A 75 años de su muerte, su figura sigue concitando un interés en el que se mezclan nostalgias autoritarias, fascinaciones, enigmas pendientes de resolución y banalizaciones de diferentes clases. Mi lucha tiene una reedición tras otra y siguen las novelas y películas en la que Hitler no termina de morir.

El nazismo y su líder siguen apareciendo en el mapa cultural sin resignarse a morir y a ser parte de una historia terminada. Son constantes las reediciones de Mi Lucha en todo el mundo, incluso en fascículos. Aunque algunas de esas nuevas ediciones están tratadas académicamente, valdría preguntarse por la necesidad de regresar al libro, cuál es la idea detrás de volver a ponerlo en circulación, cualquiera sea su formato. No parece probable que haya algo nuevo por descubrir allí. Apenas otro episodio de las formas del odio que Hitler puso en miles de discursos y que llevó de la manera más atroz a la práctica.

Sin dudas hay algo de la figura del Fúhrer y del nazismo en general que sigue vivo. Alcanza con pensar en los grupos neonazis y en la aparición de Hitler convertido en personaje de  ficción en películas y libros.

En este contexto, es sin dudas un episodio menor pero que se suma a la banalización del nazismo que no deja de ser una forma de quitarle peligrosidad.

Tinellí usa la figura de Ana Frank para ilustrar una canción en lo que puede leerse no solo como una banalización del Holocausto sino como una burla a las víctimas. Se lanzó un video juego llamado “Cura a Hitler” que propone usar terapias psicoanalíticas como una forma de evitar las masacres que impulsó desde el poder. En las instrucciones del juego se lee: “Hitler también fue humano como vos. Si te diferencias de él deshumanizándolo y calificándolo de monstruo te estás causando un daño psicológico a vos mismo”.

 

En Australia se anuncia el remate de memorabilia nazi propiedad de Hitler y una copia de su plan de invasión a Irlanda se vendió en 1.300 euros. El tema es una constante. Hace un tiempo, la casa londinense Mullock’s puso en venta 900 negativos y 600 fotos de Hitler, por las que se pagaron casi 40.000 euros. El sitio sigue ofreciendo toda clase de memorabilia que remite al Führer, hace un par de años puso a la venta una cantidad de ejemplares de Mi Lucha, firmados de puño y letra por Hitler.  También en la capital inglesa un coleccionista rompió las expectativas al invertir más de 100.00 euros por trece acuarelas realizadas por el Führer en la década de 1920, mucho antes de llegar al poder. Entre ellas había un autorretrato, de autenticidad dudosa, que se le asemeja y en el que aparece sentado en un banco de piedra.

Una fábrica de juegos de mesa lanzó un mazo de naipes con el “Juego de los dictadores”, que incluye a Hitler como figura principal junto a quienes podrían considerarse sus mejores émulos, como Pinochet e Idi Amin Dada.

A diferencia de otras figuras históricas, cuya aparición en los medios es aleatoria y vinculada únicamente a aniversarios o algún descubrimiento novedoso por parte de investigadores históricos, basta googlear el nombre de Hitler para constatar que sigue siendo noticia y que produce toda una serie de fenómenos, que podrían llamarse culturales –a falta de mejor nombre- y que revelan una llamativa fascinación por su figura.

Por una parte, hay un persistente interés de los historiadores por su vida, y el mundo editorial anuncia cada tanto la aparición de su biografía definitiva, tal como ocurrió con la que escribió el británico Ian Kershaw y que ocupó dos documentados tomos.

La indagación más reciente permite al menos establecer una pista del lugar que está ocupando la figura de Hitler como un icono que se resiste a desaparecer del paisaje. El norteamericano Timothy W. Ryback publicó Los libros del gran dictador, que editó Destino en España, sin que hasta ahora haya llegado hasta nosotros. Se trata de una indagación en la biblioteca de Hitler, desperdigada después de la guerra y que en su momento de esplendor superó los 16.000 volúmenes. Ryback encontró parte de ese material en bibliotecas estadounidenses y revela aspectos impensados entre las preferencias del Führer, como su lectura apasionada de Shakespeare, a quien consideraba muy superior a sus compatriotas Schiller y Goethe. Y la ausencia casi absoluta de Nietzsche (tantas veces considerado un antecedente del nazismo) entre sus lecturas filosóficas. Más previsiblemente, abundan los escritores esotéricos y los celebradores del espíritu germano. En una columna, Tomás Eloy Martínez recordaba a Hanns Ewers, autor de libros que hoy se pretenden reimprimir en Alemania, entre ellos La Mandrágora y El aprendiz de brujo.

