil muertes, Covid largo (¿un millón de personas?), nuevos linajes de la cepa Ómicron y, en estos días, una nueva multiplicación de casos que pudo crecer por los festejos callejeros del Mundial (y eventualmente más festejos este domingo).
Claro que, para pedir esa mejor comunicación y confección de estadísticas, se debería contar con un gobierno no agotado, una sociedad participativa y una oposición que no se dedique a destruir, como sucedió durante lo peor de la pandemia, es decir, directa o indirectamente, a matar.