El helado tiene su historia, en Buenos Aires y en el mundo. Por estos lares llegaron en 1845 y los pioneros fueron los dueños de la Confitería de los Suizos, que estaba en la calle Piedad. Todo esto te lo cuenta El Pejerrey Empedernido, además de recomendarte los que más le gustan.

El verano porteño de 1845 fue muy caluroso. Sin embargo los habitantes de Buenos Aires se sentían felices. La Confitería de los Suizos, orgullosamente enclavada sobre la calle Piedad (actual Bartolomé Mitre, entre Florida y San Martín) había sacado a la venta helados de crema y de frutas. Unos años después, el italiano Francisco Migone, propietario del Café de los Catalanes, ubicado en la esquina que hoy forman las calles San Martín y Perón, también ofrecía helados de distintos sabores. Por aquel entonces, todos los helados de Buenos Aires eran preparados con hielo llegado desde Estados Unidos y depositado en la heladera del viejo Teatro Colón, construido entre 1855 y 1857. Debajo del sector plateas, el teatro contaba con una heladera con capacidad para mil toneladas de hielo, el que originalmente se utilizó para abastecer cafés y restaurantes. En 1855, todo el hielo que se consumía en la fabricación de cremas heladas y sorbetes llegaba desde Estados Unidos, en forma de barras envueltas en paja y depositadas en el fondo de las bodegas de los barcos. Sin embargo, los porteños conocían el hielo desde 1829, año en que un genovés de apellido Caprile lo traía desde los Alpes italianos y cargaba en el puerto de Génova en tres barcos de su propiedad, el Idra, el Apollo y la Adelayde. La primera fábrica de hielo la tuvieron los argentinos en 1860, y fue obra de un alsaciano llamado Emilio Bieckert; pero en las provincias se podían refrescar bebidas, conservar alimentos y preparar helados con el hielo que unos veloces jinetes denominados “heleros” traían desde los picos andinos y sub andinos. En Mendoza, por ejemplo se comen helados desde 1826…Todo lo que leyeron hasta aquí lo afané de un libro escrito por mi amigo Ducrot, intitulado Los sabores de la patria; sí, así, intitulado, como decía la madre de la Meri, su primera novia sobre la cual ya les contaré, y cuando ella hablaba de los radioteatros del día…Y sigo…Camuflado estaba de humano por supuesto, para no levantar sospechas, porque por estos días los chupamedias y políticamente correctos a la búsqueda andaban de un Pejerrey medio anarco y puteador por los zaguanes argentinos, porque más allá de lo que dicen los señores de la política lo cierto es que morfar cada día cuesta más de la guita que el empresariado carancho nos afana, remarca que te remarca. Che chiques del gobierno, hagan algo de endeveras con ese garcaje, por favor, y menos sarasa…Sucedió les decía, que le afané ese libro al escriba de mi amistad, el mismo día que, tranquilos, dándole a los cucuruchos sin frenos ni pudor se me ocurrió preguntarle, pero no me diga don que usté no conoce la primera historia de los helados, esa maravillosa sabiduría de sus contertulios los humanos y que nosotros los pejes de tanto en tanto disfrutamos, cuando encontramos jetra, galera y polainas para empilcharnos como corresponde, así no hacemos los sotas entre los patrones a la espera de que llegue día del asalto a las bodegas, como la negrada gloriosa del reino de este mundo, que no lo escribo con mayúsculas porque con una cita libresca por semana está de sobra…Sí claro, me dijo mientras miraba con recelo desde sus anteojillos caídos como el helado se achicaba a una velocidad indeseada, es que si no te apurás el calor hace que puuuuffff desaparezca…Y entonces don, me la va a contar o no…Tome nota…Parece que comenzó en Babilonia, como usté sabrá añazos antes del nacimiento del cofla de Belén, negrito dicen algunas voces que era y el quilombo que se mandó…Otros que recién por el 400 antes del cofla siempre, los persas se solazaban con una especie de budín hidratado con agua de rosas y bien frío; es que por aquellos lares ya sabían conservar los hielos del invierno en una suerte de depósitos bajo tierra. No se privaban de nada che, mezclaban hielo granulado con azafrán y frutas, postrecillos llamados sherbet, de donde proviene la palabra sorbete…Palito, bombón, helaaaadoooo…Y ya entre leyenda e historia, parece que el bestial Ricardo Corazón de León, el cruzado, dicen que en 1191 post el cofla, en las cercanía de Jerusalén, le daba a un casi helado como los de hoy, de aguas florales, con hielos del Líbano…Es decir, para que quede claro, ese cucurucho o vasito pertenece a lo que debería ser la Palestina Libre, y no me vengan con viajecitos a pedir de Trump…La narración podría continuar pero don Ducrot se empacó y pidió otro cucurucho, también de Sambayón y Chocolate (amargo), así con mayúsculas porque son su sabores preferidos, y como habrán notado quienes lo conocen, mi amigo es un tipo arbitrario que a veces dice sinrazones pero bue, insiste, y ese es el helado de quienes no queremos garcas sino gobiernos justos, añade y canta a la puerta de cada heladería Sambayón y Chocolate o helados gorilas… ¡Mamita qué loco está el coso!…Pero yo conozco la verdadera historia: tenía él por entonces no más de once o doce años y en la escuela andaba a los tumbos por dos motivos, por pasarse el día leyendo a Emilio Salgari o pensando en Meri, una flaquita de ojos negros que se sentaba en el banco de al lado en el sexto turno mañana, y que era la hija menor de don Mario, el dueño de la heladería del barrio, experto en sambayones y chocolates, cuando el primero en pocos nobles establecimientos del país se elaboraba, pues era tiempos de Laponia, cremas heladas, en carritos por las calles, en tiempos de siestas de verano…¿Vieron lo que es el influjo de la memoria del gusto?…Y para el final…No sé si Ducrot, pero para mí, El Pejerrey Empedernido, que suelo andar por Buenos Aires otra vez y casi siempre, no hay helados dentro de estas murallas como los de la Heladería Scannapieco, en Palermo…Busquen la dirección en Internet…Y mi declaración de preferencias no va en contra de otras que también son flor y truco, pero ¿vio vecina?, uno se copia de la gente que lo rodea, y me puse arbitrario. ¡Salud!

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