Hay una zona, que podríamos caracterizar como más pop, en la que reaparece la figura del Führer. En la India, el director Rakesh Kumar eligió para su debut cinematográfico una versión de Romeo y Julieta trasladada al bunker de Berlín donde buscó refugio junto a Eva Braun, quienes protagonizan el previsible engendro titulado Querido amigo Hitler. El realizador declaró antes del estreno: “Hitler triunfó como líder; quiero mostrar por qué fracasó como persona”. Una marca de ropa italiana, bajo el slogan “sé personal, no sigas al líder”, muestra a Hitler vestido de rosa con un brazalete blanco. “Usar un condón y estar seguro de que no es el próximo Osama bin Laden, Adolf Hitler o Mao Zedong en el mundo”, es el texto elegido por una fábrica alemana de preservativos: la ilustración, un espermatozoide con la cara de Hitler. Todo esto sin olvidar que los Beatles habían elegido al Führer para la tapa de Sargent Pepper, junto a otros dos finalmente eliminados, Cristo y Ghandi, para no herir sensibilidades. Aunque es de suponer que no eran sensibilidades idénticas.

Finalmente se autorizó en Alemania la edición de Mi lucha, hasta ahora de circulación prohibida en ese país. A su vez, el artista italiano Giuseppe Veneziano  presentó un cuadro que muestra a la Virgen María arropando a un niño Jesús, pintado con las facciones de Hitler. La obra forma parte de la serie “provocaciones pop”, en las que conviven Mussolini, el Che Guevara, Marylin Monroe y Osama Bin Laden. A eso se suma la reciente aparición de una historieta manga en Japón que ha adaptado Mi lucha con gran éxito de ventas. Sin contar el elogio que dejó deslizar Donald Trump en una reunión con sus colaboradores de que “Hitler hizo algunas cuantas cosas bien” y los dichos de Durán Barba que lo definió como “un tipo espectacular”.

Es llamativa esta negativa a dejar morir el recuerdo del responsable directo de la matanza más terrible de que se tenga memoria en la historia de la humanidad e impulsor del racismo más mortal que haya existido. Es más, esta recuperación de su figura tiene más de un matiz: la provocación, la burla al poder, una reivindicación implícita, una levedad buscada, el escándalo deliberado como en el caso de las declaraciones del diseñador John Galliano (“Yo amo a Hitler”), la inserción de un personaje con lados muy ridículos (recordar la parodia de Charles Chaplin en El gran dictador) dentro de una cultura como la pop, marcada por lo acrítico. Desde cierta perspectiva, aunque sea desde lo iconográfico, Hitler deviene en objeto estético, sobre todo en visiones negativas, tal como parece ocurrir con un vitral en la iglesia de Saint-Jacques de Montgeron, al sur de París, donde aparece como un rey Herodes asesinando a un judío. La obra fue realizada durante la ocupación (de allí que le falte el emblemático bigote) pero recién recuperada casi 70 años después.

En otras zonas de la cultura, su ascenso al poder y su carisma forman parte de un enigma. Lejos de las denuncias de Bertolt Brecht en El irresistible ascenso de Alfredo Ui o en Terror y miserias del Tercer Reich, textos como El castillo en el bosque, donde Norman Mailer imaginaba a Hitler como hijo de Satán, o El traslado a San Cristóbal de A.H. donde George Steiner supone que el Führer ha sobrevivido a la guerra para escapar a algún lugar del Amazonas, donde es descubierto. Su reaparición conmueve al poder mundial que no sabe cómo reaccionar ante este indeseado personaje. A eso debe sumarse el éxito de La Caída, con Bruno Ganz en el papel de Hitler, cuyas imágenes fueron usadas en memes y Jojo Rabitt, de 2019, donde un niño lo adopta como amigo imaginario. Aunque al final se revela la infamia del personaje, las primeras miradas lo muestran como un ser amable, bien humorado y comprensible.

Tanto en el ámbito de la cultura pop como en su indagación histórica y literaria, Hitler aparece como un ser fuera de lo común, con una capacidad inusual para generar lealtades y dispuesto a todo para lograr sus objetivos. Carente de toda ley moral, su liderazgo habría sido consecuencia de una audacia y una fuerza de voluntad sin límites.

Una exposición en Berlín propuso otra lectura: “la interrelación entre el poder carismático de Hitler y las expectativas y actitudes del pueblo alemán”. La tesis de la exposición es que se trató de un personaje con cualidades comunes, un emergente de personas que se le parecían mucho en sus ideas y aspiraciones. Y que contó para llevar a la práctica su antisemitismo y su espíritu bélico con el consenso abrumadoramente mayoritario de sus compatriotas, que hoy abominan de él, al punto que el nombre Adolf ha sido prácticamente desechado para bautizar a alemanes recién nacidos.

No hay, entonces, unanimidad a la hora de saber quién fue ese hombre que llevó al mundo al desastre y a la muerte. Pero no hay dudas de que existe algo que no permite que su recuerdo se desvanezca, como ha sucedido, por ejemplo, con Stalin. Ciertos mensajes, algunos altamente inquietantes, se esconden cada vez que alguien desempolva las imágenes de ese hombre de voz alzada, palabra imperativa y bigote prolijamente recortado. Algo de él no termina de morir, como enigma para unos y, peligrosamente, como símbolo y esperanza para quienes creen que la pasión totalitaria es un camino deseable.